CATALUÑA Y FLEET STREET
Estrictamente hablando, Fleet Street es la calle londinense
que transcurre paralela al Támesis por la parte norte y que une la City -desde
San Pablo- a Westminster –Trafalgar Square, vía Strand-. Para los londinenses,
sin embargo, el nombre de la calle es sinónimo de “prensa escrita”; decir en
inglés “interesa a Fleet Street” significa que es interesante para la prensa,
del mismo modo que “trabajo en la City” es sinónimo de “trabajo en finanzas”.
La localización de la calle es estratégica, y quizás por ese motivo estaba
situada allí la prensa hasta los años ochenta, en que se trasladó a oficinas más
amplias en suelo más barato de zonas menos céntricas. Al lado oeste de la
calle, el centro financiero de la City. Al otro lado, el centro político de
Westminster, y en la misma calle, los tribunales superiores de justicia –Old Bailey-
que tantas jugosas noticias del ámbito criminal producen para regocijo del
siempre ávido público británico.
Recomiendo pues a cualquier visitante que recorra el
lugar. Si lo hace en sentido oeste-este, es decir, desde Trafalgar a Saint Paul
le llamará la atención, a mano derecha de la calle, una casa estilo Tudor de vigas
de madera negras; un edificio medieval, de los pocos que se salvaron del gran
incendio de la ciudad ocurrido en 1666. Una casa que perteneció a los
Templarios en el siglo XII y que alojó después una taberna famosa, Prince’s Arms,
mencionada varias veces en el diario de Samuel Pepys -la más interesante crónica de la vida
cotidiana del siglo XVII inglés- y dónde supuestamente, el Príncipe de Gales
tenía su salón en el que podía dedicarse al ejercicio de privados solaces,
alejados de palacio.
Pues bien, si la casa atrae la mirada por lo
singular y anacrónica en el entorno, lo es más, para mí, su adorno. En la parte
superior ondea de manera conspicua una enorme señera cuatribarrada. Cataluña ha
instalado allí la delegación de la Generalitat en Londres para la promoción de
la cultura, la lengua y los intereses económicos catalanes.
No es una zona de embajadas. Éstas se encuentran en
Belgravia y Mayfair, zonas más tranquilas, de mansiones georgianas, retiradas del ajetreo de las calles comerciales del centro. El emplazamiento de la
oficina catalana, sospecho que obedece a motivaciones propagandísticas más que
prácticas, siendo la visibilidad la máxima prioridad.
Henry's Room
Fleet Street, 17
Debo reconocer que la prominente visión de una
enorme bandera catalana, allí en Fleet Street, ignorada por todos los
transeúntes -como todas las banderas, en
realidad-, excepto por los catalanes o españoles capaces de reconocerla me
resultó asunto ridículo, algo triste y nada agradable. De la misma manera, ya
me había sorprendido a mí mismo las pasadas Navidades buscando en el estante
del supermercado cava valenciano y champagne francés evitando la compra del
cava catalán. Así, sin reflexión previa, de manera visceral, sin aviso.
¿Qué ha pasado pues que ha hecho que personas como
yo experimentemos ese súbito rechazo, ese cambio en nuestra relación
sentimental con Cataluña? Efectivamente: el sentimiento de exclusión que
sentimos por parte de los catalanes hacia quienes no pertenecemos a la tribu.
¡A ver! Soy consciente del sentimiento anticatalán
que ha existido en amplísimos círculos de la ciudadanía. Por alguna razón que
no llego a comprender, el mismo sonido de la lengua catalana resulta irritante
para un gran sector del público hispano. De verdad, lo he experimentado.
Estando en Irlanda en compañía de unas personas de León vi cómo les cambiaba la
cara cuando vieron en el telediario local al entonces President –hoy villano-
Jordi Pujol hablar en catalán subtitulado al inglés de un tema nacional que no
viene al caso. “¿En qué va a hablar el President de la Generalitat de Cataluña
sino en catalán?” Les recalqué a los necios “españoles” que no concebían que un
President se dirigiera a cámaras y micros nacionales e internacionales en una
lengua que no fuera el español.
Reconozco que esta actitud españolista, durante
años, lustros y siglos deja huella y origina rencor, pero no todos hemos tenido
esa actitud. Muchos, entre los que me cuento, que no somos catalanes, hemos
expresado siempre una gran simpatía hacia Cataluña, hacia Barcelona y lo
catalán. En la lejana época tardofranquista admirábamos la actitud de
resistencia catalana y su reivindicación continua de autonomía, libertad y
democracia. Después, hemos visto en aquél pueblo el antídoto equilibrante de
las manifestaciones de rojigualdas y gritos de ¡España, España, España! que
tanta desconfianza nos trae a algunos, por razones históricas obvias. Tras cada
elección, a la vista de mayorías absolutas peligrosas, veíamos el resultado
electoral de Cataluña y respirábamos con el alivio de quién piensa que no todo
estaba perdido. Veíamos con agrado y un cierto orgullo el éxito del despegue
internacional de Barcelona, ciudad cosmopolita, dónde los camareros parece que
gritaban menos dando órdenes a la cocina.
Hasta que un día, sin saber porqué, nos vimos
comprando cava de cualquier lugar y sintiéndonos ridículos a la vista de los signos nacionales
en Fleet Street. Los catalanes se habían envuelto, ellos también, con su
bandera, dejando fuera, a la intemperie de las exhibiciones rojigualdas al
personal, incluso a sus amigos. Jodidos patriotas, como todos.
Román Rubio
#roman_rubio
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Marzo, 2015
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