ESCRACHES
“¿Quién se
casa?”
“La Mercedes”
“¿Con quién?”
“Con el
Cristino”
“Pues que le
toque el chumino”.
En la España
primitiva y brutal de antaño (es decir, hasta el día de antes de la era
Puigdemont) había una costumbre bastante arraigada en los pueblos del interior. Cuando se casaba
un viudo, una viuda o un hombre de cierta edad con una joven del lugar, los
amables vecinos acostumbraban a obsequiarles con una cencerrá. Comoquiera que la ceremonia (siempre eclesiástica,
tratándose de la España católica) se celebraba en horario intempestivo y casi
en secreto, los mozos, mozas y talluditos del pueblo acudían por la noche a la
casa en donde presumiblemente la pareja celebraba el acto de consumación
marital y, provistos de cencerros, cacerolas y otros utensilios ruidosos, daban
una ensordecedora matraca bajo la ventana del dormitorio nupcial alternando el
estruendo con canciones burlescas de contenido zafio, procaz y faltón, tratando
de forzar la salida del novio (y de la novia) que debían convidar al personal
con pastas y una arroba de vino. Pocas veces se salvaban los novios de un
enérgico manteo, como si hubiesen ganado la Champions League. En ocasiones, la
cosa acababa mal. Los novios se consideraban zaheridos y humillados y en vez de
salir a recibir a los cabestros (por lo de los cencerros, digo) con vino y
pastas, salían con la escopeta y se armaba la de Dios. Esa España mía, esa
España nuestra.
Una versión más amable de la cencerrá era la serenata, en la que el galán, acompañado de un coro,
por lo general bien provisto de vino y licores -además de guitarras y
bandurrias- cantaba canciones amables y menos amables bajo la ventana de la
muchacha cortejada, situación acogida según la identidad del cantante y las aspiraciones del padre de la criatura,
que solía dormir en el piso de abajo.
Hoy, en este mundo más evolucionado, urbano y
uniforme, estas prácticas están en desuso, pero como la esencia humana no
cambia -sólo lo hacen las formas más superficiales- las ganas de darle al pandero
se canalizan en forma de molestas y zafias caceroladas y, de manera
particularmente execrable, en los escraches.
Pasaremos por encima el tema de las caceloradas. Son
molestas, vulgares y atosigan, no a los responsables del desaguisado -que suelen vivir lejos-
sino a los vecinos que, pobres de ellos, piensan de manera distinta a los
airados ciudadanos.
Los escraches, como las caceroladas, parecen venir
del cono Sur, de Argentina, como los psicoanalistas, los cracks de la cancha y algunos excelentes actores. En ellos, los airados ciudadanos siempre en
grupo, como buenos villanos, amparados por el incógnito que proporciona la compañía
de otros mentecatos, a menudo uniformados, se dedican a increpar, insultar, gritar nimios
eslóganes o, simplemente, hacer sonar trompetas y silbatos y proferir cacofonías ante personajes públicos,
generalmente políticos, para mostrar su desacuerdo. Pues bien; no es de recibo.
Sobre todo, no es de recibo hacerlo frente a los domicilios de los asediados.
En ningún caso. Hace poco que los mentecatos se apostaron frente a la casa de
Mónica Oltra en un impresentable asedio mientras en su casa, la mujer estaba
con sus hijos viendo la tele, ayudando con los deberes o haciendo cualquier
cosa que haga hoy en día una madre dentro de su propia casa con sus hijos. Ese
tiempo, ese espacio, ese momento es inviolable y los violadores deberían pagar con la ira de Satanás. Hace un tiempo que otros ciudadanos, parapetados en la
supuesta superioridad moral de la izquierda, acostumbraban a manifestar su cobarde acoso
ante la casa de Rita Barberá, que Dios tenga en su gloria (o no). Pues no;
tampoco es de recibo. Es cobarde, es vil y debería ser condenado por todas las
personas, de derechas, de izquierdas, independentistas o no que conserven algo de decencia. Así sea.
Román Rubio
Octubre 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario