ALCOHÓLICOS
(ANÓNIMOS)
Hay que relevar a Theresa
May en el 10 de Downing Street. La
carrera está abierta y los líderes tories están afilando las navajas. En
primera posición se encuentra el más cínico entre los cínicos: Boris Johnson,
capaz de vender a su madre por un cucurucho de fish&chips y tras él un pelotón de pretendientes liderados por
el actual ministro de Medio Ambiente, Michael Gove. El tal Gove tiene un
problema: admitió haber tomado cocaína y lo lamentó en una entrevista reciente
concedida recientemente al Daily Mail. “Tomé drogas hace más de 20 años”,
reconoció el ministro probrexit de 51 años. “En aquella época era un joven
periodista”, prosiguió, reconociendo el “error”. “Pero no creo que los errores
del pasado te descalifiquen”, concluyó el postulante.
Habría que decir al golfante de
Gove que no se preocupe, que en la sucesión de los tories siempre gana alguien al que no se le espera, como en el caso
de la misma Theresa May.
Clinton, amenazado por el posible
testimonio de algún conocido de su época de estudiante golfarra en Oxford, tuvo que confesar que había fumado marihuana,
aunque aclarando, eso sí, sin tragarse el humo. Faltaría más. De ese
modo tan tramposete tiraba balones fuera el fumador de puros del Despacho Oval.
Obama, por el contrario, más
sincero que los fariseos anteriores, no solo reconoció haber fumado marihuana de joven, sino que lo
había hecho con “absorción total”, aunque dejando claro que había
dejado de hacerlo al entrar en la universidad, en donde empezó a vivir “como un
monje”, según confiesa en su autobiografía “Sueños
de mi padre”. También dijo haber tomado en alguna ocasión cocaína, y, para colmo
de la desvergüenza, confesó que no podía evitar fumarse un cigarrillo de vez en
cuando en la mismísima Casa Blanca, en donde lo imaginamos fumando en la
ventana como el mismísimo Frank Underwood.
Lo de la relación con las drogas
y el alcohol puede llegar a ser ridículamente obsesivo en los países
anglosajones. Cuando he explicado a mis amigos de allí que a mi padre, que
murió a los 82 años, nunca le vi comer o cenar sin su vaso de vino o su porrón
al lado, estos me preguntaban que si “tenía
problemas con el alcohol”. “¿Problemas?”, contestaba yo. “Tendría problemas si
viviera en Arabia Saudita, pero en España, afortunadamente, ninguno”.
Para algunos, el uso (que no
abuso) del alcohol o de las drogas es una debilidad. Yo, me alineo con la
definición de abstemio que da Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo: “Abstemio
es una persona de carácter débil, que cede a la tentación de privarse de un
placer”.
La historia moderna nos da algunos ejemplos de
tipos muy malos que nunca tomaban un trago: Hitler era abstemio y vegetariano y nuestro
Franquito era un tipo frugal que tampoco probaba el alcohol, bien como rechazo
a la figura paterna –de naturaleza jaranera y violenta, al parecer— o quizá
para que no le temblara el pulso firmando condenas. Y el Gran Payaso de Color
Naranja, Donald Trump, a quien se le murió un hermano a los 43 a causa del alcohol,
tampoco prueba ni gota; se hace llenar la copa de Coca-Cola Light o zumito de
naranja hasta para brindar en los encuentros con otros líderes y en los
acuerdos internacionales. Total, para no respetar ni a los unos ni los otros.
Moraleja: desconfía de quien, sin
motivo médico alguno, rechaza una cerveza helada en un mediodía de verano o un
vaso de vino con el guisote. No suele ser de fiar.
Román Rubio
Junio 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario