martes, 31 de diciembre de 2019

AÑO NUEVO


AÑO NUEVO




Sospecho que el año 2020 va a ser de aúpa.
¿Que por qué? Pues porque en mi opinión el 2019 ha sido un año más bien soso, sin hitos reseñables, o así lo ve un servidor, que ya ha visto pasar unos cuantos.

Vale, es cierto: siempre hay alguna guerra por algún lado del mundo, pero ni ha habido ninguna nueva ni las que hay han empeorado, que ya es decir.

Ha habido muertos, porque tiene que haberlos —de otro modo no cabríamos todos en el mundo— pero no ha muerto ningún Michael Jackson ni David Bowie, tan solo un Camilo Sesto, que está bien (no que se haya muerto, sino como cantante), pero tampoco era nada del otro mundo. Ni siquiera en el mundo de las letras ha habido pérdidas colosales: quizá la de Sánchez Ferlosio, porque a Punset, por entrañable que fuera el personaje, no lo veo ganando el Cervantes. Ni a Chicho Ibáñez Serrador ganando el Oscar, ya que nos ponemos. En el campo de la política sí que han caído dos grandes: Chirac y Rubalcaba, pero el primero tenía ya 87 años, y díganme qué año no cae un par tipos como Thatcher Mitterrand o Kohl. Se quemó Notre Dame, es verdad, pero tampoco han ocurrido grandes desastres como terremotos, erupciones volcánicas reseñables, tsunamis o grandes atentados: un par de tiroteos en EEUU (¿qué año no los ha habido?) con un número de bajas inferior al de otras ocasiones.

Los franceses han salido a la calle, pero, ¿cuándo no lo han hecho? ¿O es que recuerdan algún año en que los controladores no hayan cerrado el espacio aéreo, los ferroviarios los trenes o los camioneros las carreteras, cuando no todos a la vez? Ahora están en la calle por lo de las pensiones pero es que hasta los chalecos amarillos parecían haberse calmado. Y, afortunadamente, no han tenido atentados terroristas reseñables, como había ocurrido otros años.

No ha muerto ningún Papa (ni envenenado ni de muerte natural) ni han disparado a ningún presidente de los EEUU, lo que para algunos es una mala noticia. Tampoco ha sido asesinado ningún líder de movimientos sociales.

Gran Bretaña dice que se va cuando, en realidad, nunca ha estado dentro.  Aún así, han dejado pasar el año. Y la mitad de los catalanes también siguen queriendo irse, lo cual tampoco es novedad. Hasta el procés parece haberse estancado.

Vale, dirán ustedes: Greta Thunberg ha cruzado en barco velero no una, sino dos veces el Atlántico, pero Joshua Slocum lo había hecho ya en 1898 manejando el barco él mismo, en solitario y sin placas solares, ni internet ni radio siquiera.

Por no aparecer, no ha aparecido nada reseñable en el capítulo de las “fake news”, solo alguna mentirijilla, que no llega a ser ni trola, y no como en los buenos tiempos  (por cierto, que les recuerdo que es una expresión que siempre debe usarse en plural, como “hacer gárgaras” y que la “fake new”, como he oído por ahí a más de uno, no existe, como no existe “hacer una gárgara”).
No ha habido en el año ninguna película (quitando quizá la de Tarantino) ni ningún libro que haya sido excepcional y todo parece algo más anodino de lo habitual, lo que no quiere decir peor. Ni siquiera Rosalía es un fenómeno nacido en el año. Ya venía del 2018, lo que pasa es que no se acuerdan.

Ni las palabras del año parecen tener gran interés. ¿Saben cuál es la palabra propuesta por Fundéu? Emoji. Como lo oyen; elegida entre otras candidatas como DANA, influente, seriéfilo o exhumación y tan alejada de la sonora aporofobia de hace dos años, selfie o la menos agraciada de microplástico del año pasado.

Que el próximo sea tan anodino como este. O más.

Román Rubio
Diciembre 2019

viernes, 20 de diciembre de 2019

MARIVÍ


MARIVÍ




Mariví, que es muy limpia. Se levanta por la mañana y lo primero que hace es meterse en la ducha. De agua caliente, claro; con fría que se duchen los del Opus, si quieren.

Como tiene mucha conciencia ecológica, trata de que la ducha sea corta, pero a menudo no lo consigue; debajo del agua caliente se está tan bien… Acto seguido, se viste. Cada día, como es natural, se pone ropa limpia; la interior, por supuesto; y la de fuera, casi también, no vaya a ser que a alguien le pueda llegar un tufillo de su humanidad, por leve que este sea, ¡qué vergüenza! La lavadora no para en su casa, de tan limpios y lo bien que huelen ella y su pareja, con la que convive.

Va a trabajar al hospital en coche. Tiene algo de mala conciencia por aquello de la contaminación, pero el hospital está a siete kilómetros de su casa y la combinación de autobús o metro no es muy buena. Tampoco es cosa de pasarse una hora haciendo trasbordos.

A menudo sale de compras, generalmente en las rebajas. Como ella dice: “de vez en cuando hago polvo las tiendas de ropa: Zara, Mango y cosas así, más bien baratitas, no vayan ustedes a creer, que los sueldos no dan para marcas caras.

Le molesta mucho pasar frío en casa o ir muy abrigada, de modo que la tiene caldeada en invierno y refrigerada en verano. Eso sí, con temporizador y termostato, para no gastar demasiada luz, que es malo para el planeta. Lava los platos en el lavaplatos y seca la ropa en la secadora. Cocina a menudo en la Thermomix y estas Navidades se ha regalado uno de esos robots que aspiran ellos solos cuando uno no está en casa.

Suele hacer un viaje al año con su pareja. Bueno, hacen más, pero uno largo en avión: que haya que pasar un océano, vamos. Es muy moderna e imaginativa y le gusta planificase bien los viajes. Se siente diferente a sus amigas o compañeras de trabajo que van por agencia y se van a sitios tan manidos y horteras como el Caribe, a uno de esos hoteles de la pulserita del all-inclusive. Ella no; Mariví no hace turismo, Mariví viaja. En una ocasión alguien se mofó de su alegato, tachándolo de sandez, y de pretencioso, pero se trataba de un compañero de trabajo; un intelectual algo ácido, y ella no se lo tuvo en cuenta.

A Mariví le asusta la idea del cambio climático y está muy concienciada en que hay que tomar medidas. Va a todas las manifestaciones que se convocan por el clima y toma parte en iniciativas de talleres y charlas. Hasta se está acostumbrando a apagar las luces cuando no está en una habitación y a poner programas cortos en la lavadora. Este invierno, como prueba de sus convicciones, ha bajado un grado el termostato de la calefacción. ¡Para que vean que va en serio!

En el fondo, ella sabe que el planeta no tiene solución y que las iniciativas de reducción de emisiones y todo eso no pueden hacer sino retrasar algo (decenas, cientos de años…) lo que parece ser inevitable y que “lo que no puede ser porque es imposible” (como diría Rajoy) es que seis mil millones de personas que viven sobre la faz de la Tierra puedan llevar la vida que lleva Mariví sin acabar con el granero más pronto que tarde.

Ah, y al planeta le da igual; es a las personas a quienes afecta. Dentro de dos mil millones de años, el planeta seguirá girando alrededor del Sol (si es que este existe) mientras en una charca empezarán a aparecer unos bichitos verdes minúsculos con trompetillas por orejas. Y vuelta a empezar.


Román Rubio
Diciembre 2019

miércoles, 11 de diciembre de 2019

LA BUENA CONDUCTA


LA BUENA CONDUCTA



De los lejanos años de mi niñez tengo memoria de una infame práctica de aquella España franquista.  Se trata del Certificado de Buena Conducta. Cualquier ciudadano que quería hacer algo con su vida, como trabajar de funcionario, médico, barrendero o taxista, debía obtener tan siniestro documento. En la España rural (de la que procedo) debía ir firmado por el alcalde (que era a su vez el Jefe del Movimiento), el cabo de la Guardia Civil y el señor cura. De ese modo, se aseguraba el sistema de  que el personal fuera, sino bueno, al menos, dócil.

Hoy, afortunadamente los Guardianes de la Moral ya no son el cabo, el cura y el alcalde, pero haberlos, haylos. Y se encargan de mantener la pureza ideológica de quienquiera que aspire a algo más que taxista o médico. Y más le valdría a uno adaptarse a ese perfil.

No hace mucho que un amigo, cuando le dije que yo estaba leyendo el libro Homo Deus, me expresó sus recelos sobre su autor, Yuval Noah Harari (creador del famosísimo Sapiens). “¿Recelos, ¿qué recelos?”, dije yo. “No sé”, dijo mi amigo, “¿no lo ves demasiado perfecto?  Es un autor de enorme éxito internacional. Vale, lo acepto. Pero es que es gay, está felizmente casado con otro tío. Y además es judío y vegano” “¿Qué le falta? ¡Ah, sí!, practica la meditación Vipassana y es doctorado por Oxford. ¿Qué defecto se le puede achacar? Vale, no es mujer —lo que mejoraría su posición—, pero al menos tiene la decencia de ser gay; es vegano, lo que conecta con el pensamiento emergente; y, aunque no sea palestino o sirio (lo que mejoraría aún más su perfil), al menos es judío (pueblo sufriente) y simpatizante de la causa palestina”. “¿Imaginas que ese mismo libro hubiera sido escrito por un despreciable hombre blanco, heterosexual, comedor de hamburguesas, partidario de la causa judía y practicante de boxeo?”

Me ha venido esto a la memoria al seguir en la prensa el revuelo levantado por la controvertida decisión de otorgar el Premio Nobel de Literatura al austriaco Peter Handke.
No he leído nada del autor, por lo que no voy a opinar sobre si es merecido el galardón o no, pero una cosa sí que tengo clara:

Si no es lo bastante bueno, ¿por qué habría de ganar el Nobel? Y, si lo es, ¿por qué no habría de ganarlo? ¿Por haber apoyado, en su momento, la causa serbia; y en concreto al líder serbio Milosevich?

¿Y quién soy yo para juzgar la conducta de los demás si ni siquiera comprendo lo que pasó allí? Y si la juzgo, porque soy así de bueno y de sabio y me gusta tirar la primera, la segunda y la tercera piedra sobre la adúltera, ¿qué demonios tiene que ver mi postura moral de Señorita Rottenmeier con la literatura? Por lo menos el cura, el cabo y el alcalde no daban los premios literarios de aquellos oscuros tiempos.

Y si alguna vez se ven en un jurado y tienen que evaluar un relato que empiece así: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, concédanle el premio con la conciencia bien tranquila y no piensen en si el autor apoyaba a tal o cual dictador. Ni de izquierdas ni de derechas. Juzguen menos. Y lean más.


Román Rubio
Diciembre 2019





jueves, 5 de diciembre de 2019

LOS CHICOS Y LAS CHICAS


LOS CHICOS Y LAS CHICAS




De verdad, pienso que esto se nos va de las manos.

La casa de material de fitness americana Peloton ha sacado un anuncio para Navidad que ha obtenido un rechazo en las redes sociales en el Reino Unido. El anuncio ha sido calificado de “sexista” y “distópico”.
En el spot se ve a una mujer recibiendo de su pareja el regalo de una bicicleta estática, de esas que tienen una pantalla por la que se ve a otras personas haciendo la misma cosa, como si estuvieran en una clase; en streaming —le llaman—. A continuación se ven una serie de vídeos de ella filmándose a sí misma haciendo ejercicio sobre la bici. En uno de ellos dice: “Cinco días seguidos, ¿no te sorprende? A mí sí” Y en otro: “Hace un año no me daba cuenta cuánto habría de cambiar mi vida”, lo que da a entender que el regalo lo había recibido un año antes.
El anuncio se titula “El regalo que devuelve, o recompensa  (gives back)” y muchos críticos reprochan que la mujer del anuncio está delgada desde el principio y que la implicación de que su pareja piensa que ella necesita estar aún más en forma  y perder peso es “paternalista” y “dañina”.
En You Tube el video ha obtenido cerca de 2 millones de visitas por el momento y está atrayendo cinco pulgares hacia abajo (no me gusta) por cada pulgar hacia arriba (me gusta), lo que ha hecho caer el valor en bolsa de la compañía un 9% en cuestión de días.
Lo de “distópico” viene por el hecho de que la mujer se comunica con su pareja por grabaciones en vídeo, lo que parece aludir a la serie británica en clave distópica, Black Mirror.

En agosto se prohibieron en el Reino Unido dos anuncios por no adecuarse a las normas de no discriminación. Uno, del queso Philadelphia, en el que se exponían unos padres novatos mostrando su ineptitud en el cuidado de sus hijos y otro de Volkswagen en el que salía una mujer sentada junto a un carrito de bebé (¿cómo se le ocurre a una marca presentar a una mujer junto a un carro de bebé?). Menudo insulto.

¿Y a quién puede mostrar hoy la publicidad sin que haya alguien que se sienta vejado, ultrajado, discriminado o humillado? Veamos:
—¿Se debería permitir que una mujer mayor (digamos, Concha Velasco) anuncie un producto protector contra las pérdidas de orina? ¿No es denigrante para las mujeres de cierta edad?
—El cambio de la bañera por la ducha también lo es. Por los mismos motivos.
—El anuncio del pegamento para dentaduras debería estar también prohibido. Y si hay que hacerlo, que salga un joven que ha perdido los piños en un accidente; aunque, bien pensado, resultaría ofensivo para los accidentados. Podría usarse un mono, pero ofendería a los animalistas. Lo mejor es usar un muñeco asexuado y de edad indeterminada.
—Ni se les ocurra sacar a “UN” adolescente y sus zapatillas de deporte para publicitar un anti-olor. En caso de hacerlo (lo que supone un ultraje para los chicos jóvenes), que nunca sea la mamá la que recoja las deportivas. Ni el papá. Ni la hermana. Ni el hermano. Ni él. Ni el perro, por los motivos conocidos.
—Los audífonos no son solo prerrogativa de la gente de edad. Los viejecitos atléticos y felices andando por la playa con los pantalones arremangados riéndose como idiotas mientras se miran a los ojos no son una opción. Repito: no son una opción. Discrimina a la gente mayor (antes llamados viejos).
—No solo los jovencitos guapos hacen el amor, así que dejen de sacar a jóvenes atractivos para anunciar los preservativos. ¿O es que los Quasimodos no tienen también su derecho a beneficiarse de los deleites de tales adminículos perfumados?
—Los gatos ya no cazan ratones (pobrecitos), con lo que hay que comprarles la comida en los supermercados; lo cual no implica que tenga que hacerlo una mujer joven, atractiva y con pelo largo. Puede hacerlo cualquier persona, incluido el Quasimodo del punto anterior.
—La mayoría de los hombres nos sentimos ofendidos cuando sacan a un guaperas que envidia al coche de su vecino. También al que disfruta ensuciando el suyo por caminos embarrados creyendo que hace algo interesante con su vida. Discrimina a los que no somos guaperas ni nos gusta ensuciar tontamente el coche. Y pone la imagen del hombre a la altura del betún.
—No se les ocurra sacar a una embarazada. Es discriminatorio e injusto para quienes no podemos estarlo nunca por mucho que lo intentemos.

Y, por supuesto, no quiero ver el careto de ningún niño: ni bebé ni en edad de ir al colegio. Si a las revistas y otras publicaciones se les obliga a pixelar la cara ¿por qué se habría de permitir sacarlas en publicidad? ¿Por dinero? ¿No ven que se les puede traumatizar para el resto de sus días?
En realidad, me molestan los anuncios y los hombres, mujeres, niños y perros que aparecen en ellos y también me molestan los que se molestan por esas chorradas, como el que esto mismo escribe.


Román Rubio
Diciembre 2019




lunes, 2 de diciembre de 2019

LA CULPA ES DEL MAESTRO ARMERO


LA CULPA ES DEL MAESTRO ARMERO




Para quienes no hayan hecho la mili aclararé que el maestro armero es el artesano encargado del mantenimiento de los fusiles del Regimiento. ¿Que no se acertaba en el blanco? La culpa era del maestro armero, que había dejado mal alineadas las mirillas de puntería.

A Bolsonaro parece que se le está quemando la Amazonía. ¿La culpa? De Leonardo DiCaprio, que aporta fondos a la organización Earth Alliance, que, como su nombre indica (Alianza por la Tierra), se dedica, no a proteger la Amazonía sino a prenderle fuego.

Es algo común. ¿Ha ocurrido un desastre? Miro a mi alrededor y le echo la culpa a mi enemigo, aunque este estuviera visitando a su tía de Valladolid en el momento de la tragedia. Sin pudor alguno. Por la cara. Total…, ¡si siempre va a haber un número indeterminado de idiotas que se lo van a creer!
¿Recuerdan los tiempos posteriores al 11M?  En la COPE se juntaron Jiménez Losantos, P. J. Ramírez y algún otro y decidieron que los culpables habían de ser ETA, Rubalcaba, el Reino de Marruecos y la Masonería. ¡Ah!, Pedro Jota añadió a los policías que supuestamente le habían grabado con Exuperancia. ¿Y no habrá ningún vecino de escalera que me caiga mal? Pues lo incluyo en la lista y asunto terminado.

Otro coloso de la mentira sin escrúpulos es Donald Trump, que  culpó  al padre del su rival por la candidatura de Partido Republicano, Ted Cruz, de haber matado a Kennedy, mientras este le disputaba el puesto. ¿Y saben lo peor? Que mucha gente le creyó. Como le creyó cuando acusó a Obama de haber nacido en el extranjero. Parece una nimiedad, pero no lo es tanto: el haber nacido en el extranjero inhabilita a alguien para optar a la presidencia del país. Era fácilmente comprobable por un candidato a la Presidencia. También lo era demostrar la falsedad, como hizo Obama enseñando su certificación de nacimiento, pero la duda ya estaba creada. ¿No habría sido esta falsificada?

El hecho de inventar y difundir trolas para apoyar los intereses de uno es propio de cínicos ambiciosos  y estos han existido siempre, como también han existido (y eso es lo más preocupante, público dispuesto a creérselas.

¿La verdad? Ni la sé ni me importa. Yo aquí he venido a que me cuenten lo que quiero oír. Y si se lo tiene que inventar usted, pues se lo inventa.

Y de eso no hay quien se salve, ¿o no aplaudieron ustedes cuando el capitán Renault dijo aquello de: “detengan a los sospechosos habituales”, salvando así a Rick?

Hay alguna diferencia: sabíamos que el cínico Renault mentía, con lo que no nos engañaba, más bien nos hacía cómplices de su cinismo —que aceptábamos con gusto—, mientras que los idiotas creen o quieren creer que lo que les cuentan los malvados es verdad.

Y, al fin y al cabo, Renault es un personaje de película y Bolsonaro, Losantos, P.J. y Trump son bien reales. Boris Johnson, también.

Román Rubio
Diciembre 2019