domingo, 31 de marzo de 2019

CONSTITUCIÓN


CONSTITUCIÓN




No me gustó la entrevista que Borrell dio a la cadena de televisión alemana en lengua inglesa Deutsche Welle News. El ministro, incómodo, se quitó el micrófono, se levantó y pidió que cesara la grabación a mitad. ¿La razón? Porque el entrevistador comenzó a interpelarle de manera torticera a propósito del procés. Y él, como ministro de Asuntos Exteriores de España está ahí para explicar, no para sentirse ofendido con las preguntas por poco amables que estas sean. El periodista, Tim Sebastian, curtido en la BBC y claramente convencido de las tesis independentistas, empieza preguntando por qué el gobierno permite la prisión preventiva a personas que no están condenadas y Borrell responde con tranquilidad que los jueces en este país son independientes. Cuando Borrell le dice que los independentistas podían haber presentado un plan para reformar la constitución como habían hecho los vascos en su momento, el periodista le interpeló diciendo que por qué no habían promovido ellos (el gobierno) la reforma de una constitución que, según el CIS, quiere el 70% de los españoles. Ahí el ministro no pudo más y se rebotó.

Lo cierto es, señor Borrell, que lo que dijo el periodista es verdad, aunque lo dijera de una manera tramposilla de la que se podría inferir que el setenta por ciento quiere plantear el asunto de la autodeterminación de las regiones y territorios de España, lo que es completamente falso. Y usted, señor ministro, está ahí para explicarlo, no para ofenderse. Eso (ofenderse) es lo que habría hecho yo o cualquier otro ciudadano de medio pelo, pero de usted esperábamos más, por muy impertinentes y tendenciosas que fueran las preguntas. Porque los otros (los que dan legitimidad a la proclamación de independencia) lo saben hacer muy bien.

He visto los resultados de la encuesta del CIS a los que se refiere el periodista sobre la reforma de la Constitución y he hecho mis propias pesquisas, que no tienen valor estadístico alguno pero que ustedes probablemente reconocerán y harán suyas.

Entre un círculo de amigos y conocidos que puede sumar la docena, dos (a favor del procés) querrían la reforma que contemplara el derecho a la autodeterminación, cuatro o cinco cuestionarían y someterían a referéndum la Corona y proclamarían la República Española, siete u ocho (todos los que se han pasado la vida votando a partidos como Izquierda Unida) ven urgente la reforma electoral que acabe con el eterno escarnio de la distribución territorial de los votos, y un par de ellos abrirían el melón para ver de cargarse las autonomías, derrochadoras ellas, además de desestructuradoras del territorio. Solo dos o tres (entre los que me incluyo) pensamos que en tiempos de tribulación no hay que hacer mudanza y que se si abre el debate se delimite el alcance con anterioridad en vez de lanzarse directos al precipicio sin que nadie empuje (especialidad española, como la tortilla de patatas).

 ¿Y creen ustedes que una reforma de la Constitución conformaría al personal? Bueno, solo a los que les solucionara el tema del “¿qué hay de lo mío?”, sin admitir (como parece ser común entre los españoles) que la Constitución necesita consenso, que consenso engloba “a todos” y que para conseguirlo hay que renunciar a vindicaciones propias en beneficio de las de otros. Y eso me parece que está muy lejos de la mentalidad del español. Incluyendo a mis amigos.


Román Rubio
Marzo 2019

jueves, 28 de marzo de 2019

LA MUERTE DESDE EL PRINCIPIO


LA MUERTE DESDE EL PRINCIPIO




Acabo de hojear la última novela de Antonio Muñoz Molina Tus pasos en la escalera. Casi siempre, cuando ojeo un libro, me suelo fijar en la primera frase. A veces (muy raramente) es suficiente para meterme en el relato. La de Muñoz Molina empieza así: “Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo”, y quedé atrapado. Se trata de Lisboa, lugar en el que el protagonista se instala a la espera de que se reúna con él su mujer tras cerrar una época de vida común en Nueva York marcada por la huella indeleble del 11-S.

El comienzo trajo a mi memoria otro principio, de otro autor. Paul Auster comienza Brooklyn Follies con la frase: “Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn, de manera que al día siguiente salí de Winchester y me fui para allá a reconocer el terreno” ¿Un sitio tranquilo para morir? ¿Brooklyn? Me resultó tan chocante la asociación que me atrapó de inmediato. No es que tenga gran conocimiento de ese lugar en el que solo he estado unas horas, pero la conjunción “Brooklyn-tranquilidad” me pareció a la vez disonante y arriesgada, y lo que venía después no defraudó las expectativas.

Las coincidencias (o divergencias) entre las dos ficciones van más allá: la historia de Auster termina exactamente el 11 de septiembre de 2011 en que el protagonista sale de su casa y ve las dos gigantescas columnas de humo que salían de Manhattan. El fin del mundo o comienzo de un orden nuevo de Auster es el comienzo de “otro” fin del mundo para Muñoz Molina: “En Siberia hay ahora mismo temperaturas de cuarenta grados. En Suecia el fuego alimentado por un calor inaudito arrasa los bosques que se extienden más allá del Círculo Polar Ártico. En California incendios que abarcan centenares de miles de hectáreas llevan ardiendo meses seguidos y reciben nombres propios, como los huracanes del Caribe”.

Muchas grandes novelas comienzan con la anticipación de la muerte, la propia o la de otros. El que se ha confirmado como comienzo de novela más famoso de todos los tiempos junto con el de “En un lugar de La Mancha…” de nuestro Quijote y el de “Todas las familias felices se parecen…” de Anna Karenina es aquel de “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” con el que García Márquez subyuga al lector desde la primerísima sentencia de su Cien años de soledad. ¿Quién podría resistirse a seguir leyendo algo que comienza de esa manera?
 Otra historia suya, Crónica de una muerte anunciada, empieza: “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”, sustrayendo de ese modo al lector de cualquier clase de duda o suspense a propósito del destino del protagonista, como queriendo decirnos: ¡Eh, que aquí no vamos de acertijos de si ha sido o no el mayordomo!

También Borges comenzó su relato El Aleph con la mención de la muerte de alguien a quien amó sin ser correspondido, resaltando la indiferencia del mundo hacia el duelo privado: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.”

Ya ven, la adorada Beatriz Viterbo se muere en inmisericorde agonía y el mundo, indiferente, decide ese mismo día que hay que cambiar el cartel de cigarrillos de la Plaza Constitución. The Show Must Go On.


Román Rubio
Marzo 2019


 





viernes, 22 de marzo de 2019

CARTELES


CARTELES




No entiendo por qué no hay una ley que prohíba colgar cartelitos en los centros oficiales. Cualquier cartelito, todos los cartelitos. Por bienintencionado e incuestionable que pueda parecer el mensaje. Sea en tiempo electoral o fuera de él. Hoy es Torra con su Llibertat presos polítics i exiliats/ Free political prisoners and exiles, junto a un lazo blanco tachado en rojo en sustitución del amarillo en infantil jueguecito de cache-cache, quien toma las fachadas de los edificios públicos de la Generalitat de Cataluña como si fueran la fachada de su casa o su partido. Pues no, señor Torra, no es su casa ni la de su partido ni la solapa de su chaqueta. Es la casa (las casas) de todos los catalanes y un poco la de todos los españoles. Sí, la de Inés Arrimadas también. Y la de Borrell. Por mucha manía que usted les tenga. A continuación, el President, en una burda maniobra de legitimación de su jueguecito de carteles, añade el de Llibertat d’expresió, ¿Quién puede oponerse a tan consensuado principio de libertad? Nos toma por tontos, claro. ¿Aceptaría usted como llibertat d’expresió la leyenda Puigdemont traidor en caso de un —pongamos ayuntamiento— de mayoría de Ciudadanos? Está claro que el concepto llibertat d’expresió funciona mejor para nuestras proclamas que para las del otro.
 Lo mismo critiqué en este mimo blog en una ocasión en la que visité Madrid y vi en el balcón una enorme pancarta con la leyenda Welcome Refugees, en la ladina asunción de mi admirada Carmena de que quien criticara tal proclama se señalaría como recalcitrante malvado. Pues no, señora Carmena: se puede estar a favor de acoger a refugiados y a darles la bienvenida y al mismo tiempo en contra de que usted ponga en la fachada del Ayuntamiento (la casa de todos) el cartel, de la misma manera que puede uno lamentar que haya políticos catalanes presos y/o exiliados (o presos políticos, como quieran) y repudiar su fútil e insolente maniobra, señor Torra.
Y, atendiendo a la libertad de expresión, puestos a poner carteles, tengo algunas ideas:

Dios no existe.
Nadie podrá nunca demostrar lo contrario. Bueno, lo hizo Santo Tomás, pero de manera que algunos consideramos poco consistente.
Dios existe.
Lo mismo que la leyenda anterior. Nadie demostró jamás lo contrario.
(Ambos carteles se pueden poner, uno en Aldaya y otro en Alacuás o uno en Pinto y el otro en Valdemoro, o en Oviedo y Gijón, por ver de equilibrar).
Franco ha muerto.
Verdad que habría que recordar a quienes quieren sacarlo a pasear (para asustar) y a quienes quieren revivirlo (por nostalgia), lo que abarcaría, más o menos, a la totalidad de la población (de mayores de 50, claro)
Trabajo en Valencia. Respiro en Tuéjar.
Se pueden cambiar los nombres. Donde pone Tuéjar póngase Camporrobles o Montanejos, y donde pone Valencia escríbase Madrid o Barcelona. Se puede cambiar “respiro” por “vivo”, “disfruto”, etc. Leyenda muy común en los adhesivos de los coches de los años setenta y ochenta (costumbre lamentablemente perdida) que denotaba mucha clase y cosmopolitismo entre los que la exhibían.
Recoja la caca de su perro.
Muy útil. Sí, ya sé que es algo absurdo que los humanos recojan la caca de los perros y no la de otros humanos impedidos, pero ¿qué le vamos a hacer? Nos hace la vida más fácil a todos.
Forasteros al pilón.
Ya se sabe. Vienen con el prestigio de la novedad y obtienen los favores de las chicas más guapas del pueblo.
Que se mueran los feos. To er mundo es güeno. ¡Al suelo, coño! Que te Calles Karmele. ¡Vosotros, maristas, sois los terroristas! Prietas las nalgas (digo, las filas…).

Ya saben, la llibertat d’expresió da para mucho. Estas y otras muchas consignas podrían ocupar las fachadas de nuestros ayuntamientos y edificios oficiales para nuestro solaz y entretenimiento. Vayan añadiendo ustedes mismos sus favoritas, que hay libertad. Por ahora.


Román Rubio
Marzo 2019




jueves, 14 de marzo de 2019

LA TRIBU Y EL TERRITORIO


LA TRIBU Y EL TERRITORIO




Dice Netanyahu que “el Estado de Israel —y el territorio, se entiende— no pertenece a todo el mundo, sino solo al pueblo judío”. Con ello excluye a los árabes (que son la quinta parte de la población), y si tomamos la declaración al pie de la letra, a los cristianos, a los budistas y a los ateos. El mensaje es claro: podéis estar aquí, pero bajo la ley judía. Esto es nuestro.

Trump quiere levantar un muro en el sur de los EEUU para evitar la entrada de hispanos en el país, en el convencimiento de que el territorio les pertenece. ¿A quién?, pues a los blancos descendientes de los europeos, a ser posible wasps (blanco, anglosajón y protestante, en sus siglas en inglés). Haciendo manga ancha, habrá que admitir también a “otros” europeos de tribus cercanas como los irlandeses (católicos), italianos y otros dagoes (con reservas) y hasta (con aún más reservas) a los judíos.

En Crimea, la población —de mayoría rusa— no ha consentido en renunciar a sus rasgos tribales para integrarse en Ucrania, una vez desintegrada la Unión Soviética y, con la ayuda de Rusia, decidieron unirse a este país haciendo valer los lazos de sangre; y en los Balcanes ya sabemos lo que ocurrió: una vez debilitada Yugoslavia, los croatas, los serbios, bosnios, eslovenos y demás tribus decidieron apelar a sus ritos, lenguas, religiones, mitos y leyendas comunes y se dieron codazos hasta conseguir parcelar el territorio y poder decir: “esto es mío”.

La tribu demanda su suelo y no está dispuesta a compartirlo con quien no sea “uno de los nuestros”, entendiendo la tribu como “el conjunto culturalmente uniforme de familias con un antepasado común real o mítico que ocupa un territorio”.

En Cataluña, el apellido más corriente es García, seguido de Martínez, López, Sánchez, Rodríguez y Fernández. Si cogen al azar a 1000 personas de una calle catalana tendrán entre ellos a 23 García, 16 Martínez y 15 López.


Si tomamos, en cambio, las cabezas de listas de las candidaturas mayoritarias al gobierno del territorio en las últimas elecciones (diciembre, 2017), los nombres son: Puigdemont i Casamajó, Sánchez i Picanyol, Ponsatí Pubiols, Turull i Negre, Bevás i Castanyer y Rull i Andreu por Junts per Catalunya y Junqueras i Vies, Rovira i Vergés, Romeva i Rueda, Forcadell Lluís y Mundó Blanch por ER. Solo Sánchez aparece púdicamente semiescondido en la retahíla de nombres catalanes de pura cepa. Lo dicho: La tribu reclamando su territorio.

En Irlanda del Norte, los apellidos más comunes (según el banco de datos Eurostat) son: Wilson, Campbell, Kelly, Johnston, Morre y Thompson, todos 100% British; en tanto que en la República de Irlanda (la del Sur) son: Murphy, Kelly/ O’Kelly, Sullivan/ O’Sullivan, Walsh, O’Brien, O’Connor. Ya ven, esa plebe de tipos ruidosos y pendencieros que tienen muchos hijos pelirrojos jugando en la calle con los mocos colgando. Está claro que necesitan una frontera.

Estoy empezando a pensar que las cosas son así: que cada tribu reclama su territorio como los leones su territorio de caza. O el perro de mi vecina la esquina del chaflán.

Román Rubio
Marzo 2019


jueves, 7 de marzo de 2019

FILÍPICAS FILIPINAS


FILÍPICAS FILIPINAS




   El presidente Duterte de Filipinas quiere cambiar el nombre del país, Filipinas, por Maharlika, que hace referencia al pasado prehispánico del archipiélago. Con ello quiere borrar la huella colonial hispánica: El nombre de Filipinas se debe al explorador español Ruy López de Villalobos, que bautizó así a las islas en honor a Felipe II, entonces Príncipe de Asturias

   La huella colonial francesa del vecindario ya fue eliminada hace años cuando Indochina se convirtió en Vietnam, Laos, Camboya y Birmania, digo… Myanmar. Las Islas Cook, en el Pacífico, están también en trámites de cambio de nombre intentando dar un contenido maorí a la denominación, lejos de referencias coloniales, aunque su vicepresidente, Mark Brown, no parece tenerlo claro.  

   Otra herencia desgraciada parece ser la de Colón, de quien, más o menos, todo el mundo reniega. Hace poco que en Los Ángeles se retiró una estatua del personaje que “descubrió” América, un lugar que, según muchos blanquitos (y hasta negros) ciudadanos del lugar, no tenía ningún interés en ser descubierta. No sería de extrañar que la alcaldesa Colau propusiera la sustitución de la estatua del navegante y la plaza homónima barcelonesa por algún personaje de su agrado —al fin y al cabo, ya lo hizo a unos metros de allí sustituyendo “por facha” al Almirall Cervera (el de la Armada de Cuba) por el actor Pepe Rubianes, cuyo sustrato ideológico pasaba la prueba del algodón—. Al parecer, el almirante se hizo “facha” años antes del advenimiento del fascismo. También lo tiene a huevo Colombia que podría renegar de su pasado colonial (al menos en lo del nombre) y que mira con envidia a Bolivia, cuyos habitantes viven acogidos bajo el manto del Libertador (criollo descendiente de guipuzcoanos, eso sí, pero nadie es perfecto).

   Los cambios de nombre son cosa divertida. Yo todavía llamo Caudillo de cuando en cuando a la plaza principal de mi ciudad —que tiene el honroso nombre de Plaça del Ajuntament—, en parte por descuido o pereza y en parte por desvincular el significante del significado.

   Hay calles que tienen suerte con el nombre y otras que no, como las personas. En mi ciudad a la que yo conocí como Avenida de José Antonio se la había denominado antes Avenida 14 de abril y hoy se tiene que conformarse con el deshonroso Avinguda del Antic Regne de València. ¿Antic? ¿Por qué Antic y no Regne de València? Supongo que porque la timorata derecha local no quería molestar a la monarquía con algo que se saliera del “rey no hay más que uno”.

   La aburrida, por lo recta, Avenida del Puerto ha tenido suertes diversas. Fue Avenida de Lenin durante la República y se convirtió en Avenida del Doncel García Sanchiz en la Dictadura, aunque dudo que nadie, excepto los carteros, la llamara nunca así. ¿Que no saben quién fue tal doncel? Pues se trataba de un grumete muerto en el hundimiento del barco Baleares, en la Guerra Civil, hijo único de un tal Federico García Sanchiz, académico valenciano y de profesión “charlista” (mezcla de conferenciante y monologuista), modalidad muy popular en la época en la que el tal Federico parecía ser meritoria figura.

   El Paseo Blasco Ibáñez nació con el bonito nombre de Paseo al Mar, convertido en Paseo de la Unión Soviética durante la República y la Plaza de Cánovas fue la de la Generalitat Catalana en el periodo republicano (imaginen el pasmo que ocasionaría hoy tal nombre en ese sector de la población en el que usted y yo estamos pensando). Y mi favorita: la Gran Vía Marqués del Turia se llamó en el periodo republicano Gran Vía Buenaventura Durruti. “¿Quieres Marqués? Pues toma dos platos”.


Román Rubio
Marzo 2019