lunes, 29 de junio de 2015

MALOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA (JUVENIL)

MALOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA (JUVENIL)

En un artículo reciente explicaba la escasa solidaridad generacional que se da en España, en donde una generación de tordos otoñales gordos y lustrosos expolian con sus generosas indemnizaciones por prejubilación y cobro de generosa pensión las expectativas de los jóvenes colibrís, que tras años de preparación y una estupenda disposición no consiguen obtener sino unos salarios exiguos e inestables cuando llegan a cobrar.















Me temo que la falta de solidaridad no es sólo inter sino  intrageneracional. Gracias a la flexibilidad que otorga la nueva legislación laboral se ha producido un abaratamiento salarial sustancial y una discrecionalidad a favor del empresario que hace que los jóvenes trabajen por (casi) nada o les impele a salir al extranjero en busca de un salario acorde a su valía. Esto es así en casi todos los casos. Las grandes compañías que antes eran los proveedores de los buenos salarios –eléctricas, bancos, consultoras, telefonía y grandes grupos industriales- han rebajado salarios en aras a la competitividad y tienen a los nuevos empleados de vendebiblias, de puerta en puerta o al teléfono machacando al ciudadano con esas maravillosas ofertas comerciales de las que, como al castillo de irás y no volverás, entras en cuanto firmas y se hace casi imposible salir. Por cuatro perras más la improbable comisión.

Para ilustrar el tema he googleado (estupendo y utilísimo verbo que debía adoptarse de una vez) el término “empleo juvenil” y abierto la entrada del diario El País “Noticias sobre empleo juvenil” referida a noticias aparecidas en el diario. Copio algunas de las entradas: “la creación de empleo en Cataluña no frena la “fuga de cerebros”. En 2014 la cifra de los que residen fuera supera ya en un 71% la de 2009; “mileuristas diez años después”, “Toña pide a los jóvenes en paro que aguanten en Euskadi”. El consejero reconoce que el plan de acceso al primer trabajo no acaba de funcionar; “rediseñado el plan de empleo juvenil tras la escasa contratación”; “solo un 6% de alumnos de la FP Dual cobra de las empresas”… En fin, la tónica del tratamiento del término está más o menos en la línea que me imaginaba (que nos imaginamos). En el capítulo de tribuna popular que constituye la sección de cartas al director, hay una colaboración que me ha llamado la atención y que quiero resumir aquí. Cristian Mas, de Valencia, cuenta que hace cinco años que ha terminado un Ciclo Superior en Producción de Audiovisuales, Radio y Espectáculos, así como distintos cursos de formación y especialización, incluyendo una carrera online de Comunicación. Tras una estancia en prácticas de tres meses en una emisora de radio valenciana, continuó trabajando para ella gratuitamente durante dos años con la esperanza, alentada por la empresa, de que le fuera ofrecido un contrato laboral que no vino. A continuación trabajó durante siete meses, también de manera gratuita,  para una productora de vídeo con la promesa de remuneración por realización de ciertos vídeos que tampoco se materializó. El único contrato remunerado de Cristian en España fue un periodo de campaña navideña haciendo palomitas en el vestíbulo de unos cines, lo que tiene que ver con el sector de Espectáculos y también con Producción (de palomitas, claro).
En la actualidad (en el momento de escribir la carta al periódico) declara encontrarse en el Reino Unido por espacio de seis meses en donde ha encontrado trabajo limpiando un almacén en turno de noche a una temperatura fija de un grado.

Ya sé que la historia no es nada excepcional. Cada uno de nosotros conoce historias similares de jóvenes cercanos a nuestros círculos familiares o de amigos. Lo que me llama la atención de la carta es la reflexión final que el joven se hace: “sin duda, algo habré hecho mal”. Pues no chaval, probablemente no has hecho nada mal. Vives, eso sí, en una sociedad egoísta e insolidaria.

Según el informe 03/ 2013 sobre la distribución de la renta en España, publicado por el Consejo Económico y Social de España la remuneración media de los empleos fijos crece muy poco (unos 56 euros anuales, hasta 24.333 al año) pero la retribución media de los temporales se desploma en 460 euros hasta apenas los 15.500 anuales. Es decir, quienes gozan de cierta seguridad (contrato fijo) ven aumentado (poco) su salario mientras que los que sufren máxima inseguridad (contrato temporal) ven disminuidos (mucho) sus ingresos. Otra ampliación de la zanja entre ricos (bueno, no tanto) y pobres y otra bofetada a la justicia social.

Ya sabemos que la función pública ha disminuido su oferta de puestos de trabajo de manera radical en los últimos años. Aún así, es casi la única fuente de trabajo con salario digno para los jóvenes entre los que, los pocos que han podido acceder a un puesto de maestro, policía o sanitario, constituyen la élite o casta del grupo de amigos, quedando quienes no están en el paraguas de lo público en manos de la precariedad, el salario raquítico o inexistente y la emigración.


Y para solucionar el entuerto ¿qué propone nuestro querido gobierno con la aquiescencia de sindicatos y aplauso y regocijo de la izquierda? La devolución a los funcionarios de la paga que se les detrajo en el 2012. ¡Ah! Y la revalorización de las pensiones en un 0.25%, que no es mucho, pero temerario si tenemos en cuenta que en tres años el gobierno se ha gastado el 38% de la hucha de las pensiones. Y para quienes están fuera del paraguas ¡que aguanten la lluvia! O que busquen un nicho de empleo que sea útil y necesario. Encontré a una persona que se quejaba de la falta de perspectivas laborales de su hija (no recuerdo su profesión o estudios) y del entorno de sus  amigos. Según esta persona, sólo una chica del grupo había encontrado un empleo fijo y bien remunerado. La chica era esteticienne de profesión y su trabajo consistía en maquillar a los muertos.






Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015


jueves, 25 de junio de 2015

FUTURO IMPERFECTO

“Predecir es muy difícil, y sobre todo el futuro”

Niels Bohr. Premio Nobel de física 1922



Ayer hice dos cosas triviales, cotidianas, perfectamente normales que me hicieron reflexionar sobre el futuro; o más bien sobre como lo imaginamos: viajé en avión e hice una llamada telefónica. ¿Y qué tienen que ver estas dos acciones banales con nuestras expectativas sobre el futuro? Pues bien: intenté recordar como preveíamos el futuro treinta años atrás. En aquella época, en los años ochenta yo era joven. Ahora también, pero menos. Había vivido enormes cambios en la sociedad española  que se estaba transformando y en la que convivía una mentalidad rural quasi decimonónica con la modernidad tal como ahora la entendemos.


En los ochenta muchos españoles ya viajábamos en avión. Menos que ahora, claro está. Las compañías low cost aún no habían aparecido y consecuentemente no habían roto el mercado. En el avión te proveían de prensa del día, comida, bebida gratis y otras atenciones, que se pagaban, y bien que se pagaban. El coste de un billete aéreo a Londres – la ruta que yo más usaba- venía a ser más o menos el doble de lo que puede costar hoy en una línea de bajo coste en cifras absolutas, que multiplicarían por cuatro o más veces el coste corregido por el nivel de vida. Además, en la ventanilla de facturación te preguntaban “¿fumador o no fumador?”. Sorprendentemente en aquella lejana época se podía fumar en los aviones. Y en los trenes, en los pasillos de los hospitales y… bueno, en todas partes menos en misa y en el cine.

Aparte de estos cambios superficiales me di cuenta de que, a pesar del ritmo vertiginoso de la tecnología,  el transporte no había cambiado gran cosa en estos últimos treinta años. Estoy convencido de que  los materiales con que están hechos los aviones son más ligeros, lo que los hace más eficientes y que tienen más automatismos en la cabina, lo que puede que los haga más seguros ¿o no? pero en esencia  el hecho de viajar en avión no ha cambiado gran cosa. Ibas al aeropuerto, facturabas la maleta, pasabas el control de seguridad (mucho más liviano, eso sí), subías al avión y en dos horas estabas en casa. Exactamente como ahora. Se tardaba lo mismo en llegar a los lugares y por el mismo medio. Es más: veíamos el Concorde en los aeropuertos, aquel maravilloso y picudo pájaro de acero supersónico y veíamos en él el futuro de la aviación. ¡Ingenuos! Recuerdo la publicidad en los periódicos ingleses. “Salga a Nueva York de buena mañana a su reunión de negocios, haga sus compras en la Quinta Avenida por la tarde y vuelva a dormir a casa. Con el Concorde”. Aquello sí que era futuro. Ir a Nueva York a hacer lo que fuere y volver en el día ¡Que excitante vida la de algunos!

Si nos hubieran preguntado cómo preveíamos el futuro habríamos sin duda hablado de platillos volantes silenciosos con mágicos sistemas de propulsión que nos llevarían hasta Tarragona o Aranda de Duero de manera rápida y silenciosa, como un suspiro. Seguramente si nos hubiesen dicho que cogeríamos el coche, repostaríamos combustible y tras las mismas horas de carretera y el mismo cansancio llegaríamos al destino nos habrían decepcionado profundamente, aunque nos hablaran de motores algo más eficientes, líneas más aerodinámicas, airbags y otras menudencias. En esencia, la misma cosa.

La otra acción que hice ayer, cotidiana y banal fue la llamada telefónica. Aparentemente tampoco varía mucho de lo que podía haber hecho hace treinta años. Bueno sí: en los ochenta habría descolgado un receptor y girado unas cuantas veces la ruedecita mientras que ayer manipulé la pantalla de un aparato móvil para conectarme, y eso sí que es una novedad, la telefonía móvil; pero sigue siendo una novedad predecible. Hace treinta años habríamos anticipado sin ningún problema que seríamos capaces en un corto tiempo de poder telefonear sin cable alguno. Lo que no habríamos sido capaces de predecir por mucha imaginación que hubiéramos puesto es todo el resto de funciones que  el aparato con el que telefoneé es capaz de proporcionar. Para empezar hablé con alguien que estaba en Escandinavia, lo que en los ochenta habría costado un dinero –ya me entienden- y lo hice utilizando una aplicación (Whatsapp) que me lo proporciona de manera gratuita (milagro). Como estaba en casa podría haber elegido para hablar con la persona de Oslo otra aplicación en mi ordenador que se llama Skype, que además de permitirme hablar de manera gratuita durante todo el tiempo que me diera la gana, me da también la imagen (más milagro) y lo más sorprendente de todo, lo que nunca podría haber imaginado entonces es que todos estos servicios llegaran a ser gratuitos, o tan baratos que están al alcance de todos.

La tecnología ha dado un salto de gigante en estos años, pero como todo en la vida, lo ha hecho por dónde menos nos esperábamos. Como siempre, el futuro siempre sorprendiendo.





El físico Hugh Everett formuló en 1957 la teoría de los “mundos paralelos ” o “muchos mundos” (“many worlds”) en su interpretación de la paradoja del gato de Schrödinger. Ya saben: hay un gato en una caja que contiene un tarro de veneno que se activa por una partícula radiactiva que tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de que ocurra. Según la física cuántica (o una parte de ella) el gato está muerto y vivo al mismo tiempo hasta que abrimos la caja, cosa de la que Einstein nunca estuvo convencido hasta el punto de afirmar: “me gusta pensar que la luna está ahí fuera, aunque yo no la mire”. Según la interpretación de Everett el gato está vivo y está muerto en ramas diferentes del universo, incapaces de interactuar entre sí debido a la decoherencia cuántica.

Es posible, según las formulaciones cuánticas, que existan mundos paralelos ¿por qué no? y entre ellos ese que previmos un día y que nos permite ir a Daroca cómodamente en un plis-plas en nuestro platillo volante mientras telefoneamos girando una ruedecita y nos compramos la última puesta a punto de la Larousse, pero ¿qué quieren que les diga? Prefiero este, aunque vaya en bici.
“Creo que nadie entiende verdaderamente la mecánica cuántica” dijo Richard Feynman, Premio Nobel de Física. Pues sí. Tiene usted razón, señor Feynman.
Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015 

lunes, 15 de junio de 2015

PENSAR, ESCRIBIR

PENSAR, ESCRIBIR












Y tú, ¿por qué escribes? Esta es una pregunta que todo el que escribe tiene que contestar alguna vez. No sólo a instancias de los demás, sino también de uno mismo. Y tú, ¿por qué escribes? En el caso del escritor profesional, una respuesta superficial, por obvia, sería:” porque vivo de esto”. Bien, eso desvela nada más que la primera capa de la cebolla. Bueno,  podrías ser stripper o negociador/a de acciones en Bolsa o constructor, sin embargo un día decidiste, o la vida decidió por ti, ligar tu destino a consumir tiempo  entre cuatro paredes  frente a una  pantalla o una hoja de papel. Para quienes, como yo, lo hacemos de manera digamos que recreativa, la respuesta a la pregunta de ¿por qué escribes?, es todavía más complicada de explicar ya que no tenemos ese primer velo de “porque vivo de esto” que quitarnos en esta danza. Sólo tenemos seis, pues.

La primera motivación que viene a la cabeza sería la búsqueda de la “notoriedad” lo que motivaría al escritor (escribidor, según Vargas Llosa). Es cierto que el profesional comprueba a menudo las ventas de su libro o producto y no sólo por razones económicas, sino por el efecto ególatra de la difusión en sí, por sentir el efecto narcótico que ejerce el hecho de influenciar a los demás. El autor del blog, como es este el caso, mira con relativa frecuencia las estadísticas de visitas al sitio para sentir, de manera atenuada quizás, el mismo efecto.

No es esta, sin embargo la motivación (principal) que impulsa a escribir a las personas. Si de búsqueda de notoriedad se tratase trataríamos de subir a la web vídeos de nuestro perro cepillándose los dientes, o dando el biberón al bebé. Esto sí que da notoriedad. En minutos conseguiríamos más visitas a nuestro entorno virtual que en años de sesudos y elaborados artículos. Sin embargo, no conozco a ningún individuo tocado con el veneno de encadenar palabras dispuesto a buscar esa clase de notoriedad. No es por tanto ese el motivo que impulsa a escribir, aunque haya necesidad del público. Como dice un amigo y excelente blogger –saludytebeos.blogspot.com-, siempre hay alguien que te lee. Gracias al bendito Internet, siempre hay alguien, en algún lugar, en Cataluña, el Perú, Alaska, Singapur o León, que de manera enigmática te encuentra y te lee. Fielmente, con regularidad. Y para ese alguien y para uno mismo, se escribe.

Otra motivación, esta algo más profunda, es el placer que quien tiene el veneno de escribir siente en las raras ocasiones (rarísimas para los pobres diletantes, como yo) en que se consigue enlazar palabras de manera rotunda, precisa, bella…satisfactoria, comparable quizás al del músico que consigue el acorde exacto, la nota que da sentido a la melodía. La magia de la palabra: a veces, sin saber por qué, al unir palabras corrientes el escribidor se ve sorprendido por la química de estas que, siendo comunes, consiguen matices brillantes, sorprendentes, nuevos… y siente el placer que produce expresar algo con precisión.




“El pensamiento es la proposición con sentido”     Wittgenstein

La pregunta principal que se plantea la filosofía del lenguaje siempre ha sido: ¿Es posible tener pensamiento sin lenguaje? ¿Se puede razonar sin el uso del lenguaje? Imagino que habrán respuestas variadas entre los filósofos,  pero creo que está universalmente aceptado que el nivel de pensamiento en los animales viene determinado por la complejidad de su lenguaje y que sólo el humano tiene las palabras sobre las que elaborar el pensamiento. Esto es así. Con las palabras elaboramos el pensamiento. Ahora bien: mientras caminamos, cocinamos, vamos en bici, hacemos la compra… el pensamiento acude (o se desarrolla) dentro de nosotros de manera desordenada; las ideas se bombardean e interrumpen unas a otras haciendo del pensamiento algo confuso y estéril.

El que escribe, y esto es para mí lo que más me impulsa a hacerlo, tiene la necesidad de ordenar el pensamiento. De hacer de la profusión de ideas algo intelectualmente ordenado y con sentido. Cuando alguien quiere convertir las ideas en textos tiene que enfocar el pensamiento, acotar el campo para aislar los conceptos; tiene que exponer y presentar, relacionar y argumentar, ampliar y reducir, analizar y sintetizar; tiene que documentarse y tiene que seleccionar: separar el grano de la paja. Y este proceso, ni es banal ni sencillo, pero produce placer: remoto y procrastinado, pero placer.





Edward E. Forster, autor de Pasaje a la India, pone en boca de uno de sus personajes (una de estas ancianas frívolas con que los británicos adornan sus novelas) la frase: “how do I know what I think until I see what I say?  ¿Cómo voy a saber lo que pienso hasta que no vea lo que digo? Pues eso: ¿Cómo voy a saber lo que pienso si aún no lo he escrito?

Piensen en contestar la siguiente pregunta: ¿Qué es ser de izquierdas o derechas hoy en día? Es algo sencillo. Todo el mundo (o casi) sabe dónde se encuentra en ese espectro. Otra cosa sería definirlo. ¿Por qué una cosa que nos parece tan sencilla de aprehender intuitivamente nos resulta tan difícil de contestar? A eso me refiero cuando hablo de sistematización del pensamiento y del hecho de escribir. Siéntense y durante un par de horas anoten todas las ideas sobre el tema. Elaboren un texto de 800 o 900 palabras explicándolo y sabrán a qué me refiero.

Y si no quieren hacerlo lean mi entrada de hace unas semanas sobre el tema y critíquenla. A mí me van a permitir que me ausente de este blog durante un par de semanas en que tomo vacaciones para dejar vagar el pensamiento de manera desordenada,improductiva, estéril. Para tratar de poner orden después.

Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015

viernes, 12 de junio de 2015

TRAGABUCHES, TEMPRANILLO Y OTROS

TRAGABUCHES, TEMPRANILLO Y OTROS

BANDOLEROS














“Sólo un gramo más de moral diferencia al guerrillero del bandolero”, escribió Pérez Galdós; y es que, en España ha habido muchos y muy pintorescos bandoleros, como guerrilleros. La extensión del país, poblamiento, orografía, propiedad de la tierra y también carácter ha propiciado la aparición de estos personajes que en su momento fascinaron a escritores, pintores e intelectuales del otro lado de los Pirineos, como Prósper Merimée o el pintor Frederick Lewis.

Los ha habido en todas las épocas y en todas las regiones. Desde la época romana se han documentado acciones de guerrilla y de pillaje en los caminos de España. En Aragón y Cataluña actuaron muchos y muy activos en los siglos XVI y XVII: Antonio Roca, Testaferro, Perot Rocaguinarda, Perot lo Lladre, Joan Sala, Serrallonga… En Galicia, en País Vasco, en Valencia tuvimos al Tio Joan de la Marina o al famoso Josep Martorell, Pinet, que actuaba en las sierras de Bernia y Aitana; en Castilla, en Montes de Toledo, en cualquier parte dónde el monte sirviera de escondite y patria a los asaltadores de caminos; caballerosos y generosos unos, como Tempranillo; crueles y sacamantecas otros, como Pernales.

Diego Corrientes (1757- 1781) nació en Utrera (Sevilla) y se especializó en el asalto a diligencias que hacían el camino Sevilla- Madrid, lo que llevó a cabo, según la leyenda, en más de mil ocasiones. Fue el primer bandolero romántico, con fama de generoso y misericordioso con los pobres; una especie de Robin Hood a la española. Murió en la horca, tras ser extraditado de Portugal adonde había huido. A garrote vil murió el madrileño Luis Candelas (1804-1837), extorsionador, ladrón y ocasionalmente asaltador de caminos, al que se juzgó y se le atribuyeron 40 robos, aunque no se le pudo inculpar muerte alguna. A pesar de ello, se le denegó el indulto que él mismo solicitó y se le ajustició.


Los grandes episodios del bandolero romántico se dieron en Andalucía en el siglo XIX, en Sierra Morena, Despeñaperros y Serranía de Ronda, desde 1808 en que los franceses ocuparon el territorio, hasta el año 1934 en que cayó Pasos Largos, a quién se considera el último bandolero.


Pasos Largos y Pernales (derecha) y Niño del Arahal (izquierda) muertos a tiros

Los Siete Niños de Écija fue una afamada cuadrilla de malhechores que actuaron en los alrededores de la localidad sevillana entre 1814 y 1818. Los orígenes parecen ser la guerrilla. En 1808, el capitán Luis Vargas reunió un grupo de insurrectos antifranceses constituido por Juan Palomo, Malafacha, Cándido, El Cencerro y Tragabuches. Al terminar la guerra contra los franceses, la cuadrilla siguió viviendo del pillaje y la extorsión acogiendo a insignes miembros como José Martínez (El Portugués), José Antonio Gutiérrez (el Cojo), Fray Antonio de la Gama (El Fraile), Diego Meléndez, José Alonso Rojo (el Rojo), el Hornerillo, El Granadino, Pancilla, El Manco, Candil y otros. Se reconoce a Pablo de Aroca, alias Ojitos y a Juan Palomo como jefes del grupo en uno u otro momento. Muchos murieron en enfrentamientos con los migueletes (fuerzas especiales creadas ad hoc) y otros fueron ejecutados, como es el caso de Fray Antonio, al que se le dio garrote en Sevilla y a Francisco Huertas, ecijano de familia noble.

Juan Palomo (yo me lo guiso yo me lo como) ha pasado al acervo popular de chascarrillos por su peculiaridad a la hora de repartir el botín con los suyos, pero el más famoso de toda la banda, sin contar a Tempranillo, que quizás colaboró con ellos al principio de su carrera, fue Tragabuches.  Tipo pintoresco, Tragabuches. 

Su apodo le viene de su padre, natural de Arcos y del que se decía que una vez se comió un buche, nombre que en la región se da al asno de leche. Nacido José Mateo Balcázar cambió su apellido por Ulloa, pues como gitano, podía cambiarse el apellido según legislación de la época. Buen cantador de flamenco empezó su carrera como torero banderilleando en las cuadrillas de Gaspar y José Romero, toreros de Ronda, llegando a tomar la alternativa como matador en 1802 en la plaza de Salamanca. Se retiró pronto del ruedo y se instaló en Ronda ejerciendo de contrabandista, dada la cercanía a Gibraltar. Convivía en Ronda con una bailaora: María La Nena. En cierta ocasión fue invitado por uno de los hermanos Gaspar a tomar parte en los festejos taurinos que habían de celebrarse en Málaga para celebrar la vuelta de Fernando VII. Ulloa cayó del caballo y se dislocó un brazo en el camino, lo que le obligó a volver a Ronda de improviso. Allí descubrió que La Nena estaba liada con cierto sacristán de nombre Pepe y conocido como El Listillo. De poco le sirvió al sacristán su sagacidad, pues Tragabuches le degolló sin contemplaciones. A continuación arrojó a La Nena por la ventana causándole también la muerte y José se echó al monte en donde desarrolló una fructífera carrera como bandolero, haciendo amistades tan distinguidas como las de José María el Tempranillo o los Niños de Écija. Siguió amenizando a sus compinches como cantaor y a él se le atribuye la famosa letra “Una mujer fue la causa/ de mi perdición primera./ No hay ningún mal de los hombres/ que de mujeres no venga”.



José María el Tempranillo nació en Jauja, pedanía de Lucena (Córdoba), en 1805, hijo de jornaleros. A los quince años mató a un hombre en la Romería de San Miguel por motivos poco claros. Hay quien dice que fue por venganza por la muerte de su padre. Otra versión fue que dio su merecido a quién había violado a su madre viuda y los hay que afirman que el motivo fue castigar a quién importunó a Rosa, una niña de Jauja de la que José María andaba enamorado. Lo cierto es que el duelo de cuchillos acabó con la muerte del contrincante, y el chico se tiró al monte. De nuevo se repite la historia. Una muerte violenta, quizás una mujer y huida a los recovecos de la Sierra Morena para eludir el castigo de la horca.

Allí forjó Tempranillo su leyenda de bandido bueno. Empezó uniéndose a los Niños de Écija, en dónde coincidió con Tragabuches y los demás, pero pronto se haría autónomo. A los 18 años ya estaba por su cuenta con más de catorce hombres bajo su mando. Llegó a tener unos cuarenta. A pesar de sus muchas fechorías no se le considera un hombre violento ni sanguinario, como otros. Más bien al contrario. Se dice que cuando atracaba las diligencias hacía bajar a las señoras y las instalaba a la sombra para evitarles incomodidad. Allí, de manera delicada, las despojaba de sus joyas diciéndoles: un brazo tan hermoso como el suyo, señora, no es digno de llevar estas alhajas que no hacen sino afearlos, y les besaba educadamente la mano. También tenía fama de hombre compasivo. En cierta ocasión se topó con un arriero que andaba con una burra vieja cargada de pellejos. Cuando el arriero le contó que no tenía dinero para cambiar la caballería, el bandido echó mano a la faltriquera y le dio 1.500 reales y le dijo que fuera a una venta en la que había comercio de caballerías y comprara una buena mula. Así lo hizo el hombre. Al día siguiente, Tempranillo envió a un compinche a la venta para recuperar los 1.500 reales, todo sea dicho. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Generoso sí, tonto no. Un bandido no puede jugar con su reputación.

José María se acogió al indulto que ofreció Fernando VII a los bandoleros que quisieran colaborar en la lucha contra la plaga. Le siguieron algunos  de su banda como “el Lero”, “el Venitas” y “el de la Torre”, pero otros como “el Veneno” decidieron seguir con su arriesgado negocio, cayendo muerto poco después. Un antiguo compañero de fatigas “el Barberillo” tendió una emboscada al Tempranillo cerca de una hacienda que tenía éste en Alameda (Málaga) dónde cayó muerto a la edad de 28 años. Otro famoso bandolero, Jesse James, caería también asesinado años después en Saint Joseph, Misuri por un miembro de su propia banda mientras colgaba un cuadro en la pared. Nadie como un bandido para acabar con otro.
Román Rubio
#roman_rubio

jueves, 4 de junio de 2015

PÁJAROS DE OTOÑO

PÁJAROS DE OTOÑO, GORDOS COMO TORDOS












Venía en el periódico del martes pasado. “Iberia contrata sus primeros pilotos en 11 años” La empresa lanzará en julio la convocatoria para la contratación de 200 pilotos, lo que hace por primera vez tras 11 años de congelación o reducción de plantilla. Buena noticia. Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones salariales? Los nuevos pilotos cobrarán entre 35.000 y 40.000 euros de entrada (precio de mercado, según fuentes de la Dirección de la Empresa) y actuarán sustituyendo a compañeros que cobraban de 120.000 a 130.000 euros y que pasan a ser comandantes con un sueldo de entre 150.000 y 160.000. No había mención en el artículo del sueldo de los antiguos comandantes que pasan a la jubilación pero pueden imaginarlo. Una pasta. ¿Ven lo que quiero decir? Los nuevos pilotos de Iberia -según precio de mercado- cobran un 66% menos que los anteriores por exactamente el mismo trabajo y no se sabe cuánto menos que las vacas sagradas, cuyo salario desconozco, así como la indemnización o “bufanda” con que habrán adornado su salida voluntaria. Y tan contentos. Se consideran –y con razón- la crême de los nuevos trabajadores.

Hay una fractura clara en el mundo laboral español y en la distribución de los recursos entre las gentes que los españoles no quieren ver, prefieren echarse tierra a los ojos y autoengañarse por cobardía para afrontar la realidad. Es cierto que el empleo está creciendo en nuestro país, pero las condiciones son tan desventajosas en comparación con lo que había hace años que la cosa clama al cielo. No hay grandes diferencias en el empleo de baja cualificación como el comercio o la hostelería. Un camarero o una dependienta vienen a ganar lo mismo que siempre. Ahora bien:  ingenieros, arquitectos informáticos, físicos, biólogos, farmacéuticos y economistas son contratados por las empresas por sueldos de 900 euros, cuando cobran, con perspectivas de cobrar 1.100 al cabo de tres años si prueban su competencia. Estos jóvenes en general, no sólo hacen mejor el trabajo del prejubilado anterior en la empresa sino que, por su conocimiento de idiomas y familiaridad con el entorno digital solventa asuntos que antes la empresa subcontrataba. Negocio redondo. O ruinoso más bien, ya que la empresa, a menudo, debe complementar el sueldo del inane y rollizo maduro empleado para librarse de él sustrayendo unos recursos que serían preciosos para incentivar al productivo joven. El jubilado –o prejubilado-, del que en ocasiones se ha prescindido por franca incompetencia y negativa a adaptarse a las nuevas formas de trabajo, cobra unas compensaciones para complementar su subsidio de paro por parte de la empresa que producen sonrojo y son un desafío al estatus del joven escuálidamente remunerado en la época en éste que más lo necesita, en el momento de independizarse y quizás pensar en crear una familia y/o tener descendencia, lo que garantizaría la viabilidad del sistema. Por no mencionar las compensaciones ofrecidas por la banca y las grandes compañías a los altos ejecutivos, lo que ya no es un caso de insolidaridad social, dados los salarios por los que estas mismas empresas contratan a los nuevos esclavos, sino de franca bellaquería, lesionando los más rudimentarios principios de la equidad social.



Entretanto, al prejubilado, que a veces no llega a los sesenta, se le ve rollizo y bronceado, autocomplaciente, feliz, dando sanos paseos, quizás pensando en reservar el crucero del próximo septiembre (que hay menos demanda), montando en bici, yendo y viniendo al gimnasio y bebiendo ricas y heladas cervezas al socaire del sombrajo del chiringuito playero o de la buganvilla de la piscina municipal de su pueblo de veraneo.

La derecha no parece tener opinión al respecto. Nunca se ha caracterizado por sus principios solidarios.  En asuntos de dinero… “gent de Massamagrell, cada u pa d’ell”, que dicen los valencianos. Los sindicatos, entretanto, centinelas fieles del cuidado de los Sagrados Privilegios Adquiridos, al igual que una gran parte de la izquierda, en traición flagrante a la equidad social y el interés común, apoyan el mantenimiento, o mejora, del statu quo para el trabajador mayor y denuncian la precariedad y condiciones del nuevo trabajo. Correcto; si no fuera porque en el fondo saben que no hay para todos, que el país ha vivido por encima de sus posibilidades, que ha vivido durante años del dinero prestado del exterior y que ahora toca devolverlo, lo que implica que habríamos de rebajar (muchos) las expectativas de remuneración para mejorar las de otros –en concreto las de los jóvenes profesionales fuera del servicio público-, que ahora no se puede devaluar la peseta para mantener un nivel de vida ficticio, que toca igualar los salarios –los públicos y los del mercado- tal y como han indicado todas las autoridades monetarias internacionales, subiendo unos pero también bajando otros, como parece haber entendido de manera radical, tal como es ella, la nueva alcaldable de Barcelona y que   mantener lustrosos a los numerosos tordos con las aportaciones de los menguados colibrís es injusto, es desleal y además, un suicidio colectivo.

¡Ah, me olvidaba! Y que nuestros dirigentes no derrochen, no roben y vigilen para que los demás –los poderosos- tampoco lo hagan. Ni evadan.

Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015 


lunes, 1 de junio de 2015

ALLONS ENFANTS!

ALLONS, ENFANTS DE LA PATRIE!













Nunca me han gustado los himnos, y como ya he dicho en alguna ocasión en este blog, tampoco he sido amigo de las banderas. No recuerdo haberme jamás parapetado a la sombra de ninguna ni haberla tomado por adorno. Tampoco recuerdo haber entonado un himno. Bueno, en realidad esto no es del todo cierto. Durante la mili, como “casi” todos los de mi generación besé la rojigualda y los sábados a mediodía, previo al permiso de fin de semana, se nos hacía formar en el precioso claustro de Santo Domingo, en Valencia y se nos obligaba a cantar el himno de Infantería, que, en su primera estrofa dice así: Ardor guerrero vibre en nuestras voces/ y de amor patrio henchido el corazón/ entonemos el Himno Sacrosanto/ del Deber, de la Patria y del Honor/ ¡Honor! Yo, espantado por la huera prosa, sintiendo vergüenza ajena por tan afectado engendro, intentaba mantenerme callado y mover sólo la boca, pero la vigilancia del capitán, que nos exigía celo y ardor guerrero, me (nos) obligaba a gritar a los cuatro vientos tan insulso mensaje. ¡Bienaventurado aquel que nunca se vea obligado a cantar un himno ni a aplaudir un discurso!



Probablemente estaré equivocado, como en tantas otras cosas, pero soy de los que piensan que cantar un himno con la mano en el pecho y ojos llenos de lágrimas es propio de mediocres, de gente que se deja impregnar por un sentimentalismo patético, que trata de suplir su propia ausencia de logros con los logros de la tribu, su mermado valor moral con las fortalezas de sus vecinos, que justifica su propia poca valía y abotargamiento moral con la, a menudo falseada, gloriosa historia de la nación, sus carencias con las virtudes de sus compatriotas que hace suyas y que le permiten seguir siendo un ser modestamente irrelevante, cosa que está muy bien -no todos tenemos que ser Superman-si no sirviera para ponerse como pavos reales mentando las hazañas de los demás. ¿Que soy incapaz de ligar dos frases seguidas con un lápiz? ¡Bueno, ahí están Cervantes y Quevedo!. ¿Que soy un ser tripudo y de sofá, (un couch potato, como dicen acertadamente los anglos) incapaz de subir dos escalones sin usar un ascensor? ¡Bueno: la tribu tiene a Rafa Nadal y a Iniesta para defender la energía y vigor de los demás!; el primero es del Madrid y el segundo, aunque juega en el Barça, es de Fuentealbilla: pura cepa. Bien es cierto que Shakespeare y Federer son también tipos exitosos y fuera de lo común, pero pertenecen a otros clanes. Habrá que abuchearles.

El “patriota” de la mano en el pecho e himno en astillero, lentejas los lunes, sobre bajo mesa, banderita en muñeca, partido los domingos y encomienda a la Virgen de los Patrimonios las fiestas de guardar es tan amante y celoso de su himno como maleducado e irrespetuoso con los de los demás, que pita y abuchea sin importarle (por desconocimiento, ignorancia, desidia o simplemente estupidez) a quién representa ni qué significa. Cualquier tribu que se enfrente a la mía es mi enemiga, no importa que sea en un bello, festivo e incruento lance deportivo.

Hace años fui en Mestalla a ver un partido de fútbol que enfrentaba a la selección española contra Francia, aquel estupendo equipo campeón de Europa liderado por Zidane. Pues bien, en el acto protocolario inicial La Marsellesa fue acompañada por una sonora pitada. Es por Francia, pensé yo. Está provocado, quizás, por esa actitud paternalista, chovinista de los franceses que siempre nos han mirado por encima del hombro, como se mira a ese asilvestrado vecino, un poco brusco, rudo y maleducado… Error. Lo mismo que con Francia, mis queridos compatriotas se despachaban con pitos y abucheos ante cualquier visitante que osara pisar nuestra tierra con el propósito, los muy bellacos, de querer disputarnos el honor de la victoria. Da igual que se tratara del Flower of Scotland, el God Save the Queen, o el Deustchland, Deustchland. Todos son dignos del más profundo desprecio por parte del patriota. Hay que odiar lo que otros memos como yo, aman.


El pasado 28 de marzo otros fervorosos patriotas, los de la senyera estelada y sin estelar, junto con los de la ikurriña, protagonizaron en el Camp Nou el bochornoso espectáculo de desprecio al himno de España. Estoy de acuerdo en que éste no es un himno hermoso. Por no tener, no tiene ni letra. Quien lo quiera acompañar no puede hacerlo si no es con un absurdo chan-cha, chancha, chachancha-chancha-chancha. Además tiene las connotaciones históricas que tiene y que ya sería hora que empezáramos a olvidar en aras a la convivencia. Sospecho que lo quieren sustituir por otro (otros) de índole más local, que, éste sí, será merecedor de respeto, mano al corazón, lagrimita y cara de cordero degollado. Correcto. Lamento, sin embargo que, cuando lo consigan, si lo consiguen, seguirán los patriotas  mostrando su mala educación cuando toque escuchar el del rival. Como siempre.

Las autoridades, por su parte, haciendo gala de su proverbial miopía, quieren sancionar de algún modo la monumental pitada. Bien. Cuando lo hagan pueden empezar a poner puertas al campo, meter el mar en un hoyo usando una concha y descifrar el sexo de los ángeles. Mientras consiguen tan nobles propósitos, podrían poner unos compases del himno de cada equipo y arrimar el hombro para tratar de encontrar una solución política a la fractura. Que fuera satisfactoria para todos. Por ejemplo.

Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015