¡DAME VENENO, DAME
VENEENOOO…!
Me produce estupor la lectura de la noticia de que los rusos usaron
marrullerías para darse fuerza y eliminar a España del mundial. Según la prensa
alemana (confirmado por el entrenador ruso), los jugadores esnifaron de un
algodón empapado de amoniaco, lo que supuestamente les ayuda a abrir las vías respiratorias
y aumentar el riego sanguíneo, su vigor y resistencia. Ya decía yo que iban a
más velocidad que nuestros muchachos. Será que el amoniaco da verticalidad. A
pesar de las limitaciones técnicas, los rusos parecían saber que la portería
contraria estaba delante y no en un lateral ni detrás. También usaron la
sustancia con los croatas, con resultados menos efectivos. Al final, la
intuición del portero y el acierto del chutador parecen ser más definitorios
que el amoniaco.
El pasado lunes, una mujer de 30 años murió en el barrio de San Blas, de
Madrid, por inhalación de amoniaco. La infortunada mujer no quería ganar ningún
mundial. Simplemente estaba limpiando la cocina de su casa. Tras dos horas de
dura tarea trajinando con el amoniaco y la lejía, empezó a sentirse mal y llamó
al 112. La ayuda tuvo que forzar la puerta y encontró a la mujer inconsciente,
desplomada en el suelo, haciendo inútiles las maniobras de reanimación.
Admitamos, pues, que el amoniaco,
como todo en la vida, depende de la dosis. Lo poco engorda y lo mucho, mata.
Los rusos, además, parecen tener tanta resistencia al veneno como
afición en administrarlo. Rasputín, por ejemplo, fue envenenado con una considerable
cantidad de cianuro y, comoquiera que no había manera de que estirara la pata,
se le administraron dos o tres tiros y se le tiró al río Neva, por lo que fue
la hipotermia la causa de la muerte de tan pintoresco personaje.
Hace unos días murió en Salisbury (Reino Unido) Dawn Sturgess, una mujer
de 44 años que vivía en un hogar para gente sin techo en la vecindad. Ella y su
compañero Charlie Rowly, de 45, resultaron intoxicados, de manera aún sin
aclarar, con gas mostaza, a 300 metros del restaurante en el que habían comido
el expía soviético Serguei Skripal y su hija Yulia cuando fueron envenenados hace
unos meses. Glushkov (otro ruso, que había declarado en juicio en contra de
Abramovich —amigo de Putin—) murió de manera sospechosa en su casa de Londres y
Alexander Litvinenko, otro espía, fue eliminado con polonio radioactivo en la
misma ciudad tras beber un infausto té en un hotel de Mayfair con un par de excolegas
del KGB.
Donde, al parecer, los rusos no han tenido nada que ver es en el
hallazgo de arsénico en unos libros antiguos en un monasterio de Dinamarca.
Haciendo buena la trama de Umberto Eco en su El nombre de la rosa se ha descubierto que esa especie de pintura
verde que recubría la tapa de los algunos libros de los siglos XVI y XVII del
monasterio danés no era sino arsénico, una de las sustancias más tóxicas que
existen.
Ni Rasputín, ni Guillermo de Baskerville, ni Jorge de Burgos, ni Umberto
Eco, ni el desventurado Litvinenko, ni siquiera Capra, con su Arsénico, por compasión, han evitado la
desdicha: España y Rusia, fuera del mundial.
Román Rubio
Julio 2018
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