viernes, 22 de octubre de 2021

PORTIA

 

PORTIA


Portia es joven, bella e inteligente y está prometida con el gallardo y bondadoso Antonio, que es demandado por el judío Shylock ante la corte del Dux de Venecia por el impago o demora en el pago de una deuda en la que Antonio había incurrido por supuesto naufragio de unos barcos. El precio es terrible, pues en el contrato se especifica que el deudor debe pagar con una libra de su propia carne y Shylock exige que esta sea próxima al corazón. Quien ejerce la defensa del deudor es Portia, que, disfrazada de hombre, da la razón al viejo avaro con la condición de que se cobrara la deuda sin derramar una gota de sangre.

Se pueden imaginar el desenlace. De un lado la juventud, la belleza y la generosidad de la joven cristiana; del otro, la vejez y la avaricia del judío. Pues eso, han acertado. Aunque, lamentablemente, y tratándose del siglo XVI, la joven tuviera que travestirse en hombre.

En el mundo real muchos escritores han decidido adoptar un seudónimo para publicar sus obras, bien para proteger su reputación como es el caso de Charles L. Dogson (Lewis Carroll) y tantos otros doctos profesores de Oxford que decidían probar con el bestseller, John Banville (Benjamin Black) para marcar registros distintos, o Robert Galbraith (J. K. Rowling), que una vez terminada su saga de Harry Potter con éxito arrollador decidió tantear el mercado con un seudónimo hasta que se dio cuenta que era mucho más rentable para ella y la editorial quitarse la máscara. Por no hablar del célebre caso de Elena Ferrante, todavía sin desenmascarar.

Mary Ann Evans (George Elliot) y Aurore Lucile Dupin de Dudevant (Geoge Sand), en el siglo XIX, hubieron de adoptar nombre masculino para poder publicar. Otras, como la autora de novela romántica Megan Maxwell (María del Carmen Rodríguez) o Alice Kellen (que no ha desvelado su verdadero nombre, aunque sí su imagen) lo hacen con el propósito de desligar su vida profesional de la personal. Excepto en el caso de las autoras decimonónicas, que lo hacían obligadas, los/las demás pueden hacer bueno aquello de “escribo con seudónimo porque me interesa, porque soy libre y porque me da la gana”.

Tres guionistas profesionales, Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez, bajo el nombre pantalla de Carmen Mola, habían escrito una exitosa trilogía de novela negra —que no he leído dado mi desapego por el género— que incluye La novia gitana.  

El asunto no habría tenido más trascendencia —¿o sí?— si no hubiesen resultado ganadores del último Premio Planeta, dotado con un millón de euros con su novela La bestia.

A partir de ahí, y probablemente propiciado por envidias, rencores, maledicencias y resquemores, un grupo no sé si numeroso pero ciertamente ruidoso ha decidido poner el grito en el cielo, no está claro si por ser tres, por ser hombres, por usar un seudónimo, por usar un seudónimo femenino o por haber ganado tanta celebridad y dinero. O por todo ello. Una librería de Madrid procedió a retirar los libros de Carmen Mola de sus estanterías nada más conocerse la identidad real de “los” autores, lo que hace que nos preguntemos por qué los tenían en sus expositores si no tenían la calidad literaria necesaria o por qué los han retirado si la tenían. Adivinen la razón.

Para muchos, entre los que me incluyo, el asunto ha sido una fiesta, un sainete, una carcajada propiciada por una impostura que, como las buenas gamberradas, no hace daño a nadie. Pero no todo el mundo lo ha visto así. Para otros/as ha sido un insulto al género femenino. Lo fue el hecho de tener que hacerse pasar por un hombre para publicar (en lo que estoy de acuerdo) y lo contrario. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio.

Les contaré un caso que acabo de leer en El Confidencial firmado por Soto Ivars: un escritor madurito y poco exitoso, Sergi Puertas, harto de enviar sus manuscritos a editoriales y obtener el silencio por respuesta se dio cuenta de que el mayor inconveniente era él mismo, su persona, con lo que se decidió a cambiar de imagen. Se creó un perfil en Facebook y una cuenta de gmail y se bajó una foto de internet de una joven agraciada de 25 años con suéter de cuello alto, media melena y expresión modosita a la que hizo llamar Lidia. Pronto, subiendo los mismos contenidos que antes a la red, empezó a obtener más likes y seguidores en un par de semanas de lo que había obtenido en toda su historia de cincuentón. Y decidió, con su nueva identidad, probar suerte con su último manuscrito. Enseguida se percató de sus nuevos poderes cuando empezó a recibir respuestas de los editores, algunos con el contrato ya redactado a espera de la firma. Al final, el autor eligió la editorial Impedimenta y se desenmascaró ante el editor. Este, al principio, indignado, cortó la comunicación, pero después de unas semanas se ofreció a editarle. Con su propio nombre e identidad. El libro, por si tienen la curiosidad, se llama Estabulario y los nombres del autor y la editorial ya los conocen.

Y esta es la historia del Shylock que tuvo que disfrazarse de Portia para defender su causa. O la de otra Carmen Mola, como prefieran.

Román Rubio

Octubre 2021

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jueves, 14 de octubre de 2021

SINÉCDOQUE


 

SINÉCDOQUE



 Se trata de tomar la parte por el todo, como cuando decimos “hago esto para ganarme el pan”; y ese pan incluye hasta el viajecito a Punta Cana. O bien, tomar el todo por la parte, como en “Francia derrota a España”, queriendo decir que la selección francesa de fútbol le gana a la española, aunque sea con un gol dudoso de Mbappé.

Creo haber contado en alguna ocasión un chascarillo de veracidad incierta que corre por las facultades de periodismo. En 1905, recién desembarcado en Nueva York, el arzobispo de Canterbury y primado de la inglesa anglicana se sometió a una sesión informativa ante los periodistas. Uno de ellos le preguntó su opinión sobre la profusión de prostíbulos existentes en Manhattan. El arzobispo, desconocedor del tema, le respondió: “¿Hay muchas prostitutas en Manhattan?”. Al día siguiente, un diario publicó a toda página: “Primera pregunta del Arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York: ¿Hay prostitutas en Manhattan?”

En esas estrategias de los demagogos andaba yo pensando el otro día cuando escuché unas declaraciones del tal Egea, del PP (Ingeniero de Telecomunicación y campeón del mundo de lanzamiento de hueso de oliva en 2008). Decía el prócer, refiriéndose al problema de la vivienda: “Ocupar una vivienda está bien visto por el Gobierno, ser propietario de una vivienda, después de haber “estao” trabajando toa tu vida, está mal visto por el Gobierno”.

Fíjense, en primer lugar, que el uso del “estao” y del “toa tu vida” dicho en el entorno formal del Fórum Europa no es del todo espontáneo, sino el empeño de mostrarse uno campechanote, como diciendo: “como tú y como yo”.

Claro, que para alquilar una casa hay que tener al menos dos. Y lo que calla el campechano conferenciante es que se trata de penalizar a los “grandes tenedores”, que son los que tienen más de diez casas y alguna de ellas vacía durante, al menos, un año. Y también calla que la propiedad viene a menudo facilitada no por el trabajo de “toa” la vida sino por la especulación, la herencia u otras actividades más inconcretas que incluyen viajes con bolsas de basura desde Andorra y otros lugares más remotos con montañas nevadas, palmeras y cocoteros.

Otra de las estrategias de la demagogia es conceder una relación causa-efecto en donde solo hay una correlación entre variables, como aquel que decía que los fuegos los provocaban los bomberos, de otro modo, ¿por qué habría de haber siempre una patrulla en los incendios?

Un estudio publicado recientemente en la revista The Lancet Planetary Health ha determinado que 43000 personas mueren cada año en las ciudades europeas “por la falta de zonas verdes”. Ahí es nada. Y afinando más la puntería dice el estudio que en España son 3809 las personas que mueren por este motivo en el centenar de ciudades estudiadas; el 25% de las muertes (924) en Barcelona. En mi ciudad, Valencia, son 138 las que se van al otro mundo por vivir a menos de 500 metros del Río, de los Viveros o de cualquier otro pedazo de arbolado. Así de claro lo tienen.

https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2021-10-08/un-estudio-estima-que-43000-personas-mueren-al-ano-en-las-ciudades-europeas-por-la-falta-de-zonas-verdes.html

¿Y cómo han llegado a tan afinada conclusión? Pues cogen un mapa y toman en consideración las zonas próximas a los parques y las más alejadas y comparan el número de personas que mueren por causas naturales. ¿A que ustedes habrían adivinado los resultados?

¿Y no podría ser que el nivel de renta tenga algo que ver? Apuesto a que los pisos pegaditos al Retiro, Hyde Park o los Jardines de Luxemburgo son considerablemente más caros que los de los bloques de las periferias pegados a las vías del tren y la gente que se puede permitir vivir allí tiene mejores trabajos, hábitos de vida más cómodos y saludables y mucha más renta. Y eso, quizá, también influya.

Pero, claro, como los bomberos estaban por allí, pues ya está claro quién inició el fuego. Y yo, por si acaso, lo arrimo a mi sardina.

Román Rubio

Octubre 2021


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