EL REY HA MUERTO (EN EL EXILIO). ¡VIVA EL REY!
Juan Carlos ha salido de España para no enturbiar
con sus fechorías (de bolsa y bragueta) las perspectivas de la monarquía. Lo de
la bragueta era de sobra conocido, nada raro dados los precedentes familiares,
y lo de la bolsa era previsible dada la historia de los de su profesión —al
parecer de alto riesgo, en este país—, ya que la mitad de los que le
precedieron tuvieron que vivir sus últimos días en el exilio. Si descontamos a
los que vivieron sus últimos días inhabilitados por la locura y a su bisabuelo
Alfonso XII —que no tuvo tiempo ni de que lo tiraran, ya que murió de
tuberculosis a los 27 años— vemos que las posibilidades de reinar plácidamente
hasta el final de los días como ocurre en otros sitios es un sueño inalcanzable
para la realeza española. Desde 1700 en que comienza la dinastía borbónica,
solo Carlos III, el Mejor Alcalde de
Madrid, y Fernando VII, el Rey Felón,
lograron llegar a morir reinando, aunque el segundo tuviera que dejar el trono
de España unos años a Pepe Botella por designio de Napoleón.
Veamos:
Felipe
V
(1700-1746), Duque de Anjou y primer Borbón, murió en El Pardo en situación
lamentable:
“... se había empeñado
en llevar siempre una camisa usada antes por la reina, porque temía que le
envenenasen con una camisa; otras veces prescindía de esa prenda y andaba
desnudo ante extraños; se pasaba días enteros en la cama en medio de la mayor
suciedad, hacía muecas y se mordía a sí mismo, cantaba y gritaba
desaforadamente, alguna vez pegó a la reina, con la cual se peleaba a voces y
repitió tanto sus intentos de escaparse que fue preciso poner guardias en su
puerta para evitarlo.”
Fernando
VI
(1746-1759). Hijo del anterior, en sus últimos momentos mostraba los siguientes
síntomas:
Durante ese tiempo se
mostró agresivo —«tiene unos impulsos muy grandes de morder a todo el mundo»,
escribió el infante Luis a su madre Isabel de Farnesio— y para calmarlo le suministraban opio; intentó suicidarse en varias ocasiones y
pidió veneno a los médicos o armas de fuego a los miembros de la guardia real;
bailaba y corría en ropa interior, jugaba a fingir que estaba muerto o,
envuelto en una sábana, a que era un fantasma. Cada día estaba más delgado y
pálido, lo que se unía a la dejadez en su aseo personal. No dormía en la cama
sino sobre dos sillas y un taburete.
Carlos
III
(1716-1788)
El Mejor
Alcalde de Madrid y quizá el mejor rey. Aún así, temeroso de caer en la
demencia de sus antepasados se imponía una rutina de trabajo y ejercicio (caza)
tan rigurosa que le daba la reputación de ser el rey más aburrido de Europa.
Carlos
IV
(1788-1808), el Cazador. Murió en el exilio, de la pensión que le pasaba
su hijo Fernando VII, que había contribuido de manera notoria a su
derrocamiento.
José
I
(1808-1813), José Bonaparte (Pepe Botella).
Marchó al exilio tras la derrota de
las tropas napoleónicas.
Fernando
VII
(1806-1808), (1824-1833), el Deseado, el
rey Felón. El peor Rey de España. Acabó su reinado en el trono para
desgracia de sus contemporáneos.
Isabel
II
(1853-1868), la Reina Castiza. De
promiscuidad conocida. Casada con un primo por las dos partes, el infante
Francisco de Asís de Borbón (posiblemente homosexual) dio a luz en doce
ocasiones, aunque algunos vástagos no sobrevivieron.
Pasó en el
exilio francés sus últimos días acogida por la corte de Napoleón III y
Eugenia de Montijo.
Amadeo
I
(1870-1873), Amadeo de Saboya. Exiliado en Turín tras renunciar a la
Corona Española. En su escrito de renuncia incluye el siguiente párrafo:
Dos largos años ha que ciño la Corona de
España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era
de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los
enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como
sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada,
con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son
españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan
por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y
contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas
manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la
verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he
buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado.
Alfonso
XII
(1874-1855), el Pacificador, murió a
los 27 años de tuberculosis. Conocido por el sobrenombre de el Puigmontejo (por ser presumiblemente
hijo del capitán de artillería y aristócrata de Onteniente, Enrique Puigmoltó i
Mayans) no tuvo tiempo el pobre ni de enloquecer ni de salir al exilio.
Alfonso
XIII
(1886-1931), el Africano, abuelo de
Juan Carlos I, tuvo siete hijos en el matrimonio y cinco extramatrimoniales
(que se sepa). Alentó la Dictadura de Primo de Rivera y salió al exilio mientras se proclamaba la II
República.
Con estos antecedentes históricos y familiares, ¿aún
hay quién se muestra sorprendido por lo que está pasando? ¿Y quién, con estos
precedentes, no se habría dejado un pellizquito fuera for a rainy day?
Román Rubio
Agosto 2020