viernes, 18 de noviembre de 2022

HÁGASELO USTED MISMO

 

HÁGASELO USTED MISMO


El “vuelva usted mañana” con el que Larra denunciaba la desidia y arrogancia de la Administración española se ha convertido a día de hoy en el “hágaselo usted mismo” y no me venga dando la lata. Como lo intente, no le recibiré; le pararé en la puerta con un guardia jurado y un cartel que pone “CITA PREVIA”. ¿Que cómo se obtiene? Pues vía telemática, con lo que podremos darle fecha pasada la Navidad o bien por un teléfono entrenado para no contestar y que cuando lo hace es para recitar un menú en el que casi nunca está el trámite que quiere usted hacer. A veces el teléfono contesta con rapidez, pero cada número tiene sus caprichos que hay que conocer; uno suele hacerlo de 7 a 7.10 de la mañana, otro a las 6.45 de la tarde….

¿Y cómo he conseguido entrar yo a hacer (o mejor dicho, a tratar de hacer) el último trámite administrativo? Pues por la puerta y sin cita alguna; sólo por ser mayor de 65 años. Gracias en gran medida al famoso médico valenciano, a los de mi generación y más allá se nos abren las puertas sin problema alguno. ¿Una ventaja? Pues sí, pero no deja de ser vestir a un santo para desnudar a otro, de modo que los más jóvenes se ven castigados doblemente. De un lado, un servidor: jubilado, sano, atildado y bien dormido, cobrando una jugosa pensión, con poco o nada que hacer aparte de observar el vuelo de los pájaros y poseedor de una tarjeta de transporte con la que acudir casi gratis al lugar. Del otro, una multitud de personas jóvenes con salarios escasos, limpiadoras y cuidadoras, madres solteras y estresados autónomos que tienen que dejar sus trabajos (y perder sus honorarios) para esperar sentados una horita como mínimo para ver su número en la pantalla, mientras el reloj de la ORA va sumando.

¿Y qué pasa cuando aparece el ansiado número y se enfrenta uno con el funcionario? Pues, en el mejor de los casos te resuelven el problema, que de todo hay en el rebaño de las doce tribus. En el peor, te indican que para hacer tu trámite tienes que completar el formulario 576 y que este sólo se puede hacer…  Exacto: online; con lo que te envían a casa para que, tengas o no tengas ordenador y conexión a Internet, seas o no competente digital, te tienes que solventar un formulario imposible que te pregunta cosas que ni tú ni tu cuñado el listo tenéis ni idea, para al final cobrarte el total y no obtener el certificado. Oiga, pero, ¿para qué estoy aquí, en esta oficina? ¿Acaso me manda el cura a casa desde el confesonario para que confiese mis pecados online?

Esto le ha pasado recientemente a una amiga perfectamente digitalizada, que tras dos intentos (cobrados por la Administración) ha tenido que recurrir a un gestor para completar el trámite de obtener el dichoso formulario.

Oiga, si es muy fácil, me dijo el funcionario con arrogancia en una ocasión en la que expresé mi impericia. Claro, dije yo: mire, explique usted a una audiencia las oraciones de relativo en inglés; es muy fácil; mire, vienen introducidas dentro de la oración principal por un pronombre relativo (who, which, that...) al que sigue una proposición con su sujeto y verbo, aunque a veces el pronombre puede ser también el sujeto, en cuyo caso… ¿Lo ve, qué fácil es?, Pues, ale, adelante.

La pandemia ha acabado de complicar la cosa. Un amigo fue al Ayuntamiento de su pueblo a solicitar un permiso. Entró y fue directo al mostrador en el que no había ninguna otra persona. La funcionaria le interpeló: “¿Tiene cita previa?”, señalando cargada de razón el cartel que había allí expuesto. “No, pero no se preocupe: me salgo a la puerta, llamo por teléfono, vuelvo a entrar y así todos cumplimos con el reglamento”.

Y así fue.

 

Román Rubio

Noviembre 2022

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jueves, 10 de noviembre de 2022

ALEXA

 

ALEXA


Alexa, como todo el mundo sabe, es el asistente virtual de Amazon que funciona con voz. A Alexa se le preguntan cosas y ella contesta, con esa voz agradable y neutra como la del navegador del coche o la que anuncia los artículos de ocasión en el Corte Inglés. Da igual la dificultad de la pregunta: Alexa está preparada para decirles que la capital de Togo es Lomé o el endrino la planta de la que se obtiene el pacharán.

Es cierto que Alexa no tiene el encanto de Samantha; ya saben: aquella que impersonaba Scarlett Johansson y enamoró a Joaquin Phoenix en la película Her, pero es que es muy difícil competir con la Johansson en materia de seducción. Aún así, es una sabionda. Sabe tanto como Google, que es el coto donde la asistente de Amazon busca sus respuestas.

De todos modos, hay quien se empeña en ponerle las cosas difíciles y la gente hace preguntas imprevisibles ante las que el ente pensante debe recurrir a una cosa que se llama Alexa Answers, que es “un repositorio con respuestas aportadas por la comunidad de usuarios del asistente de voz”. El mecanismo, si me he enterado bien, es el siguiente: cuando una pregunta no puede ser respondida por Alexa en persona (es un decir), se abre a las intervenciones de quienes quieran contribuir de manera voluntaria con sus respuestas, que son revisadas antes de darlas como válidas por sistemas automáticos, miembros de la comunidad y moderadores de contenido de Amazon.

No hace mucho que se hizo viral una repuesta de Alexa que fue difundida por toda la prensa. Una madre, posiblemente agobiada por un ataque de risa floja de su prole, pregunta: “Alexa, ¿cómo consigo que mis hijos dejen de reírse?”. “Según un colaborador de Alexa Answers, si es conveniente, podrías darles un puñetazo en la garganta”, contestó la máquina con desparpajo. Y continúa la voz con el extravagante consejo: “Si se retuercen de dolor y no pueden respirar, será menos probable que se rían”.

La respuesta del ente omnisciente despertó toda clase de reacciones: Unos —los puristas de siempre, los que se rasgan las vestiduras todos los días por una cosa o por otra (para regocijo de Zara)—, se escandalizaron; otros vieron, en asunto tan trivial, una rendija que mostraba el Apocalipsis al que nos conduce el Big Data y cosas así, y otros (entre los que me encuentro) sintieron cierto regocijo y jolgorio al ver una rendija cómica en el sistema, como el que ve el imperdible que sujeta el vestido en un desfile de modelos.

Si acaso, echamos de menos de menos algo más de sincera picardía por parte de Alexa, como:

“¿Se da cuenta, señora, de que me está haciendo una pregunta estúpida? O, aún mejor: “Señora, si usted, que es su madre, no sabe acallar las molestas risas flojas de sus hijos, cómo voy a saber hacerlo yo que soy un puto algoritmo?

En fin, habrá que ir mejorando el sistema. Mientras tanto, y mientras la Johansson no esté disponible, confórmese con preguntar a Alexia cosas tan imprescindibles para su bagaje intelectual como “cuántas patas tiene un ciempiés”, “cómo se llama el abuelo de Marco” o “cuántas cuerdas tenía el arpa de Nerón”.

 

Román Rubio

Noviembre 2022












jueves, 3 de noviembre de 2022

MASCOTAS

 

MASCOTAS


El número de perros registrados en España en 2021 es de algo más de nueve millones trescientos mil (unos cuatro millones y medio más que en 2010, y subiendo); un perro por cada 3.61 personas. El número de niños menores de catorce años es de seis millones doscientos cincuenta mil, y bajando. En cuanto al nacimiento de niños, hubo en 2010 (hace cuatro días, como aquel que dice) unos doscientos cincuenta mil más que en el año pasado. En resumen, desde 2010 el número de perros crece exponencialmente al tiempo que decrece el de niños.

Se entiende por qué es así: el perro exige menos energía y gasto y una responsabilidad más limitada; alivia la soledad, expresa una lealtad tan inquebrantable hacia el amo (con perdón) que parece que se alegra cada vez que le ve —por tarde y borracho que este llegue a casa—, se conforma con poco o muy poco y no protesta por casi nada. No saca malas notas en el colegio ni se empeña en convertirse en influencer, no hace botellón, ni se droga, ni se encierra en su habitación a ver porno, ni se muestra hostil con sus padres, ni se mete en líos, ni pide ir a Irlanda en los veranos a aprender inglés. Bueno, hay que sacarlo a pasear de cuando en cuando, lo que no deja de ser una servidumbre que, a veces, hasta puede resultar agradable.

A los perros se les lava regularmente con suaves champús y se les hace manicura, se les lleva al veterinario y tienen su cartilla de vacunación. Se les da de comer una dieta equilibrada que incluye paella los domingos, se les castra o esteriliza sin su consentimiento y la mayoría muere sin conocer los arrebatos de la fornicación. También se les niega el derecho a la muerte natural. Para evitar el sufrimiento (mayormente del dueño, al verlo morir), se le administra la eutanasia sin necesidad de consentimiento  del interesado.

Y no como los perros de Benarés. Allí no conocen ataduras ni collares. Vagan, fornican, duermen, buscan comida y sombra a su aire. No conocen vacuna ni veterinario ni su cuerpo ha conocido el agua aparte del ocasional chapuzón en el riachuelo infecto. Nadie les castra ni esteriliza y ni buscan ni huyen de la compañía del humano a quien ven como una criatura hermana de la creación. En grupos o solos, andan de acá para allá o se tumban a la bartola en cualquier lado: en la cuneta, a la puerta de la tienda o en medio de la calle atestada de tráfico si les viene en gana.

Acabo de leer algo sobre las nuevas regulaciones para con los humanizados canes (los de aquí). Entre ellas hay un proyecto de examen, test de comportamiento, o prueba de sociabilidad, que atañe a perros de cierto peso y a sus dueños.

Algunos de los ejercicios que se proponen son: El perro debe acudir a la llamada del amo. Debe permanecer tumbado quietecito, entre otros perros si así se le ordena. En el paseo, el animal (de cuatro patas, se entiende) andará al ritmo del guía sin tirar de la cadena y no al contrario —como en la mayoría de casos que conozco—, se dejará poner el bozal sin rechistar y solventará con éxito otras muestras de civilidad comportándose como caballerete de buena familia. Con ello se ganará el derecho a los privilegios de alimentación sana, atención médica (perdón, veterinaria) adecuada, peluquería, habitáculo calefactado y eutanasia a conveniencia del  dueño y señor de su existencia, con permiso, eso sí, del veterinario. En caso de no pasar el examen, el dueño deberá llevar al can sujeto con lazo corto y bozal (si se lo deja poner). Para que se enteren.

En el caso excepcional de que el can sepa leer y escribir se le interpelará además con una prueba escrita en la que la primera pregunta es: ¿Prefiere usted ser el perro de Mariví o un chucho cualquiera de Benarés?

No tengo ni idea de qué contestará la mayoría.

 

Román Rubio

Noviembre 2022