YAHVÉH Y LA IMPOSTURA
Abraham es el primer elegido de Dios, a quien
corresponde con gran fe: Isaac, el heredero de la promesa hecha a su padre;
Jacob, el fundador de las doce tribus de Israel; José, el que lidera al pueblo
mientras se multiplica en Egipto, y todos ellos, los llamados Patriarcas de
Israel, que nos ofrecen algunas anécdotas, cuando menos, curiosas.
Abraham, ya en su vejez, es requerido por Yahvéh a
sacrificar a su único y querido hijo –Isaac- en holocausto. Cuando el padre se
disponía a ejecutar el terrible y caprichoso mandato, un ángel impidió el
desaguisado, habiendo Abraham probado su fe inquebrantable.
Sacrificio de Isaac, por Caravaggio
Con anterioridad al episodio, Abraham había emigrado
a Egipto huyendo del hambre que había en la tierra del Néguev. Antes de entrar
al nuevo país, dijo a Saray, su mujer: “Mira,
que eres mujer de hermoso aspecto. Cuando te vean los egipcios te querrán para
sí, y para poder poseerte me matarán a mí. Di, pues que eres mi hermana y de
ese modo podré salvar la vida”. La mujer, tal como había previsto el
Patriarca fue identificada como belleza por unos soldados y llevada a palacio.
El Faraón la tomó y trató bien a Abraham
creyendo que era su hermano y éste tuvo “…ganado
mayor y menor, asnos, siervos y siervas, asnas y camellos”. En fin, que
como personaje del Génesis (el Origen) que es, se trata del primer hombre
documentado que vivió a costa de su mujer. No siendo el arreglo del agrado de
Yahvéh, hirió al faraón y su casa con grandes plagas –no confundir con las que
asolaron el país tras los sueños de José y que generaron el éxodo- como represalia. El faraón, finalmente, descubriendo
la treta, devolvió Saray a su marido con un “tómala y vete” y les conminó a
marchar de Egipto pudiendo llevarse los bienes y probablemente lamentando la
tendencia de los israelitas ,y su Dios, a traer horribles plagas consigo.
Saray y el Faraón
De vuelta al Négueb Abraham se estableció en Guerar
en dónde continuó contando la misma historia, haciendo pasar a Saray por
hermana. Abimélek, rey de Guerar, atraído por la belleza de la mujer –créanlo o
no- envió a tomarla para él. Antes de consumar el contrato, ante la
aquiescencia de Abraham, Abinélek, en sueños, recibió la visita de Dios
advirtiéndole del pecado que iba a cometer (él, no Abraham) de modo que no se
llevó a cabo el ayuntamiento.
Saray era bella y también estéril, de modo que
Abraham tomó a la egipcia Agar, sierva que le había sido ofrecida por su propia
mujer y tuvo un hijo: Ismael; pero tras el episodio, Yahvéh conferenció de nuevo
con el Patriarca prometiéndole descendencia de Saray (rebautizada Sara, a
partir de ese mismo momento). La idea parecióle descabellada a nuestro hombre,
puesto que Saray (Sara) tenía ya noventa años (en la peculiar cuenta del AT) y
él mismo pasaba de los cien, pero no habiendo obstáculos mayores en la voluntad
divina, Sara alumbró a un hijo: Isaac.
Hubo hambre en aquella tierra e Isaac, casado con la
también bella Rebeca, se instaló, a indicación divina, de nuevo en Guerar y
para evitar morir a causa de ella no se le ocurrió otra cosa que decir que… era
su hermana. Abimélek, de nuevo, el rey de los filisteos, ¿quién si no?, un día,
asomado a la ventana vio como Isaac acariciaba a Rebeca y descubrió el pastel.
¿Por qué, pues, dijiste: es mi hermana? -inquirió el Rey. Porque me dije: “no
vaya a morir a causa de ella”…respondió el judío. En fin, que se repitió la
historia, en la que de un modo u otro siempre aparecen involucrados: el taimado
israelita, la bella mujer que pasa por
hermana y el rey, ya sea de los egipcios o –por dos veces- de los filisteos, cuya mayor desgracia parece ser la de la vecindad con los judíos, con quienes no pudieron, ni con Goliat en sus filas.
hermana y el rey, ya sea de los egipcios o –por dos veces- de los filisteos, cuya mayor desgracia parece ser la de la vecindad con los judíos, con quienes no pudieron, ni con Goliat en sus filas.
Rebeca era de armas tomar. Dio a luz a dos gemelos:
Esaú y Jacob. Esaú, el primogénito salió primero, pelirrojo y velludo como una
pelliza. Jacob salió después, agarrado al talón del primero. Esaú, que devino
en hombre fuerte, de campo y cazador, se convirtió en el favorito del padre.
Jacob, tranquilo y casero era el favorito de la madre. Esaú, hambriento tras un
día de caza, había vendido la primogenitura a su hermano a cambio de un guiso
de lentejas, pero la puntilla a sus derechos familiares le vino tras una treta
urdida por su madre, Rebeca
Isaac, ciego, y sintiéndose en el final de sus días
llamó a Esaú, su primogénito y favorito, y le envió a cazar una pieza que tenía
que guisar al gusto del padre para después, tras haber comido, darle la
bendición paterna. Rebeca, que había oído el encargo, llamó a Jacob, su
favorito, le vistió con la ropa del hermano y le mandó traer dos cabritos que
sacrificaron y los guisó a gusto del patriarca. Con las pieles recubrió las
manos y rostro del joven para que resultara velludo al tacto y le mandó
presentar el guiso al padre. Comió éste, y tras hacerlo se dispuso a bendecir
al hijo. Para hacerlo, se tenía que cerciorar de que era de verdad Esaú, para
lo cual palpó las manos y rostro del hijo al tiempo que olía sus ropas. Al
notar la piel velluda cayó en el engaño y lo bendijo:
¡Que Dios te dé, pues, el
rocío del cielo / y la fertilidad de la tierra; / abundancia de trigo y de
mosto! / Sírvante los pueblos, / póstrense ante ti las naciones. / sé señor de
tus hermanos, / inclínense ante ti los hijos de tu madre…
Al llegar Esaú con la caza y descubrir el engaño
imploró al padre por su bendición, pero al parecer éste ya había gastado todos
los cartuchos de bienaventuranza y para el pobre Esaú (su favorito) no quedó
más que:
Lejos de la fertilidad de
la tierra será tu morada / y lejos del rocío que cae de los cielos. / Vivirás
de tu espada / y a tu hermano servirás…
Y así fue; por los siglos de los siglos. Y es que,
para Yahvéh, todo vale, mientras haya por allí un corderillo que sacrificar. A Yahvéh, no parece importunarle la impostura.
Román Rubio
Abril 2015
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