jueves, 29 de septiembre de 2016

HAIGHT- ASHBURY

HAIGHT- ASHBURY


















If you’re going to San Francisco/ be sure to wear some flowers in your head
Si vas a San Francisco/ no dejes de ponerte flores en el pelo
Scott Mckenzie (1967)

Hay lugares en los que nunca ocurre nada y otros  mágicos en los que todo ocurre. Por los años en que Scott McKencie cantaba su homenaje al San Francisco del Summer of Love (El verano del amor) otro californiano -aunque si nos ponemos quisquillosos, McKencie no lo era-  Carlos Castaneda, predicaba  sobre los “sitios de poder”, aquellos lugares con vibraciones positivas o devastadoras que había aprendido en compañía del brujo indio Don Juan al tiempo que le daban al peyote. Era la época en que Alan Watts exploraba los límites de la percepción y el psiquiatra Timothy Leary y otros pregonaban  las bondades del LSD y otros alucinógenos, vehículos necesarios para tener una visión del mundo “completa”.

Si hoy vas a San Francisco probablemente no llevarás flores en el pelo pero si vas a mi pueblo en verano (no importa cuál sea mi pueblo, ocurre en muchos) es posible que te las pongas porque los jóvenes locales celebran la popular noche del “Frower Power”, la noche hippie que rememora el movimiento juvenil de los años 60 que logró parar una guerra y cambió tantas cosas en el mundo.

Si vas hoy a San Francisco seguramente verás el Golden Gate y Alcatraz, los leones marinos del Pier 39 de Fisherman’s Wharf, Chinatown y la empinada calle de Lombard Street. Seguramente te subirás a uno o dos tranvías (los corrientes street cars, que sirven para trasladarse y los pintorescos cable cars para goce de turistas) y harás una visita a Mission, el barrio más latino, y a Castro, el Chueca americano. Todas las guías te dirigirán también a un lugar anodino: la esquina de Haight y Ashbury, una humilde esquina como cualquier otra, la encrucijada de dos calles de casas victorianas sin nada especial y quizás te preguntes: ¿Qué hago yo aquí, en una calle como tantas otras de la ciudad? ¿Cómo tantas otras? Bueno, no. Allí, a 25 metros de la esquina vivió Jimmy Hendrix en  1967 y un poco más allá Janis Joplin; y Grateful Dead y Jefferson Airplane y los amigos que venían a tocar o de visita desde Oackland, al otro lado de la bahía, como Credence Clearwater Revival, desde Minnesota, como Dylan, desde Londres  y… en fin, todos o casi todos los músicos de la escena pop y rock del momento.

Pero no sólo por sus músicos se hizo famoso el barrio de Haights, en la línea de tranvía que une el Golden Gate Park con Market Street, en el centro. El barrio, poco a poco abandonado por las clases medias en su éxodo hacia los suburbios iba siendo ocupado por los miembros de la generación beat que venían huyendo de los altos precios que empezaban a pagar por sus alojamientos en la zona de North Beach, con vistas al Golden Gate. Allí, en el más barato céntrico barrio empezaron a llegar músicos, artistas y gentes de toda condición mientras se fraguaba un nuevo movimiento que acabaría llamándose la generación hippie.
The Diggers era una comunidad anarquista conocida por sus actuaciones teatrales en la calle. Establecieron en el barrio una tienda de productos gratuitos, un comedor de comidas gratuitas y un dispensario médico gratuito todo ello operado por voluntarios y donantes.
El punto álgido del lugar se vivió en el verano de 1967 conocido como The Summer of Love en el que se celebró el festival de Monterrey al que asistieron unas 50.000 personas y al que se considera precursor de los masivos Woodstock  y Isle of Wight, celebrados en años posteriores y que contó con las actuaciones de Hendrix, The Who, Joplin, Otis Reding y otros muchos; The Kinks, Donovan y los Rolling Stones no pudieron obtener sus visas de entrada en los Estados Unidos y Dylan estaba convaleciente de un accidente de moto.

La sede de la revista Rolling Stones (trasladada después a Nueva York) y los populares reportajes de Times Magazine “The Hippies: Phylosophy of a subculture” y de CBS “The Hippie Temptation” junto con el festival de música celebrado del 16 al 18 de junio de 1967 tuvieron tal capacidad de convocatoria que se calcula que más de 100.000 jóvenes de todo el mundo acudieron al barrio y a la ciudad en busca de experiencias creando  un deterioro enorme y rapidísimo en el área. La superpoblación, la indigencia, el hambre, la delincuencia y los problemas con las drogas afectaron letalmente al barrio hasta el punto de que el 6 de octubre de ese mismo año (1967) quienes quedaban allí escenificaron un funeral satírico declarando, como si de un entierro de la sardina se tratara, “The Death of the Hippie” (la muerte del/de lo hippie). Mary Kasper (todavía hoy una resistente)  realizó el  pronunciamiento:
“Hemos querido señalar que esto era el final ¡Quedaos donde estáis! ¡Llevad la revolución a donde quiera que viváis! No vengáis aquí porque el fenómeno está acabado.

Todo había durado unos meses (de mayo a octubre). Lo que había sido un fenómeno local nacido en dos calles de una ciudad del norte de California con veranos fríos y desapacibles a pesar de su reputación, se extendió a Carnaby y Piccadilly en Londres, al Barrio Latino en París, a Leidseplein y Red Light District en Amsterdam, a Kreuzberg en Berlín, a Ibiza, a Mikonos y a las fiestas de verano de mi pueblo. Y si vas a San Francisco y te llevan tus pies a visitar esa esquina anodina no dejes de  pensar que, a pesar de lo insignificante que parezca, allí nació todo; o una buena parte, al menos.

Román Rubio
Septiembre 2016

domingo, 25 de septiembre de 2016

GABRIEL AMORTH

GABRIEL AMORTH











Quienes siguen este blog ya conocen mi afición por las necrológicas de los periódicos de mi ciudad del mismo modo que Sherlock Holmes lo era  de la sección de crímenes y sucesos y otros de los resultados del fútbol, de la crónica de sociedad o –por difícil que sea de creer- de la política y sus tediosos vericuetos y acaecidos. Normalmente, el repaso de esquelas y obituarios en el periódico local que consulto en el bar con el café o la cerveza da poco de sí. Es curioso pero, a pesar de que a todos nos ocurre una vez en la vida, casi nunca muere alguien de interés: que si tus hijos y nietos no te olvidan, que si viuda de su Ilustrísima Fulanito de Tal, Magistrado de la Audiencia, de noventa y muchos años de edad,  que si «ha faltat Josep LLopis, el benvolgut “Pepet el Correger”» y cosas así.
El otro día me encontré, en cambio, en la sección de Obituarios el anuncio de la muerte de un peso pesado que a la edad de 91 años había sido llamado a la vera de dios padre. Se trataba ni más ni menos que la persona del sacerdote Gabriel Amorth. ¿Sus credenciales? Exorcista del Vaticano y de la Diócesis de Roma desde 1990, fundador de la AIE (Asociación Internacional de Exorcistas) que cuenta con 250 exorcistas en 30 países y ejecutor (según el pequeño texto que acompañaba la noticia) de más de 70.000 exorcismos llevados a cabo en su larga vida profesional.

Aturdido  por la cifra tiro mano de boli y servilleta de bar: a un exorcismo diario, trabajando todos los días del año incluyendo Nochebuena, Año Nuevo, la Virgen de Agosto  (Ferragosto romano, en que en la ciudad no quedan sino turistas con o sin demonio dentro)… necesitaría 192 años para llegar a esa cifra. En el caso de hacer dos diarios se podría apañar con sólo 96 años de ejercicio… No sigo. La cosa no tiene ni pies ni cabeza. ¿Han visto ustedes la película de El Exorcista? ¿Se imaginan lo que sería hacer cuatro o cinco de esas actuaciones, cuando no ocho o nueve, “todos” los días del año, incluyendo los días de dolor de muelas o gripe?  Lo dicho: ni pies ni cabeza. Y, ¿de dónde salen tantos endemoniados? ¿Han visto ustedes alguno en carne y hueso? Y no valen los tipos como  Don Cicuta o Jesús Gil, que en gloria estén.

Pero mis pensamientos no se quedan ahí, en los números, ya de por sí increíbles. Me asalta la duda metafísica de: ¿Se creería el hombre durante todos estos años lo que estaba haciendo? ¿Es posible que alguien pueda creer en el demonio (o los demonios) y hacer de ello su profesión y su modus vivendi? Entiéndanme: todos creemos en el mal y algunos llaman a eso demonio pero, ¿aún hay alguien que pueda creer en la existencia de un “ser” malvado, mosqueado con Dios Omnipotente que se introduce en el cuerpo y alma de algunos (al parecer al azar) y los vuelve en contra divina al tiempo que les hace levitar y tirar espumarajos por la boca? ¿No hemos quedado que Dios lo puede todo? ¿Por qué habría de permitirlo? ¿Cómo pueden estos tipos ir por ahí con un crucifijo espantado espíritus y tomarse a sí mismos en serio?  He buscado la biografía del sujeto en Internet,  he leído alguna entrevista concedida por él y he decidido incluir algunos de sus hechos y opiniones. Veamos:
Hizo su primer exorcismo en 1986 bajo la tutela del padre Cándido Amantini, su maestro.

Criticó las novelas de Harry Potter declarando que “detrás de Harry Potter se oculta la firma del rey de la oscuridad, del diablo” ya que en estas novelas no aparece marcada la distinción entre lo blanco y lo negro y carecen de espiritualidad y religiosidad, pues “la magia es siempre una vuelta al diablo”. (No dice nada, que se sepa, del mago Tamariz)
Su película favorita según divulgó en una entrevista al London Sunday Telegraph es –cómo no El Exorcista, de la que el cura añade: "Por supuesto, los efectos son exagerados, pero es un buen filme, y exacto sustancialmente, basado en una notable novela que refleja una historia verdadera."
Ha escrito tres libros: Un exorcista cuenta su historia, Un exorcista: más historias y Más fuertes que el mal, hecho que yo desconocía, pero que, ahora que lo conozco, no descarto echar un vistazo a alguno si es que alguna vez cae uno en mis manos.
En una entrevista se le preguntó: “¿Cómo se da cuenta de que alguien está endemoniado?” “Lo sé durante la curación, no antes”, contestó el sacerdote. “Un síntoma inequívoco es la violentísima, visceral aversión hacia todo lo sagrado (…) Después está el hablar en lenguas desconocidas, la explosión de una fuerza sobrehumana, la levitación: todas son cosas que suceden durante los exorcismos”.
En  “Rugidos y Sollozos” (Alexander Smoltczyk/ Efe/ La Razón), el autor relata una actuación del cura en una iglesia romana tras lo cual anota las palabras del ejecutor con respecto a su modus operandi:“Lo primero que hago es preguntar al demonio cuál es su nombre. A menudo no quiere decirlo, pues se vuelve más vulnerable. No hay que hacerle nunca preguntas estúpidas, como si la Roma ganará al Lacio. Sólo preguntas directamente relacionadas con la curación del poseído. Así, que, primero el nombre; luego el día de entrada en el cuerpo, los motivos y quién lo envía”, explica el exorcista; lo cual me llama la atención. ¿No habíamos quedado que es el diablo? Pues, ¡quién lo va a enviar!

Y así, más o menos, todo. ¡Ah, olvidaba! Según el padre  Amorth la posesión demoníaca no es ni hereditaria ni contagiosa, gracias a dios. Pueden dar la mano a Trump (o a Sánchez) si se presenta la ocasión sin miedo al contagio. Pueden estar tranquilos.

Román Rubio
Septiembre 2016 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

SAURON

SAURON

















Nunca he sido aficionado a la literatura fantástica. Quizás por ese motivo no sabía quién era Sauron. Me he ido al Internet y allí me he enterado de que es un formidable  personaje de la saga de El Señor de los Anillos de Tolkien también llamado (o conocido como) “El Horripilante” o “El Aborrecido” por sus enemigos, “El Admirable” por sus amigos y “Señor Oscuro de Mordor”, “Señor de los Anillos”, “El Gran Maestro de la Mentira”, “Sauron el Grande”, “Aquel a quien no nombramos”, “Señor de la Tierra Tenebrosa”, “La Mano Negra”, “El Señor Oscuro”, “Señor de los Licántropos”, “El Cruel”, “El Poder Oscuro”, “Señor de Barad-dûr”, “Hacedor de Anillos”, “El Nigromante”, “El Ojo Rojo”, “El Ojo de Fuego”, “El Ojo Sin Párpados” o “El Gran Ojo” (por su mirada, que abarcaba todo su maligno dominio y muchos otros nombres más por el resto de los mortales. ¡Hay que ver la imaginación del autor! Parece ser que la relación constituye sólo una parte de los incontables nombres con que se conocía al temible ser allá por las tierras de Mordor, la Tierra Media o dónde quiera que vivan esos extravagantes seres. O eso, al menos,  es lo que dice la Red del coloso.

El asunto de mi interés por Sauron no es pues la ficción fantástica sino la realidad palpable y cercana. En un pueblo de la provincia de Valencia algún desalmado ha envenenado y decapitado tras su muerte a un hermoso bisonte europeo de 800 kilos, jefe y macho alfa de la manada, que se encontraba en una pequeña reserva del pueblo de Benagéber en periodo de aclimatación al terreno. El bisonte europeo es una raza casi extinta de animal herbívoro que se preserva gracias a las reservas. El último bisonte libre murió en Polonia en 1919. Y bien, ¿alguien me puede decir que perverso placer puede haber en envenenar y decapitar a un coloso herbívoro de 800 kilos? El que haya alguien capaz de tan cobarde bellaquería, como la de pegar fuego a un precioso monte, nos enfrenta a un hecho que tratamos de ocultar: que la maldad existe. El terrorismo y la guerra lo disfrazamos con “ideales” tales como La Independencia, La Salvación de la Patria, La Revolución… pero la quema de un monte o el abatimiento de un coloso herbívoro no hay manera de ocultarlos tras la valla de ningún noble (o estúpido) ideal.

Hace un año que el dentista de Minneapolis Walter Palmer mató al imponente y famoso león Cecil en un Parque de Zimbabue tras haber abonado la cantidad de $40.000. El americano hirió al león con arco y flechas y persiguió al coloso de la sabana durante 40 horas para rematarlo de uno o varios disparos. Mientras cazaba al carismático león, el profesional de refulgente dentadura intentó contratar con los guías el abatimiento de un elefante. Con una única condición: que fuera “muy” grande. ¿Ven como hay algo perverso en la mente de muchos? Yo pago, tú me llevas a la presa, nos escondemos, disparo, la mato y me saco una foto (o me llevo la cabeza). He aquí el noble ejercicio amado por nuestro Rey en excedencia, Blesa, el dentista Palmer y otros valientes.

Hay otro coloso, otro Sauron suelto por ahí que comparte con este algunas de sus denominaciones: Rita Barberá, la exalcaldesa de España. Para unos “La Aborrecida”, “La Horripilante”, para otros “La Admirable” es también conocida como “Dama  Oscura del Cabanyal y el Canyamelar”, “Señora de los Bolsos y la Permanente”, “Maestra del Esperpento”, “Señora de la Tierra Corrupta”, “Gran Dama del Caloret”, “Hacedora de Entuertos y Componendas”, “Madrina de Próceres Deleznables”, “Muñidora de la Bolsa de los Pobres en beneficio de Pudientes”, “Urdidora de Mayorías Absolutas”, “Hacedora de Arriba España”, “Musa y Guía de Mercados y Comisiones  Falleras”, “Azote del Cutrerío que viene” y “Dama de la Ginebra y otras Bebidas Espiritosas” entre otros nombres.

En la actualidad la cacería está abierta y la formidable presa busca refugio en el Senado. Habiéndole sido vetado el sombrajo natural en el que pace su manada ha tenido que recular su posición a otra guarida en compañía de lobos pirenaicos, coyotes de Wyoming, osos hormigueros del Teide y otras alimañas hostiles al gigante recién llegado que no se siente querido ni entre los suyos ni entre sus nuevos compañeros. De manera sorprendente, tratándose de absurdos humanos cuánto más acorralada está la presa  mejor es la paga. ¡Qué amargo puede ser a veces el dinero! El dentista americano pagó 50.000 por cobrarse una presa que le hizo perder la clientela y el nuevo Sauron del Senado ve acrecentar sus ingresos a medida que mengua  la altura de la valla de protección contra los cazadores.

Román Rubio
Septiembre 2016 

viernes, 16 de septiembre de 2016

DE BILLETES Y PRECIOS

DE BILLETES Y PRECIOS















No tiene ni pies ni cabeza. Me refiero a los precios del transporte de pasajeros. En las últimas semanas he adquirido algunos billetes que confirman lo absurdo del sistema. Cuidado, no digo que sea justo, injusto o que no comprenda los entresijos: solo he mencionado lo absurdo. Veamos: intenté sacar un billete de tren para ir a un pueblo del Macizo Central francés que se llama Aumont Aubrac, a 823 kilómetros de Valencia, en donde vivo. La única solución que me daba la página de la compañía de los Caminos de Hierro SNCF -la RENFE francesa- era un billete Barcelona-Montpellier y de allí un autobús hasta Millau y otro autobús al pueblo de Aumont en cuestión, que sumado al Euromed Valencia-Barcelona llevaba 13 horas de viaje (como ir a California) y un precio cercano a los 130 € (sólo ida). Un viaje, pues, largo, incómodo y nada barato. Desalentado en parte por la incomodidad y precio del periplo desistí de hacerlo. La semana pasada, por el contrario, adquirí un billete de avión Alicante-Oslo para un familiar que hubo de modificar la fecha del viaje prácticamente de un día para otro. ¿Saben qué precio pagué por el mismo? ¡38 €! 38 pavos por un billete de avión para cubrir un trayecto de 3.153 km en tres horas cuarenta y cinco minutos de vuelo. Increíble. Les diré, encima, que no lo operaba la compañía irlandesa proveedora de gangas que todos tenemos en mente, no. Se trata de otra compañía escandinava de mayor caché, de las que proporcionan wifi a bordo.  Un  chollo. ¿Casualidad? No tanto. Esta misma semana he adquirido dos billetes de avión Valencia-Milán, esta vez sí, en la compañía irlandesa de los chollos para el mes de octubre por el precio de… 81€, dos personas, ida y vuelta. Como lo oyen: cuarenta euros por persona cuesta, en los días elegidos por mí, ir y volver a Milán cubriendo una distancia de 1.320 kms en dos horas. Es decir, por el precio de ir en tren y autobús en un largo e incómodo viaje de 13 horas con sus inconvenientes enlaces a  un pueblo del Languedoc-Roussillón va una persona a Oslo (Noruega) y dos personas a Milán ida y vuelta más o menos cómodamente  invirtiendo un total de menos de ocho horas. ¡Albricias! ¡Las sardinas a duro y el caviar a cuatro pesetas!

Esto llama la atención a los de nuestra generación pero no tanto a los jóvenes. Nosotros vivimos la época en que el viaje en avión era elitista. Viajábamos poco, pagábamos mucho y se nos atendía en los aviones con bebida gratis a discreción, comidita de bandeja de la Señorita Pepis, prensa de cortesía (en aquellos tiempos la gente leía) y otras atenciones dispensadas por señoritas (mayormente) aderezadas con foulard o pañuelo a lo Barón Rojo, con falda hasta la rodilla y algún distintivo alado a modo de alfiler en la solapa. Un lujo.

La primera reflexión que se me ocurre es: dados los precios de los billetes, las compañías de tren y autobuses nadarán en el dólar, en tanto que las de aviación estarán arruinadas… ¡Quiá, justo lo contrario!: las compañías ferroviarias como RENFE sólo cubren gastos operativos y eso gracias a que se les quitó la gestión de las infraestructuras (vías y estaciones)  en tanto que las compañías aéreas ganan dinero. De manera significativa la irlandesa en la que usted y yo estamos pensando. El transporte aéreo parece estar dominado por un travieso duendecillo que impone la subversiva regla de que el más barato vende es el que más pasta gana. Así de perverso y revolucionario (capitalista, eso sí) es el duende.

¿Y las compañías de infraestructuras? Pues lo mismo: ADIF, que se encarga de la infraestructura ferroviaria es un chorro de dinero público, tanto que hubo de dividirse en dos, separando ADIF-AVE para así seccionar el endeudamiento que a finales de 2013 ascendía a unos 13.000 millones, en tanto que AENA, la encargada de los aeropuertos, gana dinero a pesar del hachazo a las arcas que supone el hecho de que cada presidente comunitario o de diputación provincial haya decidido que tener un aeropuerto (a poder ser internacional) es lo que su capitalilla necesita para desarrollarse en una estúpida carrera a un progreso que no llega. Aún así, a pesar de la torpeza y el desacato de nuestros amados líderes, AENA ganó 833 millones en 2015. Increíble.

El capitalismo muestra aquí, en el transporte aéreo, su cara más gallarda: la eficacia, probando que con la libre competencia se consiguen óptimos resultados mejorando precios y servicios. Pero no quiero dar pábulo con mi artículo a los exegetas de la desregulación. El negocio está fuertemente regulado por “lo público” en términos de reglamentación de revisiones de los aviones, horas de vuelo de las tripulaciones, etc. que impiden el dumping en el transporte y consiguen niveles de seguridad similares en todas las aerolíneas y cualquiera que sea el precio del billete. ¡Ah, y con aeromozas y mozos con distintivo alado en el alfiler de la solapa, por supuesto!

Román Rubio
Septiembre 2016

lunes, 12 de septiembre de 2016

SMART & ELEGANT

SMART & ELEGANT

Lo mejor del pequeño cochecito de Mercedes es, quizás, el hallazgo de marketing del nombre: SMART. La palabra smart, en inglés tiene varios significados pero dos principales. Si consultas el Oxford Dictionary of English (inglés británico) el primero es “elegante, distinguido” y el segundo “vivo, inteligente”. Si por el contrario consultas el Merriam Webster (inglés americano) el primer significado es el de listo, inteligente y el segundo o tercero elegante, distinguido; en ambos casos, los diccionarios reflejan la jerarquía semántica de uso del término en una y otra sociedad. En ambos lados del Atlántico significan las mismas cosas pero con la frecuencia cambiada. Ocurre algo así como con el correo y el cartero: te dicen que en América se dice mail y mailman y en Gran Bretaña post y postman hasta que descubres que The Postman Always Ring Twice (El cartero siempre llama dos veces) es una conocida novela americana de James M. Cain llevada al cine  y en la que Jack Nicholson y Jessica Lange protagonizan memorables escenas tórridas, de manera significativa la de la mesa de la cocina.

La palabra elegant, en inglés, también tiene dos significados: el primero, obvio, es “elegante”; el segundo es “claro y simple”. En su segunda acepción se usa para describir ideas, teorías o planes capaces de describir, explicar, exponer o razonar algo complejo de manera sencilla, concisa y clara. El más claro ejemplo que he podido encontrar de teoría científica con una “elegant simplicity” es la formulación relativista de Einstein E=mc2     que establece la relación proporcional directa entre la energía (E), la masa (m) y una constante (c) que representa la velocidad de la luz elevada al cuadrado. No voy a explicar las implicaciones de la teoría (de la fórmula, más bien) puesto que se me escapan. Sólo diré que permitió, por ejemplo, extender la ley de conservación de la energía a fenómenos como la desintegración radiactiva.

¿Cuál es la grandeza (the elegance, según la lengua inglesa) del conocido enunciado sino su simplicidad? Imagínense que se tratara de una larga y complicada fórmula matemática que incluyera sumatorios, signos de derivadas y raíces cuadradas o cúbicas en denominadores de fracción. Con su complejidad se perdería la elegancia de la fórmula: para la mayoría de nosotros no sería más que un incomprensible batiburrillo de complicados números y signos abstractos para explicar otro batiburrillo incomprensible de hechos abstractos; pero no: la genialidad de Einstein consiste en ser capaz de explicar fenómenos complejos con una formulita que parece inventada por un chico de bachiller (y no el más listo de la clase).

Y es que, se trata de eso: de resumir, de simplificar, de hacer fácil lo difícil. Ésa es la cualidad del genio, no la de apabullar al personal con el blablablá de la jerga profesional incomprensible.
Admitamos, pues, que es prerrogativa de los tontos y de los genios expresar ideas simples: de los tontos porque no llegan (no llegamos) a más y de los genios porque la naturaleza les ha dotado con esa extraordinaria capacidad de síntesis, de hacer fácil lo difícil.
Voy a expresar una idea simple: como tonto o como genio, no lo sé: “que las multinacionales paguen impuestos en cada país con arreglo a sus ganancias en el mismo y según la tarifa local”. ¿Me he explicado bien? ¿Hay alguna parte de la proposición que no se entienda? Si es así, ¿cuál es? Si usted es una empresa que hace, digamos, camiones y gana en Kazajistan 16 millones de euros en un año, deberá pagar allí el porcentaje que el país disponga para beneficios empresariales; y en Francia lo que tengan legislado los franceses. Y si le parecen muy altos los impuestos allí y no gana usted lo que quisiera, pues suba los precios o no venda en el país.  Punto.

Todo esto viene a cuento a propósito de la noticia que ha saltado últimamente a los periódicos y que leo con pasmo. Según El País del sábado “Bruselas dio hace poco una dentellada de 13.000 millones a Apple por sus amaños en Irlanda, que le permitían pagar menos del 1% de impuestos”. Sabíamos que Irlanda lleva a cabo el “dumping” financiero y que aplicaba unos impuestos por beneficios a las empresas muy inferiores a otros países del entorno con el objeto de atraer a las multinacionales a su territorio. Me parece bien: si quieren cobrar menos que los demás y les va bien, allá ellos; si no fuera por eso y por el idioma no iría nadie allí con el clima tan húmedo y desapacible que tienen y el ridículo empeño en “no” parecerse a los ingleses. Incluso si quieren cobrar menos del 1% de impuesto de Sociedades que lo hagan, pero de la facturación de la multinacional en Irlanda, no en España, Francia o Portugal.

Parece simple, ¿verdad? ¿A que lo entienden? ¿Qué hay, pues, de complicado en ello? Pues, a pesar de la simplicidad de la propuesta, parece que los problemillas técnicos se convierten en insalvables montañas. En asuntos de dineros el lenguaje es tan complejo y los intereses tan dispares y fuertes que, al contrario que Einstein, los másteres en las Escuelas de Negocios de Harvard y Columbia parecen especialistas en convertir en difícil y complejo lo fácil y simple. Al contrario que los genios. Y que los tontos.

Román Rubio
Septiembre 2016 

viernes, 9 de septiembre de 2016

SEÑORES TERTULIANOS

SEÑORES TERTULIANOS





















En la tradición humorística de la literatura inglesa –el llamado humor inglés-, P. G. Wodehouse (1881-1975) es quizás el gran maestro. A pesar de lo prolífico que fue, con sus 98 libros publicados, unos 40 musicales de Broadway, adaptaciones de guiones cinematográficos, el primero con Cecil B. De Mille (aún cine mudo), es poco conocido y apreciado en España; no así en el mundo anglosajón. Como ejemplo diré que, en 1961, para su ochenta cumpleaños, 80 autores firmaron un anuncio de una página en el New York Times en el que felicitaban al autor y lo saludaban con reconocimiento y afecto “como institución internacional y maestro del humor”. Entre los firmantes se encontraban Kingsley Amis, W. H. Auden, Graham Greene, Aldous Huxley y Evelyn Waugh (otro de los grandes del humor). George Orwell, Wittgenstein, Orson Welles, Tom Sharpe (¡qué grande Wilt y los interrogatorios del Inspector Flint sobre la muñeca hinchable!) y muchos otros han expresado su admiración por el genuino inglés que obtuvo la nacionalidad americana y pasó la segunda parte de su vida en Estados Unidos aunque nunca abandonara en sus escritos ese pequeño rectángulo que limita al este con St. James Street, al oeste por Hyde Park Corner, con Oxford Street al norte y al sur por Piccadilly; es decir, Mayfair, con excursiones a casas de campo en deleitosos distritos rurales y la eventual incursión en Cannes y la Costa Azul.
El logro más reconocible y celebrado en la obra de Wodehouse es, sin duda, la pareja formada por el parásito, inofensivo y aristocrático Bertram “Bertie” Wooster, al que nunca se le ha visto hacer algo de provecho y su sagaz mayordomo Jeeves. Hace algunos años, en la época titubeante de Internet, antes del absoluto reinado de Google, apareció una página para resolver dudas y búsquedas bastante popular con el icono de un mayordomo que se llamaba Ask Jeeves. Mucha gente en España, incluso gente culta, no acertaba a identificar el metadato, enormemente popular en el mundo anglosajón. Hasta los niños de tierna edad saben que Jeeves es un sagaz mayordomo que resuelve los problemas de Bertie y sus amigotes mientras éste se va alegremente a cenar al Club de los Zánganos. Eso sí; ejerce sobre el joven crápula una influencia que le permite cobrarse esos calcetines malva, esa chaqueta de esmoquin blanca o esa camisa de pechera floja, prendas a las que Bertie es aficionado y que Jeeves se las arregla para eliminar del vestuario por considerarlas inadecuadas según la etiqueta del Imperio Británico.
Para facilitar la labor de algún futuro biógrafo, el escritor Wodehouse en un momento de su vida se decidió a llevar un diario que él justifica de la siguiente manera:
1 de enero. He decidido llevar un diario para apuntar cada día los más importantes acontecimientos que nos suceden a mí y a mis amigos. Así, toda mi vida quedará registrada. Será interesante leerlos al cabo de los años y el tío John dice que será útil como disciplina mental.

            Hoy día húmedo. No ha sucedido nada.
            2 de enero. Día húmedo. No ha sucedido nada.
            3 de enero. Todavía nuboso. No ha sucedido nada.
            4 de enero. Buen tiempo. No ha sucedido nada.
            5 de enero. No ha sucedido nada.
            6 de enero. No ha sucedido nada.

Y de este modo Wodehouse relata los acontecimientos que conformaban su vida y ello me hizo admirar más si cabe a un autor cuyo diario se parecía tanto al mío.
Entiendo que en los días  del resto de los mortales ocurran eventos más interesantes que en los de Wodehouse y los míos propios (o al menos ocurra “algo”, aunque no sea “muy” interesante) pero tampoco exageren; no estoy dispuesto a creerme que todas esas atribuladas existencias que veo en las redes sociales de mis conocidos estén tan cargadas de excitantes eventos como quieren hacer ver. Por regla general, los eventos, si son frecuentes, son tediosos.

Todo esto viene a cuento a propósito de los tertulianos. Sí, esos que salen por la radio y las televisiones opinando sobre la gripe aviar, los tratamientos paliativos de los enfermos terminales, las incongruencias de la justicia, las reválidas en el sistema educativo, la ley policial, los Santísimos Sacramentos, el más allá, el más acá o el acercamiento a puerto del Prestige (con sus hilillos de plastilina)  y otras naves a la deriva. Confieso que durante tiempo he sentido cierto menosprecio hacia ellos por estar dispuestos a opinar sobre cualquier cosa de la que no tienen ni puñetera idea. Estoy cambiando de opinión. Mi admiración por unos individuos que cada día se enfrentan al micrófono y consiguen salir airosos del envite, tengan o no algo que decir.
Ayer no había pacto de gobierno, anteayer tampoco, ni lo hubo hace un par de meses ni lo habrá mañana. ¿Qué puñetas dicen los opinadores cada día, todos los días ante una fuente de noticias tan mezquina? Algún día, como en el diario de Wodehouse (y en el mío), algún tertuliano dirá: “no ha ocurrido nada nuevo, de modo que no tengo nada que decir”. Estoy esperando que aparezca ese sujeto para declararlo mi favorito.

Román Rubio
Septiembre 2016 

sábado, 3 de septiembre de 2016

TE LO MERECES

TE LO MERECES




















Dice mi banco en un correo que me lo merezco, que si quiero me ponen 30.000€ en mi cuenta porque sí, porque me lo merezco, con solo hacer clic en donde pone “Sí, lo quiero”. Automático. Sin necesidad de ir a la oficina a contar si lo voy a usar para invertir, para consumo personal ni  nada. Por ser un buen cliente, dicen. En realidad, lo que quieren decir es que, considerando que soy un tipo solvente, que jamás he incurrido en lo que ahora llaman default y antes decíamos insolvencia o impago, que no tengo deudas y que he tenido durante toda mi vida adulta, y sigo teniendo,  ingresos regulares, el riesgo para el banco es mínimo, o nulo, con lo que la entidad ve asegurado el cobro del capital y sus intereses que vienen, eso sí, especificados en la letra pequeña. La misma generosa oferta han estado ofreciéndomela en el cajero cada vez que introduzco la tarjeta. Allí me daban 40.000.

Y me pregunto: ¿Es una buena estrategia ofrecer dinero en préstamo por costumbre a las personas que ya lo tienen? ¿Conocen ustedes a alguien que haya ido un día al cajero a   sacar dinero o hacer un trámite y haya decidido allí, in situ, endeudarse con el banco en, digamos, 40.000€ en un clic mal-leyendo la letra pequeña de los intereses y condiciones mientras el de detrás está esperando golpeando nerviosamente el suelo? ¿No creen que quién decide pedir esa cantidad en préstamo lo lleva pensando por lo menos desde el fin de semana y que le gustará ir a la oficina a que le expliquen exactamente el asunto de los intereses y las condiciones de devolución?, ¿o es que uno es raro y no sabe cómo funcionan las cosas? Me imagino volviendo a casa y diciéndole a mi mujer: “Cariño, he ido al cajero a sacar 80€ y me he quedado con un crédito de 40.000 pavos. ¡Son tan simpáticos! ¡Ah!, ¡y dicen que me lo merezco!” Si a mí, con mis modestos ahorros me ofrecen esa cantidad de dinero en préstamo automático, ¿cuánto le ofrecerán a tipos como Rato o Blesa? Imagino a los ciudadanos ejemplares de las tarjetas black introduciendo la propia en el cajero y éste ofertando dos o tres millones en préstamo automático porque sí, porque te lo mereces, chaval. Porque eres, no ya un buen cliente, sino un cliente ejemplar. ¡Venga ya! También me pregunto qué ofrece el cajero a la boliviana que friega la escalera de mi finca o si, en vez de ofrecer, le conmina a devolver la previsible deuda, pero eso es otra historia que sólo interesa a izquierdistas recalcitrantes y a tipos como Woody Allen que dicen sentirse mal los días de lluvia cuando salen a la calle, ven a gente sin paraguas y les dan ganas de regalarles el suyo.

Pero analicemos ahora la frase gancho de “te lo mereces” que popularizó hace no mucho una campaña publicitaria de El Corte Inglés y que expresa una idea extendida en el mundo occidental de que cada cual tiene (o aspira al menos a) lo que se merece, que en mi caso y en el de todos, porque hay que ser muy democráticos, es el todo. “Yo me merezco lo mejor” (aunque sea un canalla) parece ser el lema de una sociedad que tantos problemas tiene para manejar el ego: o lo tengo inflado y todo el mundo debería estar agradecido por el hecho de respirar (gratis) a mi lado o lo tengo por los suelos y pienso que soy una ruina prescindible y consciente de que el mundo funcionaría mucho mejor sin mí. ¿No querías ese vestido tan elegante y que te quedaba tan bien de Vincenzo & Porquino? Pues es tuyo, mujer, rezaba la publicidad de las rebajas de los grandes almacenes. ¿Y los zapatos de Ruperto Vespino, aquellos tan caros? Pues también, porque tú te lo mereces. Y tú, muchachote, te mereces ese traje de Leovigildo Plegma que antes valía 500€ y ahora sólo 450€, digno de un presidente autonómico del PP. Una ganga.

Como digo, la gestión del ego es un asunto nada baladí hoy por hoy. Bueno, nunca lo ha sido pero cuando había que hacer esfuerzos por llevarse la comida a la boca, como en el pasado, el asunto era menor. Hoy hay personal especializado en reforzamiento de la autoestima. Como yo estoy necesitado de esa medicina he encontrado un Gabinete en la Red que me va de perlas. Se trata  del Gabinete de Coaching Emocional de Isabel Sartorius y su equipo. Tienen una línea de actuación a la que denominan “porque te lo mereces”. Creo que me voy a apuntar como cliente, paciente o lo que sea. Eso, o pido el crédito. Una de dos.


Román Rubio
Septiembre 2016