martes, 17 de marzo de 2015

CATALUÑA Y FLEET STREET

CATALUÑA Y FLEET STREET

Estrictamente hablando, Fleet Street es la calle londinense que transcurre paralela al Támesis por la parte norte y que une la City -desde San Pablo- a Westminster –Trafalgar Square, vía Strand-. Para los londinenses, sin embargo, el nombre de la calle es sinónimo de “prensa escrita”; decir en inglés “interesa a Fleet Street” significa que es interesante para la prensa, del mismo modo que “trabajo en la City” es sinónimo de “trabajo en finanzas”. La localización de la calle es estratégica, y quizás por ese motivo estaba situada allí la prensa hasta los años ochenta, en que se trasladó a oficinas más amplias en suelo más barato de zonas menos céntricas. Al lado oeste de la calle, el centro financiero de la City. Al otro lado, el centro político de Westminster, y en la misma calle, los tribunales superiores de justicia –Old Bailey- que tantas jugosas noticias del ámbito criminal producen para regocijo del siempre ávido público británico.

Recomiendo pues a cualquier visitante que recorra el lugar. Si lo hace en sentido oeste-este, es decir, desde Trafalgar a Saint Paul le llamará la atención, a mano derecha de la calle, una casa estilo Tudor de vigas de madera negras; un edificio medieval, de los pocos que se salvaron del gran incendio de la ciudad ocurrido en 1666. Una casa que perteneció a los Templarios en el siglo XII y que alojó después una taberna famosa, Prince’s Arms, mencionada varias veces en el diario de Samuel Pepys  -la más interesante crónica de la vida cotidiana del siglo XVII inglés- y dónde supuestamente, el Príncipe de Gales tenía su salón en el que podía dedicarse al ejercicio de privados solaces, alejados de palacio.

Pues bien, si la casa atrae la mirada por lo singular y anacrónica en el entorno, lo es más, para mí, su adorno. En la parte superior ondea de manera conspicua una enorme señera cuatribarrada. Cataluña ha instalado allí la delegación de la Generalitat en Londres para la promoción de la cultura, la lengua y los intereses económicos catalanes.
No es una zona de embajadas. Éstas se encuentran en Belgravia y Mayfair, zonas más tranquilas, de mansiones georgianas, retiradas del ajetreo de las calles comerciales del centro. El emplazamiento de la oficina catalana, sospecho que obedece a motivaciones propagandísticas más que prácticas, siendo la visibilidad la máxima prioridad.
                                                  Henry's Room








Fleet Street, 17



Debo reconocer que la prominente visión de una enorme bandera catalana, allí en Fleet Street, ignorada por todos los transeúntes  -como todas las banderas, en realidad-, excepto por los catalanes o españoles capaces de reconocerla me resultó asunto ridículo, algo triste y nada agradable. De la misma manera, ya me había sorprendido a mí mismo las pasadas Navidades buscando en el estante del supermercado cava valenciano y champagne francés evitando la compra del cava catalán. Así, sin reflexión previa, de manera visceral, sin aviso.

¿Qué ha pasado pues que ha hecho que personas como yo experimentemos ese súbito rechazo, ese cambio en nuestra relación sentimental con Cataluña? Efectivamente: el sentimiento de exclusión que sentimos por parte de los catalanes hacia quienes no pertenecemos a la tribu.
¡A ver! Soy consciente del sentimiento anticatalán que ha existido en amplísimos círculos de la ciudadanía. Por alguna razón que no llego a comprender, el mismo sonido de la lengua catalana resulta irritante para un gran sector del público hispano. De verdad, lo he experimentado. Estando en Irlanda en compañía de unas personas de León vi cómo les cambiaba la cara cuando vieron en el telediario local al entonces President –hoy villano- Jordi Pujol hablar en catalán subtitulado al inglés de un tema nacional que no viene al caso. “¿En qué va a hablar el President de la Generalitat de Cataluña sino en catalán?” Les recalqué a los necios “españoles” que no concebían que un President se dirigiera a cámaras y micros nacionales e internacionales en una lengua que no fuera el español.

Reconozco que esta actitud españolista, durante años, lustros y siglos deja huella y origina rencor, pero no todos hemos tenido esa actitud. Muchos, entre los que me cuento, que no somos catalanes, hemos expresado siempre una gran simpatía hacia Cataluña, hacia Barcelona y lo catalán. En la lejana época tardofranquista admirábamos la actitud de resistencia catalana y su reivindicación continua de autonomía, libertad y democracia. Después, hemos visto en aquél pueblo el antídoto equilibrante de las manifestaciones de rojigualdas y gritos de ¡España, España, España! que tanta desconfianza nos trae a algunos, por razones históricas obvias. Tras cada elección, a la vista de mayorías absolutas peligrosas, veíamos el resultado electoral de Cataluña y respirábamos con el alivio de quién piensa que no todo estaba perdido. Veíamos con agrado y un cierto orgullo el éxito del despegue internacional de Barcelona, ciudad cosmopolita, dónde los camareros parece que gritaban menos dando órdenes a la cocina.

Hasta que un día, sin saber porqué, nos vimos comprando cava de cualquier lugar y sintiéndonos  ridículos a la vista de los signos nacionales en Fleet Street. Los catalanes se habían envuelto, ellos también, con su bandera, dejando fuera, a la intemperie de las exhibiciones rojigualdas al personal, incluso a sus amigos. Jodidos patriotas, como todos.

Román Rubio
#roman_rubio

Marzo, 2015 








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