martes, 11 de junio de 2019

ALCOHÓLICOS (ANÓNIMOS)


ALCOHÓLICOS (ANÓNIMOS)




Hay que relevar a Theresa May  en el 10 de Downing Street. La carrera está abierta  y los líderes tories están afilando las navajas. En primera posición se encuentra el más cínico entre los cínicos: Boris Johnson, capaz de vender a su madre por un cucurucho de fish&chips y tras él un pelotón de pretendientes liderados por el actual ministro de Medio Ambiente, Michael Gove. El tal Gove tiene un problema: admitió haber tomado cocaína y lo lamentó en una entrevista reciente concedida recientemente al Daily Mail. “Tomé drogas hace más de 20 años”, reconoció el ministro probrexit de 51 años. “En aquella época era un joven periodista”, prosiguió, reconociendo el “error”. “Pero no creo que los errores del pasado te descalifiquen”, concluyó el postulante.

Habría que decir al golfante de Gove que no se preocupe, que en la sucesión de los tories siempre gana alguien al que no se le espera, como en el caso de la misma Theresa  May.

Clinton, amenazado por el posible testimonio de algún conocido de su época de estudiante golfarra en Oxford, tuvo que confesar que había fumado marihuana, aunque aclarando, eso sí, sin tragarse el humo. Faltaría más. De ese modo tan tramposete tiraba balones fuera el fumador de puros del  Despacho Oval.

Obama, por el contrario, más sincero que los fariseos anteriores, no solo reconoció  haber fumado marihuana de joven, sino que lo había hecho con “absorción total”, aunque dejando claro que había dejado de hacerlo al entrar en la universidad, en donde empezó a vivir “como un monje”, según confiesa en su autobiografía “Sueños de mi padre”. También dijo haber tomado en alguna ocasión cocaína, y, para colmo de la desvergüenza, confesó que no podía evitar fumarse un cigarrillo de vez en cuando en la mismísima Casa Blanca, en donde lo imaginamos fumando en la ventana como el mismísimo Frank Underwood.

Lo de la relación con las drogas y el alcohol puede llegar a ser ridículamente obsesivo en los países anglosajones. Cuando he explicado a mis amigos de allí que a mi padre, que murió a los 82 años, nunca le vi comer o cenar sin su vaso de vino o su porrón al lado, estos me preguntaban que si  “tenía problemas con el alcohol”. “¿Problemas?”, contestaba yo. “Tendría problemas si viviera en Arabia Saudita, pero en España, afortunadamente, ninguno”.

Para algunos, el uso (que no abuso) del alcohol o de las drogas es una debilidad. Yo, me alineo con la definición de abstemio que da Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo: “Abstemio es una persona de carácter débil, que cede a la tentación de privarse de un placer”.

 La historia moderna nos da algunos ejemplos de tipos muy malos que nunca tomaban un trago:  Hitler era abstemio y vegetariano y nuestro Franquito era un tipo frugal que tampoco probaba el alcohol, bien como rechazo a la figura paterna –de naturaleza jaranera y violenta, al parecer— o quizá para que no le temblara el pulso firmando condenas. Y el Gran Payaso de Color Naranja, Donald Trump, a quien se le murió un hermano a los 43 a causa del alcohol, tampoco prueba ni gota; se hace llenar la copa de Coca-Cola Light o zumito de naranja hasta para brindar en los encuentros con otros líderes y en los acuerdos internacionales. Total, para no respetar ni a los unos ni los otros.

Moraleja: desconfía de quien, sin motivo médico alguno, rechaza una cerveza helada en un mediodía de verano o un vaso de vino con el guisote. No suele ser de fiar.
Román Rubio
Junio 2019.

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