miércoles, 29 de julio de 2020

LA SEMILLA DEL DIABLO


LA SEMILLA DEL DIABLO




Hace poco leí una entrevista a Joan Manuel Serrat en la que confesaba que “en este tiempo yo he tenido miedo al miedo” refiriéndose al periodo de confinamiento por la pandemia; y le entendí perfectamente, por ser algo que todos hemos sentido en mayor o menor medida.
Los periodos de grandes convulsiones traen consigo el miedo o, en su versión más sofisticada, el miedo al miedo: a experimentarlo uno mismo  o a ser objeto del miedo de los demás.
Acabo de leer  una noticia en The Guardian, de esas que pasan inadvertidas, que ilustran a la perfección a lo que aludía Serrat con lo del miedo al miedo.

El titular era: “Se advierte a los estadounidenses que no planten las misteriosas semillas que reciben por correo”.
Y continúa la noticia:
“Las autoridades de agricultura de algunos estados han lanzado advertencias esta semana sobre envíos de semillas extranjeras no solicitadas y aconsejan a la gente que no las plante.
Residentes de más de una docena de estados han reportado recientemente haber recibido paquetes de semillas que no habían pedido enviadas por correo desde China.
El Departamento de Agricultura dice  estar trabajando con Aduanas, el Departamento de Estado y otras agencias federales para investigar el caso.
El departamento urge a los ciudadanos a reportar los paquetes sospechosos y no plantar las semillas”.

Ryan Quarles, un alto responsable de agricultura de Kentucky, declaró:
“No sabemos lo que son y no podemos arriesgar daño alguno a la producción agrícola de los EEUU. Tenemos la producción más abundante y segura del mundo y necesitamos mantenerla así”.
Y añade:
“En este momento no tenemos bastante información para saber si se trata de un montaje, una broma, un caso de “scam” en internet o un acto de terrorismo internacional”. Y añadió: “Las semillas no solicitadas podrían ser invasivas e introducir enfermedades desconocidas a plantas locales, dañar al ganado o amenazar nuestro medio ambiente”.

¿Y cuál es la explicación más plausible de este misterioso embrollo, dirán ustedes?
Pues, según desveló Phil Wilson, director de la división industrial de plantas del organismo Better Bussiness Bureau, se trata del típico caso de “brushing scam”, que como el mismo funcionario explica, se trata de la estrategia de marketing online por la que “un comerciante usa tu dirección e información de Amazon simulando una falsa venta para generar comentarios positivos del producto que hagan  mejorar las ventas”.

Ya ven: cualquiera que haya vendido un producto por internet sabe que las ventas dependen de las reseñas del producto y de la prominencia del lugar en el que Amazon te emplace. O sales en la primera página de búsqueda o no existes.
Probablemente la explicación es así de simple, pero, ¿quién querría tener una bolsa de vulgares pipas de calabaza pudiendo tener en sus manos la semilla del diablo?

Román Rubio

lunes, 27 de julio de 2020

HAKUNA MATATA


HAKUNA MATATA




En su delirio antropocéntrico, el ser humano (el Hombre, como se le llamaba antes) se ha explicado el mundo con sus propios parámetros, en los que engloba el mundo natural, el reino animal y el mismísimo cosmos si se pone a tiro.

Samaniego, Iriarte y La Fontaine hacían hablar a la zorra, la rana, el escorpión, la cigarra, la hormiga, la abeja, el asno y a cualquiera que pasara por allí y hacía personificar con sus atributos cualquier rasgo o veleidad propia de los humanos. A eso se le llamó fábula, y como tal se entendía: como un juego ocurrente en el que no había de tomarse en serio el hecho de que las zorras hablaran o los burros se vanagloriaran de lo bien que tocaban la flauta.

En un paso más de sofisticación, primero Ruyard Kipling y después Disney, hicieron de la humanización de los animales algo mucho más complejo. Las aventuras de Simba, Scar, Mufasa, Timón, Pumba o Rafiki por el dominio de Pride Lands añadieron un toque shakesperiano al mundo de los leones en el que rasgos humanos como la ambición, la envidia, la soberbia, la predestinación o las ansias de poder rigen la conducta animal como en cualquier tragedia o drama clásico.

Y una vez humanizado el mundo natural hay que racionalizarlo y que este responda a las demandas filosóficas, políticas, ideológicas o religiosas propias de los humanos, despreciando, de manera arrogante, el concurso del azar.

En eso andaba yo pensando mientras miraba el mapa de incidencia de coronavirus en España por provincias. El virus (¿un ser vivo?) parece andar por donde le da la gana y sin pasaporte alguno, a veces respondiendo a los patrones racionales que se esperan de él y otras de manera caprichosa, desobedeciendo las mínimas normas de comportamiento predecible, como riéndose del personal.

El irrespetuoso virus no parece querer aceptar que Cataluña y Aragón son dos países distintos y ha decidido atacar a ambos por igual, sin respetar lenguas ni banderas, empeñado en burlarse de aquello de que Madrid nos mata. De hecho, el virus ni siquiera sabe donde está Madrid o si forma parte de España o no; o siquiera qué es España. Tampoco Lleida. Matan los asesinos (o los virus) y roban los ladrones, que haberlos haylos por todas partes.

Barcelona y Madrid se muestran como focos de contagio, lo que es normal, dada la densidad de población y el hacinamiento de las provincias, pero ¿Lleida?, ¿por qué Lleida? ¿Y Huesca? Ninguna de las dos provincias tiene gran trasiego de personal, ni aeropuerto con tráfico significativo. Ah, se trata de los temporeros. Entonces, ¿por qué provincias como Huelva o Murcia tienen una incidencia de contagios tan baja?

Valencia, Sevilla y Alicante (las más pobladas tras Madrid y Barcelona) son también provincias con una incidencia baja. En Sevilla, por ejemplo, que tiene una afluencia considerable de turistas, se contabilizan 1.5 casos por millón, mientras en su vecina Badajoz, mucho menos poblada y con un número irrisorio de visitantes, se contabilizan 11 (nueve veces más) y en Ciudad Real, 15. En Galicia, la provincia más castigada es Lugo (8.6 casos por millón) mientras A Coruña y Pontevedra (las más cosmopolitas y pobladas) tienen una incidencia mucho menor.  

Y me pregunto: si en Huesca y Lleida se da tal intensidad de contagio, ¿por qué en Estambul, El Cairo o Delhi no están todos muertos? El caprichoso virus sabrá. Y el azar.

Román Rubio
Julio 2020

martes, 7 de julio de 2020

UN DANÉS, UN INGLÉS Y UN ESPAÑOL


UN DANÉS, UN INGLÉS Y UN ESPAÑOL





En la serie danesa La ruta del dinero, de HBO, los personajes hablan, como es natural, en danés. A quienes no estamos acostumbrados a las hablas escandinavas nos llama la atención la cantidad de expresiones y frases inglesas que intercalan en su discurso: directamente en inglés. Es cierto que el nivel de competencia lingüística en esa lengua es muy alto en toda Escandinavia. Según un amigo mío inglés, es mejor que el de los propios nativos; son más observadores de las reglas gramaticales y tiene un acento más inteligible que el de la mayoría de los británicos (se entiende mejor a uno de Copenhague que a alguien de Glasgow. Y, por lo general, su discurso está mejor articulado).

Es comprensible que sea así: los daneses son algo más de cinco millones y su lengua es desconocida fuera de sus fronteras, con lo que —aunque solo sea por supervivencia comercial, económica y cultural— se ven obligados a dominar una lingua franca que les permita relacionarse con el mundo de afuera. Es cierto que con algo de esfuerzo se pueden hacer comprender por los noruegos (otros cinco millones) y por los suecos (unos diez) de la misma manera que nosotros podemos hacerlo con los portugueses y los italianos, pero fuera de ahí, nada.

La lengua propia, la de cada cual, cumple dos funciones esenciales: la comunicativa y la identitaria. La primera es la de permitirnos la comunicación con los demás, con lo que (en teoría) cuanto más hablada sea una lengua, mejor; con más gente seremos capaces de comunicarnos. La segunda —la identitaria— es la que nos confirma y afianza en la pertenencia a un grupo, etnia o nación. Es la lengua del grupo, cuya función es no solo la de comunicarse sino la de establecer y mantener los lazos de la tribu; y a menudo, la de delimitar el espacio tribal y mantener a los otros a raya, fuera del territorio.

No parece ser el caso de los daneses, los suecos, los noruegos o los neerlandeses, que han adoptado el inglés como segunda lengua por razones prácticas, sin complejos, y han dejado hasta de doblar el material audiovisual en la lengua propia.

En esto estaba yo pensando el otro día mientras hablaba con alguien acostumbrado a viajar por trabajo a todas partes del mundo, especialmente a Latinoamérica, y le expresaba la suerte que tenemos los españoles de tener una lengua global que nos acerca a las Américas, la del Norte y la del Sur, y hace que sea raro el lugar del mundo en el que no haya alguien que hable o chapurree el español, algo fuera del alcance de otros pueblos tan potentes como el alemán, el italiano, el ruso o el japonés.

En fin, ya sé que estoy hablando de obviedades, pero no quería dejar pasar  de anotar el pensamiento. Por si se me olvidaba. O por se le olvidaba a ustedes.


Román Rubio
Julio 2020