sábado, 28 de julio de 2018

“CAPACIDADES DIFERENTES”



“CAPACIDADES DIFERENTES”


Lo acabo de leer en un periódico: «El Centro Educativo Juez Rotenberg (JRC) de Massachusetts castiga a sus alumnos de “capacidades diferentes” utilizando un tratamiento similar desde hace 30 años» (las comillas de la expresión en cursiva son mías). Me ha saltado a la vista la expresión alumnos de “capacidades diferentes” para referirse a “discapacitados”. El campo de las minusvalías físicas, psíquicas y sensoriales es el “otro” gran campo semántico (junto con el del feminismo y el de la raza) en el que la dimensión connotativa de las palabras se desgasta más rápidamente. Veamos:

La diversidad funcional (física, psíquica y sensorial) está pugnando por sustituir a lo que hasta hace unos días era una discapacitación. El término discapacitado, que había sido sustituido por la perífrasis persona discapacitada —por razones que se me escapan— había venido para quedarse en sustitución de las desgastadas minusvalía o minusválido que, por acarrear consigo el prefijo minus (que denota merma, carencia o disminución), parece molestar a aquellos que se inclinan por usar el concepto, más neutro, de diverso o diferente.
En un artículo anterior titulado Eufemismos expliqué como en el año 1968 el entonces gobierno franquista promulgó un Decreto Ley con el objetivo expreso de regular y potenciar la protección del menor con taras o minusvalías psíquicas o físicas. Se trata del Decreto 2421/1868 del 20 de septiembre, en cuyo preámbulo se puede leer: “(…) Un programa de protección a los menores subnormales debe atender a su bienestar y rehabilitación, protegiendo, ayudando y reeducando al deficiente o disminuido para hacer efectivas (…)”. ¿Subnormales?, ¿deficiente?, ¿disminuido? ¿Trata la ley acaso de vilipendiar y humillar cruelmente a un colectivo ya de por sí tan vulnerable y en tan clara desventaja? En absoluto. La iniciativa trataba de “proteger” al desventajado menor. En cuanto al término subnormal, no dejaba de ser en la época un eufemismo adoptado para neutralizar los ya enormemente peyorativos, idiota o imbécil, comunes en manuales de psiquiatría del siglo XIX y principios del XX.
Siempre ocurre lo mismo: las palabras que designan cosas no deseables son sustituidas por otras, más neutras, que pronto se impregnan de la misma connotación negativa.

Pero volvamos al caso de Massachusetts: de nada les sirve a  los “alumnos de capacidades diferentes” tener un apelativo tan decoroso mientras  tienen la desgracia de ser los únicos del país en ser castigados o “tratados” con descargas eléctricas como método de modificación de conducta, en una conductista y brutal “terapia de aversión” avalada por una jueza y con la connivencia y aprobación de los familiares de los desventurados, pese a las protestas de la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés).  De lo que se deduce que las palabras pueden no ser sino envoltorios, celofanes con los que los que los devotos del papanatismo gustan de envolver su necedad. Imagino que a muchos de los internos les importará menos como se les llama que el hecho de recibir una descarga eléctrica cada vez que, por ejemplo, se niegan a quitarse el abrigo en el comedor, ¡digo yo!

He encontrado un diccionario de observancia de la corrección política en el inglés americano. Ahí van unos pocos ejemplos:
Melanin impoverished (Pobre en melanina)                        Blanco
Numerically challenged grup (Grupo numéricamente amenazado)          Minoría
Sewing machine operator (Operador/a de máquina de coser           Modista/modisto
Snow person (Persona de nieve)           Muñeco/hombre de nieve
Young female person (Persona femenina joven)     Chica (sustitutivo de girl)
Optically inconvenienced/ Optically challenged (Ópticamente mermado)     Ciego
Client of the correctional system  (Cliente del sistema correccional)           Preso

 Échenle un vistazo. No tiene desperdicio.


Román Rubio
Julio 2018

lunes, 23 de julio de 2018

¿HABLAS INGLÉS?



¿HABLAS INGLÉS?






Países Bajos 71.45   Suecia  70.40        Dinamarca  69.93    Noruega 67.97
Finlandia 65.83          Luxemburgo 64.57   Alemania 62.53    Austria 62.18
Polonia 62.07            Bélgica 61.58        Suiza 60.95               Servia 59.37 
Rumanía 59.13          Portugal 58.63     Hungría 58.61          Rep. Checa 57.87
Eslovaquia 57.63       Bulgaria 57.34      Grecia 57.14            Lituania 57.08
España 56.06            Francia 54.39      Italia 54.19               Rusia 52.19
Ucrania 50.91            Turquía 47.79
     


   “¿Qué es un español?” “Un ciudadano que está estudiando permanentemente inglés”
   Esta podría ser una buena (aunque incompleta) definición del español. Se podría añadir que “con mediocres resultados”. Aún así, aceptando la evidencia de la escasa o nula competencia lingüística del español en lenguas foráneas, y en particular en el inglés, me gustaría hacer unas puntualizaciones:
   1ª.- No somos, aunque hacemos esfuerzos, los peores. Los franceses y los italianos aún obtienen peores resultados que nosotros en su competencia en lengua inglesa. Es curioso que al español, consciente de su incapacidad para con el inglés, le resulta chocante el dato. Es cierto. Los franceses, por rivalidad y mal disimulada animadversión hacia lo del otro lado del canal (de La Mancha o Inglés, según del lado del que se mire), y los italianos, por lo que sea, tienen el dudoso honor de hablar inglés peor que nosotros.
   2ª.- Por muy mal que hablemos nosotros el inglés y por muy requetemal que lo hagan franceses e italianos, no llegamos ni a la suela de los zapatos al nivel de (in)competencia que los ingleses (y los americanos, ya que nos ponemos) manifiestan a la hora de hablar lenguas de raíz latina como el español, francés o italiano. Lo hablan poquísimos. Y cuando lo hacen, es con un acento tal, que no se sabe si se trata de Juanito Navarro haciendo de Mrs. Croquet, o alguien de Doncaster intentando imitar a Juanito Navarro haciendo de Mrs Croquet, con indicaciones morfosintácticas de Gomaespuma.
   La primera reacción, muy generalizada, es la de culpar al sistema educativo. Que si es ineficaz, que si incide en aspectos gramaticales y formales más que en el comunicativo, etc, etc. Algo de razón tendrán, digo yo; pero no mucha. Los franceses y los italianos parecen empeñarse en contradecir a los vilipendiadores de nuestro sistema educativo. Y, sobre todo, los ingleses. Si el sistema educativo español es ineficaz, ¿qué decir del francés o del italiano? ¿Y del inglés?

   Voy a dar, pues, mis razones, basadas en mi larga experiencia como profesor de lenguas:
   1ª.- La facilidad para el aprendizaje de las lenguas extranjeras depende, sobre todo, de la cercanía entre estas. Obsérvese que los países mejores en inglés (Países Bajos, y países escandinavos) tienen como propia una lengua de origen germánico, próxima al inglés. Si la lingua franca fuera el italiano, nosotros, los españoles, tendríamos una competencia superior que, digamos, los daneses.
   2ª.- Aprenden más y mejor una lengua extranjera los ciudadanos de aquellos países cuya lengua tiene poca presencia internacional. Los holandeses y los suecos, por ejemplo. Los españoles y los franceses, cuyas lenguas tienen una proyección global, sienten una menor “necesidad vital”.
   3ª.- Ayuda mucho el hecho de que no se doble el material audiovisual como películas y televisión. Esta circunstancia explicaría por qué Portugal o Rumanía (ambos países de lenguas románicas, como nosotros) aventajen a España por unos cuantos largos (los niños que ven sus dibujos en inglés, subtitulados en su idioma, aprenden la lengua extranjera al tiempo que aprenden a leer la suya).

   Estas son, pues, las razones de nuestro “atraso” en materia anglófona. Estas y dos rasgos psicológicos del español: 1ª. El de que “aprendan ellos la mía”, argumento chulesco y poco práctico, puesto que la lingua franca es la que es y no serán nuestros deseos lo que lo haga cambiar y, 2ª El miedo al ridículo, producto de un orgullo exacerbado del español, que le impide tomar riesgos.

   Ya lo saben. Sigan aprendiendo, y buena suerte.

Román Rubio
Julio 2018

martes, 17 de julio de 2018

CONSTITUCIONES


CONSTITUCIONES




   Francia acaba de eliminar la palabra “raza” de su Constitución en un lance de funambulismo dialéctico consistente en prevenir un efecto suprimiendo la palabra. ¿Hay que acabar con el racismo? Pues eliminamos la palabra raza y ya está. El problema lógico subsiguiente es que, si no hay razas como muchos proclaman, ¿por qué habría de haber racismo? ¿No se trataba este de asumir que hay razas superiores a otras?  La iniciativa, en mi opinión, es más venta de humo que otra cosa. La próxima será eliminar la palabra cáncer de los libros y los medios de comunicación para, así, ver de eliminar las demoledoras consecuencias.
   Es cierto que el concepto de raza ha estado en entredicho en los últimos lustros, dada la dificultad de definir estas en base a diferencias fenotípicas y de ADN y a delimitar sus confines. ¿Quién que haya viajado a los EEUU no se ha enfrentado con el absurdo de seleccionar su propia “raza” en cualquier impreso teniendo que elegir entre Hispanic, Caucasian o cualquier otra sandez?, (blanco, mediterráneo o morenito y apañado no aparecen en el formulario) ¿Y cuál es la alternativa a la calificación de raza? Pues llamarle “grupo étnico” u origen. “Grupo étnico” viene a ser lo mismo, pero usando dos palabras y “origen” es tan vago que sirve de poco: ¿africano, europeo, celtibérico, lepero…?

   La Constitución Española, por su parte, es el pelele del pimpampún, denostada por (casi) todos y a la que todo el mundo quiere reformar. Cada cual, a su manera, claro. En su artículo 15, del que antaño (es decir, anteayer) estábamos tan orgullosos, se lee: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra circunstancia personal o social”. Bonito, ¿no? Pues no, señor. Además del anacronismo de “la raza” (palabra sin contenido, como se sabe) resulta que está redactado con un lenguaje no inclusivo. Nada de “los españoles”. El gobierno ha interpelado a la Academia de la Lengua para que adapte el lenguaje a los nuevos tiempos haciéndolo “inclusivo”, como si lo de “los españoles” no incluyera a los hombres y las mujeres de España. Habrá contextos de fácil solución: “Los ciudadanos” se podrá sustituir por “la ciudadanía” sin afear el resultado, pero me temo que se corre el riesgo de que el texto pueda devenir en un adefesio de circunloquios y piruetas del estilo: “los vascos y las vascas serán llamados y llamadas a urnas…”

   Vigilante como siempre he estado con la aparición de nuevas palabras (o nuevos usos) en el idioma, debo reconocer que hay dos vocablos próximos al movimiento feminista que habían escapado a mi atención y que, de pronto, en los últimos meses, han aparecido hasta en la sopa. Uno es “empoderamiento” y el otro es “cosificación”. El primero, calco de la palabra inglesa empowerment, aparece por primera vez en la vigesimotercera edición del DRAE (2014) en su sentido de “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. La segunda –“cosificación”- ya aparece en mi edición impresa del diccionario de 1997 (vigesimoprimera), pero parecía dormir en el jardín de las palabras olvidadas hasta que de repente, “puaf”, en primera línea. Por cierto, yo siempre pensé que derivaba de “cos” (cuerpo, en catalán) y va y resulta que no, que de manera vulgar y predecible varía de “cosa”. O, al menos, eso dice la Academia.
   Veremos a ver qué dice de lo otro.


Román Rubio
Julio 2018

martes, 10 de julio de 2018

¡DAME VENENO, DAME VENEENOOO…!


¡DAME VENENO, DAME VENEENOOO…!



   Me produce estupor la lectura de la noticia de que los rusos usaron marrullerías para darse fuerza y eliminar a España del mundial. Según la prensa alemana (confirmado por el entrenador ruso), los jugadores esnifaron de un algodón empapado de amoniaco, lo que supuestamente les ayuda a abrir las vías respiratorias y aumentar el riego sanguíneo, su vigor y resistencia. Ya decía yo que iban a más velocidad que nuestros muchachos. Será que el amoniaco da verticalidad. A pesar de las limitaciones técnicas, los rusos parecían saber que la portería contraria estaba delante y no en un lateral ni detrás. También usaron la sustancia con los croatas, con resultados menos efectivos. Al final, la intuición del portero y el acierto del chutador parecen ser más definitorios que el amoniaco.
   El pasado lunes, una mujer de 30 años murió en el barrio de San Blas, de Madrid, por inhalación de amoniaco. La infortunada mujer no quería ganar ningún mundial. Simplemente estaba limpiando la cocina de su casa. Tras dos horas de dura tarea trajinando con el amoniaco y la lejía, empezó a sentirse mal y llamó al 112. La ayuda tuvo que forzar la puerta y encontró a la mujer inconsciente, desplomada en el suelo, haciendo inútiles las maniobras de reanimación.
Admitamos, pues, que el amoniaco, como todo en la vida, depende de la dosis. Lo poco engorda y lo mucho, mata.
   Los rusos, además, parecen tener tanta resistencia al veneno como afición en administrarlo. Rasputín, por ejemplo, fue envenenado con una considerable cantidad de cianuro y, comoquiera que no había manera de que estirara la pata, se le administraron dos o tres tiros y se le tiró al río Neva, por lo que fue la hipotermia la causa de la muerte de tan pintoresco personaje.
   Hace unos días murió en Salisbury (Reino Unido) Dawn Sturgess, una mujer de 44 años que vivía en un hogar para gente sin techo en la vecindad. Ella y su compañero Charlie Rowly, de 45, resultaron intoxicados, de manera aún sin aclarar, con gas mostaza, a 300 metros del restaurante en el que habían comido el expía soviético Serguei Skripal y su hija Yulia cuando fueron envenenados hace unos meses. Glushkov (otro ruso, que había declarado en juicio en contra de Abramovich —amigo de Putin—) murió de manera sospechosa en su casa de Londres y Alexander Litvinenko, otro espía, fue eliminado con polonio radioactivo en la misma ciudad tras beber un infausto té en un hotel de Mayfair con un par de excolegas del KGB.
   Donde, al parecer, los rusos no han tenido nada que ver es en el hallazgo de arsénico en unos libros antiguos en un monasterio de Dinamarca. Haciendo buena la trama de Umberto Eco en su El nombre de la rosa se ha descubierto que esa especie de pintura verde que recubría la tapa de los algunos libros de los siglos XVI y XVII del monasterio danés no era sino arsénico, una de las sustancias más tóxicas que existen.
   Ni Rasputín, ni Guillermo de Baskerville, ni Jorge de Burgos, ni Umberto Eco, ni el desventurado Litvinenko, ni siquiera Capra, con su Arsénico, por compasión, han evitado la desdicha: España y Rusia, fuera del mundial.

Román Rubio
Julio 2018

jueves, 5 de julio de 2018

UNAMUNO Y EL ATIZADOR DE WITTGENSTEIN



UNAMUNO Y EL ATIZADOR DE WITTGENSTEIN



   Hay un programa de viajes en tren en televisión que es seguido y admirado por muchos de mis conocidos. El conductor del programa es un simpático inglés, maduro y atractivo, que viste unas americanas de color pistacho, rosa o morado combinadas audazmente con pantalones y camisas ad hoc. Se llama Michael Portillo y en los ochenta del siglo pasado fue Ministro de Su Majestad y delfín y favorito de Margaret Thatcher, destinado a sucederla en la cúpula del Partido Conservador y, ¿por qué no?, como Primer Ministro. La pérdida de su circunscripción en una elección al Parlamento que llevó a Tony Blair a Downing Street condujo al simpático inglés a lo que es hoy: un tipo que sale en la tele con americanas de colorines.

   Hay otra circunstancia de su vida que no es muy conocida por el público: que es hijo de un republicano español de nombre Luis Portillo, profesor de la Universidad de Salamanca, exiliado al Reino Unido durante la Guerra Civil y autor del “relato” que ha trascendido del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, en el que el general mutilado gritó aquello de ¡viva la muerte!, y el profesor le interpeló con el alegato de: “venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.

   Al acto asistió Carmen Polo e intervinieron, además del Rector, José María Pemán y otros. Y algarada también la hubo, puesto que esa misma tarde, Unamuno fue abucheado e increpado en el casino de la ciudad donde acostumbraba a tomar café, necesitando de salir protegido del lugar. Pero esas palabras, esas bonitas palabras, parece que no fueron pronunciadas, al menos de esa manera tan sonora y rotunda, o así lo señala Severiano Delgado, Bibliotecario de la Universidad salmantina, en base a testimonios del acontecimiento, recortes de prensa, actas, y otros documentos historiográficos. Colette y Jean-Claude Rabaté, autores de la “definitiva” biografía del vizcaíno señalan que el relato del Paraninfo (el de Portillo) se tomaba “muchas libertades” y obedecía “a una voluntad de dramatizar los hechos con todos los ingredientes indispensables para su teatralización”.
   Lo cierto es que Luis Portillo, exiliado en Londres, recibió, en 1941, el encargo por parte de George Orwell, junto a Arturo Barea —el de La forja de un rebelde, (ambos colaboradores en el servicio internacional de la BBC)—, de escribir sendos artículos sobre la guerra civil española para la revista Horizons y Portillo noveló y embelleció el rifirrafe salmantino en un artículo que tradujo al inglés Ilse Barea, la mujer de Arturo, con el nombre de Unamuno’s Last Lecture.

   Unos años después, en 1946, en una sala de seminarios del King’s College, de Cambridge, se produjo una extraordinaria reunión de filósofos. El instigador del evento era Bertrand Russell y el profesor invitado era Karl Popper, que debía dictar una conferencia bajo el arrebatador título de: “¿Existen realmente problemas filosóficos?”. El evento podría parecer irrelevante y soso, pero no es así. La expectación era grande porque había de ser expuesta la lección en la presencia del gran filósofo Wittgenstein, que adoptaba ideas contrarias a Popper, a pesar —o quizá por eso mismo— de ser ambos vieneses, judíos y de clase acomodada (bueno, aquí Wittgenstein le daba sopas con onda, puesto que provenía de una de las familias más ricas de Europa, aunque él renunciara a su herencia en favor de sus hermanas). Comenzó la exposición y el nerviosismo del ilustrado escuchante, a la sazón, Catedrático de Filosofía en Cambridge, iba en aumento. Interrumpió al orador en varias ocasiones y la cosa iba subiendo de tono. Wittgenstein agarró el atizador de la chimenea a modo de batuta y señalando de manera amenazadora a Popper le increpó: “¿Me puedes poner un solo ejemplo de principio moral?” A lo que Popper respondió: “No amenazar con un atizador a los profesores visitantes”. Acto seguido, Wittgenstein, encolerizado, lanzó el artefacto al suelo y dando un portazo, abandonó la sala.

   Al igual que en el caso de Unamuno, hay tantas versiones del evento como personas estuvieron presentes en el acto. Según unos casi le pega, mientras para otros, la anécdota ni siquiera tuvo lugar. La versión, relatada por Popper en su libro biográfico Unended Quest (La búsqueda sin fin), ha sido confirmada, refutada, modificada, edulcorada y agigantada por cada uno de los presentes, incluido el bisoño estudiante encargado de redactar el acta de la reunión, según el propio interés o la tendenciosa y acomodaticia memoria de cada cual.
   Y así, todo. Donde uno ve un elefante, otro ve una culebra. O dice haberla visto. Solo hace falta algo de tiempo. Piénsenlo y pongan sus propios ejemplos.

Román Rubio
Julio 1018



martes, 3 de julio de 2018

IRONÍAS DEL TIQUI-TACA



IRONÍAS DEL TIQUI-TACA



   Con un 74% de posesión de balón y más de 1100 pases (en su inmensa mayoría en horizontal o hacia atrás) La Roja ha sido eliminada del mundial de Rusia. Fin del tiqui-taca. El partido contra la anfitriona fue tan frustrante y aburrido que los grupos de whatsapp echaban chispas. En mi caso, comoquiera que vi el partido solo en casa, abrumado por el tedio, me dediqué a escribir mensajitos en los distintos grupos de mensajería instantánea que, en su mayoría, como digo, no paraban.
   El aburrimiento, que, según Unamuno, es el origen del arte, la novela y otras tantas aportaciones a la humanidad, puede ser también motivo de desavenencias indeseadas. Ya se sabe: si uno mata moscas con el rabo, cabe la posibilidad de quitarle la vida a alguna mariposa. Me explico:

   En uno de los chats en los que intervine se me ocurrió sugerir que, de seguir el juego así, podría ocurrir lo que ya pasó con la División Azul: que habría que regresar con el rabo entre las piernas. La mención de tan infausto cuerpo de ejército, ofrecido por Franco a los nazis para la invasión de la URSS, pareció ser demasiado para uno de los miembros del chat —persona apreciada por mí, por otra parte— que consideró que el comentario podía pasar la raya de lo que puede ser considerado como ironía, lo que a su autor (un servidor) le otorgaba un estatus de algo así como un español nostálgico de aquellos lodos.
   En otro de los chats califiqué la actuación española como “la debacle de la Armada del Rey Católico”. Ya saben: así se conoce en muchos países a la Invencible, la que no ganó batalla alguna. La analogía era, para mí, perfecta. Había un rey, se llamaba Felipe, armó una poderosa Armada y la mandó a conquistar el mundo (en su momento, Inglaterra) y, sin pisar tierra alguna de su objetivo (la Selección marcó un gol, pero fue un ruso en propia puerta), perdió la guerra. Pues bien; alguien del grupo encontró ofensivo el hecho de que el que lo escribió (un servidor) mostrara su poco españolismo burlándose de los males que aquejan a España.
   En unos minutos tuve la desdicha (o el honor, según se mire) de haber sido acusado —de manera implícita, eso sí— de “facha españolista” y de “enemigo de la patria española”, lo que hizo plantearme lo siguiente:

   1.- Que si a uno le condenan por algo y por lo contrario el mismo día es que está, quizá, donde debe estar.
   2.- Que la ironía es un arte difícil de administrar y que pone en evidencia tanto al que la utiliza como al que la (mal)interpreta, y que el español no es la persona más apta para valorarla.
   3.- Que este país está innecesaria y exageradamente hipersensibilizado con el asunto de la tribu, la nación, la patria, el país o lo que sea.
   4.- Que los tribunales de pureza ideológica y patriótica están siempre prestos al juicio sumarísimo.
   5.- Que un servidor no pasaría la prueba del algodón en ninguno de esos tribunales, cualquiera que fuera el sesgo.
   6.- Que uno es algo bocazas, falta de la que yo mismo, aún reconociéndola, me absuelvo aquí y ahora y no prometo redención alguna.
   En fin, amigos; hasta el próximo mundial.


Román Rubio
Julio 2018