LAS
TONTUNAS DE LA EDAD
Una
de las cosas que tiene hacerse mayor es que uno descubre montones de formas
nuevas de hacerse daño. Hace poco, en Francia, la barrera automática de un
parking me dio en toda la cabeza; la verdad, no creo que eso me hubiera
ocurrido en mis años más mozos y menos atontados
Sólo
hay dos maneras en que la barrera de un parking acabe golpeándote en la cabeza.
Uno es quedarse de pie bajo una barrera levantada y esperar conscientemente a
que te caiga encima. Por supuesto, esto es la forma fácil. El otro método —y
aquí es donde puede ayudar tener una capacidad mental ligeramente mermada—
consiste en olvidarse de la barrera que acaba de levantarse delante de tus
narices, plantarte justo en el espacio que ocupaba, fruncir los labios mientras
sopesas cuál será tu siguiente movimiento y quedarte patidifuso cuando este
pedazo de madera se desploma sobre tu cabeza como lo haría una maza sobre una
estaca. Y este es el método que elegí yo.
Otra de las cosas que tiene hacerse mayor es pasarse
un buen rato buscando las gafas que uno lleva sobre la frente o la gorra que
finalmente está… en la cabeza. Aunque no sean circunstancias exclusivas de la
gente mayor: vean si no la conversación entre estas dos jóvenes que llegó a mis
oídos no hace mucho: “Tía, que mal rollo, anoche perdí el móvil y estuve media
hora palpando por el suelo del jardín”. “Tía, y por qué no encendiste la
linterna del teléfono?
Es reconfortante leer las tontunas de la edad que les
ocurren a otros. El de la barrera no era yo, sino Bill Bryson, el ocurrente
tipo de Iowa que comienza de ese modo su libro “Nuevas crónicas de Gran Bretaña”, continuación del que escribiera
hace años en el que ponía al país frente al espejo.
Un poco más adelante relata su primer contacto con
Gran Bretaña en su lejana juventud veinteañera:
En
aquella época, durante un periodo breve pero muy intenso, una proporción muy
considerable de lo que valía la pena en el mundo procedía de Gran Bretaña. Los
Beatles, James Bond, Mary Quant y la minifalda, Twiggy y Justin de Villeneuve,
la vida amorosa de Elizabeth Taylor y Richard Burton, la vida amorosa de la
princesa Margaret, los Rolling Stones, los Kinks, las americanas sin solapa,
las series televisivas como Los vengadores y El prisionero, las novelas de
espionaje de John le Carré y Len Deighton, Marianne Faithfull y Dusty
Springfield…
Y ya que hablamos de Gran Bretaña, hablemos de
Londres, la magnética ciudad. Vean lo que dice de ella Enric González en su
estupendo libro Historias de Londres, otra
de mis últimas relecturas:
Hay
ciudades bellas y crueles, como París. O elegantes y escépticas, como Roma. O
densas y obsesivas, como Nueva York. Londres no puede ser reducida a
antropomorfismos. Siglos de paz civil, de comercio próspero, de empirismo y de
cielos grises la han hecho indiferente como la misma naturaleza. Quizá exagero.
Quizá Londres sea una proyección del carácter inglés. No hay sentimentalismos,
ni derroches de pasión, ni verdades con mayúsculas. Por una u otra razón,
Londres reúne las condiciones óptimas para que florezca la vida. Es difícil no
sentirse libre en esta ciudad inabarcable y a la vez recoleta, sosegada como el
musgo de sus rincones umbríos (…), donde caben el arte y su reverso técnico, el
kitsch, sin estorbarse mutuamente, donde la Justicia, ese concepto peligroso,
metafísico y continental, pesa menos que la sensatez a escala humana del fair
play.
Estamos de acuerdo, amigo Enric, con lo de lo de los
cielos grises, el comercio próspero, el fair play y el ajetreo o sosiego según
los barrios, pero en lo de paz social… Bien es cierto que la ciudad no ha
conocido guerras civiles, pero disturbios los han tenido y gordos: no hay más
que recordar los de agosto de 2011 o los de Brixton de 1981, por no hablar de
los ya lejanos de Hyde Park (1855) o los Gordon Riots de 1780.
Artístico y kitsch, tradicional y multicultural, frenético
y tranquilo, siempre es buen momento para volver a Londres.
Román Rubio
Julio 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario