lunes, 22 de julio de 2024

LAS TONTUNAS DE LA EDAD

 

LAS TONTUNAS DE LA EDAD



Una de las cosas que tiene hacerse mayor es que uno descubre montones de formas nuevas de hacerse daño. Hace poco, en Francia, la barrera automática de un parking me dio en toda la cabeza; la verdad, no creo que eso me hubiera ocurrido en mis años más mozos y menos atontados

Sólo hay dos maneras en que la barrera de un parking acabe golpeándote en la cabeza. Uno es quedarse de pie bajo una barrera levantada y esperar conscientemente a que te caiga encima. Por supuesto, esto es la forma fácil. El otro método —y aquí es donde puede ayudar tener una capacidad mental ligeramente mermada— consiste en olvidarse de la barrera que acaba de levantarse delante de tus narices, plantarte justo en el espacio que ocupaba, fruncir los labios mientras sopesas cuál será tu siguiente movimiento y quedarte patidifuso cuando este pedazo de madera se desploma sobre tu cabeza como lo haría una maza sobre una estaca. Y este es el método que elegí yo.

Otra de las cosas que tiene hacerse mayor es pasarse un buen rato buscando las gafas que uno lleva sobre la frente o la gorra que finalmente está… en la cabeza. Aunque no sean circunstancias exclusivas de la gente mayor: vean si no la conversación entre estas dos jóvenes que llegó a mis oídos no hace mucho: “Tía, que mal rollo, anoche perdí el móvil y estuve media hora palpando por el suelo del jardín”. “Tía, y por qué no encendiste la linterna del teléfono?

Es reconfortante leer las tontunas de la edad que les ocurren a otros. El de la barrera no era yo, sino Bill Bryson, el ocurrente tipo de Iowa que comienza de ese modo su libro “Nuevas crónicas de Gran Bretaña”, continuación del que escribiera hace años en el que ponía al país frente al espejo.

Un poco más adelante relata su primer contacto con Gran Bretaña en su lejana juventud veinteañera:

En aquella época, durante un periodo breve pero muy intenso, una proporción muy considerable de lo que valía la pena en el mundo procedía de Gran Bretaña. Los Beatles, James Bond, Mary Quant y la minifalda, Twiggy y Justin de Villeneuve, la vida amorosa de Elizabeth Taylor y Richard Burton, la vida amorosa de la princesa Margaret, los Rolling Stones, los Kinks, las americanas sin solapa, las series televisivas como Los vengadores y El prisionero, las novelas de espionaje de John le Carré y Len Deighton, Marianne Faithfull y Dusty Springfield…

Y ya que hablamos de Gran Bretaña, hablemos de Londres, la magnética ciudad. Vean lo que dice de ella Enric González en su estupendo libro Historias de Londres, otra de mis últimas relecturas:

Hay ciudades bellas y crueles, como París. O elegantes y escépticas, como Roma. O densas y obsesivas, como Nueva York. Londres no puede ser reducida a antropomorfismos. Siglos de paz civil, de comercio próspero, de empirismo y de cielos grises la han hecho indiferente como la misma naturaleza. Quizá exagero. Quizá Londres sea una proyección del carácter inglés. No hay sentimentalismos, ni derroches de pasión, ni verdades con mayúsculas. Por una u otra razón, Londres reúne las condiciones óptimas para que florezca la vida. Es difícil no sentirse libre en esta ciudad inabarcable y a la vez recoleta, sosegada como el musgo de sus rincones umbríos (…), donde caben el arte y su reverso técnico, el kitsch, sin estorbarse mutuamente, donde la Justicia, ese concepto peligroso, metafísico y continental, pesa menos que la sensatez a escala humana del fair play.

Estamos de acuerdo, amigo Enric, con lo de lo de los cielos grises, el comercio próspero, el fair play y el ajetreo o sosiego según los barrios, pero en lo de paz social… Bien es cierto que la ciudad no ha conocido guerras civiles, pero disturbios los han tenido y gordos: no hay más que recordar los de agosto de 2011 o los de Brixton de 1981, por no hablar de los ya lejanos de Hyde Park (1855) o los Gordon Riots de 1780.

Artístico y kitsch, tradicional y multicultural, frenético y tranquilo, siempre es buen momento para volver a Londres.

 

Román Rubio

Julio 2024 




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