sábado, 28 de septiembre de 2019

MONSIEUR CHIRAC


MONSIEUR CHIRAC




El 2 de abril de 2005 me encontraba en Roma de turismo con mi familia. Coincidió con la muerte de Juan Pablo II, y como es natural fuimos a la Plaza de San Pedro a vivir el ambiente. Allí, de improviso, me vi con una persona con un micrófono en la mano preguntándome si quería responder unas preguntas para no sé qué cadena de televisión americana. Había muchas televisiones aquella noche grabando entrevistas y por una vez las sotanas y los hábitos eran los más buscados por las cámaras. Yo aportaba la imagen de padre de familia acompañado de mujer e hijos adolescentes, imagen que se evaporó  en el momento en que se encendió el foco y me dejaron solo ante la entrevistadora.
Me vi allí opinando sobre alguien extremadamente conservador y anticomunista furibundo con quien yo no tenía en común ni siquiera la fe, pero como no está bien hablar mal del muerto en los velatorios, destaqué la oposición firme y clara al gobierno de Washington cuando este declaró la guerra a Irak. 
En el momento de enfrentarse al poderoso, el polaco no se amilanó y le dijo a Bush y a quién quiso oírle que aquella maniobra era criminal y que no podía contar con la complacencia de la Iglesia Católica.

Esto me vino a la cabeza hace un par de días cuando me enteré de la muerte de Chirac. El francés, pilar de la República, tuvo un episodio de corrupción en su vida que afeó parte de su carrera política pero, como el Papa polaco, tuvo la decencia y la dignidad de oponerse al Presidente del Imperio en su injusta, mentirosa, torpe y criminal aventura. La Historia encontró a Chirac y Chirac se encontró con la Historia. No fue fácil para él, como tampoco lo fue para Francia. En EEUU se desató una fuerte reacción y se llegaron a boicotear los productos franceses, pero enfrente se encontraron con la firme posición de la digna República Francesa y de su Presidente, un hombre de derechas, decente, que, junto con su Ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, se plantaron ante el poderoso, arropado este por el Judas de la Izquierda (Tony Blair), para denunciar sus villanías.
¿Y qué hizo, entretanto, el Gobierno de España?

El ignominioso presidente Aznar hizo gala de la más execrable de sus  cualidades de caballerete malvado y rencoroso y recitó aquello de:

Me porté como quién soy,
doncel petulante y chulo,
arrogante con David,
 y con Sansón, lameculos.

Y dejó la imagen de España a la altura del betún. Y a muchos de nosotros, avergonzados.

¡Va por ti, Chirac!

Román Rubio
Septiembre 2019

viernes, 20 de septiembre de 2019

ELECCIONES


ELECCIONES




Intento mantenerme al margen de noticiarios y seguimiento de la política, pero, así y todo, creo haber entendido de qué va esto. A ver si soy capaz de explicar el contexto, tal y cómo yo lo veo:

Hay un caballero con coleta que, después de unos resultados electorales deplorables, se presenta al presidente pidiendo (exigiendo, más bien) la Luna, como si del Mayo del 68 se tratara.

El habitante de la Moncloa, que no dice ni hace nada que no sea producto del marketing político (o marketing, en general), le ofrece una vicepresidencia y algún ministeriete de poco presupuesto, que es mucho más de lo que el caballero de la coleta se ha ganado, según sus  resultados electorales.

Hay un tipo llamado “Potro Desbocado” (Albert para los pocos amigos que le van quedando) que, teniendo la llave de la gobernabilidad del Reino —ofreciendo su apoyo al presidente— la tira por la borda, junto con su prestigio y hasta su decencia. El alazán, sin  motivo real o aparente alguno, está siempre crispado, nervioso y agresivo con sus rivales y apático y silente con sus compañeros, que continuamente saltan del barco.

Hay unos periféricos que, como en ellos es costumbre, tienen una sola pregunta: ¿Qué hay de lo mío? Con tan poca lealtad y solidaridad que, regidos por el lema de “cuanto peor, mejor” dejaron caer al de la Moncloa al no apoyar sus presupuestos, favoreciendo así a la derecha de sus demonios.

Hay un líder de la derecha —que se ha dejado barba— intentando ocupar un espacio por el que luchan “Potro Desbocado” por un lado y los de la España cañí por otro.

Y hay un tipo en Moncloa que, viendo la inoperancia y torpeza de sus rivales y creyendo que va a obtener mejor resultado, convoca a los habitantes del Reino, una y otra vez, a elecciones, hasta que obtenga el resultado deseado.

¿Me he perdido algo? No soy adivino, pero creo que el maniquí de la Moncloa no ha tenido en cuenta que la abstención —más que sus intrascendentes rivales— es su gran enemigo en esta ocasión.
Y como muestra, la dificultad para entrar en la página de borrarse: de la propaganda electoral y hasta de la ciudadanía, si la oportunidad se presentara.

Román Rubio
Septiembre 2019

lunes, 16 de septiembre de 2019

ECOLÓGICO


ECOLÓGICO



https://www.youtube.com/watch?v=g26EjnBH0x0


El artículo de hoy va sobre un tema en el que confieso ser un lego, sin formación ni base científica. Me baso solamente en mi experiencia como observador de la naturaleza y mi propia intuición, de modo que si un especialista o alguien mejor formado e informado que yo en el tema me corrige, no tendré inconveniente en reconocer mi ignorancia.

La idea me vino al ver un vídeo que ha corrido estos días por Youtube de la impresionante crecida del río Albaida a su paso por Manuel, en Valencia. Los que grababan, desde encima de un puente vieron venir la enorme crecida, del que por lo normal es un riachuelo semiseco, ocupando todo el cauce y arrastrando toneladas de cañas y maleza. Uno de los testigos, en su valenciano poco normativo exclama: “¿No deían els eclologistes que hi había de netejar el cauce? Pues, hala, ja está netejat”. Lo que hizo preguntarme si de verdad los ecologistas decían que había que limpiar el cauce. O, más bien, si es siquiera ecológico limpiar los cauces para que el agua discurra de manera más fluida ¿Por qué habría de serlo si el río sabe cobrárselo cuándo lo necesita y es capaz de hacerlo sin esfuerzo alguno? Una cosa, en mi opinión, es que cause menos daño a los asentamientos humanos, cultivos y vías de transporte y otra que sea más o menos ecológico.

La verdad es que lo que es ecológico o no lo es me genera muchas dudas. Tengo un pequeño huerto de 50 metros cuadrados que riego “a manta” (por inundación) mientras muchos de mis vecinos tienen instalado el riego por goteo, con lo que con bastante menos cantidad de agua obtienen una cosecha similar. Esto me hace a menudo sentir culpable, como cuando me permito la pecaminosa indulgencia de comerme un entrecot de ternera rubia gallega.
Entiendo los argumentos de los críticos que me echan en cara que gastar más agua de la que sería suficiente para regar las plantas es un despilfarro, pero, ¿es menos ecológico? Y ahí mi duda.

En tiempos de los romanos, cuando se fundó mi ciudad, el río se desbordaba cuando quería. O más bien, siempre estaba desbordado, ya que el caudal no estaba regulado por presa alguna. Así se formó la llanura fluvial valenciana (no hace tanto que habían barcas junto a la Plaza del Ayuntamiento). Poco a poco se fueron construyendo presas para desecar los terrenos y regular el caudal del río. Los agricultores pusieron sus huertas y construyeron acequias para “inundar” de manera controlada y a su conveniencia los terrenos que antes inundaba el río. De este modo, reproducían o copiaban de manera artificial lo que el río hacía de manera natural.

La inundación del regadío provocaba las filtraciones necesarias para mantener los niveles de las aguas subterráneas impidiendo su salinización y permitiendo la excavación controlada de pozos.

Por eso, si “ecológico” significa respetar el orden natural de las cosas minimizando la acción humana sobre el entorno, piénsese siempre dos o tres veces las implicaciones cada vez que alguien use el término. A lo mejor quieren decir económico, conveniente, productivo o fácil. O simplemente, moderno. O quizá ecológico. No sé.


Román Rubio
Septiembre 2019

jueves, 12 de septiembre de 2019

¡QUIQUIRIQUÍ!


¡QUIQUIRIQUÍ!





Canta el gallo. He pasado unos días andando por la Galicia del interior, tierra de vaca y aldea, y todas las mañanas me despertaba con el quiquiriquí del gallo. Bueno, yo me despertaba con el quiquiriquí porque los ingleses que andaban por allí se despertaban con el mismo gallo que para ellos entonaba el (lo crean o no) cock-a-doodle-doo. Siempre ha sido para mí un profundo misterio el hecho de que el canto de gallo en inglés se transcriba con algo que suena algo así como cocadudeldu. Traten de imaginarse a un gallo diciendo tal cosa. Con algo más de sentido común, los franceses oían cocoricó y los italianos, más parecidos a nosotros, chichirichi (pronúnciese quiquiriquí). Como estábamos en territorio gallego, los locales, probablemente, oirían cocoricó que es como dicen los portugueses.

Con el ladrido del perro pasa lo mismo. Donde nosotros escuchamos guau los ingleses oyen woof y los franceses ouaf y si aquí el gato hace miau, en Inglaterra y países anglófonos dice meow.
Lo cierto es que los gallos, los gatos y los perros maúllan, ladran y cacarean de la misma manera, sea en Francia, en Inglaterra o en el mismísimo Mondoñedo. Son las personas las que interpretan la realidad del cacareo o el ladrido al modo de los habitantes de la caverna de Platón. La realidad es la realidad y las personas no ven sino reflejos de la misma y la interpretan a su gusto. Unos oyen guau y otros woof.

Las tortillas gallegas son insuperables y en las aldeas los gallos y las gallinas andan sueltos dentro de las parcelas y a veces por la mismísima calle sin que nadie los y las moleste. Por mi parte, no vi ni escuché ninguna queja por parte del público aviar. Es más, se le veía contento y feliz cacareando alegremente mientras picoteaba por aquí y por allá. Por esa razón las gallinas dan tan sabrosos huevos y me resultó chocante lo que leí en La Voz de Galicia una mañana mientras tomaba mi café con leche en un bar: en un pueblo de Gerona la portavoz (quizá portavoza) de una organización vegana informó al mundo de que en su granja habían separado a las gallinas de los gallos para que estas “no fueran violadas” por aquellos.

Hay que ver qué razón tenía Platón con su alegoría de la caverna. La realidad, que es una (mundo inteligible) puede ser interpretada de las maneras más opuestas y extravagantes (mundo sensible). Lo que para algunos (y algunas) constituye una amena actividad recreativa que ayuda a soportar el aburrimiento del picoteo, para otras (y otros) es violación. Y para lo que algunas (y algunos) es liberación, para otros (y otras) no es sino la implementación de una inaceptable política de apartheid aviar y una subversión del orden natural de las cosas.

En fin, posiciones encontradas. Como encontradísimas fueron las posiciones de una turista británica que en el zoco de Tánger se reveló ante el estado en que el vendedor tenía a las gallinas en su jaula. La inglesa, de la que se desconoce su régimen de alimentación, se lanzó sobre las cajas de gallinas que el hombre tenía a la venta a grito pelado intentando abrirlas, llegando a morder al vendedor en la mano. Su actitud de histeria fue tal que requirió de la presencia de la policía de su majestad que la llevó a comisaría primero y a un hospital después por ver de tranquilizarla.
Ya ven, lo que la turista veía como una situación inaceptable de maltrato animal tras dar cuenta del buffet del hotel en el que se alojaba, para el vendedor no era sino el modo de llevarse unos dírhams con los que poner la comida en la mesa de su casa.

Lo dicho: Vemos sombras; el pollo es el mismo, aunque uno oiga quiquiriquí y el otro cok-a-doodle-doo.

Román Rubio
Septiembre 2019