martes, 28 de enero de 2020

AMARILLO-RUGOSO


AMARILLO-RUGOSO




Quien más quien menos recuerda algo de las Leyes de Mendel sobre la herencia genética que estudió en el bachillerato. Mendel (1822-1884) fue un agustino que formuló unas reveladoras leyes de herencia en las que reveló el hecho del carácter de rasgos dominantes y recesivos y cómo se manifiestan en las distintas generaciones. Para sus experimentos utilizó guisantes de dos colores: amarillos y verdes y concluyó que el amarillo era el rasgo dominante (que se manifestaba en la primera generación) y el verde el recesivo (que se manifestaba en determinados ejemplares de las siguientes). Pronto vio que el método era demasiado simple y decidió dar un paso más introduciendo  la textura: los guisantes lisos y los rugosos, en donde el liso resultó ser el carácter dominante y el rugoso el recesivo, y con ello formuló la segunda ley de la herencia, en la que se daban los genotipos de amarillo-liso, amarillo- rugoso, verde-liso y verde-rugoso.

Algunos quieren ver en el panorama político español la simplicidad de los guisantes amarillos y verdes de Mendel en un escenario de izquierda-derecha cuando, en realidad, responde al de la segunda ley, siendo el asunto territorial el de la textura liso-rugoso. Así, se dan distintos fenotipos: el constitucionalista o unionista (también llamado españolista) de izquierdas, el de derecha-separatista o nacionalista (véase Torra), y sus contrapuestos: izquierda-nacionalista y derecha-unionista. Podía haber un elemento centrista en el espectro, pero unos guisantes de color naranja renegaron del papel.
Algo similar ocurre en el Reino Unido, en donde el hecho de ser tory (conservador) o labour (social-demócrata) no explica gran cosa si no se considera el parámetro de los pro y antieuropeista (Brexit), que se encuentran mezclados —que  no revueltos— en ambos lados del espectro.

En Bagdad se han producido manifestaciones masivas de personas de mayoría chií en contra de la presencia de tropas norteamericanas en el país. Para entender la naturaleza de los fenotipos que se dan en aquel país, Mendel tendría que haberse aplicado más con sus variantes, ya que  el escenario excede la complejidad de los dos ejes de color y textura  que consideró el fraile. Allí, a la consabida dialéctica izquierda y derecha y la territorial (kurdo o árabe) habría que añadir la de estado laico-estado islámico y dentro de esta a la de chií (61% de la población y con tendencia proiraní) o suní (39%, más próxima a la tutela de los saudíes), con lo que la tipología de los guisantes se multiplica.

¿Y hay algo que una al chií, kurdo, suní, islamista, laico o socialista? Pues, sí: el odio a Israel.

Ayer vi en la 2 el documental sobre el verdadero Schinder (el de la lista) y hace un par de días la película de Polanski sobre el caso Dreyfus y me pregunto: ¿qué pasa con los judíos?

Román Rubio
Enero 2020

lunes, 20 de enero de 2020

RACIALIZAR


RACIALIZAR




—¿Sabes que a Antonio Banderas lo han puesto en la categoría de actor de color?
—¿Pero cómo?, ¿no es español?
—Claro, por eso. Español, hispano, latino…
—Pero si es de Málaga, ¿qué coño, latino ni hispano ni leches?
—¿Y?
—Pues que es blanco como “la nácar”. De color serán otros. Por cierto, ¿qué es ser de color?
—Pues eso digo yo, chica, porque una vez fui a Nueva York y allí no sabe una ni lo que es. Yo no sabía si era blanca, de color o qué. Tuve que rellenar unos impresos para denunciar el robo de la cámara, ¿sabes? Y tenía que marcar si era Caucasian (es decir, blanca), Latin, Hispanic, Arabic, Afroamerican, Asian y qué se yo. Vaya lío.
—¿Y qué pusiste?
—Ah, yo Caucasian, como marcaban todos los blanquitos de allí. Aunque, la verdad, no sé ni por qué. Porque yo, con el Cáucaso no tengo nada que ver. Ni he ido allí ni se me espera. Ahora que ellos, aún menos, que no saben ni donde está.
—¿Y qué le pareció al policía?
—¿A él? Muy bien. Era puertorriqueño o cubano o algo así. Él me dijo que era Hispanic.
—¿Y qué diferencia hay entre Hispanic y Latin?
—Y yo qué sé. Parece ser que eres hispano si hablas español y latino si hablas portugués, criollo o…
—¿O qué?
—O español. Pero de América, claro.
—Pues yo, ¿sabes qué te digo? Que habría puesto Latin, ¿o es que el español no viene del latín?
—Ya. Entonces, ¿los franceses y los italianos son también latinos?
—No. Los italianos son italianos y los franceses, franceses. Lógico, ¿no? Bueno, Capone, Scorcese, Corleone y Pacino son italoamericanos. Los demás, caucásicos.
—¿Y Messi? ¿Es blanco o latino?
—Pues blanco, ¿que no lo ves? Si tiene la barba pelirroja como un irlandés.
—¿Y Simeone?
—Latino.
—¡Anda! Eso es “racializar”.
—Raci… ¿qué?
—Racializar, que significa discriminar a un colectivo por su raza o etnia.
—Entonces, ¿lo que hacen con Banderas es racializar?
—¡Y yo qué sé chica! Estoy hecha un lío.

Román Rubio
Enero 2020

domingo, 5 de enero de 2020

CONSTITUCIÓN


CONSTITUCIÓN




Cuando se va a empezar una partida de póker los jugadores deben tomar algunas decisiones: ¿se juega con la baraja completa o se quitan cartas? ¿Con comodines o sin ellos? En caso de poner uno o dos comodines ¿vale más el repóker o la escalera de color? ¿El color vale más o menos que el full? Una vez decididas esas cuestiones sobre las jugadas se pasa a fijar las reglas de la apuesta: ¿se juega con resto? —es decir, ¿puedo ir a cualquier jugada con el dinero que tengo sobre la mesa?—, ¿puedo sacar dinero a mitad de partida o de jugada?, ¿se juega con “po” (igualando el total de la apuesta de la jugada anterior, de la que todos han pasado) o sin él? Una vez decidido el reglamento se da la primera carta.
Lo que han hecho los jugadores, lo sepan o no, ha sido un proceso constituyente. Se ha aprobado por unanimidad o mayoría sustancial el reglamento de la partida. Y todos saben que hay que respetar las reglas. ¿Se pueden cambiar estas? Pues, claro. ¿Cuántas veces? Tantas y como se consiga un consenso. Nunca sin él. Así de simple.

Los alemanes han consensuado 60 cambios en su Constitución de 1959 en temas fundamentales como el servicio militar o la regulación de la Hacienda Pública, pero tienen una “clausula de eternidad” (art. 79.3) que impide la modificación de los principios formulados en los artículos 1 y 20 (referentes a la dignidad del ser humano y a la organización estatal como Estado federal, democrático y social.

Los norteamericanos han hecho veintisiete enmiendas (10 de ellas simultáneamente) en su Constitución de 1787, ese icónico texto que empieza por “Nosotros el Pueblo” (We the People), pero hay otras seis enmiendas que no han sido aprobadas por los estados. Cuatro están técnicamente pendientes y las otras han expirado en sus propios términos. ¿Y por qué no han prosperado? Pues porque no han superado el procedimiento de aprobación. La enmienda debe ser propuesta a los estados por un voto de dos tercios de ambas cámaras del Congreso y ser ratificada por tres cuartos de los estados. Lo que, si lo piensan un poco, no es nada fácil; necesita un amplísimo consenso. Quizá sea esa la razón por la que no han conseguido frenar la tenencia y uso de armas de fuego que tantos disgustos da.

Recuerdo el referéndum que se hizo en España para la aprobación de la Constitución Europea. Yo voté SI. Lo tuve claro desde el principio. “¿Cómo lo tienes tan claro?, “¿es que acaso la has leído?” —me dijo un buen amigo—. “Por supuesto que no: ¿cómo iba a leer un texto tan abultado y farragoso?” Voto SÍ porque se ha conseguido un consenso entre tropocientos países y nosecuantos partidos y eso para mí es suficiente. Mi amigo, finalmente votó NO. ¿Y saben por qué? Porque alguien de Compromís le convenció. Él tampoco lo había leído.
La cuestión era que la Iglesia (la Conferencia Episcopal de Rouco y su Cope) pedían el “no” porque el texto declaraba el espacio europeo como laico y aconfesional, los independentistas (CIU, ERC, Eusko Alkartasuna y otros —excepto PNV—) votaban NO porque no se reconocía el derecho de autodeterminación y la izquierda (IN) —(ay, la izquierda, otrora internacionalista—, porque decían que se estaba construyendo una Europa de los mercaderes y no de los pueblos. Al final ganó el SÍ y no sirvió de nada: Francia y Holanda tiraron por tierra el proyecto, pero eso es otra historia.

Hoy se está pidiendo a gritos cambios en la Constitución Española. Unos quieren república, otros autodeterminación, otros una ley electoral nueva, otros abolir las autonomías, otros incluir el derecho a la muerte digna (yo mismo), otros todo ello junto y otros nada. Perfecto. Pero lo que al español le parece difícil aceptar es que para que haya cambios debe haber consensos, y consensos claros, porque si no, habría que repetir el proceso cada mayoría parlamentaria (es decir, cada ocho años, de media) lo que haría a un país, ingobernable.

Ya lo hicimos en el 1812, en 1837, 1845, 1852 (proyecto), 1856 (no promulgada), 1876, 1929 (proyecto), 1931, 1938 (Leyes Fundamentales del Reino) y 1978. ¿Cuántas veces más habrá que hacerlo? Y sobre todo, ¿para durar cuánto?

En fin, nosotros a lo de siempre: “o me echan las cartas que quiero o rompo la baraja”.


Román Rubio
Enero 2020