LA
SUERTE DE LA GUAPA´
“La suerte de la guapa, la fea la quisiera”. Bueno,
ya sé que el refrán, en un ejercicio de burda ironía y trasnochado anacronismo,
dice lo contrario. Se insinúa que la fea obtiene buenos réditos sentimentales y
matrimoniales, en tanto que la guapa es reclamo de vividores, crápulas y otros
especímenes escasos de moral y rentas. De eso vamos a hablar hoy: de ciudades
guapas y feas y los réditos de su belleza.
Empezaremos por Valencia:
Kenneth Tynan (1927-1980) fue un escritor, crítico
literario y ensayista británico de gran reputación en el mundo anglosajón. Escribía
con asiduidad en medios prestigiosos como The Observer o The New Yorker. Además,
fue durante algún tiempo director artístico de la National Theatre Company de
Londres y autor de algunas obras de
teatro. Quizá recuerden ustedes el musical Oh!
Calcutta!, de su autoría, gran éxito tanto en Broadway como en el West End
en la década de los 70.
El inglés escribió para el The New Yorker en 1970 un
polémico artículo titulado Valencia, que
causó cierto revuelo por estos lares, y en el que otorgaba a la ciudad el
apelativo de “capital mundial del antiturismo”. El texto fue editado junto a
otras piezas en un libro con el nombre de The
Sound of Two Hands Clapping, que Anagrama editó en español con el título La pornografía, Valencia, Lenny, Polanski y
otros entusiasmos, obra que en su momento compré y desapareció de mi
biblioteca producto de algún préstamo o
mudanza.
El efecto que produjo el texto, más que de repudio
fue de atracción hacia la ciudad, consecuencia del sarcasmo más sofisticado,
pues le dedica párrafos como (y copio del estupendo artículo de Vicente Molins
en Valencia Plaza): “en València
se posa una fealdad ruidosa (...), siempre dispuesta a repeler a
los forasteros, es uno de los pocos lugares que cumple con todas nuestras
expectativas. Disfrutamos de estar inactivos a la luz del sol en una ciudad
mediterránea: aquí podemos holgazanear, no tanto solitariamente sino
verdaderamente solos, contemplativos y distantes (...) Algunas personas se van
de vacaciones para conocer a extraños, otros van para encontrarse a sí mismos.
Para este último grupo, Valencia, capital mundial del antiturismo,
es el escondite que buscan”. Y, con doble pirueta, aterriza: “es
un elogio sincero para la maloliente Valencia, mi ciudad mediterránea favorita”.
Vean ustedes en qué consiste la
pirueta del inglés: ustedes buscan los lugares trillados y se conducen dentro
de las masas turísticas en la búsqueda de lo chic; yo, en cambio, disfruto de
esta ciudad ruidosa, maloliente e ignorada porque no soy como ustedes;
pertenezco a los elegidos que sabemos apartarnos del rebaño y encontrar lo
bueno que hay bajo la superficie y que ustedes (gente vulgar) son incapaces de
apreciar.
Resulta chocante la opinión del
británico para describir a una ciudad que cincuenta años después se erigiría
como la favorita de los Erasmus, la de mayor calidad de vida del mundo —o una
zarandaja similar otorgada por no sé qué revista u organismo— y la capital
mundial de la sostenibilidad y las zonas verdes o algo parecido, pero es que
habría que recordar la Valencia de finales de los años sesenta: la autopista
del Mediterráneo se acababa por Puzol y todos los camiones del mundo
atravesaban la ciudad por el eje de tránsitos —Cardenal Benlloch-Peris y
Valero—, dándose a conocer al mundo como “el Semáforo de Europa”; Velluters no
era tal: como ocurriera en Barcelona con el Raval, se había convertido en “el
Barrio Chino” —aunque no se viera por allí chino alguno— en tanto que el Barrio
del Carmen y la Xerea se llenaban de bares de tapas o de copas (entonces
denominados pubs) al tiempo que los residentes huían y desertaban de los
barrios antiguos para comprarse un pisito luminoso afuera: los ricos en Jaume
Roig y la Alameda y los menos ricos en barrios como San Isidro, la Fuensanta o
Benimaclet, mientras otros, más campestres, se decidían por LEliana, el Vedat o
la Cañada.
El resto de la película ya lo
conocemos: los barrios céntricos se deterioran, los inmuebles están tirados de
precio, los fondos de inversión aprovechan la oportunidad, adecentan y limpian
el espacio urbano encareciendo la propiedad y se forran trayendo cantidades ingentes de gentes llamadas
turistas que disfrutan del entorno que otros dejaron, en parte por abandono.
Es lo que tiene el turismo; ni contigo
ni sin ti. Quienes lo tienen lo desprecian y quienes no lo tienen lo desean y
no paran de hacer campañas voceando sus atractivos. Solo las guapas lo
consiguen y algunas llegan a morir de éxito; de ahí, quizá, lo de “la suerte de
la fea, la guapa la quisiera”.
Román Rubio
Junio, 2024
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