martes, 10 de julio de 2018

¡DAME VENENO, DAME VENEENOOO…!


¡DAME VENENO, DAME VENEENOOO…!



   Me produce estupor la lectura de la noticia de que los rusos usaron marrullerías para darse fuerza y eliminar a España del mundial. Según la prensa alemana (confirmado por el entrenador ruso), los jugadores esnifaron de un algodón empapado de amoniaco, lo que supuestamente les ayuda a abrir las vías respiratorias y aumentar el riego sanguíneo, su vigor y resistencia. Ya decía yo que iban a más velocidad que nuestros muchachos. Será que el amoniaco da verticalidad. A pesar de las limitaciones técnicas, los rusos parecían saber que la portería contraria estaba delante y no en un lateral ni detrás. También usaron la sustancia con los croatas, con resultados menos efectivos. Al final, la intuición del portero y el acierto del chutador parecen ser más definitorios que el amoniaco.
   El pasado lunes, una mujer de 30 años murió en el barrio de San Blas, de Madrid, por inhalación de amoniaco. La infortunada mujer no quería ganar ningún mundial. Simplemente estaba limpiando la cocina de su casa. Tras dos horas de dura tarea trajinando con el amoniaco y la lejía, empezó a sentirse mal y llamó al 112. La ayuda tuvo que forzar la puerta y encontró a la mujer inconsciente, desplomada en el suelo, haciendo inútiles las maniobras de reanimación.
Admitamos, pues, que el amoniaco, como todo en la vida, depende de la dosis. Lo poco engorda y lo mucho, mata.
   Los rusos, además, parecen tener tanta resistencia al veneno como afición en administrarlo. Rasputín, por ejemplo, fue envenenado con una considerable cantidad de cianuro y, comoquiera que no había manera de que estirara la pata, se le administraron dos o tres tiros y se le tiró al río Neva, por lo que fue la hipotermia la causa de la muerte de tan pintoresco personaje.
   Hace unos días murió en Salisbury (Reino Unido) Dawn Sturgess, una mujer de 44 años que vivía en un hogar para gente sin techo en la vecindad. Ella y su compañero Charlie Rowly, de 45, resultaron intoxicados, de manera aún sin aclarar, con gas mostaza, a 300 metros del restaurante en el que habían comido el expía soviético Serguei Skripal y su hija Yulia cuando fueron envenenados hace unos meses. Glushkov (otro ruso, que había declarado en juicio en contra de Abramovich —amigo de Putin—) murió de manera sospechosa en su casa de Londres y Alexander Litvinenko, otro espía, fue eliminado con polonio radioactivo en la misma ciudad tras beber un infausto té en un hotel de Mayfair con un par de excolegas del KGB.
   Donde, al parecer, los rusos no han tenido nada que ver es en el hallazgo de arsénico en unos libros antiguos en un monasterio de Dinamarca. Haciendo buena la trama de Umberto Eco en su El nombre de la rosa se ha descubierto que esa especie de pintura verde que recubría la tapa de los algunos libros de los siglos XVI y XVII del monasterio danés no era sino arsénico, una de las sustancias más tóxicas que existen.
   Ni Rasputín, ni Guillermo de Baskerville, ni Jorge de Burgos, ni Umberto Eco, ni el desventurado Litvinenko, ni siquiera Capra, con su Arsénico, por compasión, han evitado la desdicha: España y Rusia, fuera del mundial.

Román Rubio
Julio 2018

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