viernes, 29 de julio de 2016

VIGILANTES DE LA PLAYA

VIGILANTES DE LA PLAYA
















Estoy en una edad en la que empiezo a tomar conciencia de que hay ya más camino recorrido que por recorrer  y lo mismo ocurre con muchos de mis amigos. La mayoría tienen formación universitaria y ejercen o han ejercido de profesionales: médicos, profesores, maestros economistas… a muchos de ellos les gusta el jazz, fueron de los Rolling en su juventud y muchos (pero no todos) son vaga o decididamente de izquierdas (de alguna de las 50 sombras). Ya ven: todo muy predecible. Son lectores pertinaces de periódicos y libros y a un número significativo de ellos les gusta la novela negra. Empezaron en los setenta a alternar lecturas de Dashiel Hammet, Raymond Chandler o Simenon  con los poliédricos  espías de Le Carré o Greene y continuaron en los ochenta y los noventa con Patricia Highsmith, Chester Himes, Ross McDonald, Eduardo Mendoza, Vázquez Montalbán… Después descubrieron a los nórdicos y siguieron leyendo historias de Henning Mankell o Camilla Lackbërg alternándolas con  ficciones de Fred Vargas y Philip Kerr o del bueno de Camilleri y Petros Márkaris para así curarse con el azul del Mediterráneo y los calamares fritos  de los empachos de arenques ahumados de los helados bosques de Scania. Nada como un buen asesinato, un buen  jazz y un vaso de vino para entretener a un buenazo de cierta edad y condición.
¿Cuántos cientos de asesinatos habrá digerido cada uno de mis buenos amigos, que no han tocado ni visto un arma desde que hicieron la mili, incapaces de matar una mosca –mucho menos ponerse delante de un toro- tras años de lecturas policíacas? ¿Sería razonable pensar que las lecturas llevaran a mi amigo Antonio, médico en un gran hospital y alivio de tantos males, a empuñar un arma y liquidar, mutilar  y escamotear el cuerpo de, digamos, su vecina Aurelita?

Muchos de nosotros crecimos con las historias guerreras de Hazañas Bélicas y el Capitán Trueno. También leíamos el TBO en el que aparecía Doña Urraca, una vieja maliciosa que se alegraba cuando llovía y ocurrían desgracias a la gente. La Familia Churumbel eran unos gitanos graciosísimos en la que todos (hasta el bebé) afanaban “de todo” y tenían la desgracia de que les había salido un hijo honrado y amante de la escuela. Pepón era un cuñado muy, pero que muy, holgazán y Agamenón, un paleto “igüalico, igüalico quel defunto de su aguelico”. Todos eran seres histriónicos, exagerados, cómicos en sus manías, inofensivos en su maldad o ignorancia; por una razón: porque eran seres de ficción, como Lady Macbeth, las Ninfas del Rhin o Sancho Panza, como Fumanchú o Cruella de Vil. Y todos eran políticamente incorrectos.
El mundo de Tintín era un mundo misógino de bichos raros: un reportero rarito, un marino borrachín, un científico autista y dos policías tontorrones formaban un grupo en el que el personaje femenino invitado -La Castafiore-, con sus estridentes gorgoritos, rompía las copas de cristal y provocaba en Haddock ganas de huir a la Patagonia o al desierto de Gobi. En la aldea de Astérix tampoco había un elenco femenino muy alejado de los estereotipos, aunque, a decir verdad, tampoco el masculino lo era. Y a pesar de las inmisericordes palizas a los romanos y lo xenófobos que ya empezaban a mostrarse los galos nos hacían disfrutar. Mucho. No eran más que tebeos, historias delirantes, ficción.

Cuando mis hijos eran pequeños seguían –seguíamos- con interés las divertidas tribulaciones de un chico de Carabanchel que se llamaba Manolito Gafotas que tenía un hermano al que llamaba el Idiota. Ni mis hijos se llamaron idiota el uno al otro (a no ser que lo hicieran con el exclusivo propósito de herirse, y fuera de mi alcance) ni vi que se burlaran de nadie por llevar o no llevar gafas. ¿Y saben por qué? Porque las personas, desde la época griega clásica (que yo sepa, pero seguro que desde que se contaron las primeras historias junto al fuego), saben –sabemos- distinguir la ficción de la realidad. A la primera le damos la carga catártica y de entretenimiento que se merece y a la segunda, bueno, a esa nos la tomamos en serio.

Hay, en cambio, un grupo de personas, al parecer numeroso, que se  arrogan la función de Vigilantes de la Moral (que no de la Playa, que requiere un perfil muy específico). Éstas  tienen por costumbre leer libros para compararlos con su particular catecismo y condenar todo aquello que no concuerde con él. Los hay que los miden con el catecismo cristiano y los hay que ven en todo apología de algo: del bullying, del machismo, del terrorismo, del clasismo, del populismo, del igualitarismo o de cualquier otro ismo que se les pueda ocurrir. Ocurrió con el libro “75 consejos para sobrevivir en el colegio” de María Frisa, publicado por Alfaguara: un librito sarcástico sobre las tribulaciones de una chica imaginaria de 6ª de Primaria y sus cuitas con la familia, novietes, amigas, profes… en tono irónico y pseudo-rebelde.  La acusan de apología del bullying y del machismo (entre otras cosas malas) y han iniciado una campaña contra la autora (y el libro) en Internet conminando a la editorial a su retirada. Pasen de ellos; de lo contrario acabarán pidiendo que se reescriban las historias de Guillermo Brown y hacerle abandonar la banda de los Proscritos y se una a la de Apaciguadores- Mediadores de Individualidades  y Colectivos en Conflicto.
Román Rubio
Julio 2016 

miércoles, 27 de julio de 2016

CARTA A LOS (AD)EFESIOS

CARTA A LOS (AD)EFESIOS





















Hermanos de Efeso que estáis recién jubilados, que habéis iniciado los trámites para estarlo  o seréis llamados a ello en un plazo medio o corto de vuestras atribuladas existencias:
Se ha corrido la voz por aquí por Roma de que muchos de vosotros que ejercéis la carrera de la Enseñanza, en sus distintos niveles de Primaria y Secundaria, sois llamados a engrosar voluntariamente el nutrido grupo de jubilados a los 60 (de manera absurda e insostenible para las arcas de la ciudad), si cumplís un determinado número de años en la profesión y sin tener siquiera en consideración  la aplicación y diligencia con que habéis acometido vuestras funciones docentes. Ha llegado a mis oídos que muchos de vosotros renunciáis a ejercer el derecho o que tenéis dudas al respecto, quizás por aquello que el psicólogo alemán Erich Fromm formuló en los años 40 y que llamó “miedo a la libertad”, que en vuestro caso se interpretaría como miedo a las horas vacías y a la desconexión con el entorno.
Os diré hermanos, que a mí me asaltaron también las mismas incertidumbres en los momentos anteriores a tomar tan estratégica decisión. Por ello, recluido en la soledad de mi estudio, una tarde de invierno, no ha mucho tiempo, solicité la concurrencia del Espíritu Santo para que me iluminara en tan delicado trance. El esquivo Espíritu no materializó su presencia en la sala. Me dictó, eso sí, al oído, un pequeño test que en definitiva habría de ser muy disuasorio y convincente. Estas eran algunas de las preguntas:

1.- Es domingo por la tarde. Estás tranquilamente en el sofá de tu casa viendo esa película que se te pasó en el estreno y que siempre has querido ver.  Ante la cercanía del lunes, ¿qué sientes?
a) Me gustaría que mañana fuera sábado de nuevo
b) Indiferente. Por una parte tengo ganas de que llegue el lunes por la mañana y por otra parte no.
c) Estoy impaciente porque sea lunes de nuevo. Todos los días deberían serlo.
2.- Es 31 de junio y no tienes cargo directivo ni curso de reciclaje ni actividad académica en perspectiva para los dos próximos meses. ¿Cuál es tu sentimiento?
a) Siento una agradable sensación de euforia ante la enorme cantidad de tiempo libre por delante.
b) Por una parte me apetece descansar, pero no sé si podré soportar el hecho de no ver a mis queridos alumnos y gozar de las entretenidas reuniones con mis compañeros durante dos meses.
c) Siento vértigo al non fare niente. Me gustaría que fuera septiembre de nuevo.
3.-  Suena el timbre que me convoca a la tercera clase de la mañana. Ante la perspectiva de darla y saber que aún me queda una guardia, otra clase más y una hora de atención de padres, siento que…
a) La vida es bella
b) la vida podría ser mejor
c) Se me ocurren muchas maneras de mejorar el día.

Había más ítems en la prueba pero no los transcribiré por no alargar demasiado el texto. Creo que habéis captado el sentido. Por si los argumentos para tomar la decisión fueran incompletos, me formulé a mí mismo la siguiente reflexión:

“Llevo en el teaching business –manera como, irónicamente, me refería a mi profesión de profesor de inglés- 36 años. “A una media de 4 clases diarias durante 150 días lectivos al año, tirando por lo bajo (aquí he descontado generosamente días de huelga de alumnos, eclipses de sol, nevadas a la orilla del Mediterráneo y otros imponderables) me sale la friolera de 21.600 horas de clase. 21.600 toques de timbre a los que de manera obediente he cogido mis libros, ordenador… y me he metido en un aula” – continué con el razonamiento: “Con ese número de horas a en mi haber creo haber tenido ocasiones suficientes para decir todo lo que buenamente se puede decir en un aula sin necesidad de pedir una prórroga para ver de remontar el partido. La suerte está echada”.

Al acabar mi meditación, asistida por el Espíritu que nunca nos abandona al ser invocado, mi decisión había sido tomada. Te invito, hermano, a hacer lo mismo y a ser sincero contigo mismo.
Desde Roma, con todo mi afecto:

Saulo de Tarso
Román Rubio
Julio 2016 

miércoles, 20 de julio de 2016

EL MITO DE LA CAVERNA

EL MITO DE LA CAVERNA


















Una de las pocas cosas que me quedó de mis estudios de filosofía en el Bachillerato es la alegoría (que no mito) de la caverna, metáfora de la epistemología de Platón que, junto a la del río de Heráclito y la carrera imposible de Aquiles y la tortuga, aligeraban  las clases de farragosos conceptos que mis adolescentes rurales compañeros y yo copiábamos  en apuntes sin llegar a entender, a veces, ni una sola palabra. En la caverna, unos prisioneros, desconocedores del mundo real sólo veían unas sombras proyectadas en la pared gracias a la luz de una hoguera que había a su espalda, tras un bajo muro. Para ellos, esa era la (única) realidad  puesto que no conocían otra cosa. Las sombras constituían el mundo real. Si un prisionero lograba liberarse (de manera notoria, un filósofo –llevando así el ascua a su sardina-), éste, tras subir a la superficie podía, por fin ver el mundo real, iluminado por la luz del sol y apercibirse de qué va todo esto. De este modo, Platón diferenciaba entre el conocimiento sensible (de los sentidos) que experimenta el prisionero y el mundo inteligible (por medio de la razón) que experimentaba el filósofo -es decir, él y los discípulos que formaban parte de la Academia; (¿pagaban mensualidad los discípulos?)- Obviamente, sólo quienes habían visto la luz del sol y habían logrado desprenderse de las cadenas (los filósofos), como conocedores de La Verdad, estaban habilitados para el gobierno de la ciudad.

En esto estaba yo pensando hace un par de días mientras veía el telediario. No sé ustedes, pero yo, tras dos elecciones generales con sus correspondientes campañas y los subsiguientes pactos, no pactos, proyectos de pacto, desplantes, cábalas de números de diputados, frentes populares y continuistas, citas del rey, entrevistas, reuniones de líderes, convocatorias públicas y por twitter a reunión, rechazos, extrañas alianzas, dimes, diretes, tuits, eslóganes, votaciones constitutivas de Cortes, de Mesas, números y más números, experimento un cansancio próximo al tedio, de modo que cuando oigo a un político en la radio cambio de emisora y si es en la televisión de canal, aunque sea para escuchar a Santiago Segura hablar de personas y programas vetustos que no me interesaron ni en su lejano día de emisión.

Probablemente, a muchos de ustedes les ocurre lo mismo. Pues bien, eso les pasa porque, como yo, forman parte del grupo de desgraciados prisioneros de la caverna, de los que sólo conocen las sombras en la pared, de quienes no han visto la luz. Vean si no el ademán de los políticos –líderes y no-. Están eufóricos. Tienen una expresión radiante. La nueva Presidenta del Congreso, normalmente de cara anodina, mediocre, apagada y feucha luce radiante, como iluminada por la verdad (la del exterior de la caverna), animada por las endorfinas y la testosterona (sí, sí, testosterona) que el puesto le confiere. En los escaños, Rafael Hernando, del PP, dialoga con la cúpula de Podemos en el estado de alta concentración de quién está tratando algo grande para la Historia de España. El otro Hernando, el del PSOE, el que delega en sus gafas azules su personalidad, de natural sin chicha ni limoná, da unas conferencias de prensa cargado de convicción  y energía. Rivera, árbitro (o linier, al menos) del partido es requerido por el –todavía y para vergüenza de los españoles- Ministro del Interior para ser interpelado  sobre el posible rechazo de una inverosímil candidatura que le habría llevado a tocar la gloria… En fin, la vida real, la de afuera de la caverna y no la de las sombras en las que usted y yo vivimos.

Pues sí: todos ellos instalados en la euforia, como señalados por la mano de dios. Todos menos una: la alcaldesa de Valencia Rita Barberá (aún me resisto a desposeerla del título que ostentó durante 24 años). En la constitución del nuevo senado se la ha visto apagada, renqueante, como forzada a ir y se le ha oído decir que sólo tiene ganas de que termine el acto y venir a Valencia para meterse en la cama. En un momento en que los políticos ni quieren ni pueden pensar en dormir debido a la descarga de adrenalina, Rita quiere volver a casa y meterse en la cama. ¿Será que quiere volver a la caverna de nuevo?, ¿ella que ha visto tanta luz? Pues aquí le guardamos el sitio. La argolla al lado de la mía está libre. La ocupaba alguien de Compromís que, afortunadamente para ella, fue llamada a la luz del exterior en las últimas elecciones autonómicas.

Román Rubio
Julio 2016

martes, 19 de julio de 2016

QUÉ HAY DE LO MÍO

QUÉ HAY DE LO MÍO
















Que Europa es el mejor lugar del mundo para vivir es algo que nadie duda. Bueno, están los Estados Unidos que aún son algo más ricos que muchas regiones europeas, pero tienen síntomas de ser una sociedad menos avanzada. Para empezar, tienen una población reclusa muchísimo mayor que la de este lado del Atlántico con mayores índices de delincuencia, el acceso libre a las armas provoca un gran número de muertes violentas y un porcentaje notable de su población queda fuera de la cobertura sanitaria y del régimen de pensiones: no hay más que ver el número de indigentes en las ciudades como Nueva York o San Francisco para darse cuenta de la magnitud de las cloacas del paraíso. Australia es desértica en gran parte y está llena de animales que te pueden matar de un mordisco, un roce o un pinchazo. También está Japón, pero tienen unos hábitos tan raros (aunque civilizados, a decir verdad), una vida tan incómoda, con sus minúsculos habitáculos y largos desplazamientos, una devoción enfermiza por sus empresas y el trabajo que les produce desafección por el tiempo libre, una afición obsesiva y pueril por el karaoke, una manera de apretujarse en el metro empujado por los empleados que hacen de Europa la Arcadia soñada de pastores y pastorcillas tocando el caramillo en porretas. Aquí hay desarrollo, hay cultura, hay paisaje y el tejido social y las instituciones más democráticas e igualitarias. Un chollo.

Muchos, sin embargo, no lo ven así. Los británicos, medio en broma medio en serio, han votado salirse del club. Allá ellos. Pobre Europa. Tan deseada por quienes están fuera como denostada por quienes están dentro, que parecen estar continuamente demandándole ¿qué hay de lo mío?

El 20 de Febrero de 2005 (sin que Franco ni José Antonio tuvieran nada que ver) los españoles votamos que sí a la Constitución Europea con un 77% de votos a favor y una participación de sólo el 44%. Sirvió de poco puesto que unas pocas semanas después los franceses y los holandeses rechazaron el proyecto en referéndum y el proyecto de Constitución se fue al garete.

Pero volvamos a España: fuimos llamados a las urnas en la primera legislatura de Zapatero y de manera más o menos desmotivada acudimos a votar un Tratado Constitucional que, por supuesto, nadie se había leído, entre otras cosas por su enorme complejidad ya que se trataba de una compilación del Tratado de París y el Tratado de Roma más los Tratados y Actas de Bruselas, Acta Única Europea, Maastrich, Amsterdam, Niza y Tratados de Adhesión de países. ¡Toma ya: a ver quién es el valiente que lidia con eso! Creo que hubo catedráticos de Derecho Constitucional que no fueron capaces de leerse el material, invadidos por el tedio.

La cuestión es que el PSOE y el PP hicieron campaña por el sí. Bueno, el PP regular: hubo partes de su electorado que nunca vieron claro que su España cediera parcelas de soberanía a un ente supranacional. También votaron por el sí CiU y Coalición Canaria. ¿Y los demás? ¿Qué hicieron los demás “patriotas” de la patria europea? La derecha, liderada por la Cope de Jiménez Losantos y P.J. Ramírez defendía el “no” rotundo por el asunto de la soberanía española, al igual que la Comunión Tradicionalista. La Iglesia –bueno, la Conferencia Episcopal, encabezada entonces por el ínclito Rouco Varela- se oponía al Tratado Constitucional porque éste no aludía explícitamente al fundamento cristiano de la cultura y la legislación europea (¿teocracia?); los catalanes de ERC pedían el “no” porque en el complejo articulado no había mención alguna que facilitara su independencia de España (obsesión nacionalista), al igual que el BNG (los gallegos), la Chunta Aragonesista y Eusko Alkartasuna. Pero, ¿y la izquierda nacional? -se preguntarán ustedes-. Pues bien: IU (Izquierda Unida) apoyaba el “no” aduciendo que el Tratado Constitucional (que se había logrado pactar por los pelos en el variopinto Parlamento Europeo) favorecía “la Europa de los Mercaderes en detrimento de la de los Pueblos” ¿? ¿Ustedes lo entienden? Yo tampoco. Nunca supe a qué se referían. Ellos, probablemente, tampoco.
¿Europa, dice? ¿Qué hay de lo mío?

Román Rubio
Julio 2016

domingo, 17 de julio de 2016

A FLOR DE PIEL

A FLOR DE PIEL












Los nervios están a flor de piel; siempre lo han estado en este país. Algunos animalistas transgreden el umbral del buen gusto y hasta de la decencia en sus insultos hacia los taurinos aprovechándose de manera vil de la muerte trágica de un torero para el escarnio de éste y de su familia y los taurinos quieren enviarles a los yihadistas del twitter a la Guardia Civil. ¡Pero, bueno, ¿dónde se ha visto que desearle la muerte a alguien y expresarlo en voz alta sea objeto de persecución policial y judicial?! Si cada vez que un español le ha dicho a otro en un bar “me cago en tus muertos” hubiera tomado parte la Guardia Civil y hubiera llegado a un juzgado no habría habido agentes para perseguir al Lute (que costó lo suyo) ni jueces para procesar y encarcelar a Fabra (que costó aún más). Un poco de sentido común, por favor: si te dedicas a matar toros profesionalmente debes aceptar que vas a ser odiado por mucha gente; amado por muchos, pero odiado también por otros tantos con lo que, como los árbitros de fútbol, tienes que tener anchas espaldas y oídos sordos. Y si buscas insultos en la Red, seguro, pero seguro que los vas a encontrar; luego, ¿qué sentido tiene escanear el ancho mundo virtual para encontrar el insulto hiriente? Tengo la misma impresión que cuando aquella mujer fue al cuartel de la Guardia Civil a denunciar a su vecino por escándalo público porque éste se duchaba desnudo en el jardín de su propia casa. El hecho de que la mujer, para verle, tuviera que subir adrede a la olvidada buhardilla y ponerse de puntillas en la ventana a la hora del baño del descocado vecino no parecía disuadirla de la creencia de que el muy libertino lo hacía sólo para escandalizarla. Es fácil: si eres torero, muchos te insultarán y como hay mucho malasombra, intentarán hacerlo cuándo y dónde más daño hagan. Y la Guardia Civil y los juzgados están para cazar (o prevenir de) violadores, ladrones (de cuello blanco y azul), asesinos, borrachos al volante, maltratadores y asesinos; no para perseguir el mal gusto.


Otro ejemplo de azuzar los perros al muñeco por parte de los iracundos españoles ha sido el reciente caso del cantante de Def con Dos, César Strawberry. Parece ser (y el hecho me sorprende) que la inaudita elección del nombre artístico del sujeto no ha tenido nada que ver en el proceso sino los (otra vez) irrelevantes tuits. El artista total (como así se autodefinía o le definía alguien, que no recuerdo bien) había osado expresar sarcasmo ante la figura del tristemente secuestrado por ETA Ortega Lara al unirse éste a la formación política Vox o decir de Esperanza Aguirre que su “fascismo” le hace “añorar hasta a los GRAPO”, poniendo en ese “hasta” la carga sarcástica de quién compara Guatemala con Guatepeor y refiriéndose a “ella”, la misma que sin empacho alguno y con motivos estrictamente de  interés político personal había relacionado a Podemos –y de paso a Carmena (que pasaba por allí)- con ETA; así, como es ella, sin despeinarse. Afortunadamente ni Podemos presentó denuncia en el juzgado contra la intrépida abuelita motorizada ni parece que el juzgado vaya a dar al ínclito Strawberry algo más que un tirón de orejas (fingers crossed).

Parece ser que quien más sentido común ha demostrado en este affaire ha sido el multidisciplinar, nihilista y surrealista  personaje que aseguró cuestionar su entorno “desde el humor, el sarcasmo y la ironía tratando de desconcertar más allá de los dogmas políticos y religiosos y contra el pensamiento único”. No sé si se puede decir mejor.

Y digo yo, ¿a qué viene tanto aspaviento y gesticulación iracunda por un quítame esas pajas en un país en el que tipos como Losantos y Pedro J. estuvieron acusando a Rubalcaba durante años de 191 muertos y aún no se han disculpado? Que yo sepa.

Román Rubio
Julio 2016

viernes, 15 de julio de 2016

ASTURIAS, PATRIA QUERIDA

ASTURIAS, PATRIA QUERIDA
















Lo dicho. No hay nada como andar por el campo para desintoxicar la mente y el espíritu. Yo lo acabo de hacer: vengo de andar ocho días por el campo asturiano -de San Vicente de la Barquera (Cantabria) hasta Oviedo-. Durante los largos días de caminata, yo que no soy amigo de auriculares, pasaba deliciosas horas escuchando el mugido de las vacas y el arrullo del Cantábrico, desvinculado del tedioso trajín informativo de cosas que concernían a Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias… en fin, la tropa. Ocasionalmente, eso sí, en algún bar, mientras esperaba que me sirvieran la botella de sidra, cogía el periódico del establecimiento -que solía ser La Nueva España- y allí comenzaba mi gozo, pues tenía la impresión de mantenerme igual de al margen –sino más- de la vorágine informativa. Recuerdo un día en que la portada del periódico era un tipo escanciando sidra. No recuerdo el titular que acompañaba a la ilustración pero lo podemos imaginar. Otro día la imagen de primera página era la de un obispo (¿de Oviedo?) dando la comunión a alguien. En fin, así todo. Hojeabas el periódico y si tomabas la precaución de pasar rápido las páginas centrales que se referían a escuetos asuntos de Nacional, Internacional y Opinión, tenías la sensación de mantenerte deliciosamente desinformado.

 A veces, si tardaba el camarero con la comanda de fabada y arroz con leche y te veías en la obligación de leer algo descubrías sugerentes noticias y reportajes, asuntos apasionantes sin los que ni te explicas como podías haber podido vivir sin conocer. Por ejemplo: La doctora en musicología y profesora de la Universidad de Oviedo Miriam Perandones ha sido nombrada directora de la cátedra Leonard Cohen de esa misma Universidad, sustituyendo en el cargo a otro eminente doctor. ¿Que qué pinta una cátedra de esas características en la Universidad de Oviedo o en cualquier otra? Eso es algo que habría que preguntar a su nueva flamante directora, Profesora de Historia de la Música y Profesora Superior de piano. A ver, a mí me gusta Leonard Cohen. Siempre me he sentido atraído por su atractiva voz y ese tono melancólico y desamparado que transmite con sus canciones, pero tanto como para crear una cátedra en Oviedo… Entendería que de manera espontánea naciera un club de fans del canadiense en Vetusta, en Albacete o Villarreal, como entendería que lo hubiera de los Beatles, El Fari o de Francisco (otro tema recurrente en el periódico esas fechas) pero, ¿una cátedra?, ¿de verdad que no les parece exagerar? La eminente doctora aduce en el mismo reportaje que “acercar el músico a los jóvenes es uno de los retos más importantes”. ¡Vaya, esa sí que es una razón convincente: acercar el artista a los jóvenes! El asunto es averiguar si los jóvenes quieren acercarse a Cohen. ¿Demandan los jóvenes el tan deseable acercamiento? Y si es así (cosa de la que me alegraría), ¿no acudirían a You Tube como cualquier persona que quiere acercarse a un intérprete sin necesidad de “una cátedra”? La directora añade que es un privilegio (de eso no hay duda) “estudiar cómo las letras del autor se han “imbricado” en la sociedad”. Perdón; ¿se han qué?, ¿imbricado?, ¿y qué quiere decir “se han imbricado”? Según el diccionario de la RAE imbricar es “disponer una serie de cosas iguales de manera que queden superpuestas parcialmente, como las escamas de los peces”. En sentido figurado entiendo que se refriere al hecho de que la vida y la letra de las canciones interactúan una con las otras. Pues claro, eminente doctora, pues claro: las letras de las canciones de Leonard Cohen como las de Los Chichos  y las de cualquier otro artista están “imbricadas” en y con la vida. Es lo que tienen las canciones, que se refieren a los amores, desamores, anhelos y avatares de los comunes (y de los lores, si me aprietan). ¿O es que conoce la ilustre académica o cualquier otro eminente ovetense canciones “no imbricadas” con/en la existencia? Normalmente las canciones no hablan de minerales ni fórmulas matemáticas, y aunque así lo hicieran seguirían estando “imbricadas” con algo tan genérico.  ¿Qué tipo de relación con “la vida” tienen sino las celebradas letras de Los Chichos: “Me sabe a humo, me sabe a humo, los cigarrillos que yo me fumo” o la famosa: “Que pena me da, el día que m’echen el guante y no tenga libertá?  No me digan que no hay imbricación con la vida en estas canciones. Y siendo así, ¿podrán tener un día los entrañables Chichos o las inconmensurables Azúcar Moreno una cátedra universitaria en Oviedo o en cualquier otro lugar para el estudio de sus significativos mensajes imbricados o no con  el devenir de la existencia? Pregunto.

Román Rubio
Julio 2016

lunes, 4 de julio de 2016

BILL CUNNINGHAM

BILL CUNNINGHAM














Me gusta ver las esquelas de los periódicos de mi ciudad. Me aseguro de que no conozco al finado, lo lamento si lo conozco, y por los familiares que se hacen conspicuos en la esquela y la edad del individuo trato de imaginar las circunstancias de su muerte. Ya ven, una pequeña e inocua perversión, como quien mira los anuncios de chico busca chico o el horóscopo. En la misma página vienen los obituarios, que también compruebo. Es algo así como si uno quisiera mantenerse informado de quien se va y quien se queda en este atribulado mundo como para saber a quién ya no tendremos la oportunidad de saludar por la calle. A veces te llevas una desagradable sorpresa porque te encuentras con alguien entrañable a quien sigues y admiras, a veces sin saberlo, y ni se te pasa por la cabeza que –como tu tía Julita- forma parte de los mortales. Me ocurrió hace años con el amigo Vázquez Montalbán y sentí que le iba a añorar cada vez que tomara El País y no viera su iluminadora columna en la parte posterior. Me ocurrió también cuando cayó Paco Rabal al que, quizás por su vozarrón, creí inmortal y lo volví a sentir el otro día cuando, en el apartado de Obituarios del periódico Las Provincias, me enteré de la muerte del entrañable y para mí querido Bill Cunningham, de muerte natural, a la edad de 87 años.

Si has tenido por costumbre curiosear (ya no digo leer, que es de pago) durante años la edición digital del New York Times y has mirado los vídeos que ofrece en portada (éstos sí, gratis, como los titulares y encabezamientos) es imposible que no le conozcas y le reconozcas, tanto como a Melissa Clark y sus lecciones de cocina. Con su sintonía característica, el simpático e influyente hombrecillo, armado con una Nikon y una característica chaqueta azul, desplazándose en su inseparable bicicleta, presentaba unos vídeos con montaje de fotos encantadores sobre la moda; toda la moda: la moda de los ricos, la de los pobres, la moda de los salones, la de los desfiles de moda, la de los asistentes a los desfiles de moda, la de los corredores y público de la Maratón de la ciudad, la moda del Bronx, la de cualquier aveniducho de Brooklyn, la de los entierros y celebraciones populares, la de los adolescentes negros, hispanos, amarillos, blancos y de cualquier persona del lugar o turista, de cualquier edad y condición  que luciera y paseara un atuendo original por las calles de Nueva York. A veces hacía su vídeo semanal en lugares como París, Copenhague o San Francisco y aunque en su momento fue distinguido con la Orden de la Legión de Honor de la República Francesa era tan neoyorquino como la Estatua de la Libertad. Vivía solo en un pequeñísimo piso lleno de negativos de películas, dormía en un catre de campaña y era tan conocido e influyente en la ciudad que Anna Wintour, la directora de Vogue, confesó en un documental sobre el fotógrafo: “We All Get Dressed for Bill” (todas nos vestimos para Bill) considerando “la muerte” el hecho de no merecer la atención de su cámara en cualquier evento. Pero, ojo, la cámara de Bill no iba siempre, y no sólo, a las supervestidas de Park Avenue. Le interesaban tanto estas mujeres como las que encontraba de camino al trabajo o en las esquinas de Harlem o el Bronx siempre que hubiera imaginación y criterio en lo que llevaban puesto. También retrataba hombres. De vez en cuando pedía a sus ocasionales modelos que explicaran su atuendo y los rodaba en cortos vídeos de no más de unos segundos.

Nunca me ha interesado la moda pero los testimonios callejeros de Bill Cunningham poseían un magnetismo y una sabiduría que trascendían el tópico de la ropa o el estilo. De algún modo me evocaban las crónicas taurinas del célebre Joaquín Vidal, cronista taurino fallecido en el 2000, colaborador de El País, cuyos artículos (siempre de toros) eran seguidos con interés por tantos y tantos lectores que ni se habían acercado jamás a una plaza de toros ni pensaban hacerlo.
Para quienes no tuvieron la oportunidad de seguir sus curiosos reportajes, incluyo un par de enlaces que les ayudará a conocer a este entrañable personaje que decía que no le interesaban “nada” las famosas: sólo la ropa, y opinaba que el dinero es lo más barato que se puede comprar.



Román Rubio
Julio 2016 

viernes, 1 de julio de 2016

HA VUELTO A OCURRIR

HA VUELTO A OCURRIR














Hay historias que se repiten, como la de la chica de la curva. En mi infancia rural había una entre los albañiles: quienquiera que fuera el paleta que contrataras, en algún momento de la jornada, te contaba la misma historia: un albañil del pueblo era tan tonto, tan tonto  que construyendo una “gorrinera” (solución habitacional del cerdo o “gorrino”, más pequeña que un módulo amueblado de IKEA) quedó dentro y tuvo después que derribar el muro construido para poder salir. Parece plausible y quizás ocurriera en alguna ocasión; lo curioso del caso es que lo contaban los albañiles de “todos” los pueblos, ¡y eso sí que no! Que haya un constructor poco espabilado en Valdecañas ¡vale!, pero que el mismo tonto haga la misma simpleza en Valdeolivas, en Valdemorillo y en Valcarnero  no cuela; simplemente quedaba bien, era un chascarrillo ocurrente y gracioso y por tanto, a nadie se le ocurría ponerlo en duda.

El refugiado sirio Muhannad M vive en una pequeña ciudad del oeste de Alemania que no es el Bonn de Le Carré. El sujeto es tan pobre que amuebla su “solución habitacional” con viejos muebles retirados de otras casas. ¿Y que había dentro del armario usado que le había dado una ONG? Lo han adivinado: alguien había olvidado en un escondite del baqueteado mueble la cantidad de 50.000 € acompañados de una libreta de ahorros con otros 100.000 € más.

Es sorprendente el número de veces que se dan circunstancias similares. En los periódicos a menudo aparecen personas que se encuentran miles de euros que otros se dejan olvidados en uno u otro lugar: en ocasiones es en la silla contigua del bar en el que el individuo se para a tomar el café con leche o en el asiento del taxi. A mí me resulta increíble: el hecho de que alguien vaya al banco, saque miles de euros para esto o aquello y  se olvide del fajo de billetes en el asiento de un taxi es algo que no me cabe en la cabeza.  Para eso están los cheques y las tarjetas, para evitar manejar cantidades considerables de dinero, pero si alguna vez, por algún motivo yo sacara, digamos, quince mil euros en billetes, tengan por seguro que no me les habría de dejar olvidados en el asiento de ningún bar, ni de ningún taxi.

La noticia siempre es muy similar: una persona pobre, a veces en situación de precariedad, encuentra el fajo de billetes que le podrían ayudar a sobrellevar las penurias y  respetuosamente da cuenta del hallazgo a las autoridades para que estas pongan el dinero a disposición del dueño (anterior, se entiende, por cuánto el legítimo es dudoso en la medida en que se trata de un valor al portador conseguido sin coacción de ningún tipo). El pobretón alardea de su integridad, vive su minuto wharholiano de gloria, los demás admiran su generosa disposición, se hace un canto a la honradez (honestidad para algunos) y aquí paz y después gloria.

Para ilustrar el hecho encuentro en el internet los casos: un vitoriano –según El Correo del 1/06/2016- “Puede retirar de las Policía la cantidad de 3.000 euros que había encontrado en la calle dos años antes y que no habían sido reclamadas por ningún ciudadano”. ¡Uy, uy, uy, qué mal huele! Por otro lado, también en Vitoria y en el mismo diario: “Un ciudadano magrebí, según la Policía Local encontró la semana pasada una “importante cantidad de dinero” en la vía pública”. Y todo en una ciudad relativamente pequeña como esa. En Cádiz, otro ciudadano encuentra un sobre con una cantidad de dinero en la vía pública y lo entrega a la policía que busca a quién lo extravió, según La Voz de Cádiz (04/08/2015). En León, “una persona encuentra una importante cantidad de dinero en la calle y lo entrega a la Policía” (ileón.com 19/05/2013). Y la más extravagante de todas: en diciembre de 2013 un conocido jugador de póker “olvidó” en el asiento posterior de un taxi en Las Vegas una bolsa de papel de las que usan para llevar botellas de  bebidas alcohólicas con el producto de las ganancias de la noche que ascendían a… $300.000, cantidad que el pringado taxista que hacía el turno de noche devolvió al olvidadizo cliente y que le reportó una propina de $2.000.

Y ya que hablamos de dinero “olvidado”. Si como leo en el periódico del día, Imanol Arias ha escamoteado a Hacienda una cantidad de 2.1 millones de euros se me ocurren dos preguntas: Una: ¿Cuánto ha pagado de impuestos? Porque supongo que una parte (disminuida, eso sí) habrá pagado; y dos ¿Cuánto dinero gana en Cuéntame para generar esa cantidad millonaria de impuestos? No sé ustedes pero yo, la próxima vez que vea “Cuéntame” lo haré de otra manera.

Román Rubio
Julio 2016