GLADSTONE Y
DISRAELI/ CASTELAR Y CÁNOVAS
Quizás ninguna
otra ciudad en el mundo tenga una oferta museística igual a la de Londres, con
lo que las posibilidades son múltiples y variadas. Ahora bien, para los amantes
de la historia de la Gran Bretaña –y aquí incluyo las artes y las letras-, nada
como la National Portrait Gallery para pasar una estupenda jornada poniendo
cara a todos aquellos que forjaron un gran país.
La “Portrait”
–como se la llama- está a la espalda de la mastodóntica National Gallery, en
Trafalgar y tiene la entrada por St. Martin’s Pl, en un lateral. El museo, como
su nombre indica, exhibe retratos y en él están todos –o casi- los que han sido
en la historia del Reino Unido, obviamente en retrato al óleo, pero también en
pastel, acuarela o incluso fotografía para los más modernos. Allí podemos
conocer de cerca a la realeza (Enrique
VIII o Isabel I, entre otros), científicos como Darwin o Fleming, escritores
como Shakespeare, Charles Dickens, Sir Walter Scott, Kipling, Robert L.
Stevenson, Joyce y Lord Byron, exploradores y aventureros como Shackleton o
Cook, arquitectos como Sir Christofer Wren, artistas como Hogart, Fracis Bacon,
David Hockney o Lucian Freud, ciudadanos
británicos significados por otras razones como Florence Nightingale y, por
supuesto, políticos. Entre estos sobresale ¿cómo no? el retrato de Churchill o
el del Primer Ministro laborista Harold Wilson con su cara envuelta en volutas
de humo e iluminada por el ascua de su pipa.
Ocupando toda
una pared de una de las salas salas más prominentes, dos retratos de gran
tamaño, elaborados por John Everet Millais de manera ortodoxa, realista,
academicista, de dos primeros ministros del Reino Unido de la época victoriana
y que representan la cúspide de la rivalidad y el virtuosismo parlamentario :
Gladstone y Disraeli
William Gladstone Benjamin Disraeli
Allí, en la
misma pared, frente a frente, a perpetuidad, están las dos figuras dominantes
de la política del imperio en la época victoriana. Uno, William Gladstone
(1809-1899) fue Primer Ministro en cuatro ocasiones entre 1868 y 1894 y
Ministro de Su Majestad o líder de la oposición el resto del tiempo. El otro, Benjamín
Disraeli (1804-1881) fue dos veces Primer Ministro, tres veces Ministro de
Hacienda (Chancellor of the Exchequer) y líder de la oposición en las épocas en
que gobernaba su oponente. Ambos provenían del Partido Conservador (Tory), pero
Gladstone se pasó al Partido Liberal (Whig) convirtiéndose en su líder y
ejerciendo en la práctica la alternancia en el poder propia del sistema
bipartidista británico que aún perdura, aunque en el siglo XX fuera el Partido Laborista
el que se encargara de materializar el relevo con los conservadores.
Aparte de sus
orígenes conservadores nada más compartían dos personajes rivales dispares que
no se tenían ninguna simpatía. Gladstone era torrencial, elocuente, evangélico,
vehemente y predicador como orador. Disraeli era urbano, ocurrente, chispeante,
culto y con un punto cautivador y cínico en su discurso.
Gladstone
pertenecía a la clase media-alta y provenía de Eton y Oxford. Era por tanto un
producto típico del “establishment”. Disraeli, por el contrario, provenía de
una familia judía sefardí de procedencia
italiana. De hecho, él y sus hermanos fueron la primera generación de
cristianos en su familia. Su padre los bautizó en el rito Anglicano a la edad
de trece años. Para Disraeli, su oponente era “una extraordinaria mezcla de
envidia, revanchismo, hipocresía y superstición”. Gladstone, que consideraba a
su rival como la encarnación de Mefistófeles, acusó al Partido Conservador de
degradación moral atribuyendo a su líder la responsabilidad. Infligió a
Disraeli una sonora derrota parlamentaria siendo éste Ministro de Hacienda.
Si bien es
cierto que Gladstone está enterrado en Westminster, junto a los grandes hombres
de Inglaterra, también lo es que Disraeli consiguió la distinción de Conde de
Beaconsfield o Lord Beaconsfield, siendo el único Primer Ministro en conseguir
un título nobiliario en vida, y es que el hombre gozaba de la enorme simpatía
de la Reina Victoria que siempre mostró por él su preferencia al tiempo que la
hostilidad a su oponente. El afecto real se debía tanto a razones personales
como políticas: Disraeli seguía el que parece ser el mantra de los
conservadores en los siglos XIX y XX de interés por la política exterior
imperial por encima de los asuntos internos, lo que parecía satisfacer a la
Reina.
Disraeli tenía
modales de dandi, gustos caros, estupendas contactos sociales (Rotschild o
Napoleón III, que le adoraba por su gentileza y cultura) y una gran habilidad
para acumular deudas. Afortunadamente, sus poderosos amigos le salvaron en alguna
ocasión del acecho de los acreedores y la acción de la justicia… hasta que
llegó al matrimonio. En 1939 se casó con Mary Ann Whyndham, doce años mayor que
él, viuda y con una renta mensual de cuatro mil libras (una verdadera fortuna
en la época) con lo que los problemas económicos estaban acabados y el hombre
se pudo dedicar de lleno a la política y a la escritura, ya que además de su
actividad política fue un novelista de cierto éxito (Vivian Grey, Sybil,
Lothair…)
Como era previsible
por razones de edad, Mary Ann murió antes que él dejándole viudo, lo que afectó
profundamente al político, que había acompañado devotamente a su esposa durante
los cuatro años de su enfermedad. Comoquiera que la Reina Victoria también
quedara viuda de su querido Príncipe Alberto, a quien adoraba, la circunstancia
hizo que la dos almas se unieran todavía más. Lo cierto es que la Reina y el
político se convirtieron en queridos amigos y protagonizaban largas charlas,
paseos por los jardines de palacio, intercambio de flores y piropos… Lytton
Stratchey y André Maurois, biógrafos de la reina y el político han llegado a
insinuar que la relación, tras la viudedad de ambos, trascendió la mera
relación de amistad.
La Reina
Victoria no asistió al entierro de Disraeli. Se encontraba en la isla de Wight.
Además, no se lo permitía el protocolo real. Ningún monarca asistió jamás a las
exequias de un Primer Ministro hasta que la Reina Isabel rompiera la tradición
acudiendo al funeral de Churchill. Visitó la tumba de su amigo, eso sí, unos
días después y ordenó una placa con la inscripción “A la querida y honrada memoria de Benjamin, conde de Beaconsfield,
este monumento es dedicado por su agradecida soberana y amiga Victoria R.I.”
La inscripción incluye las enigmáticas palabras bíblicas: “Los Reyes aman a quien habla con acierto”. “Kings love him that
speaketh right”
Como español,
no he dejado de establecer paralelismos con nuestra historia y pienso en Emilio
Castelar (1832-1899), Presidente de la República Española y también novelista (como
Disraeli) y sus duelos parlamentarios con Cánovas (1828-1897). Claro, que el contexto
político del país era diferente: aquí, además de los problemas “imperiales”, es
decir –de Cuba y Filipinas, que es lo único que quedaba-, teníamos las guerras
carlistas y al general Pavía entrando en el Congreso de los Diputados; después,
el pronunciamiento de Martínez Campos, que trajo de nuevo la monarquía… En fin,
ruido de sables.
Román Rubio
Marzo 2015
Marzo 2015
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