jueves, 12 de septiembre de 2019

¡QUIQUIRIQUÍ!


¡QUIQUIRIQUÍ!





Canta el gallo. He pasado unos días andando por la Galicia del interior, tierra de vaca y aldea, y todas las mañanas me despertaba con el quiquiriquí del gallo. Bueno, yo me despertaba con el quiquiriquí porque los ingleses que andaban por allí se despertaban con el mismo gallo que para ellos entonaba el (lo crean o no) cock-a-doodle-doo. Siempre ha sido para mí un profundo misterio el hecho de que el canto de gallo en inglés se transcriba con algo que suena algo así como cocadudeldu. Traten de imaginarse a un gallo diciendo tal cosa. Con algo más de sentido común, los franceses oían cocoricó y los italianos, más parecidos a nosotros, chichirichi (pronúnciese quiquiriquí). Como estábamos en territorio gallego, los locales, probablemente, oirían cocoricó que es como dicen los portugueses.

Con el ladrido del perro pasa lo mismo. Donde nosotros escuchamos guau los ingleses oyen woof y los franceses ouaf y si aquí el gato hace miau, en Inglaterra y países anglófonos dice meow.
Lo cierto es que los gallos, los gatos y los perros maúllan, ladran y cacarean de la misma manera, sea en Francia, en Inglaterra o en el mismísimo Mondoñedo. Son las personas las que interpretan la realidad del cacareo o el ladrido al modo de los habitantes de la caverna de Platón. La realidad es la realidad y las personas no ven sino reflejos de la misma y la interpretan a su gusto. Unos oyen guau y otros woof.

Las tortillas gallegas son insuperables y en las aldeas los gallos y las gallinas andan sueltos dentro de las parcelas y a veces por la mismísima calle sin que nadie los y las moleste. Por mi parte, no vi ni escuché ninguna queja por parte del público aviar. Es más, se le veía contento y feliz cacareando alegremente mientras picoteaba por aquí y por allá. Por esa razón las gallinas dan tan sabrosos huevos y me resultó chocante lo que leí en La Voz de Galicia una mañana mientras tomaba mi café con leche en un bar: en un pueblo de Gerona la portavoz (quizá portavoza) de una organización vegana informó al mundo de que en su granja habían separado a las gallinas de los gallos para que estas “no fueran violadas” por aquellos.

Hay que ver qué razón tenía Platón con su alegoría de la caverna. La realidad, que es una (mundo inteligible) puede ser interpretada de las maneras más opuestas y extravagantes (mundo sensible). Lo que para algunos (y algunas) constituye una amena actividad recreativa que ayuda a soportar el aburrimiento del picoteo, para otras (y otros) es violación. Y para lo que algunas (y algunos) es liberación, para otros (y otras) no es sino la implementación de una inaceptable política de apartheid aviar y una subversión del orden natural de las cosas.

En fin, posiciones encontradas. Como encontradísimas fueron las posiciones de una turista británica que en el zoco de Tánger se reveló ante el estado en que el vendedor tenía a las gallinas en su jaula. La inglesa, de la que se desconoce su régimen de alimentación, se lanzó sobre las cajas de gallinas que el hombre tenía a la venta a grito pelado intentando abrirlas, llegando a morder al vendedor en la mano. Su actitud de histeria fue tal que requirió de la presencia de la policía de su majestad que la llevó a comisaría primero y a un hospital después por ver de tranquilizarla.
Ya ven, lo que la turista veía como una situación inaceptable de maltrato animal tras dar cuenta del buffet del hotel en el que se alojaba, para el vendedor no era sino el modo de llevarse unos dírhams con los que poner la comida en la mesa de su casa.

Lo dicho: Vemos sombras; el pollo es el mismo, aunque uno oiga quiquiriquí y el otro cok-a-doodle-doo.

Román Rubio
Septiembre 2019

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