jueves, 30 de agosto de 2018

LOST IN TRASLATION



                                                                LOST IN TRASLATION




En la película de Sofia Coppola, el elemento cómico era lo que se perdía en la traducción entre el director japonés del spot y Bob, un actor maduro, interpretado por Bill Murray, que debía rodar unos anuncios de un preciado whisky en Tokio. Pero, en realidad, el título era una parábola que aludía a la vida de dos personajes perdidos, Bob y Charlotte (Scarlett Johansson), no solo en la traducción y en una sociedad indescifrable como la japonesa sino, sobre todo, en las soledades de sus propias vidas erráticas.

Es cierto que, en ocasiones, se pierden muchos matices en la traducción. A veces, de manera intencionada (e interesada) por alguna de las partes. Les pondré un ejemplo:
El territorio de Nueva Zelanda pasó a formar parte del Imperio Británico con el estatus de colonia en el año 1840, en el que, por medio del Tratado de Waitagui, los jefes maoríes de la Isla Norte se sometieron, de manera más o menos voluntaria, a la autoridad de la Reina Victoria. El documento, como es común, se redactó en las dos lenguas: en inglés y en maorí. Mientras en la lengua de los maoríes se podía leer que “los maoríes aceptan la permanencia de los británicos a costa de la protección permanente de la corona”, en la versión inglesa se leía que “los maoríes se someten a la corona a cambio de su protección”. Todo por un quítame esas pajas con la palabra kawanatanga y sus ambigüedades. Para unos, significaba “aceptar la permanencia” y para otros “sometimiento”. Los británicos, como tantas otras veces, arrimando el ascua a su sardina.

Hace poco que los abogados de Puigdemont presentaron una demanda civil contra el juez del Tribunal Supremo Pablo Llanera en un juzgado belga por cuestionar (según el escrito de demanda) la presunción de inocencia del demandante. Para justificar la tesis del prejuicio del juez hacia su persona, se traduce al francés la frase de Llanera de “si es que esto ha sido así” por “Et oui c’est qui sést produit”, lo que se podría traducir como “y sí, como así ha sido” o “como en efecto sucedió”, lo que vendría a demostrar el supuesto prejuicio del juez.
Nadie, repito, nadie que no tenga la intención de tergiversar el sentido de una frase, confundiría el “si” (condicional) francés con el “oui” (afirmativo), de la misma manera que en inglés nadie, repito, nadie confundiría el “if” (condicional) con el “yes” (afirmativo). Es así. Se lo aseguro. Se lo digo yo y se lo confirmará cualquiera que tenga el mínimo conocimiento de estas lenguas y algo de honestidad.

Aclarando: si un presidente del Atlético de Madrid en un jacuzzi, con cadena de oro de grosor como el dedo gordo al cuello, dice “estentóreo” donde debía decir “ostentoso” no deja de ser una pintoresca y divertida anécdota. Cuando uno escribe “mujer adúltera” en vez de “mujer adulta” en los papeles de tramitación de un divorcio, podemos decir con seguridad que el desliz es intencionado —y hasta con mala leche—, ¿o no?

Cosas de pillastres, tramposetes y rufianillos que cuando dijeron digo dicen Diego (si alguien se da cuenta). Menos mal que hay profesores jubilados vigilantes. ¡Vivan los profesores jubilados!

Román Rubio
Agosto 2018

jueves, 23 de agosto de 2018

IF YOU’RE GOING TO SAN FRANCISCO


IF YOU’RE GOING TO SAN FRANCISCO
be sure to wear some flowers in yor head




El 27 de diciembre de 2007, quien hojeó el Sunday New York Times se encontró con un curioso anuncio a toda página con la leyenda: “War is Over! If you want it”. Era Yoko Ono quien había encargado (y pagado) el nada barato recordatorio de aquella iniciativa de 40 años antes, en que ella y Lennon habían exhibido vallas publicitarias con esa misma leyenda en los puntos más céntricos de Nueva York, Londres, Hollywood, París, Roma, Berlín, Atenas y Tokyo. Era el momento más álgido de la guerra de Vietnam. Debajo, en letras mucho más pequeñas, se leía: “Happy Christmas, John and Yoko”.

   Quien compró el San Francisco Chronicle del viernes 13 de julio de 2018 también se encontró con un texto a toda página pagado por una mujer, que no era Yoko Ono. El contenido era mucho más largo y mucho menos altruista.
   El texto decía así:

¡VIGILAD VUESTRAS ESPALDAS! Nadie lo hace por ti.
… como si tropezar con jeringas usadas y suciedad en Maiden Lane no fuera bastante malo…
Hace poco fui a Neimar Marcus, en Geary Street, y entré al Fresh Market Cafe a comer un sándwich. Estaba sentada en una mesa dando la espalda al mostrador de comida. Por encima de mi hombro derecho, detrás de mí, advertí la presencia de un joven “homeless” actuando silenciosamente, de manera extraña y tratando de mirar por encima del mostrador de comida. Me llamó la atención lo fuera de contexto que estaba y me pregunté cómo pudo llegar tan adentro de la cafetería.
Me sentí incómoda después de unos minutos y temiendo que me robara el bolso, me levanté, agarré el bolso y me cambié de mesa. Me giré y vi a este “homeless” blandiendo unas grandes TIJERAS que abría y cerraba de manera errática, ¡antes lo había hecho a mis espaldas! Horrorizada, grité a la camarera y me apresuré al otro lado del restaurante. Mientras esperábamos pacientemente a los de seguridad, esta persona indigente y psicótica tomó un vaso de agua y salió por la puerta a Geary Street blandiendo las tijeras.
Las autoridades de San Francisco y aquellos responsables de nuestra seguridad nos han estado defraudando, rebajando las expectativas al mínimo. Nosotros, los miembros de la sociedad que contribuimos de manera responsable pagando nuestros impuestos, hemos visto nuestra calidad de vida como ciudadanos de San Francisco, seria y peligrosamente rebajada.
Sentaos con la espalda pegada a la pared, paisanos.

Firmado,
Mujer disgustada anónima residente en San Francisco (por ahora)


   Y, díganme: Teniendo en cuenta que el precio por la compra de una página entera del Chronicle ronda los 30.000 dólares, ¿no es el colmo del narcisismo gastarse esa cantidad para denunciar una situación en la que una tiene un casi-encontronazo con alguien que la hace sentir incómoda, pero que, en realidad, no llega a tocarla, ni siquiera a hablarle y mucho menos a robarte el bolso?
   Treinta mil dólares es lo que viene a ganar al año un ciudadano de San Francisco que ronde el salario mínimo: $15 a la hora x 40 horas a la semana x 50 semanas al año hacen exactamente $30.000 brutos. O, visto de otro modo: con el precio del anuncio, la dama podía haber comprado 1875 sándwiches de pavo con sirope de arce glaseado (especialidad de la casa, al precio de $16 la unidad) para dar un buen almuerzo a la mitad de los indigentes de la ciudad.
   Ya ven: hay damas y damas.


   Román Rubio
   Agosto 2018

P.D. San Francisco, por su proximidad a Silicon Valley (centro mundial de la industria digital), es uno de los lugares más caros del mundo para vivir. El alquiler de un estudio en la ciudad ronda los $2800 mensuales (más de 2400€), cifra que no todo el mundo se puede permitir. Esa es una causa (no la única) de que haya una cantidad de indigentes mayor que en otras ciudades americanas.

viernes, 17 de agosto de 2018

NÚMEROS Y CIFRAS


NÚMEROS Y CIFRAS





Deway Johnson es un ciudadano americano de 46 años que en el año 2012 estuvo trabajando como jardinero en las escuelas públicas de Benicia, localidad al norte de San Francisco. Dos años después, tras cubrírsele de póstulas el cuerpo, un médico le diagnosticó un linfoma No Hodking. El hombre culpó al herbicida Roundup, de Monsanto, -que, como jardinero, usaba con frecuencia- de ser el agente causante de sus problemas médicos. En concreto, al glifosato, su principio activo. Y denunció al fabricante como culpable de su enfermedad terminal, por no avisar convenientemente de las propiedades cancerígenas del producto.
Sea o no cancerígeno el agente activo del herbicida, lo cierto es que la empresa fabricante (Bayer, que había absorbido a Monsanto un año antes por un precio de 66.000 millones de dólares) ha sido condenada por un tribunal californiano a pagar al denunciante (enfermo, pero vivo) la interesante cantidad de 389 millones de dólares; 250 millones por daños y 39 como compensación. ¿Mucho, poco? Pues, depende. ¿Cuánto vale una vida humana?

Italia ha vivido una tragedia los últimos días. Un trozo del viaducto Morandi, que se elevaba hasta a 90 metros sobre los arrabales de Génova ha colapsado llevándose con él a tres camiones y una treintena de coches, contabilizándose -por el momento- 38 muertos y unas decenas de heridos, algunos de ellos, graves. El ministro de infraestructuras Danilo Toninelli informó a través de Facebook que el gobierno ha activado el procedimiento para la posible revocación de concesiones, y para imponer multas de hasta 150 millones de euros.

¿Ven la diferencia? El americano, todavía vivo, obtiene 389 millones de dólares de la empresa productora del herbicida como compensación por una “posible” causa provocadora de su enfermedad. La responsabilidad por las víctimas en Italia se evalúa en “solo”150 millones de euros -unos cuatro millones por víctima mortal- como causante “segura” del accidente por deficiente mantenimiento. A expensas, claro está, de la batalla que les queda por disputar en los tribunales con las aseguradoras.
¿Y cuál es el valor monetario de cada una de las víctimas migrantes por ahogamiento o hipotermia en las aguas del Mediterráneo? Cero. La vida humana vale lo que vale, y cuesta lo que cuesta, dependiendo del pasaporte. Lo dijo el poeta: “Todo necio confunde valor y precio”.

Más números (y más pasaportes). A los coreanos, una vez liberados del dominio japonés y acabada la guerra (1950-1953) les ha crecido la cabeza, según un estudio de la Universidad de Corea. Los coreanos nacidos en la década de los 70 tienen una capacidad craneal 90 mililitros superior a los nacidos en 1930. Mejor nutridos, más ricos y más cabezones. Claro, que el estudio se ha hecho con los coreanos del sur. A los del norte -no incluidos en el estudio- parece haberles aumentado solo el ancho de los pantalones y la altura de la línea del nacimiento del cabello en su región parietal (por encima de las orejas). Vean si no, la imagen del Amado Líder.


Román Rubio
Agosto 2018

domingo, 12 de agosto de 2018

MAMÁ, QUIERO SER INFLUENCER



MAMÁ, QUIERO SER INFLUENCER



Recuerdo un tiempo en que las gentes querían ser algo: los chicos, futbolistas, bomberos y astronautas (ya no toreros o misioneros, como sus abuelos) y las chicas querían ser juezas, médicas o maestras. Todos parecen haberlo conseguido, sobre todo ellas, porque en el Real Madrid y en la NASA caben los que caben, que no son muchos y a alguno que otro lo han reciclado de ministro.
Después vino aquello de “mamá, quiero ser artista” y el mundo se llenó de programas tipo Operación Triunfo y su fórmula internacional American Idol (que duró hasta que el mundo se convirtió en una inmensa cocina). Lo de “artista” fue degenerando en lo de “famosa” o “famoso” por la sencilla razón de que para ser artista hay que dominar un arte, y ello exige talento y mucho esfuerzo y sacrificio, y, claro, eso se sale de la paleta de colores de muchos postulantes. Lo del famoso, sin embargo, es mucho más cómodo. Uno/a va a un plató, pela a alguien, lo pelan a él/a ella y a cobrar.

Pero eso ya no mola nada. El público es el que es, y los milennials no están por la labor de seguir a los famosetes del papel couché, que solo interesan a un puñado de mujeres de cierta edad y condición que hojean el Pronto en la Piscina Municipal. Hoy hay que triunfar en Internet: en Instagram, en Youtube o, al menos, en un blog. O, mejor, en todo a la vez. Hemos entrado en la era de los/las influencers.

Influencers ha habido siempre. En mi época juvenil éramos unos cuantos que, en vez de comprar la ropa en las boutiques o en El Corte Inglés, lo hacíamos en los mercadillos, de modo que vestíamos camisas americanas de cuarta mano compradas a veinte duros e influenciábamos a los cuatro o cinco amigotes de nuestro entorno que, a su vez, nos influenciaban a nosotros. Algunos recalcitrantes, tipo Aznar o Zaplana, no se dejaban “influenciar” y compraban Fred Perry y mocasines Castellano y al cabo de los años se hicieron los amos del garbanzal, pero eso es otra historia.

Hoy, influencer se ha convertido en una carrera. Como lo oyen. La Universidad Autónoma de Madrid ha diseñado un máster de 500 horas que, con el desvelador nombre de Intelligence influencers. Fashion and Beauty, quieren formar a las futuras Dulceidas, Lauras Escanes y demás pimpollos de la influencia (que no de la influenza, sea esta española, aviar o común).

Ágatha Ruiz de la Prada será la presidenta del curso y dará una master class cada dos semanas auxiliada por afamados estilistas y diseñadores, y los directores del curso son el polifacético Manuel Torrents y el catedrático de Psicología Manuel de Juan. Este último dice que los docentes buscan darles a los influencers “formación con seriedad y rigor, porque son a priori gente que tiene mucho poder, y si no les enseñas a manejarlo, es muy peligroso”. ¿De verdad, señor catedrático que nos va usted a preservar del “peligro” de los influencers, (¡uy, qué miedo!), y que va a enseñarles a manejar tanto poder, usted que ha tenido tan poco?, (en las redes, se entiende).

Dos detalles: el primero, que para apuntarse al máster no hace falta ser graduado universitario, ni siquiera tener aprobado el Selectivo, lo que ya es bajar el nivel. El segundo es que es presencial, pero también puede seguirse online, bajo la fórmula de virtual classroom, que es muy cómodo y pueden hacerlo hasta los ocupadísimos cuadros del PP.

Ah, y no pone el precio por ningún lado. ¿Será gratis? Corro a apuntarme. Ya les diré cómo me va.


Román Rubio
Agosto 2018

martes, 7 de agosto de 2018

LOS NÚMEROS CANTAN


LOS NÚMEROS CANTAN




   El ciclista francés de origen español Armand de las Cuevas, gregario de aquel intratable Indurain de los 90, ha sido encontrado muerto en la isla Reunión, en el Índico, donde residía. El motivo de la muerte: suicidio. Tenía 50 años.
   Pantani, El Pirata, escalador audaz y pintoresco fue encontrado muerto en una habitación de hotel, en Rímini un día de febrero de 2004 rodeado de cajas vacías de antidepresivos que consumía con afán. Tenía 34 años. Un año antes, el Chava Jiménez, también escalador de los que gustaba poner en un brete a los figurones, amigo de Pantani, había fallecido a los 32 años en circunstancias casi idénticas.
   El conquense de Priego, Luis Ocaña, hispanofrancés, ganador del Tour del 73 —por delante de Eddy Merckx, que ya es decir— se saltó la tapa de los sesos con su escopeta de caza en su casa del sur de Francia a los 48 años.
 Otros nombres del ciclismo que consumaron el suicidio o coquetearon con él son Iván Gutiérrez (once intentos), Dimitri de Fauwn, que se quitó la vida al no poder superar el trauma que supuso la muerte accidental del español Isaac Gálvez y la infortunada Consuelo Álvarez, Cheli, campeona española de fondo en carretera que se mató cuando se le negó la beca del programa ADO 92 que había de llevarla a la Olimpiada de Barcelona.
     No hay explicación estadística. Son demasiados los ciclistas que no han podido, no han querido o no han conseguido encontrar un sentido a su esforzada existencia fuera de la aún más esforzada carretera.

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   Arturo Vidal, chileno, nuevo fichaje del Barça aparece en la prensa junto a su Ferrari, despachurrado en una cuneta santiaguina. A los casos infortunados de Juanito, Laurie Cunningham o Rommel Fernández, todos ellos bien conocidos por el público español, que dejaron su vida en la carretera, se suman los tragicómicos de los Cristianos, Benzemas, Neymares y compañía que se empeñaron en estrellar sus Ferraris, Lamborghinis o lo que quiera que conduzcan esos tipos contra vallas, paredes, árboles y otros obstáculos más o menos móviles. Entre ellos, dos figuras: Ever Banega y Wayne Rooney. El primero consiguió dos proezas con su flamante Ferrari: ser atropellado por su propio coche (que ya es difícil), con el nada chistoso resultado de tibia y peroné fracturados, y lograr que la máquina se le incendiara en plena marcha (que no es fácil) de camino al entrenamiento con el Valencia. Pero por encima de todos está Rooney. El de Liverpool ha enviado al desguace (o al chapista) un Lamborghini Gallardo, un Aston Martin, un Range Rover y un BMW. De momento.
   De verdad. Lo de los futbolistas tampoco es normal. Se escapa a todo planteamiento estadístico o de sentido común. Pero los números son así de tozudos.

   Otro día les hablaré de otro parámetro que por sus cifras me ha llamado la atención: la facilidad para encontrar ayuntamiento en las cárceles españolas, de las que, al parecer, se entra solo y se sale emparejado. Un milagro. Esta semana han salido en la prensa los casos del etarra Santi Potros y el violador y asesino Guillermo Fernández Bueno, pero hay más, muchos más. Y si tengo ganas (y el interés suficiente) algún día se los contaré.

Buen verano.

Román Rubio
Agosto 2018