¿QUÉ
HE HECHO YO…?
Hace poco vi en la televisión la película de
Almodóvar Qué he hecho yo para merecer
esto (1984) de la que no guardaba memoria. Ya saben, es esa en la que una
imponente Carmen Maura, ama de casa de suburbio, tiene que lidiar con un marido
machista, una suegra lunática (Chus Lampreave), un lagarto y dos hijos
adolescentes: el mayor en el trapicheo de drogas y el más pequeño chapero. Todo
un panorama.
Primero, lo costumbrista: lo de ver a un personaje
entrar, en compañía de vecinos, fumando a un ascensor o encenderse el cigarro
en el asiento trasero del taxi sin pedir permiso siquiera al taxista son cosas
que chirrían, pero es la escena moral lo que más llama la atención.
La vecina del rellano es una prostituta, una alegre
Verónica Forqué que nos presenta su profesión en plan pinturero y festivo,
alejado de toda sordidez, y otra vecina del bloque ejerce maltrato psicológico
sobre su hija Vanessa, que tiene poderes telequinéticos; pero lo más chocante
es el trato que la desdichada ama de casa, desbordada por las circunstancias de
su aperreada vida, tiene para con sus propios hijos adolescentes. No solo
parece darle relativa importancia al hecho de que uno de ellos se dedique con
más ahínco al trapicheo con la heroína que con su aplicación en los estudios,
sino que condesciende con el hecho de que el más pequeño se gane unas pelillas
teniendo relaciones con hombres mayores y llegue a ver con aparente
indiferencia y hasta aprobación que caiga en las garras de un dentista pedófilo
(Javier Gurruchaga).
¿Podría rodarse esa película hoy en día? ¿Cuál es el
delito que haría inaceptable la producción? No se trata de aceptar o no la pedofilia,
cosa en la que todos podemos estar de acuerdo, o la venta de papelinas a los
colegas del insti, o el maltrato psicológico a una hija, tenga o no poderes; y
ni siquiera al desenfado de la putita alegre de al lado, no. Lo que hoy sería
inasumible es que todo esto se presente en formato de comedia. Negra, sí, pero
comedia.
Los guardianes de la moral se pondrían de uñas por
permitir(nos) reír de tan depravados males, sin tener en consideración de que
se trata de películas y que gracias a ellas, y a los libros, podemos sentir cierta
empatía hacia Anibal Lecter o Michael Corleone sin necesidad de aprobar el
canibalismo o la extorsión criminal. Esa es la esencia y la función de la
ficción desde que los griegos llamaron catarsis al efecto purificador de proyectar
los miedos y las desgracias personales a los personajes en escena.
También me enteré por la prensa de la llegada a
Barajas de los Stones (o lo que queda de ellos). Los Rolling (permítanme que no
los llame Sus Satánicas Majestades ni
Los Rollings) escenificaron su
llegada estelar en las escaleras del avión ante once fotógrafos y una patrulla
de guardias civiles (otro cambio de los tiempos). En declaraciones posteriores
dijeron que iban a tocar todos los grandes éxitos que esperan los
incondicionales. ¿Todos? No. Menos uno. Brown
Sugar ya no la tocan. Está censurada por la modernidad. El azúcar moreno (brown sugar) es como se conocía a la
heroína marrón en aquellos lejanos 70, y ese podría ser un motivo para la
cancelación; pero no lo es, o no el principal. En realidad, la canción habla de
esclavos y del uso lascivo de los mismos por parte de los propietarios/as al
filo de la medianoche (around midnight).
Como dijo Bardem en la entrevista concedida en
Cannes, “si te limitas a decir lo que se supone que tienes que decir y que dice
todo el mundo, no pasa nada. Pero…
Pues eso, por que no se callen los tipos como
Almodóvar o Sus Satánicas Eméritas Majestades (con perdón). Va por ellos.
Román Rubio
Mayo 2022
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