jueves, 29 de diciembre de 2022

ELLA Y ÉL

 

ELLA Y ÉL



Estoy compungido. Al trancazo gripal que me ha sobrevenido en este final de año se le añade la separación de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, lo que no ha hecho sino ahondar la desazón producida por las fiebres altas y los tiritones y sudores en la cama.

En verdad que lo lamento; la separación, digo. Y no por compasión hacia dos personas cuya felicidad me resulta indiferente, o no menos indiferente que la de Perico el de los Palotes, sino por el regocijo que el fracaso sentimental de estas dos  personas causa entre tantos ciudadanos que conozco, ante lo cual, yo, como Pepito Grillo de las conciencias, me siento forzado a tomar postura.

Veamos: la felicidad de estos dos seres no es sino una fuente de infelicidad para muchos de sus conciudadanos. El Nobel, Vargas Llosa, es malquerido por muchísimas personas, y no solo por su patriarcal y elegante aspecto de lord inglés de Arequipa: los marxistas e izquierdistas en general lo desprecian y vilipendian por traidor, por haber huido a las filas liberales; los independentistas del otro lado del Ebro por llevar la bandera constitucionalista, habiendo ejercido de barcelonés en el pasado, y la mayoría de los escritores por motivos varios, entre los que no se  descarta el de haber ganado el Premio Nobel. Claro, que ellos dirán que no, que no es por eso, que su literatura ha perdido no sé cuantos quilates en las últimas épocas y bla, bla, ba, lo cual quizá sea cierto; no soy quien para opinar: desde que leí La fiesta del chivo (considerada por muchos su última obra de mérito) solo le he leído un ensayito sobre sus autores iconos del pensamiento liberal, La llamada de la tribu, material insuficiente para emitir un juicio. En realidad, los escritores, cuando critican a otro, nunca suele ser por los motivos que confiesan. Apliquen si no la misma vara de medir a Umberto Eco o García Márquez y verán lo que quiero decir; por no hablar de Camilo José Cela (el supervillano histriónico capaz de absorber el agua de una jofaina por el ano con la sola acción succionadora de su intestino).

Es por eso que verle ahora con el petate de camino a su pisito de soltero en el Madrid de los Austrias (de 285 metros cuadrados, más terraza) es motivo de gran regocijo para tantos, que ovacionan al destino por su acción justiciera. ¿Querías glamur, comodidad, calor de hogar y compañía cómplice para tus últimos días, eh pillín? ¡Pues toma: ahí tienes un pisito en el centro para ti solo! ¡Y da gracias a que puedes pagarte una asistenta!

En cuanto a la Preysler, ¿qué puedo decir de ella que no haya sido escrito y hablado? No sé cuál será la apreciación de ustedes, pero la mía personal es que ha despertado (despierta) de manera más virulenta el rechazo agresivo entre las mujeres que entre los hombres. Mucho más. ¿Será por su habilidad en conducir los asuntos prácticos familiares?, ¿será por aquellas habilidades amatorias orientales próximas a la brujería  que incluyen oportunos desmayos que se le atribuyen? No lo sé.

Lo cierto es que en este lance la mujer parece que haya salido menos damnificada. En principio, porque está más entrenada. Tras dos estruendosos divorcios y una sonora viudedad, parece que una tercera separación no vaya a afectar mucho la estructura de la obra. Además se queda con la casa: esa casa de Puerta de Hierro, de Madrid, que fue obsesión, motivo de críticas, alabanzas y grandes envidias en aquella España tan codiciosa como la de hoy. Durante un tiempo no hubo en este país conversación, chiste televisivo o privado en el que no saliese a colación el número de cuartos de baño (14, por lo que se ganó el título de Villa Meona), las piscinas cubierta y descubierta y, sobre todo, la calefacción en la caseta del perro, gasolina para la ira encendida del pueblo, cuando todos sabemos que el perro solo usa la caseta en los dibujos animados, que termina durmiendo en el cuarto de la dueña; en el mejor de los casos en la alfombra al pie de cama.

De modo que, en vistas al regocijo inconfesado o no de tanta gente por esta separación y la presunta infelicidad que pueda traer consigo, y con el único objeto de llevar la contraria a la legión de recelosos detractores, catequistas de la moral y otros rebaños de guardianes de las esencias de la tribu, quiero manifestar aquí mi deseo de felicidad,  juntos o separados, a las personas de Vargas Llosa y la Preysler para el nuevo año de 2023.

¡Feliz Año Nuevo a todos!

 

Román Rubio

Diciembre 2022

 




jueves, 22 de diciembre de 2022

EUFORIA

 

EUFORIA


“Cuando el vulgo alaba una cosa, aun suponiendo que no sea mala, a mí comienza a parecérmelo”

CICERÓN: de Finibus, II, 15.

Acabo de comprobar mis dos roñosos décimos de Loteria de Navidad y el menguado puñado de participaciones y como todos los años de mi vida, me encuentro con el cartel de “NÚMERO NO PREMIADO”. No tengo memoria de haber ganado nunca nada que no sea la devolución de algún billete y eso una vez cada diez o doce años. Por alguna razón, la Lotería siempre cae en otra parte: en Ponferrada, Palafrugell, Mazarrón, Móstoles y lugares así. En días como hoy se da uno cuenta de la cantidad de lugares semiignotos que hay en España. Hasta aquí, nada de particular: se rompen los boletos y a esperar otro año a que el amigo y el compañero de aquel trabajo que dejaste hace años te vuelvan a decir: “¿Quieres lotería?” Y tú, como un corderito digas que sí y vuelvas a tirar 20 eurazos al pozo de la nadería (iba a decir al de las desdichas, pero ni eso, que las desdichas aun tienen algo de interesante).

La lotería siempre toca en otro lado, pero lo que resulta invariable es la escenificación de la alegría que degrada lo de bueno que puede llegar a ser empezar a ser rico un día, o mejor aún, dejar de ser pobre. Pongan el Telediario y verán un grupo de gente vulgar saltando y gritando tonterías mientras descorchan botellas de cava barato de supermercado y se mojan la ropa dando absurdos saltos en un patético espectáculo. Igual da que sea en Mieres que en Cieza o Sevilla. Dan ganas al verlos de no ganar nada para no verse involucrado en tan grotescos rituales. Ayer fue el día de la celebración, pero da igual; podrían haber puesto las imágenes del año pasado cambiando el número sobreimpreso en pantalla. En una de las conexiones, a la puerta de una administración o de un bar de un lugar del norte, la gente que rodeaba a la reportera se encontraba más o menos amable y apacible, como suelen ser en lo cotidiano, hasta que han visto que la periodista entraba en directo, en cuyo instante han empezado con el descorche de las botellas y los gritos y saltos correspondientes, como queriendo decir: “¡que no se diga que somos menos estúpidos que los del pueblo anterior, que a eso no nos gana nadie!”. Espero que TVE haya tenido la delicadeza de pagar la tintorería de la pobre reportera que, además de tener que hacer un degradante reportaje, ha tenido que soportar la vulgar burricia de los vecinos y llevarse, encima, su mejor trajecito rociado de cava de tres euros.

No solo de loterías vive el hombre. Para que este no se encontrara solo, Dios creó el fútbol. Y como no sabía dónde colocar el templo, creó la Argentina. Y en ese país situó a los argentinos, para que escenificaran de manera chabacana la alegría impostada (o, lo que es peor, real) de haber ganado algo. No sé ustedes, pero yo, como decía Cicerón, cuando la masa alaba tanto y tan unánimemente algo, empiezo a desconfiar.

Tomemos, la Argentina, por ejemplo. La prosopopeya de la unión del pueblo para conseguir objetivos, tan pregonada, es una verdadera paparrucha. Mañana, ¿qué digo mañana?, hoy mismo habrá unos buenos miles de argentinos eufóricos con los logros del país metiendo dólares en el colchón para protegerse de la inflación endémica, mientras los poblados chabolistas de la periferia bonaerense seguirán sin desagües, depuradora de aguas o atención médica para los niños tras saltar sus pobladores como energúmenos en las avenidas al paso de un ciclotímico y endiosado Messi.

Agradezco a Yahvé que me conserve en el pelotón de los Pepitos Grillos, granos en culo ajeno que desconfiamos de las manifestaciones patrióticas que cuando no sirven para tapar las vergüenzas de la patria sirven para lo contrario, para ensalzarla, lo cual es más peligroso,  como esos que conocemos que se ponen la mano en el corazón cuando cantan el himno o los que escenificaban grandes espectáculos en cierta plaza de color bermellón o los que lo hacían bajo la sombra de la cruz esa que es como quebrada.

Casi prefiero celebrar la patria de los que inventaron el reloj de cuco, que es inofensivo, igualitario y sin pretensiones. Y casi nunca ganan nada.

Román Rubio

Diciembre 2022

lunes, 19 de diciembre de 2022

PALABRA DEL AÑO

 

PALABRA DEL AÑO



Estamos en tiempo de recapitulación, con las listas de lo mejor del año: las 20 mejores series, los 30 mejores libros, las mejores películas o la recopilación de las más rutilantes proezas deportivas, a la que acaba de incorporarse Messi, aprovechando la última hoja del calendario. Una de mis listas favoritas es la de la palabra del año que elige Fundéu (la Fundación del Español Urgente), entidad impulsada por el, en su tiempo, presidente de la Agencia EFE, mi admirado Álex Grijelmo, supervisada por la RAE, que trata de establecer las normas de uso de la lengua española dirigido a periodistas, escritores y público en general que quieran consultar los entresijos del buen uso del corpus vivo de la lengua.

Las palabras que compiten este año para ser “la palabra del año” son: apocalipsis (mejor que armagedón —lugar donde se supone que se librará la batalla final entre el bien y el mal en el libro del Apocalipsis—), criptomoneda, diversidad, gasoducto, gigafactoría (referida a la fabricación de baterías para coches, no al tamaño de la fábrica), gripalizar (fea palabra), inflación (que no inflacción, como dicen algunos), inteligencia artificial, ucraniano (mejor que ucranio, como gentilicio) y sexdopaje (con o sin Viagra). A mi parecer, un año difícil y hasta cruel en lo que a eventos se refiere, pero aburrido en lo del léxico. Para algunas personas, entre las que me incluyo, las palabras tiene su atractivo (mayor o menor) y, sinceramente, las contendientes de este año nada tienen que hacer con voces sugerentes e innovadoras como escrache (1913), selfi (2014), o mi favorita: aporofobia (2017), (vocablo inventado por la catedrática Adela Cortina y que alude a la aversión a los pobres). Ni siquiera se acercan a las decentes “los emojis” (2019), populismo (2016) o microplástico (2018), aunque están en la línea de las sosonas vacuna (2021) o confinamiento (2020).

En Reino Unido no tienen una institución como la Fundéu, ni Academia de la Lengua, por lo que son los grandes diccionarios los que cumplen esta función. El Oxford English Dictionary, considerado el árbitro y guardián de la lengua inglesa, ha abierto la elección a votación popular por primera vez. La expresión elegida por la mayoría de los más de trescientos treinta mil británicos que se dignaron contestar ha sido la expresión “goblin mode” —(los goblin son esos pequeños monstruitos que viven en los bosques, que tienen orejas puntiagudas y mirada traviesa, si no maligna)—,  que designa ese tipo de comportamiento “desinhibidamente  autoindulgente, perezoso, descuidado, glotón y egoísta, típicamente un modo que rechaza o elude las normas sociales y las expectativas”. En definitiva, el estado del que está lánguidamente tumbado en pijama en el sofá, comiendo algo de la nevera, sin propósito de hacer algo de provecho para él ni para los demás.

El Collins Dictionary, el otro guardián de la lengua inglesa y el mayor recopilador de su corpus léxico, también ha publicitado sus resultados. La palabra elegida es permacrisis, referida a la crisis permanente que se vive en el país con la inestabilidad política persistente, la guerra de Ucrania, la pandemia que no acaba de irse, el cambio climático, los precios, etc., que se ha impuesto a otras como partygate (gracias al imprescindible Boris),  warm bank (locales públicos con calefacción, como bibliotecas, etc., donde la gente que no puede caldear su casa puede ir a pasar el día calentita), lawfare (guerra legal, vocablo que se está colando en nuestro idioma gracias a la incompetencia de los políticos de aquí), o mis dos  favoritas: quiet quitting (la práctica de hacer estrictamente el trabajo que uno le pagan y ni un ápice más) y carolean (carolino, adjetivo referido al nuevo rey Carlos).

Y esto es lo que hay. En español y en inglés. Al año que viene, más.


Román Rubio

Diciembre 2022


domingo, 11 de diciembre de 2022

ESPANYA

 

ESPANYA


No hace mucho leí en La Vanguardia el artículo Las dos pasiones de Manuel Azaña, firmado por Juan José López Burniol, notario, profesor de Derecho y vicepresidente de la Fundación La Caixa,  en la que señalaba que de las dos pasiones del presidente Azaña, “La República y España”, parece que la primera, la de la República sigue alentando filias en ciertos círculos ideológicos y políticos, en tanto que la segunda, la de España, es “desdeñada en los días que corren como cosa de fascistas y gentes de mal jaez”.

El articulista continúa diciendo: “…siendo hoy España no solo “la que no tiene nombre, la que a nadie le interesa”, sino la rechazada y escarnecida,…”.

Ese mismo día, un amigo, atento siempre a los asuntos que sabe o intuye que me puedan interesar, me envió una guía intercultural de la Universidad Politècnica de Catalunya, de diciembre de 2018, que con el título UN MON DIVERS trata de aleccionar y aconsejar a los miembros de la comunidad universitaria en la diversidad de usos y costumbres en los distintos países y culturas: en la mesa, en el transporte, la higiene o la política de becas y horarios escolares, entre otros escenarios. Como es natural, en la guía es muy frecuente la comparación de cómo hacemos las cosas aquí y como las hacen allá. El problema es cómo denominar el aquí, asunto sobre el que se hacen verdaderos ejercicios de equilibrismo.

Veamos:

En el apartado de Noms i Cognoms (nombres y apellidos) el documento señala que: A Catalunya, tal com passa a Espanya i en països de parla hispana, es tenen dos cognoms”. Bueno, ese país que parece tan difícil de nombrar, por ahora se le llama Espanya. Nótese, también, que se le señala como cosa aparte; es decir: hay una coincidencia de usos entre dos entidades separadas: Cataluña y España.

Otro apartado del documento (Tú o vosté) se refiere a la peculiaridad de la lengua catalana (y de la española) de discernir entre el tú y el usted y los cambios que están teniendo lugar al respecto: “Tractar algú de “vostè” o de “tu” és un dilema habitual a Catalunya així com a la resta de l’Estat”.

¡Vaya! Es cierto que el asunto supone un asunto difícil de discernir para un extranjero, lo curioso es que Espanya, en este párrafo, se acaba de convertir  en “la resta de l’Estat”.

El siguiente apartado de la guía se refiere al uso de los imperativos. Cualquier persona (permitan que diga española o catalana, por no herir sensibilidades) que haya vivido en países como Reino Unido o Francia sabrán de lo que estoy hablando. Nunca te dirijas a un inglés con: ¡Ponme una cerveza! si no quieres que te miren como a un gusano o buscarte un lío. Es necesario introducir un ¿can I have…? (¿puede ponerme…?) y acabar con el please. En Francia no es aceptable dirigirse a un desconocido sin los preceptivos bon jour y merci. Y así lo señala la famosa guía: “Els abundants imperatius de catalans i espanyols poden fer posar els pèls de punta als llatinoamericans (proclius a formes verbals més corteses), alemanys…”

Los “catalanes y los españoles” parecen estar de acuerdo en usar los imperativos más de lo conveniente. No sabemos cuál es el uso de los mismos de los asturianos, canarios o murcianos que parecen siempre actuar en bloque dentro del grupo de “los españoles”.

Otro de los capítulos de la guía orienta sobre los horarios de las comidas que se dan en los diferentes países y la singularidad en que se dan els horaris dels àpats a Catalunya, com a la resta de l’Estat espanyol,…, en donde el Estat ha conseguido su rotundo apellido, espanyol, que le acompañará en la mayor parte del documento:

 L’Estat espanyol, amb 1.100 euros de mitjana per accedir a un grau, refiriéndose al coste de la matrícula universitaria, l’Estat espanyol, farcit de manifestacions de cultura popular vinculades al soroll, a propósito de esa molesta actitud de levantar la voz en lugares públicos, les 10-11 de l’Estat español, cuando habla del número de semanas de baja de maternidad  o el doblatge és el pa de cada dia a Itàlia, Alemanya i l’Estat espanyol.

Pero no siempre es el Estat espanyol el que hace esto o aquello porque, en cuanto a la burocracia se refiere,  esta suele ser complicada a Itàlia, Espanya o Catalunya, y en lo que respecta a levantar el codo, a Espanya –i, en menys mesura, a Catalunya– triomfa el botellón, y, además, se suelen degustar  gustosos solomillos (de carne de caballo) en algunes parts d’Espanya.

En fin, que unas cosas suceden en “Espanya” o en “la resta de L’Estat espanyol”, que viene a ser lo mismo, o bien ocurren en “L’Estat espanyol”, que parece que sea lo mismo pero que no lo es. ¿A que se entiende bien?

Ahora mismo me voy a comprar un Atlas para mi regalo del amigo invisible en el que a la China la llamen “El Gigante Asiático”, al Japón “El Imperio del Sol Naciente” a Australia “Las Antípodas” y a Lepe…, bueno, a Lepe que le llamen Lepe.

 

Román Rubio

Diciembre 2022


martes, 6 de diciembre de 2022

DE ROPA INTERIOR

 

DE ROPA INTERIOR



Me resulta extraño verme escribiendo acerca de Pablo Motos, “el periodista valenciano”, como le llaman algunos medios o “el de Requena” como le llamamos otros. A mí el personaje no me cae bien y nunca veo sus programas. Ni siquiera vi el que hizo de Felipe González, un tipo que sí me interesa (en este caso porque no me enteré). El requenense me parece un individuo poco interesante, que responde, de manera premeditada o no, al españolito medio tirando a bajo (también de estatura), pretendidamente graciosillo y algo casposete, que entrevista a gente famosa, gracias a la tremenda audiencia de su programa, proponiéndoles preguntas rayanas, en ocasiones, en el mal gusto. Que levante la mano quien no ha sentido vergüenza ajena en algunos momentos de las entrevistas del galán de la Tierra Bobal, sobre todo a personas extranjeras. Es por esta razón por la que me sorprendo a mí mismo escribiendo sobre él y sobre todo haciéndolo en su defensa.

El asunto saltó a las páginas de los periódicos días atrás. Una campaña feminista llevada a cabo por el Ministerio de Igualdad, de coste superior al millón de euros, saca una serie de imágenes de situaciones llamémosle machistas o como se viene diciendo ahora, de la “cultura de la violación”. Entre las situaciones hay una que se refiere a uno de sus programas en la que el presentador pregunta a Elsa Pataky si se pone para dormir ropa sexy o cómoda. La invitada explica lo que le da la gana (como haríamos usted y yo), pero la actriz que la impersona en la campaña, mira a cámara y comenta: “esto no me lo habría preguntado de haber sido yo un tío”.

El presentador dedicó parte de una edición posterior a justificar su postura, y lo hizo (en mi opinión) con razones tan convincentes como santo Tomás para demostrar la existencia del Creador.

En primer lugar apuntó que la señora Pataky estaba de promoción de su campaña de ropa interior sexy de la marca Woman’s Secret, lo que, en mi opinión, contextualiza suficientemente la pregunta de si usa alguno de los artefactos minimalistas que tan garbosamente exhibe en las fotos y vídeos que promociona. Pero no para ahí. El de Requena exhibe algunos otros ejemplos en que lanza la pregunta de la ropa de dormir a hombres que han pasado por su programa, entre ellos Marc Márquez, Sergio Ramos y al mismísimo Jordi Évole, ciudadano fuera de toda sospecha erótico-exhibicionista. Ninguno de ellos dio motivo a queja ni acusación alguna por parte del Ministerio de Igualdad ni de cualquier otro.

Como decía al principio: ¿casposete y graciosillo representante del españolito medio bajo (también en tamaño)? Definitivamente, sí. ¿Machista, paladín de la “cultura de la violación”? Pues no; o no en este caso. Es lo que tiene estar obsesionado con algo. Quien va siempre con la lupa buscando el garbanzo bajo los ocho colchones, lo encuentra, aunque sea obviando la calabaza en cama propia.

No vi la campaña de lencería de fantasía que presentó la Pataky. De este tipo de campañas solo recuerdo la que Maribel Verdú hizo de jovencita y con la que se empapelaron innumerables paradas de autobús y de cabinas telefónicas, entonces al uso y que dio tanto que hablar en las tabernas y otros escenarios de la parte de la humanidad entusiasta del cuerpo femenino. Imagino la de preguntas y comentarios picaruelos que la chica tuvo que soportar entonces.

Llámenme machista si así les place, pero con un poco de esfuerzo memorístico recordarán quizá las campañas que protagonizaron  Cristiano Ronaldo o David Beckam haciendo de hombre anuncio para  las colecciones de ropa íntima CR7 y Armani y el revuelo y alborozo que alcanzaron en ciertos círculos femeninos y mediopensionistas.

.¿Y por qué Elsa Pataky, Beckam o la Verdú?, dirán ustedes. Pues porque la publicidad —como el de Aquino— considera que las cosas del mundo tienen atributos, en mayor o menor medida, y que todas ellas se aproximan más o menos a la perfección en esos atributos (Tercera vía de los grados de perfección de santo Tomás); y en el acercamiento a esa perfección, en lo que a respecta a asuntos de lencerías y otras intimidades, estos personajes puntúan más que, digamos, Rafaela Aparicio o Pepe Isbert, cuyas cualidades se manifiestan claramente en otros ámbitos: tan cercanos a Dios, si se quiere, pero en otros campos.

Román Rubio

Diciembre 2022.

P.D. Para encabezar el artículo había seleccionado una foto de Pablo Motos, pero, en un impulso repentino e injustificado, lo he cambiado a última hora por la que este escrito preside. Intuyo que se entenderán los motivos.


 


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