miércoles, 8 de abril de 2015

YAHVÉH Y LA IMPOSTURA

YAHVÉH Y LA IMPOSTURA

Abraham es el primer elegido de Dios, a quien corresponde con gran fe: Isaac, el heredero de la promesa hecha a su padre; Jacob, el fundador de las doce tribus de Israel; José, el que lidera al pueblo mientras se multiplica en Egipto, y todos ellos, los llamados Patriarcas de Israel, que nos ofrecen algunas anécdotas, cuando menos, curiosas.


Abraham, ya en su vejez, es requerido por Yahvéh a sacrificar a su único y querido hijo –Isaac- en holocausto. Cuando el padre se disponía a ejecutar el terrible y caprichoso mandato, un ángel impidió el desaguisado, habiendo Abraham probado su fe inquebrantable. 








Sacrificio de Isaac,  por Caravaggio

Con anterioridad al episodio, Abraham había emigrado a Egipto huyendo del hambre que había en la tierra del Néguev. Antes de entrar al nuevo país, dijo a Saray, su mujer: “Mira, que eres mujer de hermoso aspecto. Cuando te vean los egipcios te querrán para sí, y para poder poseerte me matarán a mí. Di, pues que eres mi hermana y de ese modo podré salvar la vida”. La mujer, tal como había previsto el Patriarca fue identificada como belleza por unos soldados y llevada a palacio. El  Faraón la tomó y trató bien a Abraham creyendo que era su hermano y éste tuvo “…ganado mayor y menor, asnos, siervos y siervas, asnas y camellos”. En fin, que como personaje del Génesis (el Origen) que es, se trata del primer hombre documentado que vivió a costa de su mujer. No siendo el arreglo del agrado de Yahvéh, hirió al faraón y su casa con grandes plagas –no confundir con las que asolaron el país tras los sueños de José y que generaron el éxodo-  como represalia. El faraón, finalmente, descubriendo la treta, devolvió Saray a su marido con un “tómala y vete” y les conminó a marchar de Egipto pudiendo llevarse los bienes y probablemente lamentando la tendencia de los israelitas ,y su Dios, a traer horribles plagas consigo.







Saray y el Faraón

De vuelta al Négueb Abraham se estableció en Guerar en dónde continuó contando la misma historia, haciendo pasar a Saray por hermana. Abimélek, rey de Guerar, atraído por la belleza de la mujer –créanlo o no- envió a tomarla para él. Antes de consumar el contrato, ante la aquiescencia de Abraham, Abinélek, en sueños, recibió la visita de Dios advirtiéndole del pecado que iba a cometer (él, no Abraham) de modo que no se llevó a cabo el ayuntamiento.

Saray era bella y también estéril, de modo que Abraham tomó a la egipcia Agar, sierva que le había sido ofrecida por su propia mujer y tuvo un hijo: Ismael; pero tras el episodio, Yahvéh conferenció de nuevo con el Patriarca prometiéndole descendencia de Saray (rebautizada Sara, a partir de ese mismo momento). La idea parecióle descabellada a nuestro hombre, puesto que Saray (Sara) tenía ya noventa años (en la peculiar cuenta del AT) y él mismo pasaba de los cien, pero no habiendo obstáculos mayores en la voluntad divina, Sara alumbró a un hijo: Isaac.
Abimélek descubre el juego de Isaac y Rebeca

Hubo hambre en aquella tierra e Isaac, casado con la también bella Rebeca, se instaló, a indicación divina, de nuevo en Guerar y para evitar morir a causa de ella no se le ocurrió otra cosa que decir que… era su hermana. Abimélek, de nuevo, el rey de los filisteos, ¿quién si no?, un día, asomado a la ventana vio como Isaac acariciaba a Rebeca y descubrió el pastel. ¿Por qué, pues, dijiste: es mi hermana? -inquirió el Rey. Porque me dije: “no vaya a morir a causa de ella”…respondió el judío. En fin, que se repitió la historia, en la que de un modo u otro siempre aparecen involucrados: el taimado israelita, la bella mujer que pasa por 
hermana y el rey, ya sea de los egipcios o –por dos veces- de los filisteos, cuya mayor desgracia parece ser la de la vecindad con los judíos, con quienes no pudieron, ni con Goliat en sus filas.

Rebeca era de armas tomar. Dio a luz a dos gemelos: Esaú y Jacob. Esaú, el primogénito salió primero, pelirrojo y velludo como una pelliza. Jacob salió después, agarrado al talón del primero. Esaú, que devino en hombre fuerte, de campo y cazador, se convirtió en el favorito del padre. Jacob, tranquilo y casero era el favorito de la madre. Esaú, hambriento tras un día de caza, había vendido la primogenitura a su hermano a cambio de un guiso de lentejas, pero la puntilla a sus derechos familiares le vino tras una treta urdida por su madre, Rebeca
Jacob examina a su hijo


Isaac, ciego, y sintiéndose en el final de sus días llamó a Esaú, su primogénito y favorito, y le envió a cazar una pieza que tenía que guisar al gusto del padre para después, tras haber comido, darle la bendición paterna. Rebeca, que había oído el encargo, llamó a Jacob, su favorito, le vistió con la ropa del hermano y le mandó traer dos cabritos que sacrificaron y los guisó a gusto del patriarca. Con las pieles recubrió las manos y rostro del joven para que resultara velludo al tacto y le mandó presentar el guiso al padre. Comió éste, y tras hacerlo se dispuso a bendecir al hijo. Para hacerlo, se tenía que cerciorar de que era de verdad Esaú, para lo cual palpó las manos y rostro del hijo al tiempo que olía sus ropas. Al notar la piel velluda cayó en el engaño y lo bendijo:

¡Que Dios te dé, pues, el rocío del cielo / y la fertilidad de la tierra; / abundancia de trigo y de mosto! / Sírvante los pueblos, / póstrense ante ti las naciones. / sé señor de tus hermanos, / inclínense ante ti los hijos de tu madre…

Al llegar Esaú con la caza y descubrir el engaño imploró al padre por su bendición, pero al parecer éste ya había gastado todos los cartuchos de bienaventuranza y para el pobre Esaú (su favorito) no quedó más que:

Lejos de la fertilidad de la tierra será tu morada / y lejos del rocío que cae de los cielos. / Vivirás de tu espada / y a tu hermano servirás…

Y así fue; por los siglos de los siglos. Y es que, para Yahvéh, todo vale, mientras haya por allí un corderillo que sacrificar. A Yahvéh, no parece importunarle la impostura.

Román Rubio

Abril 2015




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