lunes, 29 de abril de 2019

FACHAS Y FASCISTAS


FACHAS Y FASCISTAS




Lo malo que tiene el uso excesivo de las cosas es que se desgastan. Pasa con los neumáticos de los coches y con las palabras. Algunas están tan desgastadas que dejan de significar gran cosa. Como “fascista”, “nazi” y la versión amable de ir por casa “facha”. Ya saben a qué me refiero: ¿Que el vecino de la puerta cuatro pone un letrero en el ascensor previniendo a los vecinos de tirar colillas en el rellano? Es un facha, el tío. ¿Que el director del instituto retira el papel higiénico de los váteres harto de que acaben los rollos dentro de la taza a los cinco minutos? Porque es un nazi. O un fascista.
Desde hoy tenemos un nuevo actor en la política española al que muchos llaman “facha”. Bien, admitamos el término coloquial. Pogresistas y rojos, ciertamente, no son, pero ¿fascistas o nazis? Para llamar a alguien fascista debe ser, en primer lugar, fascista y deberían al menos participar de su ideología, de:

Exaltación de la patria: Está claro que los nuevos actores son agitadores de banderas, criaturas de parranda y montería, devotos de Ronaldo (mayormente) y de María, de espíritu ramplón y de alma roma, pero ¿acaso se puede llamar fascistas a todos los mediocres agitadores del espantajo de la Patria? Ni los americanos que cantan el himno con la mano en el pecho ni Stalin ni Mao lo son.

Exaltación de la raza: Vale, también es un rasgo fascista, pero no exclusivo de ellos. Los franceses inventaron la palabra chauvinismo. Y los ingleses siempre han pensado que la pausa del té en medio de un partido de críquet es la máxima expresión de la civilización. Franco (este sí, un fascista rarillo —por católico—) intentó convencernos de que existía una raza española y que esta era superior a las vecinas, sin precisar muy bien cuales eran, cosa que todo el mundo se tomaba a pitorreo al comprobar que los holandeses, los suecos y los alemanes eran mucho más altos y tenían mejores coches y Torra, en unos ejercicios espirituales en Montserrat, recibió la revelación de que el catalán es un ser puro mientras el español ¿quién será ese?, es algo así como “una bestia carroñera”, lo que todo el mundo ve como un arrebato de infantil pataleo más que una convicción sincera de superioridad étnica.

Lo que define a un fascista, además del amor exacerbado a la patria y la primacía étnica no es su devoción a los toros y a las procesiones, que también, sino algo más peligroso:

El fascismo manifiesta un culto ciego a la autoridad, disciplina y obediencia, de ahí la relevancia del líder, Caudillo, Führer o Duce y rechaza el diálogo y la democracia, lo que ve como signos de debilidad. El fascismo es enemigo irreconciliable del comunismo y su carácter igualitario, aunque tenga un componente social innegable y es, por lo general (y quitando la versión nacionalcatolicista española), laico. Tiene una disposición revolucionaria y tiene en la disciplina y el ejercicio de la violencia sus rasgos característicos.

Por tanto, hablemos con propiedad: tradicionalistas y carcas, quizá; pero fascistas no los veo. Y los españoles de cierta edad sabemos mucho de eso. Hemos visto mucho correaje y mucho Cara al sol con la mano alzada para confundir las cosas.

En cuanto a lo de “extrema derecha”, no sé. Si le quieren llamar así, pues vale, pero cuidado, que cuando vengan los del correaje y la pistola al cinto soltando mamporros no sé cómo les van a llamar: ¿extremísima derecha? Es lo que tiene usar tanto los adjetivos. Que se desgastan.

Román Rubio
Abril 2019


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viernes, 19 de abril de 2019

LO QUE QUEREMOS OÍR


LO QUE QUEREMOS OÍR


Acabo de ver la película pro-Brexit The Uncivil War, de Toby Haynes, una defensa a ultranza de la salida del Reino Unido de la Unión Europea calificada por muchos como una gran mentira propagandística. Para algunos es “la verdad” y para otros un cínico y elaborado ejercicio de propaganda, un bulo. O como dicen ahora Fake News”; (por cierto, alguien tendría que advertir a algunos políticos, periodistas y otros apóstoles de la modernidad que el sustantivo News (noticias, en inglés) solo existe en plural y que decir una “fake new”, como creo que dijo un tal Albert, de Ciudadanos, es no solo pretencioso, sino, también, incorrecto). He visto, también vídeos de Channel 4 subidos a Facebook por amigos británicos que exponen las burdas patrañas que se difundieron por las redes para apoyar el voto de salida de la UE. En uno, un tipo sale con su pequeño barco de Dover para demostrar lo fácil que era escamotear inmigrantes dentro del Reino Unido desde la costa francesa. Los documentalistas demostraron que ni el barco había recogido a nadie en Francia (se desplazó de Dover a Folkestone) ni los supuestos inmigrantes eran tales sino (como dijo el mismo armador) “normal chaps” semiocultos con capuchas con la excusa de no ser reconocidos. En otro vídeo, unas chicas eran asaltadas sexualmente en un callejón de Londres por supuestos inmigrantes que, por las ropas y capuchas, resultaron parecerse mucho a los supuestos “inmigrantes ilegales”. La burda propaganda de siempre. Nada nuevo bajo el sol.

Conozco a mucha gente convencida de que el Brexit ganó el referéndum porque a la gente se la engañó, pero no es así. Eso es faltar el respeto a la inteligencia de las personas. Aquí nadie engaña a nadie. Ni Boris Johnson, ni Trump, ni Abascal, ni Bolsonaro, ni Puigdemont ni Borrell. Ni siquiera Putin o Borgoglio. Solo exponen sus argumentos y ocultan los contrarios.

 ¿Y los demás? ¿Los conocidos como el común de los mortales? Los demás estamos esperando que nos cuenten lo que queremos oír. Y lo compramos con mucho gusto.  


Román Rubio
Abril 2019

lunes, 15 de abril de 2019

CAPERUCITA


CAPERUCITA




Viene a cuento de la retirada de algunas libros infantiles de cierta escuela de Barcelona en la que los padres, los profesores, el AMPA o quienquiera que se cree en la posesión de la llave de la verdad y de la moral ha decidido quitar de la biblioteca infantil los cuentos que como Caperucita, Hansel y Gretel o Las siete cabritillas vienen a desafiar la blanca moral de las puras avecillas del siglo XXI, solidarias, pacifistas y feministas que ven en el caduco patriarcado el germen de la violencia, la crueldad el sometimiento del débil y todos los otros males que nos aquejan.

Es lo que tienen los clásicos. El astuto lobo (nunca la loba, que necesita la carne para producir leche y amamantar a sus lobeznos) se come a la abuelita, a Caperucita, a las cabritas y a los cerditos (¿o era a las cerditas?). Otelo fue un maltratador asesino arrastrado por los celos, Macbeth otro asesino atormentado inducido al crimen por unas brujas lamentables y por una pérfida y ambiciosa esposa y Don Quijote un estúpido violento que se lanzó al monte a pesar del consejo y buen juicio de su sobrina y su ama. Además, le dio por tratar a Dulcinea con un paternalismo inaceptable y rancio, nada en consonancia con lo que debía ser el trato a una mujer libre y dueña de su destino.

Los guardianes de la moral parece que son incapaces de entender que ni los niños ni los adultos, de esta o de ninguna otra época, son tan estúpidos como para confundir la ficción con la realidad (solo ellos se creen con el don del discernimiento) y deben ser protegidos de su propia estupidez. Las personas normales, en cambio, tendemos a ver los cuentos como lo que son: cuentos; y no conozco a ningún niño que se crea que el lobo espolvoreado de harina pase por una oveja o se confunda con la abuelita por el hecho de llevar cofia. Como no consta que Agatha Christie fuera por ahí matando a personas, ni en el Nilo ni en cualquier otro lugar.

De todas las interpretaciones sobre Caperucita hay una que propone Nora Catelli, profesora de la Universidad de Barcelona y premio Anagrama de ensayo en El País del domingo que se aparta de una versión paternalista para apuntar otra todavía más estrafalaria:

“Una madre y su hija viven solas en el linde de un bosque. Del otro lado del bosque vive la abuela. Tres mujeres: tres edades. La madre fértil, la niña que se convertirá en fértil. A pesar de conocer los peligros del bosque, la madre fértil envía a la niña, al borde de la pubertad a llevar alimentos a la abuela. ¿Por qué la niña está ataviada con algo tan llamativo como una caperuza roja? Se ha interpretado en ocasiones que esa caperuza roja es una señal que atrae a los depredadores del bosque. Y lo es: es un clítoris en estado de turgencia. La madre ha intuido oscuramente que tendrá una rival y se desprende de ella. La entrega a la abuela, que no puede ser rival…”

¿Caperucita un clítoris andante? ¿Cómo puede haber alguien tan retorcido como para pergeñar tan extravagante disparate? ¡Y la maldad ha dejado de ser, por una vez, paternalista para ser exclusivamente femenina! ¡Qué efecto tan desmesurado ha tenido el maestro Freud y sus complejos sobre algunos, amantes de explicaciones rebuscadas! No sé si será un dato relevante añadir que la escritora Nora Catelli es argentina de nacimiento.

Pero no solo los cuentos infantiles (y me temo que pronto también las obras maestras de la literatura y la pintura) son objeto de interpretaciones estrambóticas, acusadoras de paternalismo, no. Los trenes también.

En la Laponia finlandesa y escandinava habitan los samis, pueblo autóctono europeo, que viven de atender a sus rebaños de renos. Lógicamente están de uñas con el gobierno finlandés que les quiere hacer una vía férrea de alta velocidad que atraviesa su territorio. No quieren que les pase con sus rebaños como a los tractoristas de Cuenca, que tienen que hacer diez o quince kilómetros con el tractor hasta un paso elevado para labrar el medio majuelo que les ha caído a la otra parte de la vía del AVE. En Navarra, ciertos colectivos feministas se han puesto en contra de la construcción del TAV (tren de alta velocidad) en aquella región porque, según ellos, es una iniciativa paternalista. Y eso sí que no: los trenes pueden ser rápidos, lentos, cómodos, modernos, ruidosos y hasta caros e innecesarios… pero ni paternalistas ni homófobos ni machistas; de verdad. Me niego a creer que haya trenes paternalistas y a ver en la capucha de Caperucita a un clítoris paseando por el bosque. Por principios.

Román Rubio
Abril 2019

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viernes, 12 de abril de 2019

ISLAM


ISLAM




Acabo de llegar de viaje de un país musulmán y como siempre que voy por aquellos lugares me convenzo de que el islam es la más boyante de las religiones, al menos de las monoteístas. Es la que más crece en número de fieles año tras año ocupando cada vez más territorio. No hay más que ver las masas de hombres y mujeres de todas las edades y condición social que atienden a la oración de mediodía o de la tarde en las grandes mezquitas de Estambul, El Cairo o Tánger. Y el fervor con el que se conducen y que hace resaltar más la apatía y tibieza del mundo cristiano de grandes iglesias y catedrales, casi siempre vacías, visitadas casi exclusivamente por turistas. Si es cierto que, como dicen los padres de la iglesia, el materialismo imperante está alejando cada vez más al hombre de Dios, conduciendo a la humanidad a la deshumanización (sociedad sin valores), esto no ocurre en el mundo musulmán, o al menos a simple vista, a tenor de la cantidad de gente que llena las mezquitas y la devoción que manifiesta.

Mi condición de no creyente me hace mantenerme al margen de ciertos prejuicios y me permite reflexionar sobre el porqué de la, para mí evidente, popularidad hegemónica y éxito del islam:

-En el islam no hay jerarquías ni clero. El imán no es un clérigo, ni siquiera tiene que ser el más virtuoso de la comunidad. Es solo el mejor conocedor del Corán y más apto para repetir en lengua árabe los preceptos del libro y su cargo dura lo que dura la oración. Al menos en el mayoritario rito suní.
-Al no haber jerarquías ni clero no hay liturgia; o esta es tan sencilla que hasta un niño podría ejecutarla. Olvídense de advientos (época de los nabos), colores de las estolas y ceremonias complicadas. Se trata solo de recitar la palabra de Dios.
-No hay imaginería, lo que otorga a los espacios sagrados carácter de autenticidad. Lo sagrado es irreproducible, tanto en imaginería como en iconografía. Al despojar a Dios de atributos humanos se adapta mejor a su condición de omnisciencia, omnipresencia, justicia infinita y otros atributos sobrehumanos, al tiempo que aleja del abaratamiento emocional que suponen las dolorosas, nazarenos, y figuras menores del más allá (ángeles, demonios y santos) con que se adorna el cristianismo y que tanto trivializa el sentimiento religioso auténtico. Por no mencionar la feria de dioses, campanitas y ritos banales con que se muestran el hinduismo y el budismo (religiones estas no reveladas).
-Todo es seriedad, simplicidad y “autenticidad” en el islam. Sin ornamentos ni exageraciones. Se trata del Hombre (y la Mujer) en diálogo con Dios sin intermediación de estatuitas y campanillas de por medio. Todos mirando a un mismo punto, desde el norte, el sur, el este y el oeste, en comunión universal.
-La postura de la oración es un magnífico ejercicio de yoga o gimnasia aeróbica y postural. Pónganse en cuclillas y apoyen la frente y la nariz en tierra varias veces. Repítalo cinco veces al día al tiempo que repiten fórmulas tántricas de relajación muscular y respiratoria y sentirá los beneficios del particular yoga islámico. Aunque no crea en Alá ni entienda las fórmulas en árabe del Corán. La oración previene molestias en las rodillas (prácticamente desconocidas entre los practicantes musulmanes de cualquier edad), espalda y aparato digestivo, al tiempo que la afluencia de sangre en la cabeza y la repetición de consignas tántricas ejercen su efecto balsámico en los pensamientos.

Los cinco pilares del islam son:
1.  La declaración de fe. Alá es Alá. Moisés, Jesús y el mismo Mahoma son profetas.
2. La oración. Son obligatorias cinco oraciones diarias (al alba, a mediodía, a media tarde, al ocaso y en la noche). Se debe hacer a ser posible en la mezquita, descalzos y purificados por unas abluciones.
3. El zakat: el pudiente debe entregar el 2.5 de su ahorro anual para obras de misericordia. Se debe ayudar en primer lugar al hermano, al vecino, al pariente o al paisano necesitado, ensanchando el círculo lo que sea menester.
4. El ayuno. Es obligatorio ayunar durante el mes de Ramadán cada año. Supone la abstención de comer, beber y tener conocimiento carnal desde el alba hasta pasada la oración de la noche. El ayuno purifica el cuerpo, fortalece la voluntad y ayuda al creyente a conocer como se siente el necesitado.
5. La peregrinación a La Meca. Todo musulmán con capacidad física, mental y económica debe realizar esta peregrinación al menos una vez en la vida para rezar al unísono con millones de fieles de todas partes del mundo.


En cuanto al mensaje, poco les puedo decir; no entiendo el árabe, con lo que las misivas orales me resultan incomprensibles. Me he hecho con un Corán en castellano y leo algunos párrafos de vez en cuando. Si encuentro algo de interés se lo haré saber en este mismo blog, aunque les aviso: no esperen de mí a un converso.


Román Rubio
Abril 2019