PETROGLIFOS
Ya saben lo que son los
petroglifos. Se trata de grabados rupestres sobre rocas, en muchos casos de origen neolítico. Junto con
la pictografía (las pinturas), configuran el arte rupestre. Los petroglifos se
extienden por casi todas las culturas y épocas y la temática es muy variada: desde
representaciones de animales y caza (como en las pinturas de Altamira o en los
abrigos levantinos) hasta garabatos
geométricos con una carga simbólica más
enigmática que sirve de alimento a las teorías de los especialistas (a menudo
descabelladas) y fundamento de oscuras tesis doctorales.
No trasladaré aquí, por decoro,
la explicación detallada que da un amigo mío del sentido de una de esas rocas
grabadas cerca del Penyagolosa, en el que unas rayas que confluyen en un eje a
modo de palmera es vista por algunos descifradores de símbolos como un lugar de
escenificación del mito de la fertilidad, que incluye mujeres sentadas a horcajadas
y cosas así, propias de mentes calenturientas.
Pues bien, la “artista visual”
argentina Mercedes Aquí ha ocasionado un
pequeño revuelo en México al exhibir en una exposición en el Museo de Artes
Gráficas de Saltillo unas secuencias fotográficas de su persona con el pantalón
bajado meándose en uno de los
petroglifos de la época precolombina mexicana. O más exactamente, de su culo.
Lo que para ustedes y para mí no
es sino una gamberrada, para la artista es, ¡agárrense a la silla!, una iniciativa
que le sirve para “explorar sobre la
identidad, la memoria, el arraigo, el cuerpo y el territorio”. Ahí es nada.
Me admira la imaginación disparatada para poner en palabras actos tan
sencillos. Lo que sería “mear sobre una roca con grabados” se
convierte en una exploración sobre el
cuerpo, el territorio, el arraigo y no sé qué más.
Los mexicanos parecen no estar de
acuerdo con las motivaciones de la artista argentina (que, por cierto, tiene
también nacionalidad mexicana) y lo interpretan como una burla a la identidad
nacional, a lo que la mujer responde que se trata de una “campaña
discriminatoria de género, además de xenófoba”. De género, porque del culo,
bien visible en las imágenes, no cuelga adminículo alguno; y xenófoba porque...
porque sí, porque queda bien, sugiriendo que si el chorro hubiese sido de un
hombre y mexicano no habría sido objeto de reprobación alguna.
Y ya que estamos con petroglifos,
fósiles y otros asuntos del pasado remoto, pronto verán a nuestro rey (el de
España, no el de bastos) ir en procesión solemne entre armiños y terciopelos al
castillo de Windsor a recoger en la palaciega Capilla de San Jorge, de manos de
la Reina de Inglaterra, la más
restringida y exclusiva de de las distinciones: la de caballero de la Orden de
la Jarretera. Exclusiva porque es un club al que pertenecen solo unos pocos
miembros de la aristocracia británica, la realeza europea y el Emperador de
Japón y restringida porque en total, no llegan a cincuenta. Y hay que esperar a
la muerte de uno de ellos para que entre un nuevo socio.
La historia de la Orden se remonta a una
anécdota del siglo XIV, cuando el Rey Eduardo III estaba bailando con la condesa
de Salisbury y a la dama le resbaló la liga que sujetaba su media hasta el mismísimo
tobillo. El rey, solícito, se agachó, tomó la liga y la colocó en su propia
pierna. Mirando al público, el rey normando pronunció sus famosas palabras: “Honi soit
qui mal y pense” (“Vergüenza para quien piense mal “), convirtiéndose en el lema
de la Orden y de la familia real británica.
Pues eso. De fósiles, petroglifos
y otras anécdotas ancestrales.
Román Rubio
Junio 2019
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