COMPROMISE
A los ingleses siempre se les ha asociado con un
sentido práctico, propiedad que heredaron sus hijastros los estadounidenses.
Esto les ha llevado a marcar el paso del mundo moderno: la electricidad y el
teléfono dentro de las casas, los electrodomésticos, la televisión, el
ordenador personal y el Internet son cosas que hoy no existirían sin la
concurrencia del mundo anglosajón y su sentido de “lo práctico”.
Los avances anteriores, todos tecnológicos y facilitadores
de la vida cotidiana no habrían aparecido a no ser por la filosofía del fair play, del comercio justo y la capacidad
de negociación. El fair play, que
saca del terreno de juego la corrupción y otras marrullerías, el comercio y su
fundamento primero de que un buen negocio es aquel en el que ganan las dos
partes y la negociación como manera de ponerse de acuerdo las partes en lo que
en inglés se llama “compromise”,
palabra que no significa compromiso (que en inglés se dice commitment) sino “llegar a un acuerdo”, ceder una y otra parte en
una negociación hasta encontrar un punto intermedio, que sin ser el óptimo para
las partes, sea aceptable para ambas. Que tú quieres comprarte el Ferrari rojo
y yo el amarillo, pues nos compramos el naranja. Que quieres una casa en la
montaña y yo en el mar, ¿qué tal una en una montaña desde la que se vea el mar?
Esa es la pauta.
En política, el punto de encuentro no tiene que ser
necesariamente el punto medio, pues dependerá de las fuerzas o los apoyos con
que uno se presenta a una negociación. No se sentará a la mesa un agente que
cuenta con el respaldo de un ochenta por ciento de seguidores o votantes que el
que le apoyan el veinte por ciento. Habrá que encontrar una salida que,
desequilibrada a una parte, sea capaz de hacerle salvar la cara a la otra.
Eso o el bloqueo. En España, país alejado de la
practicidad anglosajona a menudo se opta por el bloqueo, como se puede ver en
algunas liquidaciones de herencia o acuerdos de comunidad de vecinos: me niego
a poner ascensor, aunque tenga que subir con la pierna vendada si consigo
fastidiar al del tercero que va en silla de ruedas. Y así ha sido durante años
por lo que respecta al CGPJ. Esta semana se desbloqueó el asunto y los dos
partidos mayoritarios decidieron encontrar la fórmula para la renovación del
órgano de gobierno de los jueces.
No me pregunten sobre el contenido del acuerdo: el
mundo judicial, de la judicatura, la jurisprudencia y hasta de la justicia es
tan arcano para mí como el de la macroeconomía o la física cuántica. Aún así,
me atrevo a aventurar que es un buen acuerdo.
Y ¿por qué?, preguntarán ustedes. Pues porque inmediatamente
después de la escenificación por parte de los principales agentes del acuerdo
(Bolaños y González Pons) se manifestaron en contra Belarra y Abascal. Desde
ese mismo momento comprendí que el acuerdo había de ser necesariamente bueno y que
todos habían cedido en sus pretensiones. Después escuché o leí que Rufián, de
ER, Aizpurúa de Bildu, alguien del PNV y otros también condenaron el pacto, lo
que no hizo más que afianzarme en mi postura. Me falta conocer la opinión de
Jiménez Losantos y de Puigdemont (que ni está ni se le espera en el debate) y,
sobre todo, de Díaz Ayuso. Si se pronuncia la madrileña — en público o en
privado— condenando el acuerdo, yo lo firmaría ya. Sin ni siquiera leerlo.
Román Rubio
Junio, 2024