jueves, 21 de septiembre de 2023

ESTÁS HECHO UN ADEFESIO

 

ESTÁS HECHO UN ADEFESIO



Eso mismo me dije ante el espejo tras leer en El País Semanal el artículo ¿Son los 60 los nuevos cuarenta? Las últimas técnicas a las que recurren los hombres en busca de su eterna juventud, que trata el tema de por qué los tipos como Clooney, Pitt, Banderas y otros transitan por los sesenta como si nada hubiera ocurrido en sus cuerpos tan favorecidos por los genes.

Tras analizar la imagen de Brad Pitt (59) en Wimbledon, el dermatólogo Juanma Revelles de la clínica Le Boost de Madrid se aventura a decir que el actor se vale de “Neuromoduladores en la frente y el entrecejo para suavizar arrugas y relajar la mirada; relleno en el pómulo para dar soporte a la cara, y en la mandíbula para definirla; radiofrecuencia para tensar la piel y disminuir el surco nasogeniano, y procedimientos para mejorar la textura y luminosidad de la piel”.

Este mismo doctor añade que en su clínica “la masculinización es el tratamiento más popular. Consiste en infiltrar rellenos en el tercio medio e inferior de la cara (pómulos, mentón y mandíbula) para conseguir un rostro cuadrado y anguloso. Lo segundo son los injertos capilares”.

Pero hay actuaciones mucho más radicales: Robert Nielsen (60 años), principal inversor de Altos Labs, empresa biotecnológica de San Francisco que investiga el rejuvenecimiento celular, intenta resetear sus células mediante la reprogramación epigenética y “sigue una intrincada rutina para conseguirlo: toma una docena de pastillas cada día, entre ellas rapamicina (un conocido antitumoral), metformina (un medicamento usado durante años por los diabéticos), y taurina (un nutriente natural cuya producción decae con los años). Dos veces al año se hace una resonancia magnética de cuerpo entero. Visita al dermatólogo cada tres meses y entrena a diario enfundado en un traje de estimulación eléctrica para construir masa muscular”.

Aún más extremo es el caso de Bryan Johnson, biohacker y multimillonario, que lleva invertidos dos millones de dólares en volver a los 18 años. Tiene 45 cumplidos. El proyecto Blueprint —así lo ha nombrado— estructura toda su vida: “se despierta a las cinco de la madrugada y su última comida del día es a las once de la mañana. En ese tiempo debe haber ingresado 2.250 calorías sin añadir sal ni azúcar. Se va a la cama a las 20.30. Entre medias toma 111 pastillas, incluyendo zinc, cúrcuma y litio. Entrena entre 45 y 60 minutos siete días a la semana y juega al tenis y baloncesto. Consume unos 32 kilos de verduras al mes, sobre todo brócoli, coliflor, ajo y jengibre. Entre sus comidas diarias incluye el batido Green Giant, con el que traga 54 suplementos, entre ellos la espermidina, la creatina y los péptidos de colágeno. Después de las cuatro de la tarde no consume bebidas ni ningún tipo de líquido para no perturbar su sueño y usa una máquina para fortalecer el suelo pélvico y prevenir la incontinencia urinaria. Recientemente contó en un podcast que usaba un cóctel de vitaminas y un casco de terapia con luz roja para estimular el cuero cabelludo.

Según dijo a la revista de negocios Bloomberg, usa siete cremas faciales cada día, se hace un peeling ácido semanal, se inyecta grasa en los pómulos y jamás toma el sol. Johnson se considera a sí mismo “un atleta profesional del rejuvenecimiento”.

Desmoralizado como estaba ante mi pusilanimidad me encontré con otro artículo en el mismo periódico que me levantó la moral. Se trata de La paradoja del abstemio, en el que se da cuenta que “los abstemios mueren antes y tienen más riesgos de sufrir depresión que los consumidores moderados de alcohol”. Eso sí que es una descarga a la moral. Y añade:

Un grupo de investigadores de la Universidad de Texas han publicado u estudio con el título de  “Late-Life Alcohol Compsunption and 20-Year Mortality” en el que tras observar durante 20 años a 1824 personas han concluido que el 69% de los abstemios han muerto de forma prematura, superando incluso a los alcohólicos que lo hicieron en un 60% y por supuesto a los consumidores moderados que lo hicieron en un modesto 41%.

La lectura me recordó que Franco, Hitler y Trump se declararon abstemios y decidí pertenecer a la banda de Winston Churchill, amante de vinos y licores. Acostumbraba el rey Jorge a recibir al Primer Ministro en la mesa a mediodía en su entrevista semanal, y como Sir Winston siempre se hacía descorchar una botella, el Rey le increpó: “Winston, no sé cómo eres capaz de beber ya a estas horas”, a lo que el orondo político respondió: “Con mucha práctica, Majestad, con mucha práctica”. Vivió noventa y tantos años siguiendo su relajada dieta.

Mira por donde va a resultar que quienes mostramos marcada debilidad de carácter para  con el alcohol y los hábitos de autocuidado vamos a tener razón, que de nosotros va a ser el reino de los cielos —como ya adelantó el de Nazaret— y que el cementerio está lleno de guapos y de abstemios.

Román Rubio

Septiembre 2023 


 






sábado, 16 de septiembre de 2023

Y TRAS LA TEMPESTAD, LA CALMA

 

Y TRAS LA TEMPESTAD, LA CALMA


Eso dice el refrán, aunque no para Libia, ese país ingobernado o quizá ingobernable. En octubre de 2011 cayó preso por los rebeldes y ejecutado sin juicio Muamar el Gadafi, aquel dictador excéntrico que acostumbraba a llevar su jaima e instalarla en el jardín de las residencias oficiales que los estados ponían a su disposición en sus raras visitas al extranjero y que regaló un caballo de raza árabe de nombre Rayo del Líder al ínclito Aznar.

La urgencia por desprenderse de aquel individuo de opereta francesa era tan grande y los adeptos tan numerosos y vehementes —apoyados, eso sí, por los aviones de la OTAN— que nadie pareció pensar en lo que podría venir tras la tempestad. Hoy, muerto y enterrado el tirano de la jaima, que, aunque no lo parezca, nada tenía que ver con el periodista Jesús Quintero, la situación del país es la siguiente:

La parte oeste (en la que se encuentra Trípoli, la capital) está en manos del primer ministro Abdelhamid Dabeida, reconocido por la ONU y que cuenta con el apoyo de Turquía y Qatar, y la parte este del país (en donde ha ocurrido el desastre) está controlada por el mariscal Halifa Hafter, que no está reconocido por la comunidad internacional pero cuenta con el apoyo de Egipto, Rusia y Emiratos Árabes Unidos y que se presentó en 2019 con una columna de 300 vehículos apoyados por la fuerza aérea en las puertas de Trípoli, con el objeto de tomar la ciudad, cosa que no consiguió. A esta situación hay que añadir las decenas de milicias armadas y tribus fuera de control que se benefician del negocio de la migración a Europa.

Y es que una cosa es destruir y otra construir y la primera es mucho más romántica y mucho más sencilla que la segunda, algo que muchas personas no son capaces de asumir, deslumbrados por la nostalgia de aquellos momentos de solidaridad revolucionaria en la que “el pueblo”, ¿dios mío, ¿qué será eso? logra con su acción la caída del dictador y la restitución de la justicia.

En 1979 las masas progresistas de Europa recibían con alborozo la caída del Sha de Persia, Reza Pahleví, forzado a huir de Irán e iniciar un vía crucis tras serle negada por Giscard d’Estaing su acogida en Francia, país al que era bienvenido cuando acudía de salseo. Aquel  tirano, casado con la princesa Soraya primero y con Farah Diba después, al que estábamos acostumbrados a ver en el HOLA, ora esquiando en Saint Moritz, ora bañándose en las aguas de Saint-Tropez o Capri, representaba una ofensa al hospitalario y sufrido pueblo iraní.

Tras desprenderse de tan nefasto tirano habló el pueblo. ¿Y qué dijo? Mandó venir al ayatollah Jomeini (que este sí, vivía libremente en Francia, aunque sin bañarse en Saint Tropez) y se instauró en Irán la República Islámica. Las mujeres que iban a la universidad de Teherán con sus vestiditos occidentales y hasta con minifalda se vieron forzadas por los del turbante a taparse cuerpo y alma y se les conminó a aprender el Corán. Y por si fuera poco se comenzó una guerra contra sus vecinos los iraquíes que tenían la desfachatez de profesar las creencias suníes en su mayoría y no las chiíes, que como todo el mundo sabe, son las verdaderas. Esto es lo que ha venido diciendo el pueblo desde el 79, convirtiendo el país en un puntal del eje del mal, hasta que sus vecinos los afganos consiguieron con el enorme mérito talibán destronarles en el Olimpo y sus otros vecinos (los iraquíes) vieron el avispero revuelto tras la vergonzosa ejecución en la horca del sátrapa Sadam Hussein, culpable de muchas fechorías, pero no por las que se le ajustició: la posesión de armas de destrucción masiva y complicidad en la autoría del atentado a las Torres Gemelas.

¿Y qué me dicen de Egipto? La urgencia por derrocar al dictador Hosni Mubarak, en 2011, trajeron al primer —y único— jefe del estado  elegido democráticamente, Mohammed Morsi, fundador del Partido Libertad y Justicia, nacido en el seno de los Hermanos Musulmanes y hoy en prisión tras el golpe de estado del general Abdel Fatah al Sissi.

Al parecer, el pueblo habló y habló mal, no como querían los defensores del wishful thinking o apóstoles del mundo a su medida y credo; como también habló de mala manera el pueblo argelino, que vivió una guerra cruenta en los 90 por atreverse a votar islamista la única vez que se le dio la oportunidad de hacerlo.

A ver si va a tener razón Vargas Llosa con aquello de que “el pueblo” puede votar bien o mal. El pueblo español votó en el 78 y votó bien. El país aguantó acometidas serias por parte de terroristas por un lado y golpistas por otro. Algunos estamos siendo denostados por los Apóstoles del Nuevo Orden por creer (todavía) inocentemente que esto es así.  Veremos a ver qué traen los tiempos y que Alá, el Misericordioso, nos asista.

Román Rubio

Septiembre 2023 



 








jueves, 7 de septiembre de 2023

NO ME HABLES POBRE

 

NO ME HABLES POBRE


Este verano, en una de las ocasiones en que salí de mi agujero y me mezclé con otros humanos, escuché como un joven le decía a un amigo en tono de broma: “A mí no me hables pobre”. Inquirí acerca de la expresión y se me informó que se trataba de un meme que circulaba entre jóvenes (supuestamente de cierto estatus socioeconómico) en el que se denostaba el habla de las clases bajas, sobre todo de la clase trabajadora, que no de los estratos marginales que siempre han gozado de cierto predicamento entre marqueses, marquesas y gentes de barrios finos

En español (o castellano, si así lo prefieren) la procedencia geográfica y de clase social queda bastante bien marcada en el lenguaje para oídos avezados, aunque no llega a la precisión quirúrgica del inglés en el que el nativo es capaz de adivinar lugar y estatus de cada hablante con solo abrir este la boca. Recuerden sino al Profesor Henry Higgins, el de Pigmalión, que se vanagloriaba de poder localizar la procedencia de cualquier inglés con una proximidad de seis millas, de dos si se trataba de Londres, y  que promete y consigue hacer de la vendedora de flores callejera Liza Doolitle una princesa en el plazo de seis meses con solo cambiar su acento.

A estos aspectos de la sociolingüística comencé a dar vueltas cuando leí la noticia en el periódico de la implementación del uso de las lenguas patrias —catalán, gallego y vasco— en el parlamento español, que tendrá obligatoriamente que introducir el pintoresco uso de pinganillos entre sus señorías y obligará a la costosa traducción de montañas de documentación a estos idiomas, al tiempo que me preguntaba en qué situación deja al ciudadano de mi tierra enzarzado en la estéril polémica de si habla catalán, valenciano, catalán-valenciano o valenciano-catalán, y si la palabra muchacho se debería de traducir como xiquet o como noi en los diarios de las sesiones.

Y es que, quienes creen que la lengua (que no el habla) sirve simplemente para comunicarse son unos ingenuos. En los años sesenta del siglo XX, los teóricos de la sociolingüística como William Labov y de la etnografía del habla como Dell Hymes argumentaron que el entendimiento entre las personas es solo la punta del iceberg de la comunicación humana, cosa que Bernard Shaw había descrito con brillantez en su Pigmalión 50 años antes (la literatura siempre por delante).

En el mismo diario encuentro otra noticia relacionada con el tema del lenguaje como afirmación de la nación, la arqueocultura y los fundamentos étnicos: La Presidenta de la República de la India, Droupadi Murmu, ha invitado por carta a los jefes de estado del G20 a una cena formal en Bahrat. Los mandatarios extranjeros se vieron en un aprieto. ¿En Barath?, ¿Qué demonios será eso?, ¿Se tratará de un restaurante, un hotel, un enclave playero? Hasta que sus embajadores les tuvieron que chivar que la cena era en Nueva Delhi, capital del país que conocemos como India. Para la mandataria india, que es, como el Primer Ministro Modi, hindú perteneciente al partido Bharatiya Janata (BJP), que tiene como seña de identidad las esencias hinduistas, el nombre India es un nombre foráneo que nació para designar al territorio más allá del río Indo, un vulgar topónimo, y no como Baraht, que es el apelativo en sánscrito con la que se conocía al territorio del actual Indostán en los textos arcaicos religiosos fundacionales.  ¿Y quién va a querer un vulgar topónimo cuando se puede usar el nombre con que designaban el país los mismísimos Shiva, Brahma y Vishnu? Hay, sin embargo, un pequeño problema: las deidades que dictaron el nombre en sus textos sagrados en aquella erudita lengua son dioses del hinduismo, por lo que excluyen de manera tácita y explícita a los más de 200 millones de musulmanes, los treintaitantos millones de cristianos, budistas y otros. Ya tenemos el lío armado.

Y hay quien cree que la lengua sirve solo para entenderse.

Román Rubio
Septiembre 2023




domingo, 3 de septiembre de 2023

THE GRAND TRUNK

 

THE GRAND TRUNK



Kim es un muchacho del arrabal de la ciudad de Lahore (hoy Pakistán) habituado a desenvolverse en los mercados y las calles de la ciudad en la época colonial del Raj británico, que vive la vida regalada y libre de perro callejero con desenfado, descaro y gran deleite. Acostumbra a hacer recados por la ciudad, muchos de ellos galantes, con lo que se ganaba el cariño, complicidad y protección de muchos haciéndose acreedor del apelativo de Amigo de todos (The Little Friend of All the World). Aunque criado en las calles de Lahore como un golfillo nativo, el chico guarda en un escapulario ciertos documentos que acreditan ser hijo de un soldado irlandés borrachín de apellido O’Hara y una mujer blanca muerta en el parto.

El rapaz conoce a un santón, lama tibetano, que se dirige a Benarés a la búsqueda mística de cierto río de la vida y espoleado por las ganas de conocer mundo y vivir aventuras, se decide a acompañarle y acepta el ofrecimiento de un tratante de caballos afgano para llevar un recado a cierto oficial inglés a una ciudad del camino, recado en clave que resultó ser información de alto interés para el ejército británico.

A partir de aquí la novela de Ruyard Kipling se convierte en una especie de road movie protagonizada por un pícaro y un viejo santón del Tibet por la ruta más atrayente que imaginarse pueda: el camino conocido como The Great Trunk (El Gran Tronco) que discurriría entre Kabul, en Afganistán, hasta la desembocadura del Ganges en el Golfo de Bengala, pasando por Islamabad, Lahore, Delhi, Benarés y Calcuta, trazado de más de dos mil años de antigüedad que cruza de este  a oeste la fértil llanura del Ganges, al sur de los Himalayas. Los ingleses, en la época imperial, construyeron el ferrocarril, con lo que una gran parte del tráfico de mercancías y pasajeros desapareció del camino que Kipling describe así, en boca de un viejo soldado:

“Santón, mira… el Gran Tronco, que es la espina dorsal de la India. En casi toda su longitud está como aquí, sombreada por cuatro hileras de árboles; la parte del centro, de suelo muy duro es la destinada al tráfico ligero. En tiempos anteriores al ferrocarril, los sahibs pasaban por aquí a centenares. Ahora solo viajan carros de labradores y gentes del país. A derecha e izquierda están las carreteras ordinarias para las cargas pesadas, grano y algodón y madera, bohosa, abonos y cueros.(…)

Por aquí pasan hombres de todas las castas y clases. ¡Mirad! Brahmanes y discípulos, prestamistas y caldereros, barberos y bunnias, peregrinos y alfareros…, todo el mundo yendo y viniendo. A  mí me hace el efecto de un río, del cual yo soy una rama arrojada a la orilla por la inundación”.

Y verdaderamente, la Gran Carretera Central llamada Gran Tronco constituye un espectáculo maravilloso. Se extiende en línea recta durante mil quinientas millas, soportando todo el intenso tráfico de la India, constituyendo un río de vida como no existe en ningún otro lugar del mundo”.

Así era la ruta indostánica en 1901, cuando la describió Kipling, y así había sido en los siglos anteriores. Hoy, la vía ha sido, en su mayor parte, transformada en carreteras de alta capacidad, con muchos tramos de doble calzada como las autopistas NH1, NH2 y NH91. Quienquiera que haya visitado la India habrá viajado por alguna de esas carreteras y se habrá encontrado con ese tráfico infernal de camiones con neumáticos lisos haciendo sonar incansablemente el claxon, llenos de lucecitas y una combustión tan deficiente que cada uno de ellos contamina más que todos los vehículos de Oslo juntos, autobuses atestados de gente dentro, colgados en las ventanillas y sentados en el techo, tuck-tucks, motocicletas de baja cilindrada con familias enteras, vacas y peregrinos, con esos descansos en la orilla en que los camioneros comen a discreción un revuelto de verduras con curry por unas pocas rupias y se refrescan en depósitos de agua semidesnudos en el aparcamiento. Ha cambiado algo el paisaje, pero la Carretera Central de la India sigue pareciendo el Río de la Vida, empequeñeciendo y trivializando otras vías mucho más modestas como la tan celebrada y sosa Ruta 66 norteamericana.

Kim es un pícaro, pero tiene una característica que lo diferencia de los pícaros de la novela española. A diferencia del Buscón o del Lazarillo no resulta ser un perro apaleado y de fondo amargo. Más bien es un tipo desenfadado y alegre que se las apaña para salir airoso siempre y  ser dichoso en su condición de golfillo, a lo que se resiste a renunciar a pesar de las oportunidades que le brinda su origen europeo y a lo que finalmente accede.

De este modo se vio el rapaz cuando llegó a la ciudad de Lucknow:

“Kim se vio a sí mismo solo, vestido como un discípulo de monje tibetano, equipado con un cuenco de mendigar, un rosario y un revólver Colt: “Un rey no podría ser más rico”. Se compró unos dulces en una hoja a modo de plato del puesto de un hindú, y se los comió con gran deleite hasta que un policía le ordenó que se levantara de las escaleras”.

Esa es la actitud.

Román Rubio

Septiembre 2023


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