sábado, 8 de junio de 2019

PETROGLIFOS


PETROGLIFOS





Ya saben lo que son los petroglifos. Se trata de grabados rupestres sobre rocas, en  muchos casos de origen neolítico. Junto con la pictografía (las pinturas), configuran el arte rupestre. Los petroglifos se extienden por casi todas las culturas y épocas y la temática es muy variada: desde representaciones de animales y caza (como en las pinturas de Altamira o en los abrigos  levantinos) hasta garabatos geométricos  con una carga simbólica más enigmática que sirve de alimento a las teorías de los especialistas (a menudo descabelladas) y fundamento de oscuras tesis doctorales.
No trasladaré aquí, por decoro, la explicación detallada que da un amigo mío del sentido de una de esas rocas grabadas cerca del Penyagolosa, en el que unas rayas que confluyen en un eje a modo de palmera es vista por algunos descifradores de símbolos como un lugar de escenificación del mito de la fertilidad, que incluye mujeres sentadas a horcajadas y cosas así, propias de mentes calenturientas.

Pues bien, la “artista visual” argentina  Mercedes Aquí ha ocasionado un pequeño revuelo en México al exhibir en una exposición en el Museo de Artes Gráficas de Saltillo unas secuencias fotográficas de su persona con el pantalón bajado meándose en  uno de los petroglifos de la época precolombina mexicana. O más exactamente, de su culo.
Lo que para ustedes y para mí no es sino una gamberrada, para la artista es, ¡agárrense a la silla!, una iniciativa que le sirve para “explorar sobre la identidad, la memoria, el arraigo, el cuerpo y el territorio”. Ahí es nada. Me admira la imaginación disparatada para poner en palabras actos tan sencillos. Lo que sería “mear sobre una roca con grabados” se convierte en una exploración sobre el cuerpo, el territorio, el arraigo y no sé qué más.
Los mexicanos parecen no estar de acuerdo con las motivaciones de la artista argentina (que, por cierto, tiene también nacionalidad mexicana) y lo interpretan como una burla a la identidad nacional, a lo que la mujer responde que se trata de una “campaña discriminatoria de género, además de xenófoba”. De género, porque del culo, bien visible en las imágenes, no cuelga adminículo alguno; y xenófoba porque... porque sí, porque queda bien, sugiriendo que si el chorro hubiese sido de un hombre y mexicano no habría sido objeto de reprobación alguna.

Y ya que estamos con petroglifos, fósiles y otros asuntos del pasado remoto, pronto verán a nuestro rey (el de España, no el de bastos) ir en procesión solemne entre armiños y terciopelos al castillo de Windsor a recoger en la palaciega Capilla de San Jorge, de manos de la Reina de Inglaterra,  la más restringida y exclusiva de de las distinciones: la de caballero de la Orden de la Jarretera. Exclusiva porque es un club al que pertenecen solo unos pocos miembros de la aristocracia británica, la realeza europea y el Emperador de Japón y restringida porque en total, no llegan a cincuenta. Y hay que esperar a la muerte de uno de ellos para que entre un nuevo socio.
La historia de la Orden  se remonta a una anécdota del siglo XIV, cuando el Rey Eduardo III estaba bailando con la condesa de Salisbury y a la dama le resbaló la liga que sujetaba su media hasta el mismísimo tobillo. El rey, solícito, se agachó, tomó la liga y la colocó en su propia pierna. Mirando al público, el rey normando pronunció sus famosas palabras: “Honi soit  qui mal y pense” (“Vergüenza para  quien piense mal “), convirtiéndose en el lema de la Orden y de la familia real británica.

Pues eso. De fósiles, petroglifos y otras anécdotas ancestrales.


Román Rubio
Junio 2019





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