martes, 24 de octubre de 2017

ESCRACHES

ESCRACHES
“¿Quién se casa?”
“La Mercedes”
“¿Con quién?”
“Con el Cristino”
“Pues que le toque el chumino”.

En  la España primitiva y brutal de antaño (es decir, hasta el día de antes de la era Puigdemont) había una costumbre bastante arraigada  en los pueblos del interior. Cuando se casaba un viudo, una viuda o un hombre de cierta edad con una joven del lugar, los amables vecinos acostumbraban a obsequiarles con una cencerrá. Comoquiera que la ceremonia (siempre eclesiástica, tratándose de la España católica) se celebraba en horario intempestivo y casi en secreto, los mozos, mozas y talluditos del pueblo acudían por la noche a la casa en donde presumiblemente la pareja celebraba el acto de consumación marital y, provistos de cencerros, cacerolas y otros utensilios ruidosos, daban una ensordecedora matraca bajo la ventana del dormitorio nupcial alternando el estruendo con canciones burlescas de contenido zafio, procaz y faltón, tratando de forzar la salida del novio (y de la novia) que debían convidar al personal con pastas y una arroba de vino. Pocas veces se salvaban los novios de un enérgico manteo, como si hubiesen ganado la Champions League. En ocasiones, la cosa acababa mal. Los novios se consideraban zaheridos y humillados y en vez de salir a recibir a los cabestros (por lo de los cencerros, digo) con vino y pastas, salían con la escopeta y se armaba la de Dios. Esa España mía, esa España nuestra.

Una versión más amable de la cencerrá era la serenata, en la que el galán, acompañado de un coro, por lo general bien provisto de vino y licores -además de guitarras y bandurrias- cantaba canciones amables y menos amables bajo la ventana de la muchacha cortejada, situación acogida según la identidad del cantante  y las aspiraciones del padre de la criatura, que solía dormir en el piso de abajo.
Hoy, en este mundo más evolucionado, urbano y uniforme, estas prácticas están en desuso, pero como la esencia humana no cambia -sólo lo hacen las formas más superficiales- las ganas de darle al pandero se canalizan en forma de molestas y zafias caceroladas y, de manera particularmente execrable, en los escraches.
Pasaremos por encima el tema de las caceloradas. Son molestas, vulgares y atosigan, no a los responsables del desaguisado -que suelen vivir lejos- sino a los vecinos que, pobres de ellos, piensan de manera distinta a los airados ciudadanos.

Los escraches, como las caceroladas, parecen venir del cono Sur, de Argentina, como los psicoanalistas, los cracks de la cancha y algunos excelentes actores.  En ellos, los airados ciudadanos siempre en grupo, como buenos villanos, amparados por el incógnito que proporciona la compañía de otros mentecatos, a menudo uniformados,  se dedican a increpar, insultar, gritar nimios eslóganes o, simplemente, hacer sonar trompetas y silbatos y proferir  cacofonías ante personajes públicos, generalmente políticos, para mostrar su desacuerdo. Pues bien; no es de recibo. Sobre todo, no es de recibo hacerlo frente a los domicilios de los asediados. En ningún caso. Hace poco que los mentecatos se apostaron frente a la casa de Mónica Oltra en un impresentable asedio mientras en su casa, la mujer estaba con sus hijos viendo la tele, ayudando con los deberes o haciendo cualquier cosa que haga hoy en día una madre dentro de su propia casa con sus hijos. Ese tiempo, ese espacio, ese momento es inviolable y los violadores deberían pagar con la ira de Satanás. Hace un tiempo que otros ciudadanos, parapetados en la supuesta superioridad moral de la izquierda,  acostumbraban a manifestar su cobarde acoso ante la casa de Rita Barberá, que Dios tenga en su gloria (o no). Pues no; tampoco es de recibo. Es cobarde, es vil y debería ser condenado por todas las personas, de derechas, de izquierdas, independentistas  o no que conserven algo de decencia. Así sea.


Román Rubio
Octubre 2017

domingo, 22 de octubre de 2017

ALT RIGHT

ALT RIGHT
“El fanatismo y el supremacismo blanco son formas de blasfemia contra el credo americano: la identidad real de nuestra nación radica en los ideales civiles” Alguien estaba dando un rapapolvo a la ideología que marca la política que hoy rige en los EEU. Lo curioso, para quién no está familiarizado con la política americana, es que quien pronunciaba el discurso era, ni más ni menos, que George W. Bush, el torpe, el que de manera alevosa e insensata removió el avispero del Oriente Medio con una guerra criminal, injusta, ilegítima, torpe y de desastrosas consecuencias, además de tener el dudoso honor de haber abierto Guantánamo, para vergüenza de su país y del mundo.
Y continúa Bush: “El fanatismo parece fortalecido. Nuestra política se ha vuelto más vulnerable a las teorías conspiratorias y los montajes descarados”. En su oposición al rechazo a la inmigración de Trump (a quien no nombra en ningún momento), Bush dice: “Hemos visto el nacionalismo distorsionarse en nativismo, y hemos olvidado el dinamismo que siempre trajo la inmigración a los EEUU”.

La crítica al actual Presidente de su colega retirado es demoledora y muchos, desconocedores de la realidad americana, lo encuentran chocante cuando , en realidad, no es nada extraño. Los dos Bush (padre e hijo) confesaron en su momento no haber votado a Trump para la presidencia, aún  perteneciendo al mismo partido. Lo cierto es que los Bush y Trump representan las dos tendencias de la derecha americana, enfrentadas entre sí y que reproducen, dentro del Partido Republicano,  las dos facciones de la derecha en el resto del mundo civilizado: los neocon y los paleocon, la ultraliberal mercantilista defensora de la deslocalización del capitalismo apátrida y adoradora del becerro de oro contra la que reivindica el terruño y la tribu y su supremacía sobre las otras tribus vecinas y lejanas.
Trump, como el Frente Nacional francés, la Alternativa para Alemania (AfD), el Partido de la Libertad de Austria (FPO), el Partido del Progreso noruego, el UKIP británico o el PVV holandés, con todos los matices que quieran objetar ante este totum revolutum, son partidos que se oponen no solo a los de izquierda (o sus versiones light del Laborismo inglés o del Partido Demócrata americano) sino a los liberales y al neoconservadurismo ultraliberal  (los neocon de Bush, Rumsfeld, Cheney y compañía)

En EEUU se les conoce como la Alt Right (Alternative Right) o Derecha Alternativa, evolución actualizada de lo que se conocía como Paleocons, cuya versión más reconocida fue el venido a menos Tea Party.

¿Qué diferencia pues a los Paleocons o Alt-right de los Neocons de Bush y compañía? En muchos aspectos parecen difícil de distinguir: se oponen al aborto voluntario y el matrimonio entre personas del mismo sexo y defienden la pena capital y la libre tenencia de armas, así como una lectura “primigenia” de la Constitución Americana. A estos atributos comunes los Alt-right añaden el concepto de “nativismo” -la política de protección de los intereses de los nativos contra los de los inmigrantes- expresando de manera tajante el racismo  supremacista blanco y, por tanto, el neonazismo. Pregonan el aislacionismo y el proteccionismo comercial (bandera irrenunciable de los neocons), además de otros populismos de extrema derecha como el antisemitismo, la islamofobia y el antifeminismo. Curiosamente, y esto es quizá parte de lo que justifica su éxito,  disienten de los liberales y los neoconservadores expresando su apoyo a la protección medioambiental (se oponen al fracking) y a la preservación del ámbito de los campesinos y el modo de vida rural, abogan por el bienestar de los animales y la crianza tradicional, simpatizando, por tanto, con la corriente anticonsumista y de mercado de cercanía que siempre había sido territorio de la izquierda.
El mismo día que Bush atacara (sin nombrarlo)  a Trump, Obama también se había referido a él, o a sus políticas. Dijo: “Estamos en el siglo XXI, no en el XIX. Si alguien gana una campaña dividiendo a la gente, luego no será capaz de gobernarlos, no será capaz de unirlos”, lo que curiosamente parecía dirigido a otro lugar muy lejos de los EEUU y cuyo nombre, para no desgastarlo (y no agobiar más a ustedes), no quiero pronunciar.


Román Rubio
Octubre 2017

martes, 17 de octubre de 2017

L’ESTACA

L’ESTACA
si jo l’estiro fort per aquí i tu l’estires fort per allà

A la Unión Europea le pasa como a la estaca de Lluis LLach: que unos le estiran por aquí y otros la estiran por allá. Al final, segur que tomba, tomba, tomba i ens podrem alliberar, aunque me temo que nos liberaremos de un espacio sin fronteras y del estado de derecho más perfecto y envidiado del mundo para caer en una realidad más parcelada, localista y de andar por casa. Eso sí, con muchas banderas y mucho fervor “popular”.

Lo dijo Juncker en respuesta a las pretensiones catalanas: No quiero una Unión Europea de 90 países. La iniciativa catalana puede desencadenar una fracturación en cadena  (Padania, País Vasco, Flandes-Valonia, Escocia…) originando un galimatías de patrias chicas, cada cual con su idioma irrenunciable y su baile nacional, que haría imposible una gobernanza real, además de provocar una mayor insolidaridad entre regiones. Si a esto añadimos la complejidad de los acuerdos nuevos de adhesión con sus equilibrios de unanimidades y vetos y los intereses (o no) de las grandes empresas europeas en la fragmentación nos hacemos idea del escenario al que se enfrenta la Unión.

Y este amenazador ataque  viene en el momento en que se está negociando el Brexit,  tras un insensato  referéndum diseñado para acabar con las disensiones en un partido que acabó con la petición de salida de uno de los grandes. Para ver el absurdo al que los británicos llevaron a sus gentes solo señalaré un dato: Ni la Primera Ministra, Theresa May, ni el Ministro de Economía, Philip Hammond –los conductores de la desconexión-  apoyaron en su momento el Brexit. Pero no solo eso: preguntados qué votarían en caso de repetirse un segundo referéndum, ambos se han negado a contestar, lo que resulta chocante, tratándose de quienes tienen que conducir el proceso. A ver si lo he entendido: estáis conduciendo al país por una senda que creéis que no le conviene, siguiendo el mandato de un referéndum en el que votasteis lo contrario y que  no habríais, jamás, convocado.

¿Cuánto creen que puede durar una estructura  tan ambiciosa y delicada como la Unión con este tipo de amenazas centrífugas?

Siempre creí que la oposición izquierda-derecha era la dialéctica que propiciaba la acción política. No es cierto: lo que hoy delimita, tensiona y propicia el debate político no es la mejora de las condiciones de vida de una “clase” social en detrimento de los privilegios adquiridos por otra. El verdadero motor político de hoy, como de siempre, es el territorio y su ocupación por la “tribu”. Muchos ingenuos que creíamos que el asunto de las banderas había quedado enterrado tras las dos guerras europeas del siglo XX. Los partidos llamados populistas de extrema derecha, tan en boga en casi toda Europa, lo son solo por su expresión de “amor a la patria”, preservación de la soberanía nacional, étnica y cultural y exclusión, más o menos explícita,  de los que no pertenecen a ella. Y no porque quieran preservar los privilegios de los poderosos en perjuicio de los de las clases populares como identificábamos como premisa de la derecha. Hoy, en Cataluña, los de la CUP, poco sospechosos de ser de derechas, abogan por los mismos principios de sublimación del terruño sumándose a los postulados de la derecha más cazurra y convirtiendo la reclamación territorial en un fenómeno transversal: de izquierdas, de derechas, de centro, de jóvenes, de viejos de clases altas y bajas, de barrio burgués y de suburbio. Se trata de la Patria, idiota.

No pretendo anticipar un panorama apocalíptico como los que vivió Europa en el pasado por culpa de sus fronteras ni estoy profetizando el advenimiento de una nueva guerra. Solo estoy anticipando el deterioro o incluso destrucción del sueño de la Unión Europea tal y como hoy la conocemos en aras a convertirse en un mercado más o menos común entre un puzzle de pequeños países muy amantes de sus banderas y sus ombligos,  pensando en pequeño y firmando acuerdos bilaterales sobre fronteras comerciales y de tráfico de personas entre ellos.

Hay muchos estirando de la estaca. Por aquí y por allá. Algunos (no sé si  la mayoría) esperamos que aguante. En beneficio de la mejor Europa de las posibles. Sin fronteras. La de hoy.

 Román Rubio
Octubre 2017

martes, 10 de octubre de 2017

9 D’OCTUBRE

9 D’OCTUBRE

Vaya por delante que no presencié las agresiones que se produjeron en la tarde de ayer, de modo que pasé un rato muy entretenido. Para impregnarme del ambiente patriótico me acerqué a la manifestación de la tarde en el centro de la ciudad. Quienes sean de Valencia habrán entendido las implicaciones de “lo de la tarde”. A los de fuera les diré que, si bien por la mañana se celebra una procesión cívica oficial multitudinaria encabezada por las autoridades, por la tarde se manifiestan los que, en rasgos generales, simpatizan con la causa catalana y/o republicana. No eran muchos. Unos mil o dos mil, dependiendo de quién haga el recuento, con su parafernalia de pancartas, batucadas y todo lo que conlleva el trajín de sacar a pasear las banderas. En las aceras, acechantes y amenazadores, vociferando insultos, los detractores de la patria catalana y de cualquier tipo de república. Entre medias, los policías evitando las agresiones que los enfadados ciudadanos de las aceras parecían dispuestos a infligir sin ningún miramiento.

Los turistas, bastantes numerosos, miraban el espectáculo incrédulos y con cara de no entender nada. Yo evitaba el contacto visual con ellos para no verme interpelado y tener que explicar la complicada situación al tiempo que iba construyendo “el relato”, por si acaso.

Veamos: hay unos ciudadanos que marchan pacífica y festivamente por el centro de la calzada exhibiendo unas banderas a franjas rojas y amarillas más o menos delgadas. Otros, que parecen ser amigos porque marchan a su lado en jovial camaradería, portan una bandera igual pero con una estrella. Entre ellos no parece haber ningún tipo de problema. Algunos conversan animadamente.  Claro que –habría que explicarle al turista- esta camaradería se da porque se trata de Valencia, que en Barcelona…, pero, en fin, allá ellos. No liemos “el relato”, nosotros a lo nuestro. Otros andan entremezclados en pacífica armonía portando banderolas de franjas más anchas, también rojas y amarillas, pero con una raya morada. Estos – habría que informar al de fuera-  son los que añoran la república española. El hecho de que vayan junto a los que abogan por una república catalana independiente y a los que portan la señera sin estrella (que representa la Cataluña autonómica pero puede representar, también, un constructo llamado Països Catalans) es un poco difícil de entender, pero es solo para los extranjeros, marcianos y malos entendedores, porque para nosotros, los valencianos, está más claro que el agua. En cuanto al lema de la pancarta que abre el desfile “Sí al Valencià”,  más vale que lo ignoremos: se refiere a la lengua, sobre la que los de las aceras (los que increpan) acusan a los que desfilan de llamarle catalán, en franca contradicción con lo que pone la pancarta.

Ahora vamos con los que vociferan, increpan e insultan a los que desfilan. A pesar de que los colores de sus banderas  sean los mismos, no se fíen: son enemigos. Los de la bandera roja y amarilla de rayas gordas son los que están por la unidad de España, pero no hay que confundirse: no pueden ver a los de la raya morada que desfilan por la calzada  porque unos están por la república y otros por… bueno, por cualquier cosa que no sea república: monarquía, dictadura… todo depende de si llevan en su bandera un escudo o un aguilucho. Es muy importante  que estos otros de las cuatro barras que hacen colla con los de las tres rayas gordas con los  mismos colores no se confundan con los de dentro de la calzada. Verás que llevan una cenefa azul, la bandera “oficial” del territorio. Quizá, en un primer vistazo, no la hayas apreciado, pero es muy importante si no te quieres ver en el bando equivocado. Estos abogan por una Comunidad Valenciana (que no País, sobre todo eso) fuerte y sana dentro de España y, a ser posible, alejada de los que quieren hacer migas con Cataluña (que son los sin cenefa) y de los que, sin querer juntarse con ellos, quieren hacer una república nueva, digo, vieja. ¿A que se entiende?

De todas formas, tenía un plan B: unas calles más abajo había un entretenido desfile al que decidí encaminar a los forasteros caso de ser requerido. Esto me resultaría más fácil de explicar: se trata de unas filas de tipos generalmente barbados que desfilan al unísono, al son que marca uno que se pavonea más que los demás contoneándose con una espada en la mano. No hay que preocuparse: no son yihadistas ni están haciendo proselitismo islámico ni nada. Son tipos como tú y como yo, disfrazados de guerreros de Almanzor de fantasía  que se gastan un pastón en un traje fantasioso, se ponen hasta el culo de un brebaje moderadamente alcohólico que se llama café licor, encienden un puro, se cogen del brazo de sus amigos y desfilan al ritmo de los timbales sin propósito de ir a ningún sitio en especial. Suelen acompañarse de collas de mujeres semivestidas con tules y otras trasparencias que hacen piruetas y mueven el ombligo de manera vertiginosa y muy entretenida al son de la música. A veces, los guerreros de Disneylandia sacan los trabucos y, con gran estruendo,  disparan kilos de pólvora contra otros disfrazados de Cid Campeador, pero ni ponen bala ni tiran a dar. Es todo de mentiras.

Que tengan una feliz estancia.

Román Rubio
Octubre 2017 

viernes, 6 de octubre de 2017

LA VECINA RUBIA

LA VECINA RUBIA

Hace un tiempo que subí un artículo sobre Dulceida en este mismo blog que fue bastante popular. Se trata de una influencer a la que querían parecerse muchas jóvenes españolas. Ese fue mi primer contacto con el mundo de las estrellas de las redes sociales que hacen de su estilo de vida (el virtual, claro) su modus vivendi. Estas chicas, por lo general veinteañeras, cuentan por millones sus seguidores en sus blogs, en sus cuentas de Instagram, Facebook y Twitter y en sus canales de Youtube. Las marcas se aprovechan del tirón que tienen entre un gran público y les pagan una pasta por que exhiban sus productos. Son guapas, listas, emprendedoras y saben lo que hacen. Construyen una imagen y la rentabilizan. En algunos casos viven muy, pero que muy bien de su imagen y algunas consiguen, al fin, lanzar sus propios productos y hacerse aún más exitosas, si cabe.
Una persona de mi entorno, al leer el artículo de Dulceida, me sugirió, medio en broma (o así lo interpreté yo), que escribiera algo sobre La Vecina Rubia. Yo tenía el asunto olvidado hasta que hace unos días –justo antes de que mi país se viera intoxicado por El Tema que no quiero nombrar- me topé con la noticia de que la influencer Celia Fuentes fue encontrada ahorcada en su casa de Madrid. La chica, de 27 años, se había suicidado, víctima de una fuerte depresión avivada, sin duda, por la impostura de  tener que parecer siempre glamurosa, perfecta, feliz.  La chica, que parecía que afrontaba un  problema sentimental o vivencial, tenía que personificar la felicidad  absoluta. Se la veía retratarse en caros restaurantes ante deliciosos platos que no probaba atendiendo a  las tiranías de la báscula. Antes, había de pasar  media hora en el servicio retocándose el maquillaje, la pose debía ser perfecta y la resolución técnica, profesional. Después, había que subirla a la web en el momento exacto en el que hubiera de conseguir más likes, verdadera obsesión de quien vive ese mundo. Esa impostura de vida precipitó, posiblemente, la muerte de la infortunada joven.

Me he asomado, pues, al mundo de las influencers y he consultado la relación de las  top que da Forbes. En lo alto de la pirámide, Chiara Ferragni,  una milanesa de 30 años que, por allá por 2010, inició el exitoso blog TheBlondeSalad.com. Después, vinieron su cuenta de Instagram y su canal de Youtube. En 2015 su caso  se convirtió en objeto de estudio en Harvard al haber facturado $8 millones el año anterior. Danielle Bernstein, Julia Engel y Susanna Lang son otras grandes, como grande es también Gabi Gregg, también conocida como Gabi Fresh o Nicolette Mason, estas en el apartado de tallas grandes o curvy girls. La neoyorquina Leandra Medine, conocida como la Man Repeller o repele-hombres (por el nombre de su blog) defraudó a muchas seguidoras al trascender su boda con un ejecutivo de Wall Street. Su estilo tenía (tiene) la reputación de ser adorado por las mujeres y denostado por los hombres, que lo encuentran poco o nada sexy… ¡Ay, qué espejismo es el mundo de las redes!

Pero volvamos al tema que nos ocupa: La Vecina Rubia es un personaje virtual que se presenta con un pelazo rubio y una especie de máscara con la cara de Barbie. No es por tanto la identidad sino la máscara lo que  importa. En un estudiado marco de pretendida rubia tonta y obsesionada con los temas más triviales, mundanos y pueriles, se esconde un personaje inteligente y culto que igual le da un corte (o zasca, como parece ser que se dice hoy) a Cristina Cifuentes por llamarle guapi, que hace cualquier observación aguda sobre cualquier tema de calado; eso sí, disfrazado de superficial fruslería. Pero, lo que resulta llamativo es que la Rubia escribe bien, cosa inédita hoy el las redes,
Hasta en Twitter, la Rubia expresa cosas como:
El stories del Rey ha sido como cuando le cuentas un problemón a tu amiga y ella te dice: «no te rayes, tía».
Vale, no sé qué es eso del stories. Confieso que se me escapa, pero, vean: todos los acentos están en su sitio, la puntuación es correcta y ¡hasta usa las comillas españolas!, que no están en el teclado y que “ella” sabe que se ponen usando un complicado ALT174 y ALT175. ¿Conocen a muchas vecinas rubias con cara de Barbie que escriban así en Twitter y produzcan hashtags como #escribirbienesdeguapas, o #tengopelazoycerebrodebajo.

En su empresa a favor de la corrección ortotipográfica la Rubia suele consultar sus dudas a la RAE produciendo simpáticos diálogos como estos:

La vecina rubia @lavecinarubia
Hola @RAEinforma!
Estoy ensayando por si me persiguen paparazzi  y querría saber si el famoso “si me queréis irse” es “si me queréis idos”.
 A lo que la RAE, educadamente, le contestó:
En respuesta a @lavecinarubia
#RAEconsultas   En efecto, así y con una coma: «si me queréis, idos».
La rubia, a continuación, explica a sus seguidores en su cuenta de Instagram:

Hoy en mis conversaciones con la RAE he confirmado cómo hablar con propiedad a los paparazzi y ya sé seguro que yo diré: "si me queréis, idos" si veo que no voy bien peinada. También he aprendido que "paparazzi" ya es un plural en sí, no es "paparazzis".Y el singular es "paparazzo".   #rubiconsultas#Simequeréisidos  #yanovuelvoasalirenchándal  #estoyenelcandelabro #peroquéinventoesesto  #rubijarena.

Otro de los interesantes diálogos entre la rubia y la Academia se desarrolló del siguiente modo:

@lavecinarubia
Hola RAEinforma!
Quería saber si “súper cuqui” se escribe así, separado, o se dice “supercuqui” y sin tilde. Ser cuqui es muy difícil!
A lo que la Real Academia contestó:
En respuesta a @lavecinarubia
#RAEconsultas  El prefijo se une directamente al adjetivo: «supercuqui».

Debo reconocer que encuentro divertidísima esa correspondencia, de 145 caracteres máximo, entre una rubia con pelazo y cara de Barbie y la Academia de la Lengua Española, ¡qué le vamos a hacer! Es el defecto que tenemos algunos: que nos divierten las trivialidades.
Y he conseguido escribir un artículo sin nombrar “La Cosa”.

Román Rubio
Octubre 2017

lunes, 2 de octubre de 2017

FACHAS

FACHAS

Han vuelto a salir las banderas a la calle lo que para mí equivale a malas, muy malas noticias. Me asomo a la ventana y veo algunas rojigualdas en los balcones, y en Cataluña, esteladas, muchas esteladas.Y gentes usando  banderas como atuendo o maquillaje, lo que afea  las ciudades y anuncian turbulencias. ¡Dios, qué hastío de banderas! Parapeto de impulsivos con cabeza hueca que apelan a la emoción y no a la razón, de los que, con la intención de marcar el propio territorio, excluyen a los de las tribus vecinas, de los que se creen superiores en su ordinariez, de los zafios y de los inseguros de sus virtudes que buscan, en su afirmación de pertenencia al grupo, la aprobación de los demás y el cobijo en la multitud.  Simplificadoras de la razón convirtiéndola en simple emoción, son incompatibles con el espíritu libre y el de quien se respeta a sí mismo como individuo  y que cree que es él, y no el grupo, la nación o la religión, el responsable y beneficiario de sus propios actos, de su destino y bienestar. Símbolo de los desustanciados, mediocres, irresponsables, romos, adláteres, pingos y pinganillos, marujas, héroes de sofá y mando de la tele, gallitos de café y algún que otro cagallón de acequia.

La afluencia de banderas ha traído a la palestra un término al que  su uso  y abuso ha devaluado su significado dejándolo en la nada: es el término “facha” o “fascista”. Sobre todo, los estelados, a quienes gusta llamar facha a todo aquel que porte una bandera española (que no una estelada,  faltaría más), que esté contra la independencia de Cataluña o incluso que se muestre tibio o equidistante al respecto. Muchos lo hacen por ignorancia: son jóvenes, algo incultos o ambas cosas. Otros, que conocen el significado, lo hacen solo por confundir, pretendiendo ignorar el verdadero valor de lo que significa ser fascista o “facha”, su versión castiza.
Hace tiempo que hablé de esto en este mismo blog: Para llamar a alguien fascista debe ser, en primer lugar, fascista. Para ello debe pertenecer,  ser adepto o simpatizante del Partido Fascista, Nacionalsocialista o Falangista, en sus actuales formas, presentaciones y denominaciones. Al menos debería (el facha) participar de su ideología, que se resumiría en: culto a la Patria, disposición revolucionaria, oposición a la forma democrática convencional, oposición visceral al comunismo, culto a la autoridad (caudillaje), disciplina y ejercicio de la violencia redentora. ¡Ahí tenemos a un fascista! Con una pizca extra de adoración a la raza y la creencia de su superioridad hegemónica tenemos al típico nazi, y con dos cuartas más de catolicismo meapilas y beligerante, al franquista de mi niñez. Y punto.

¿Creen de verdad, pero de verdad, quienes se envuelven con la estelada, que los tibios de corazón, los equidistantes y otros españolitos que no participan de su objetivo son  fachas, o lo hacen exclusivamente por postureo o ignorancia?
¿Quién expresa mayormente el culto a la Patria sino aquel que se envuelve en su bandera y sale a la calle a proclamar su amor y lealtad incondicional? ¿Y quién se opone, de manera revolucionaria (aunque pacífica) al orden democrático establecido? Desde luego, no pongo la mano en el fuego por los que salen con la rojigualda, pero  tampoco me caso con los otros. En cuanto al caudillaje, no veo ningún culto a la figura inane de puro y Marca que se sienta en la Moncloa, la verdad.  Tampoco lo veo a la pareja formada por el del pelo a lo Beatle (de Cádiz) y su socio de cuerpo fofo, voz meliflua y mirada incierta. En su aversión al comunismo (hilando muy, pero que muy fino) sí que se podría apreciar un lado fascista en ambas orillas del Ebro. Los del norte los necesitan (a los “comunistas” de la CUP) para sus propósitos y los tratan bien, pero un pajarito me ha dicho que el abate de Montserrat reza cada noche tres avemarías (en catalán) para que no hagan falta en el futuro y se vayan al infierno, lugar del que, cree el santo varón, nunca deberían haber salido.

No me vengan con monsergas: un facha es un facha. No abaraten un sustantivo que está reservado solo para los malos: los de verdad; no los incapaces, mediocres, cabezahuecas y otros agitadores de banderas.


Román Rubio
Octubre 2017