jueves, 10 de noviembre de 2022

ALEXA

 

ALEXA


Alexa, como todo el mundo sabe, es el asistente virtual de Amazon que funciona con voz. A Alexa se le preguntan cosas y ella contesta, con esa voz agradable y neutra como la del navegador del coche o la que anuncia los artículos de ocasión en el Corte Inglés. Da igual la dificultad de la pregunta: Alexa está preparada para decirles que la capital de Togo es Lomé o el endrino la planta de la que se obtiene el pacharán.

Es cierto que Alexa no tiene el encanto de Samantha; ya saben: aquella que impersonaba Scarlett Johansson y enamoró a Joaquin Phoenix en la película Her, pero es que es muy difícil competir con la Johansson en materia de seducción. Aún así, es una sabionda. Sabe tanto como Google, que es el coto donde la asistente de Amazon busca sus respuestas.

De todos modos, hay quien se empeña en ponerle las cosas difíciles y la gente hace preguntas imprevisibles ante las que el ente pensante debe recurrir a una cosa que se llama Alexa Answers, que es “un repositorio con respuestas aportadas por la comunidad de usuarios del asistente de voz”. El mecanismo, si me he enterado bien, es el siguiente: cuando una pregunta no puede ser respondida por Alexa en persona (es un decir), se abre a las intervenciones de quienes quieran contribuir de manera voluntaria con sus respuestas, que son revisadas antes de darlas como válidas por sistemas automáticos, miembros de la comunidad y moderadores de contenido de Amazon.

No hace mucho que se hizo viral una repuesta de Alexa que fue difundida por toda la prensa. Una madre, posiblemente agobiada por un ataque de risa floja de su prole, pregunta: “Alexa, ¿cómo consigo que mis hijos dejen de reírse?”. “Según un colaborador de Alexa Answers, si es conveniente, podrías darles un puñetazo en la garganta”, contestó la máquina con desparpajo. Y continúa la voz con el extravagante consejo: “Si se retuercen de dolor y no pueden respirar, será menos probable que se rían”.

La respuesta del ente omnisciente despertó toda clase de reacciones: Unos —los puristas de siempre, los que se rasgan las vestiduras todos los días por una cosa o por otra (para regocijo de Zara)—, se escandalizaron; otros vieron, en asunto tan trivial, una rendija que mostraba el Apocalipsis al que nos conduce el Big Data y cosas así, y otros (entre los que me encuentro) sintieron cierto regocijo y jolgorio al ver una rendija cómica en el sistema, como el que ve el imperdible que sujeta el vestido en un desfile de modelos.

Si acaso, echamos de menos de menos algo más de sincera picardía por parte de Alexa, como:

“¿Se da cuenta, señora, de que me está haciendo una pregunta estúpida? O, aún mejor: “Señora, si usted, que es su madre, no sabe acallar las molestas risas flojas de sus hijos, cómo voy a saber hacerlo yo que soy un puto algoritmo?

En fin, habrá que ir mejorando el sistema. Mientras tanto, y mientras la Johansson no esté disponible, confórmese con preguntar a Alexia cosas tan imprescindibles para su bagaje intelectual como “cuántas patas tiene un ciempiés”, “cómo se llama el abuelo de Marco” o “cuántas cuerdas tenía el arpa de Nerón”.

 

Román Rubio

Noviembre 2022












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