BANDOLEROS
“Sólo un gramo más de moral diferencia al guerrillero del bandolero”, escribió Pérez Galdós; y es que, en España ha habido muchos y muy pintorescos bandoleros, como guerrilleros. La extensión del país, poblamiento, orografía, propiedad de la tierra y también carácter ha propiciado la aparición de estos personajes que en su momento fascinaron a escritores, pintores e intelectuales del otro lado de los Pirineos, como Prósper Merimée o el pintor Frederick Lewis.
Los ha habido
en todas las épocas y en todas las regiones. Desde la época romana se han
documentado acciones de guerrilla y de pillaje en los caminos de España. En
Aragón y Cataluña actuaron muchos y muy activos en los siglos XVI y XVII:
Antonio Roca, Testaferro, Perot
Rocaguinarda, Perot lo Lladre, Joan
Sala, Serrallonga… En Galicia, en País
Vasco, en Valencia tuvimos al Tio Joan de la Marina o al famoso Josep
Martorell, Pinet, que actuaba en las
sierras de Bernia y Aitana; en Castilla, en Montes de Toledo, en cualquier
parte dónde el monte sirviera de escondite y patria a los asaltadores de
caminos; caballerosos y generosos unos, como Tempranillo; crueles y
sacamantecas otros, como Pernales.
Diego
Corrientes (1757- 1781) nació en Utrera (Sevilla) y se especializó en el asalto
a diligencias que hacían el camino Sevilla- Madrid, lo que llevó a cabo, según
la leyenda, en más de mil ocasiones. Fue el primer bandolero romántico, con
fama de generoso y misericordioso con los pobres; una especie de Robin Hood a
la española. Murió en la horca, tras ser extraditado de Portugal adonde había
huido. A garrote vil murió el madrileño Luis Candelas (1804-1837),
extorsionador, ladrón y ocasionalmente asaltador de caminos, al que se juzgó y
se le atribuyeron 40 robos, aunque no se le pudo inculpar muerte alguna. A
pesar de ello, se le denegó el indulto que él mismo solicitó y se le ajustició.
Los grandes
episodios del bandolero romántico se dieron en Andalucía en el siglo XIX, en
Sierra Morena, Despeñaperros y Serranía de Ronda, desde 1808 en que los
franceses ocuparon el territorio, hasta el año 1934 en que cayó Pasos Largos, a
quién se considera el último bandolero.
Pasos Largos y Pernales (derecha) y Niño del Arahal (izquierda) muertos a tiros
Los Siete Niños de Écija fue una afamada cuadrilla de malhechores que actuaron en los
alrededores de la localidad sevillana entre 1814 y 1818. Los orígenes parecen
ser la guerrilla. En 1808, el capitán Luis Vargas reunió un grupo de
insurrectos antifranceses constituido por Juan Palomo, Malafacha, Cándido, El
Cencerro y Tragabuches. Al terminar la guerra contra los franceses, la
cuadrilla siguió viviendo del pillaje y la extorsión acogiendo a insignes
miembros como José Martínez (El
Portugués), José Antonio Gutiérrez (el
Cojo), Fray Antonio de la Gama (El
Fraile), Diego Meléndez, José Alonso Rojo (el Rojo), el Hornerillo, El
Granadino, Pancilla, El Manco, Candil y otros. Se reconoce a Pablo de
Aroca, alias Ojitos y a Juan Palomo
como jefes del grupo en uno u otro momento. Muchos murieron en enfrentamientos con
los migueletes (fuerzas especiales
creadas ad hoc) y otros fueron
ejecutados, como es el caso de Fray Antonio, al que se le dio garrote en
Sevilla y a Francisco Huertas, ecijano de familia noble.
Juan Palomo (yo me lo guiso yo me lo como) ha pasado
al acervo popular de chascarrillos por su peculiaridad a la hora de repartir el
botín con los suyos, pero el más famoso de toda la banda, sin contar a
Tempranillo, que quizás colaboró con ellos al principio de su carrera, fue
Tragabuches. Tipo pintoresco,
Tragabuches.
Su apodo le
viene de su padre, natural de Arcos y del que se decía que una vez se comió un buche, nombre que en la región se da al
asno de leche. Nacido José Mateo Balcázar cambió su apellido por Ulloa, pues
como gitano, podía cambiarse el apellido según legislación de la época. Buen
cantador de flamenco empezó su carrera como torero banderilleando en las
cuadrillas de Gaspar y José Romero, toreros de Ronda, llegando a tomar la
alternativa como matador en 1802 en la plaza de Salamanca. Se retiró pronto del
ruedo y se instaló en Ronda ejerciendo de contrabandista, dada la cercanía a Gibraltar.
Convivía en Ronda con una bailaora: María La Nena. En cierta ocasión fue
invitado por uno de los hermanos Gaspar a tomar parte en los festejos taurinos
que habían de celebrarse en Málaga para celebrar la vuelta de Fernando VII.
Ulloa cayó del caballo y se dislocó un brazo en el camino, lo que le obligó a
volver a Ronda de improviso. Allí descubrió que La Nena estaba liada con cierto
sacristán de nombre Pepe y conocido como El Listillo. De poco le sirvió al
sacristán su sagacidad, pues Tragabuches le degolló sin contemplaciones. A
continuación arrojó a La Nena por la ventana causándole también la muerte y
José se echó al monte en donde desarrolló una fructífera carrera como bandolero, haciendo amistades tan distinguidas como las de José María el Tempranillo o
los Niños de Écija. Siguió amenizando a sus compinches como cantaor y a él se
le atribuye la famosa letra “Una mujer fue la causa/ de mi perdición primera./
No hay ningún mal de los hombres/ que de mujeres no venga”.
José María el
Tempranillo nació en Jauja, pedanía de Lucena (Córdoba), en 1805, hijo de
jornaleros. A los quince años mató a un hombre en la Romería de San Miguel por
motivos poco claros. Hay quien dice que fue por venganza por la muerte de su
padre. Otra versión fue que dio su merecido a quién había violado a su madre viuda y los
hay que afirman que el motivo fue castigar a quién importunó a Rosa, una niña
de Jauja de la que José María andaba enamorado. Lo cierto es que el duelo de
cuchillos acabó con la muerte del contrincante, y el chico se tiró al monte. De
nuevo se repite la historia. Una muerte violenta, quizás una mujer y huida a
los recovecos de la Sierra Morena para eludir el castigo de la horca.
Allí forjó
Tempranillo su leyenda de bandido bueno. Empezó uniéndose a los Niños de Écija,
en dónde coincidió con Tragabuches y los demás, pero pronto se haría autónomo.
A los 18 años ya estaba por su cuenta con más de catorce hombres bajo su mando.
Llegó a tener unos cuarenta. A pesar de sus muchas fechorías no se le considera
un hombre violento ni sanguinario, como otros. Más bien al contrario. Se dice
que cuando atracaba las diligencias hacía bajar a las señoras y las instalaba a
la sombra para evitarles incomodidad. Allí, de manera delicada, las despojaba
de sus joyas diciéndoles: un brazo tan hermoso como el suyo, señora, no es
digno de llevar estas alhajas que no hacen sino afearlos, y les besaba
educadamente la mano. También tenía fama de hombre compasivo. En cierta ocasión
se topó con un arriero que andaba con una burra vieja cargada de pellejos.
Cuando el arriero le contó que no tenía dinero para cambiar la caballería, el
bandido echó mano a la faltriquera y le dio 1.500 reales y le dijo que fuera a
una venta en la que había comercio de caballerías y comprara una buena mula.
Así lo hizo el hombre. Al día siguiente, Tempranillo envió a un compinche a la
venta para recuperar los 1.500 reales, todo sea dicho. ¡Hasta ahí podíamos
llegar! Generoso sí, tonto no. Un bandido no puede jugar con su reputación.
José María se
acogió al indulto que ofreció Fernando VII a los bandoleros que quisieran
colaborar en la lucha contra la plaga. Le siguieron algunos de su banda como “el Lero”, “el Venitas” y “el
de la Torre”, pero otros como “el Veneno” decidieron seguir con su arriesgado
negocio, cayendo muerto poco después. Un antiguo compañero de fatigas “el
Barberillo” tendió una emboscada al Tempranillo cerca de una hacienda que tenía éste en Alameda (Málaga) dónde cayó muerto a la edad de 28 años. Otro famoso
bandolero, Jesse James, caería también asesinado años después en Saint Joseph,
Misuri por un miembro de su propia banda mientras colgaba un cuadro en la
pared. Nadie como un bandido para acabar con otro.
Román Rubio
#roman_rubio
Junio 2015
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