miércoles, 11 de diciembre de 2019

LA BUENA CONDUCTA


LA BUENA CONDUCTA



De los lejanos años de mi niñez tengo memoria de una infame práctica de aquella España franquista.  Se trata del Certificado de Buena Conducta. Cualquier ciudadano que quería hacer algo con su vida, como trabajar de funcionario, médico, barrendero o taxista, debía obtener tan siniestro documento. En la España rural (de la que procedo) debía ir firmado por el alcalde (que era a su vez el Jefe del Movimiento), el cabo de la Guardia Civil y el señor cura. De ese modo, se aseguraba el sistema de  que el personal fuera, sino bueno, al menos, dócil.

Hoy, afortunadamente los Guardianes de la Moral ya no son el cabo, el cura y el alcalde, pero haberlos, haylos. Y se encargan de mantener la pureza ideológica de quienquiera que aspire a algo más que taxista o médico. Y más le valdría a uno adaptarse a ese perfil.

No hace mucho que un amigo, cuando le dije que yo estaba leyendo el libro Homo Deus, me expresó sus recelos sobre su autor, Yuval Noah Harari (creador del famosísimo Sapiens). “¿Recelos, ¿qué recelos?”, dije yo. “No sé”, dijo mi amigo, “¿no lo ves demasiado perfecto?  Es un autor de enorme éxito internacional. Vale, lo acepto. Pero es que es gay, está felizmente casado con otro tío. Y además es judío y vegano” “¿Qué le falta? ¡Ah, sí!, practica la meditación Vipassana y es doctorado por Oxford. ¿Qué defecto se le puede achacar? Vale, no es mujer —lo que mejoraría su posición—, pero al menos tiene la decencia de ser gay; es vegano, lo que conecta con el pensamiento emergente; y, aunque no sea palestino o sirio (lo que mejoraría aún más su perfil), al menos es judío (pueblo sufriente) y simpatizante de la causa palestina”. “¿Imaginas que ese mismo libro hubiera sido escrito por un despreciable hombre blanco, heterosexual, comedor de hamburguesas, partidario de la causa judía y practicante de boxeo?”

Me ha venido esto a la memoria al seguir en la prensa el revuelo levantado por la controvertida decisión de otorgar el Premio Nobel de Literatura al austriaco Peter Handke.
No he leído nada del autor, por lo que no voy a opinar sobre si es merecido el galardón o no, pero una cosa sí que tengo clara:

Si no es lo bastante bueno, ¿por qué habría de ganar el Nobel? Y, si lo es, ¿por qué no habría de ganarlo? ¿Por haber apoyado, en su momento, la causa serbia; y en concreto al líder serbio Milosevich?

¿Y quién soy yo para juzgar la conducta de los demás si ni siquiera comprendo lo que pasó allí? Y si la juzgo, porque soy así de bueno y de sabio y me gusta tirar la primera, la segunda y la tercera piedra sobre la adúltera, ¿qué demonios tiene que ver mi postura moral de Señorita Rottenmeier con la literatura? Por lo menos el cura, el cabo y el alcalde no daban los premios literarios de aquellos oscuros tiempos.

Y si alguna vez se ven en un jurado y tienen que evaluar un relato que empiece así: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, concédanle el premio con la conciencia bien tranquila y no piensen en si el autor apoyaba a tal o cual dictador. Ni de izquierdas ni de derechas. Juzguen menos. Y lean más.


Román Rubio
Diciembre 2019





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