jueves, 19 de marzo de 2015

GLADSTONE Y DISRAELI/ CASTELAR Y CÁNOVAS

GLADSTONE Y DISRAELI/ CASTELAR Y CÁNOVAS

Quizás ninguna otra ciudad en el mundo tenga una oferta museística igual a la de Londres, con lo que las posibilidades son múltiples y variadas. Ahora bien, para los amantes de la historia de la Gran Bretaña –y aquí incluyo las artes y las letras-, nada como la National Portrait Gallery para pasar una estupenda jornada poniendo cara a todos aquellos que forjaron un gran país.

La “Portrait” –como se la llama- está a la espalda de la mastodóntica National Gallery, en Trafalgar y tiene la entrada por St. Martin’s Pl, en un lateral. El museo, como su nombre indica, exhibe retratos y en él están todos –o casi- los que han sido en la historia del Reino Unido, obviamente en retrato al óleo, pero también en pastel, acuarela o incluso fotografía para los más modernos. Allí podemos conocer de cerca a la realeza  (Enrique VIII o Isabel I, entre otros), científicos como Darwin o Fleming, escritores como Shakespeare, Charles Dickens, Sir Walter Scott, Kipling, Robert L. Stevenson, Joyce y Lord Byron, exploradores y aventureros como Shackleton o Cook, arquitectos como Sir Christofer Wren, artistas como Hogart, Fracis Bacon, David Hockney o Lucian Freud,  ciudadanos británicos significados por otras razones como Florence Nightingale y, por supuesto, políticos. Entre estos sobresale ¿cómo no? el retrato de Churchill o el del Primer Ministro laborista Harold Wilson con su cara envuelta en volutas de humo e iluminada por el ascua de su pipa.


Ocupando toda una pared de una de las salas salas más prominentes, dos retratos de gran tamaño, elaborados por John Everet Millais de manera ortodoxa, realista, academicista, de dos primeros ministros del Reino Unido de la época victoriana y que representan la cúspide de la rivalidad y el virtuosismo parlamentario : Gladstone y Disraeli



 William Gladstone                                                Benjamin Disraeli         
  
Allí, en la misma pared, frente a frente, a perpetuidad, están las dos figuras dominantes de la política del imperio en la época victoriana. Uno, William Gladstone (1809-1899) fue Primer Ministro en cuatro ocasiones entre 1868 y 1894 y Ministro de Su Majestad o líder de la oposición el resto del tiempo. El otro, Benjamín Disraeli (1804-1881) fue dos veces Primer Ministro, tres veces Ministro de Hacienda (Chancellor of the Exchequer) y líder de la oposición en las épocas en que gobernaba su oponente. Ambos provenían del Partido Conservador (Tory), pero Gladstone se pasó al Partido Liberal (Whig) convirtiéndose en su líder y ejerciendo en la práctica la alternancia en el poder propia del sistema bipartidista británico que aún perdura, aunque en el siglo XX fuera el Partido Laborista el que se encargara de materializar el relevo con los conservadores.
Aparte de sus orígenes conservadores nada más compartían dos personajes rivales dispares que no se tenían ninguna simpatía. Gladstone era torrencial, elocuente, evangélico, vehemente y predicador como orador. Disraeli era urbano, ocurrente, chispeante, culto y con un punto cautivador y cínico en su discurso.

Gladstone pertenecía a la clase media-alta y provenía de Eton y Oxford. Era por tanto un producto típico del “establishment”. Disraeli, por el contrario, provenía de una familia  judía sefardí de procedencia italiana. De hecho, él y sus hermanos fueron la primera generación de cristianos en su familia. Su padre los bautizó en el rito Anglicano a la edad de trece años. Para Disraeli, su oponente era “una extraordinaria mezcla de envidia, revanchismo, hipocresía y superstición”. Gladstone, que consideraba a su rival como la encarnación de Mefistófeles, acusó al Partido Conservador de degradación moral atribuyendo a su líder la responsabilidad. Infligió a Disraeli una sonora derrota parlamentaria siendo éste Ministro de Hacienda.

Si bien es cierto que Gladstone está enterrado en Westminster, junto a los grandes hombres de Inglaterra, también lo es que Disraeli consiguió la distinción de Conde de Beaconsfield o Lord Beaconsfield, siendo el único Primer Ministro en conseguir un título nobiliario en vida, y es que el hombre gozaba de la enorme simpatía de la Reina Victoria que siempre mostró por él su preferencia al tiempo que la hostilidad a su oponente. El afecto real se debía tanto a razones personales como políticas: Disraeli seguía el que parece ser el mantra de los conservadores en los siglos XIX y XX de interés por la política exterior imperial por encima de los asuntos internos, lo que parecía satisfacer a la Reina.

Disraeli tenía modales de dandi, gustos caros, estupendas contactos sociales (Rotschild o Napoleón III, que le adoraba por su gentileza y cultura) y una gran habilidad para acumular deudas. Afortunadamente, sus poderosos amigos le salvaron en alguna ocasión del acecho de los acreedores y la acción de la justicia… hasta que llegó al matrimonio. En 1939 se casó con Mary Ann Whyndham, doce años mayor que él, viuda y con una renta mensual de cuatro mil libras (una verdadera fortuna en la época) con lo que los problemas económicos estaban acabados y el hombre se pudo dedicar de lleno a la política y a la escritura, ya que además de su actividad política fue un novelista de cierto éxito (Vivian Grey, Sybil, Lothair…)

Como era previsible por razones de edad, Mary Ann murió antes que él dejándole viudo, lo que afectó profundamente al político, que había acompañado devotamente a su esposa durante los cuatro años de su enfermedad. Comoquiera que la Reina Victoria también quedara viuda de su querido Príncipe Alberto, a quien adoraba, la circunstancia hizo que la dos almas se unieran todavía más. Lo cierto es que la Reina y el político se convirtieron en queridos amigos y protagonizaban largas charlas, paseos por los jardines de palacio, intercambio de flores y piropos… Lytton Stratchey y André Maurois, biógrafos de la reina y el político han llegado a insinuar que la relación, tras la viudedad de ambos, trascendió la mera relación de amistad.

La Reina Victoria no asistió al entierro de Disraeli. Se encontraba en la isla de Wight. Además, no se lo permitía el protocolo real. Ningún monarca asistió jamás a las exequias de un Primer Ministro hasta que la Reina Isabel rompiera la tradición acudiendo al funeral de Churchill. Visitó la tumba de su amigo, eso sí, unos días después y ordenó una placa con la inscripción “A la querida y honrada memoria de Benjamin, conde de Beaconsfield, este monumento es dedicado por su agradecida soberana y amiga Victoria R.I.” La inscripción incluye las enigmáticas palabras bíblicas: “Los Reyes aman a quien habla con acierto”. “Kings love him that speaketh right” 

Como español, no he dejado de establecer paralelismos con nuestra historia y pienso en Emilio Castelar (1832-1899), Presidente de la República Española y también novelista (como Disraeli) y sus duelos parlamentarios con Cánovas (1828-1897). Claro, que el contexto político del país era diferente: aquí, además de los problemas “imperiales”, es decir –de Cuba y Filipinas, que es lo único que quedaba-, teníamos las guerras carlistas y al general Pavía entrando en el Congreso de los Diputados; después, el pronunciamiento de Martínez Campos, que trajo de nuevo la monarquía… En fin, ruido de sables.








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