viernes, 28 de octubre de 2016

FUERA DEL TIESTO

FUERA DEL TIESTO












Ya estamos meando otra vez fuera del tiesto. Hace unos días dos guardias civiles con sus parejas fueron agredidos cuando se encontraban fuera de servicio en la localidad de Alsasua. No voy a quitar gravedad al hecho. Quienes lo hicieron no tienen ni una pizca de mis simpatías. Una agresión es una agresión y si encima es por ser español, checo, chino, homosexual, jubilado, Guardia Civil, Mosso d’Escuadra, hincha de la Ponferradina o Registrador de la Propiedad es una muestra de odio inaceptable. Entendería (y entiendo) el odio al vecino que se acaba de comprar una trompeta con la que pasa  las tardes ensayando las escalas o al que, borracho, vomita o se orina en el portal noche sí noche no. ¡Leña con él! Pero nunca por la condición laboral, nacional, religiosa o ideológica del vecino. Eso sí que no. Que caiga la espada de la justicia sobre los agresores.

Y ahora, la otra parte. El fiscal del caso acusa a los agresores de… terrorismo. No de odio xenófobo, no de agresión gratuita e injustificada por ser agentes de una autoridad discutida por algunos en la región, no; sino de terrorismo, con lo que se desvirtúa el concepto de terrorismo ampliándolo a casi todo y se trivializa el delito de agresión injustificada por puro odio. Al pan pan y al vino vino. Entiendo por terrorismo un ataque a las personas, preferiblemente indiscriminado, con el propósito de hacer el mayor daño posible y sembrar el pánico y fomentar el miedo entre la población. Por ejemplo, para designar actos como los de un tipo que pone una bomba en un aeropuerto, el que estrella un avión contra un rascacielos provocando su propia muerte y la de miles más o descarga un arma automática contra los asistentes a una sala de fiestas y llamemos de otro modo a quién pega unas bofetadas y golpes a dos guardias de paisano.

Y como me he propuesto hacer hoy una crónica de actualidad sin hacer referencia en absoluto al PSOE, continuaré con un valor seguro: la Iglesia de Roma.
Como buenos vendedores del más allá han decidido no ser sólo los reguladores de los destinos del alma (que ya es) sino también de los despojos del cuerpo. Sería absurdo a día de hoy que la Iglesia se opusiera a la incineración, tan arraigada en nuestra sociedad como las despedidas de soltera. Es higiénica, es rápida, resuelve de alguna manera el problema del espacio (que no de la contaminación) en un mundo con tendencia a la superpoblación y evita a las familias de engorrosas visitas a esos horribles lugares llenos de siniestros pasillos y alamedas con letras y números que son los cementerios (de las ciudades al menos, no de los pueblos). La Iglesia, que nunca ha tenido una relación fácil con la incineración, se ha empeñado en decir que el esparcimiento de las cenizas en aguas y praderas y la preservación de las mismas en las casas y sitios así no es cristiano y no merecen un funeral de tal índole, de modo que el sacerdote se negará a hacer el funeral de la abuelita, beata ella y asidua de la parroquia si el cura detecta que la familia planea conservar las cenizas de la anciana en un jarrón arriba del televisor en donde escuchar al Gran Wyomming en vez de llevarla a un camposanto en el que esperar pacientemente el día de la Resurrección. Un sacrilegio.

Estamos ante un nuevo dislate de la  Congregación de la Doctrina de la Fe, aunque tengo que reconocer que me ha gustado su argumentación. Para la institución vaticana la medida se toma para combatir cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”. Ah, bueno, así sí.

La decisión me recuerda a aquella del Santo Oficio por allá por el reinado de Carlos IV que decía: “El Santo Oficio impondrá severo y ejemplar castigo a todo aquel cristiano que con maléficas artes inhale o expela humo por cualquiera de sus orificios naturales…” Siglos después Zapatero ejecutó la orden retirando el tabaco de bares y restaurantes.
¿Ven como “casi” se puede escribir un artículo de actualidad sin hacer alusión al PSOE?

Román Rubio
Octubre 2016 

miércoles, 26 de octubre de 2016

WITTGENSTEIN

WITTGENSTEIN


Acabo de publicar un libro en Amazon con el título de ¡Socorro! Me jubilo. Como es natural, algunos amigos incondicionales que se han apresurado a comprarlo (y hasta a leerlo) han recibido instrucciones mías de mantenerse alerta a la caza de posibles errores y/o erratas, de esas que se cuelan inevitablemente no importa las veces que te hayas releído un  texto de 200 páginas. Enseguida han aparecido ocurrencias en este sentido. Por ejemplo: al buen ciclista Pedro Delgado lo he convertido en abulense (como Bahamontes) despojándole a él de su procedencia segoviana, al pobre, y a los segovianos  de su hijo predilecto. Perdón. También he nombrado un alcalde inédito para la ciudad de Madrid, exjueza de profesión y de nombre Manuel Carmena. ¿Qué le vamos a hacer? Son erratas (y algún que otro error) que se corregirán en ediciones posteriores.

Un amigo, filósofo él y por tanto alerta en lo tocante a su campo profesional e intelectual me advierte de que he utilizado dos veces en el mismo libro la cita de “los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento” de Wittgenstein en estos o en parecidos términos. No lo he comprobado pero si mi amigo el filósofo lo dice será cierto sin ninguna duda pues se trata de un tipo fiable. Y ello me da que pensar. ¿Cómo es posible que un tipo tan desconocido para mí como Ludwig Wittgenstein haya aparecido dos veces en un texto de 200 páginas de mi autoría? ¿Qué sabría yo decir del pensamiento del autor aparte de lo escrito? Nada, absolutamente. Lo cierto es que, como me ocurre con muchos otros filósofos lo relaciono con una sola idea, lo etiqueto y ahí queda; como si no hubiera dicho o escrito nada más en su vida. Para mi pobre bagaje en filosofía el vienés ha sido el tipo que constriñó el mundo de las ideas al constructo del lenguaje, lo cual debe ser si no falso sí inexacto o incompleto.

Quizás el hecho de que tuviera tan presente al filósofo se deba a lo particular de su biografía. Recordaba que el hombre murió en Cambridge, en casa de su propio médico, como consecuencia de un cáncer de próstata del que se negó a recibir tratamiento y también recordaba que provenía de una de las familias más ricas del mundo, que había renunciado a su herencia en beneficio de sus hermanas y que tres de sus cuatro hermanos varones se habían suicidado. Ahí es nada. De hecho, la vida del hombre siempre me ha resultado más atrayente que su –para mí- oscura filosofía, por poderoso que sea el mensaje de lenguaje y pensamiento.

Espoleado por el asunto he repasado la biografía del filósofo y paso a anotar algunos hechos: Nació en el seno de la familia quizá más rica del imperio Austro-Húngaro, cristiana pero de origen judío. Grandes aficionados a la música, por su casa de Viena pasaban músicos como Mahler y otros grandes. Su hermano mayor Paul Wittgenstein se convirtió en un concertista de piano de fama mundial; tanto es así que siguió dando conciertos tras haber perdido el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial, lo que motivó que Ravel compusiera para él el Concierto para piano para mano izquierda.

En la Escuela Secundaria, Ludwig tuvo como compañero a un niño que se llamaba… Adolf Hitler y así aparecen en una foto para el anuario escolar de 1901. La escritora Kimberley Cornish mantiene que Ludwig es el niño judío al que Hitler se refiere en su libro Mein Kampf (Mi lucha).
Empezó a estudiar ingeniería; primero en Berlín y luego en Manchester y allí tras leer el Principia Mathematica de Bertrand Russell decidió cambiar la ingeniería por la filosofía y se trasladó a Cambridge en donde gozó de la amistad de John Maynard Keynes y el matemático Frank Ransey.
En Cambridge se convirtió en profesor  bajo la tutela del maestro Russell que presidió el tribunal que aprobó su tesis doctoral y prologó su principal obra Tractatus logico-philosophicus y con quien tuvo encuentros y desencuentros intelectuales. En 1919 dejó la filosofía, volvió a Viena y tras obtener el título en una Escuela de Magisterio local trabajó de maestro de escuelas rurales de primaria en la Baja Sajonia. En aquel tiempo ya había renunciado a su opulenta herencia. Volvió posteriormente a Cambridge a enseñar y allí fue donde le encontró el cáncer del que no quiso tratamiento alguno. Y allí murió; mientras trabajaba en un manuscrito que la heredera de sus trabajos, Elizabeth Anscombe publicó a título póstumo bajo el título Sobre la certeza. Se dice que sus últimas palabras (dirigidas a esta persona) fueron: “Diles que mi vida fue maravillosa”. A mí, no me cabe ninguna duda. Y sigo sabiendo tan poco de su filosofía pero un poquito más de su vida. Y ustedes, quizás también.

Román Rubio
Octubre 2016

lunes, 24 de octubre de 2016

EL BANCO MALO DE LAS PALABRAS

EL BANCO MALO DE LAS PALABRAS











Lo dijo Juncker el otro día: “Europa debe defender sus intereses industriales, necesitamos instrumentos de defensa” -refiriéndose al hecho de que los EEUU cargan unos aranceles del 256% al acero chino mientras los europeos “solo” el 25%- lo que  pone de los nervios entre otros a los valones, que están hasta los otros balones de que les cierren las fábricas y se las lleven al Lejano Este. O algo así. No me hagan mucho caso porque no estoy muy puesto en el asunto. Y continúa Juncker: ”Es importante distinguir entre protección y proteccionismo, pero hay que buscar formas de proteger nuestros intereses”. Se dan cuenta del mensaje, ¿no? Para usted y para mí, las dos cosas significan lo mismo: que hay que imponer aranceles a ciertos productos que vienen de otros lugares o limitar la importación para poder mantener los empleos de aquí. Pero el asunto es que el luxemburgués es un liberal y como tal tiene terminantemente prohibido usar la palabra “proteccionismo” que es anatema en la biblia de los liberales. Por lo tanto puedo aumentar los aranceles de productos extranjeros para “proteger” la industria europea pero no puedo aumentarlos en la misma cuantía como medida “proteccionista”. Me entienden, ¿verdad?

Al leer la noticia me vino la idea: hay que crear un banco malo de las palabras de la misma manera que se creó uno ad hoc en el que reunir a todos los activos tóxicos de la banca. ¿Que tiene usted una deuda incobrable o un solar que nadie quiere y que en su día se valoró por una ridículamente enorme e impagable cantidad? Pues no se preocupe: al banco malo. Lo mismo podemos hacer con las palabras. Lo inauguraremos con “proteccionismo” (hachazo a la economía de mercado). No se preocupe. Si hay que poner aranceles, les llamamos protección y a otra cosa.
Tengo otra para el banco malo: nacionalista. Todos sabemos que significa lo mismo que patriota. Agustina de Aragón, Daoiz y Velarde, Juana de Arco… no eran nacionalistas, ¡qué va! Eran patriotas como El Palleter. De modo que si nos referimos asuntos de exclusión de los demás, demarcación de diferencias con el forastero, construcción de muros ideológicos, lingüísticos y de hormigón, recelos del vecino, xenofobia y/o paternalismo le llamamos nacionalista y lo enviamos al banco malo. Si aludimos al hecho de sacrificio desinteresado y valiente por el bien común, amor por los tuyos más allá del entorno familiar y de clan le damos el apelativo de patriota y asunto concluido. El hecho de que tipos como Mas, Junqueras o el mismo Pujol sean patriotas o nacionalistas según de qué lado del Ebro se les mire no deja de ser una menudencia que no va a estropear nuestro argumento. Además eso ya se vivió con aquello de los Comuneros en Castilla y las Germanías en Valencia.

Hay estadistas que ejercen con solvencia su papel de liderazgo pero cuando no nos conviene lo que dicen, al liderazgo le llamamos populismo. ¿Churchill?, ¿De Gaule? Líderes. ¿Castro, Maduro? Populistas. El hecho de que todos ellos digan al pueblo lo que este quiere oír (De Gaulle convenció a los franceses de que todos habían sido de la Resistencia, que ya es convencer) parece que no es suficiente para hacerlos líderes. Si no nos conviene, al liderazgo le llamamos populismo, tiramos la palabra al banco de los activos tóxicos y aquí paz y después gloria.

La alcaldesa de mi ciudad (me resisto a despojarla del título tras tantos años) acostumbraba a alojarse en hoteles de 500 pavos la noche -por supuesto, para representar dignamente al pueblo valenciano-. ¿Por qué si no? ¡Con lo bien que dicen que se está en los Hostels! Para ella era dignidad lo que otros veíamos como despilfarro y abogábamos por tener unos gobernantes que aplicaran modestia en la gestión. La alcaldesa nos previno en cambio contra la cutrería que viene. De modo que rescatamos dignidad y modestia para el diccionario bueno y mandamos al infierno del librucho despilfarro y cutrería y nos alojamos donde nos da la gana con el dinero del contribuyente.
Si es usted progresista –y hasta si es conservador- aún guarda usted cierta dignidad, que se encargarán sus rivales y enemigos de socavarla con los términos facha y progre, o aún peor, perroflauta o fascista. En un pueblo de pobres como era en el que me crié gustábamos de llamarnos modestos y a los que tenían una posición desahogada, ricos o ricachones. A veces es conveniente saber decir no, o eso dicen las páginas de psicología y autoayuda de los magazines: a esto se le llama ser asertivo, que está muy bien y que es lo  mismo que ser borde pero en bueno, aunque Zapatero se pasaba de bueno a buenista, palabra que no está en el diccionario pero sí en el  banco malo. El tardofranquismo en el que me crié era una sociedad paternalista a la que muchos gustaba de llamarle paternal y protectora (que no proteccionista) en la que la raya entre la libertad y el libertinaje estaba siempre en boca de curas, maestros, medios de comunicación y público en general. Era libertinaje no ir a misa los domingos, esconderse para no besar la mano del cura, ver imágenes de chicas en bikini, pedir mejora salarial, cuestionarse la autoridad del Gobernador Civil con bigotito y, por supuesto, pedir elecciones. Como para Mariano, que está harto, el pobre.

Román Rubio
Octubre 2016

viernes, 21 de octubre de 2016

BREXIT. ¿Masculino o femenino?

BREXIT. ¿MASCULINO O FEMENINO?













England made me.

Los europeos pueden haberse puesto de acuerdo en dejar a Reino Unido Unido salir de la UE pero hay un punto en que aún no se han puesto de acuerdo del todo: ¿es Brexit masculino o femenino?

En francés, la salida británica de la Unión es conocida como le Brexit –aún pendiente de la decisión regulatoria de la Académie Française- bien sea por el hecho de que las palabras nuevas en esa lengua son casi invariablemente masculinas o porque los nombres terminados en “t” mayormente lo son (salvo unas pocas excepciones la nuit, la forêt, la plupart).

Alemania también parece, principalmente, haber decidido que der Brexit es masculino, lo que puede parecer extraño ya que algunos sustantivos alemanes acabados en “it” (das Fazit, que significa conclusión o das Dinamyt, dinamita) no son ni masculinos ni femeninos sino neutros.
Pero como sabe cualquier estudiante de alemán, lo que hace que un nombre sea masculino, femenino o neutro está menos claro que en las lenguas latinas. Der Brexit puede estar inspirado –quizás de manera precipitada- por el masculino der Profit, o más probable aún por el hecho de que la palabra alemana para salida, der Austritt, sea masculina.

España también se ha inclinado por “el” Brexit que como la mayoría de préstamos lingüísticos en español se convierten en palabras masculinas de manera automática. Ello se debe a que raramente terminan en “o” (generalmente masculino) o “a” (por lo general femenino) como la mayoría de los nombres españoles y puestos a elegir, tratándose de un país latino, optan por el masculino.

Italia, hasta ahora al menos, se resiste a la tendencia y su autoridad lingüística, la Accademia della Crusca, ha publicado una argumentación fabulosamente extensa para explicar los motivos. En el debate de si los italianos deberían decir simplemente Brexit (sin artículo precedente), il Brexit o la Brexit, la academia se posiciona firmemente por lo último.
“Parece preferible hacer Brexit femenino”, dice la Academia, “ya que etimológicamente, el componente exit se corresponde con el término italiano ‘uscita’”, que es femenino. Además, añade, usar un artículo precedente es consistente con la incorporación de otros préstamos que describen “eventos reales o hipotéticos…indicadores de escenarios complejos”, tales como la perestroika o il global warming.

Como la mayoría de las cosas en Europa, una vez alcanzado el acuerdo entre Francia y Alemania acabará imponiéndose este en la guerra del género del Brexit tal y como vaticinó el ex Ministro Laborista para Europa Denis MacShane en un tuit.  Reino Unido, por su parte, ahondará sin duda en su desunión una vez se inicie la verdadera batalla del Brexit.

Adaptado de THE GUARDIAN    19-10-2016  
 Europe's first ruling on Brexit: it's masculine, unless you're Italian

Román Rubio
Octubre 2016

miércoles, 19 de octubre de 2016

¡SOCORRO! Me aburro

¡SOCORRO! Me aburro













¡Yo nunca me aburro! Dicen algunos. Parece que hay personas que nunca se aburren. Yo, tengo que decir, sí me aburro. No mucho y no siempre pero me aburro y soy incapaz de determinar si los demás se aburren tanto como yo (o más) y lo disimulan (está mal visto decir que uno se aburre en esta sociedad de ganadores y personas felices) o es cierto que no se aburren jamás como les gusta proclamar. Y si esto es así, quisiera saber si su continuo alborozo viene motivado  por ignorancia o por sabiduría. Sabemos que el necio no se aburre. La simpleza del imbécil hace que ni se lo plantee. Bastante distracción hay con ver las moscas volar. Ya lo decía Sócrates refiriéndose al aburrimiento o algo por el estilo: “Es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho”, pensamiento que el utilitarista y hedonista inglés Stuart Mill matizó con aquello de “mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho y si el necio o el cerdo no lo ven así es porque sólo conocen un lado de la cuestión”. Está clara la posición del necio ante el aburrimiento ya que es capaz de ver tan poco que con ello se conforma, pero, ¿y el sabio? ¿Puede este prescindir del aburrimiento a pesar de tener sus neuronas perfectamente engrasadas con abundante colesterol?

¿Qué tiene el aburrimiento que unos lo padecen de forma persistente y hasta severa y otros lo desconocen? De quienes dicen no aburrirse nunca, algunos parecen decir la verdad, en cambio otros tenemos que estar permanentemente luchando contra el tedio y en ocasiones, con éxito limitado. Aburre el viaje por lo fatigoso y también el quedarse en casa, aburre en ocasiones la actividad laboral cotidiana por lo repetitiva, aburre el ocioso descanso del que no está cansado y aburre, sobre todo, el hecho de tener que buscar actividad como antídoto al aburrimiento.

Y ahí hay verdaderos maestros. La medicina clásica contra el aburrimiento recetada por tantos y tantos amigos a este incauto jubilado que escribe es la búsqueda de actividad, sin tener en cuenta que no es la actividad sino el interés -la pasión- que despierta lo que cuenta “¿Por qué no te apuntas a clases de baile? ¿O a un club de lectura? ¿Y a una ONG? ¿O a inglés quizás? ¿Y por qué no a un coro? ¿Y a clarinete? ¿Por qué no te inscribes en los viajes del Imserso? ¿Y a pintura?” Pues bien, no me apunto a clases de baile porque no me gusta bailar. O mejor: depende el momento y la compañía; lo que no estoy dispuesto es a ir dos días a las 7 a que una periquita en mallas o un cubanito semidesnudo me marque a mí y a otros infelices como yo: “un dos, vuelta”; “tres, cuatro, demi-plié”. El club de lectura lo desestimo por lo mismo que detestaba las reuniones con mis colegas: Me huele que la gente va a escucharse y a que los demás alaben su verborreica mediocridad. El inglés no es una opción para alguien que ha enseñado esa lengua durante su larga vida laboral. En cuanto al clarinete, ¡hombre, no estaría mal! Si no fuera por la molestia que puede ocasionar a quienes viven en la finca y en mi propia casa los repetitivos ejercicios de un inepto. En cuanto a los viajes del Imserso te los dejo para ti; no quiero viajar con viejos; no quiero saber nada de apartheids;  ni raciales ni de sexo ni de edad -sólo quiero pertenecer a clubes que admitan a jóvenes, mujeres, musulmanes, homosexuales y hasta perros (pocos)-. En cuanto a la ONG lo dejaremos para quien tenga vocación de entrega a los demás. Lo siento. Admiro a las personas que lo hacen pero no soy de quienes se sacrifica por desconocidos más allá de la aportación económica voluntaria.

Y con este panorama tengo que reconocer que el abanico de las distracciones se va estrechando quedando casi exclusivamente reducido a la práctica del dominó y la confesión, cosas que tampoco practico con asiduidad, la primera por sosa –y falta de personas que quieran compartir tiempo con un cenizo como yo- y la segunda porque no me da la gana contar a nadie mis pecadillos. De modo que, producto del aburrimiento, sale este artículo. Menos mal que queda la escritura.  
        
Y por buscar compañeros de juerga me referiré a dos grandes hombres que confesaron su aburrimiento en el momento más crítico de su existencia, en el que no se miente, el momento antes de morir. Las últimas palabras de Winston Churchill, el hombre que lo había sido todo en la Historia del siglo XX  antes de morir fueron (según testigos) “I’m so bored with it all” (estoy tan aburrido de todo). Momentos después entró en coma del que no se despertó. Otro inglés, St John Philby, el arabista y aventurero padre del mayor espía de la Guerra Fría, Kim Philby pronunció también como últimas palabras la frase “God, I’m bored” (Dios, que aburrido estoy) sintiéndos indispuesto tras haber comido y bebido con la legación diplomática británica en Beirut y haber seducido a todos con sus chascarrillos y anécdotas.  Y sin más se murió.  
           
Así es la vida. Lo dijo Shopenhauer: “La vida humana oscila como un péndulo del sufrimiento al aburrimiento” Y yo, como ya he tenido un rato de lo uno me pongo a leer algo de La Nausea de Sartre a ver si tengo un rato de lo otro.

Román Rubio
Octubre 2016                                                            

miércoles, 12 de octubre de 2016

¡SOCORRO! Me jubilo

¡SOCORRO! Me jubilo




https://www.amazon.es/dp/1537233335



Acabo de publicar el libro ¡SOCORRO! Me jubilo, de momento sólo disponible en Amazon, en versión papel (10.56€) y en kindle (3.51€)

Imprescindible —o casi—  para todo aquel que se haya enfrentado recientemente o lo vaya a hacer en una fecha próxima al reto de la jubilación. Tras una vida laboral de más de 35 años como Profesor de Instituto y Asociado de Máster en la Universidad de Valencia ofrezco  el balance y las reflexiones mi primer año y medio de jubilado, tratando con rigor no desprovisto de humor las peculiares relaciones del jubilado con áreas como la salud, la competencia cognitiva, el dinero y la felicidad, la generosidad y la usura, la temida (y en cierto sentido liberadora) desvinculación social -con sus pequeñas recompensas y tributos- y la necesidad de reinvención, ilustrado todo ello con ejemplos tanto de mi propia experiencia como traídos del mundo literario e histórico y de conocidos personajes de la actualidad.


Que tengáis (aquellos que así lo decidáis) una agradable y provechosa lectura.

Román Rubio
Octubre 2016

sábado, 8 de octubre de 2016

CUALQUIER LÍDER PASADO FUE MEJOR

CUALQUIER LÍDER PASADO FUE MEJOR















Ya no hay líderes como los de antes entre nuestros políticos, se escucha en las tertulias radiofónicas, en los comentarios de los bares y los chascarrillos de Internet;  que éstos de ahora son unos inútiles, que Albert, Pablo, Susana, Mariano, Pedro y los demás son unos enanos políticos en tanto que los líderes de antaño sí que eran capaces de  sacarnos con sus iniciativas audaces y mentes preclaras de cualquier atolladero. Patrañas. Bienaventurado el país que no necesita líderes, son estos los que mejor funcionan. No recuerdo el nombre de ningún político sueco después de Oloff Palme. Ni finlandés. Sí recuerdo, en cambio, grandes líderes llamados Franco, Hitler, Stalin, Chávez y Castro. También líderes democráticos como Churchill o De Gaulle. Quizás Mitterrand tuvo el aura, aunque nunca he sabido si en realidad no se trataba de un barniz de hermetismo alimentado por puro cinismo.

¿Recuerdan a Suárez? Sí, hombre, sí: ¡ese gigante de la política tan bueno y  tan capaz devastado al final por el Alzheimer que se  paseó por el jardín de su casa con el brazo amigable de Juan Carlos sobre sus hombros y que ha dado nombre al aeropuerto de Madrid-Barajas! Pues bien, ese “enorme”  estadista fue el político más vituperado de la historia democrática de España. Guerra, rival político, le bautizó como Tahúr del Mississipi y uno de sus comilitones, un tiburón de la derecha le ninguneaba con la afirmación de que “había leído menos libros de los que él (el tiburón) había escrito”. Este era  el crédito que le otorgaban en su tiempo al hoy alabado estadista, los suyos y los contrarios. Su descrédito era tal que en una ocasión que le vi en mi ciudad a propósito de la celebración del Desfile de la Victoria el abucheo que le dedicó el pueblo fue atronador,  por lo unánime. Unos, bajo el grito de “Viva la Guardia Civil” nunca le perdonaron que accediera a la legalización del Partido Comunista y otros no dejaron jamás de llamarle facha porque había sido cuadro del Movimiento. (¡Ay, esa generosa España mostrándose en estado puro, con toda la ira de que es capaz…!)

¿Y los otros gigantes de la Transición? Carrillo era odiado por media España y un cuarto que nunca le perdonó su papel en la Cruzada Nacional y a Fraga se le odiaba por todo lo demás: por su soberbia, porque la calle fue suya, porque la tele también y la prensa y toda la propaganda del franquismo que había controlado en su etapa de Ministro de Franco. En cuanto a Isidoro, la otra pata de la mesa, ya ven en que ha evolucionado. El líder, si tiene madera, mejora con el tiempo y, para bien o para mal, se convierte en una institución nacional y no en un pedazo de carne fofa desplazándose en primera clase rumbo a Sudamérica entre Consejo y Consejo de Administración. Esos eran, para los españoles, los grandes líderes de la Transición. Esos y un rey cazador, campechano y mujeriego que había leído un número de libros similar al Presidente Suárez.
Algunos miran hacia atrás y no conformes con restregarnos los ídolos de la Transición recurren a la República y traen a colación a Azaña y otros. Bien, Azaña fue un tipo honesto, de eso no hay duda. Era lúcido, culto y sabía hacer discursos sin apunte alguno: en el Ateneo, en las Cortes y dónde fuera. Además escribía libros. No tantos (en proporción) como Cassano, el exjugador italiano del Real Madrid, que se jactaba de haber escrito más libros de los que había leído en su vida (había escrito dos, uno de ellos de aforismos), pero Azaña los escribía. Y bastante buenos. ¿Y era querido? Pues, no tanto. A pesar de invocar en esta España de cara de perro a la Paz, Piedad y Perdón, o quizás por ello mismo, “su cultura, su racionalidad y su sensibilidad estética le acreditan como protagonista para selectas minorías (…) Le criticaron siempre las derechas, tachándole de revolucionario, anticlerical e intransigente. Para las izquierdas no dejó de ser un burgués liberal, legalista y utópico…” según Juan Salabert, prologuista de su obra Memorias políticas y de guerra. ¿A que les suena la historia?

Hay quien mira afuera y traen  a colación a Churchill (el Bulldog Británico), que viene a ser una versión belicosa de nuestro Azaña, por cuanto tuvo de inspirador del pueblo británico y conductor de la victoria aliada sobre Hitler. Nada que objetar. Tuvo el temple, desde el primer momento de la guerra de no aceptar, no ya la derrota, sino ni siquiera el armisticio. Para él fue la victoria o nada. Y acertó. Enhorabuena. También obtuvo el Premio Nobel de literatura aunque, a decir verdad, también  lo ganó Echegaray  y ¿quién se acuerda hoy?  En cambio, nunca se le dio a Borges a pesar del clamor. El gran Churchill (que tanto decía amar a su pueblo) no supo ver, por contra, la necesidad  de un servicio médico y una educación para todos y tuvo que venir un mediocre, un hombre menor en el Olimpo de los líderes, Clement Attlee, para conceder la gracia al pueblo británico de médico y maestro. Para que vean.
De modo que, cuando oigan aquello de la excelencia de los líderes de antaño pónganlo en duda. Y si están muy seguros de que fueron más y mejores díganme quiénes y por qué. No valen Gandhi y Mandela (sólo españoles). Pueden usar la sección de comentarios de este mismo blog o la página de Facebook de este humilde servidor. Yo trataré de rebatírselo.


Román Rubio
Octubre 2016 

martes, 4 de octubre de 2016

COLESTEROL DEL MALO

COLESTEROL DEL MALO













Acabo de recoger un análisis de sangre y estaba todo en orden. Bueno, menos el colesterol que estaba por las nubes. No voy a decir la cifra, pero era alta, muy alta; lo suficientemente alta como para que si  la lleváramos todos escrita en la frente los niños correrían asustados a refugiarse en el regazo de sus madres al verme y la chica de la panadería se pondría los guantes para coger las monedas del pan por miedo al contagio. Mi médico reaccionó de la manera previsible: recetándome las consabidas estatinas y yo, Don Erre que Erre, reaccioné también de manera previsible: negándome a tomarlas.

De inmediato le recité los efectos secundarios de la dichosa pastillita del colesterol, que como ustedes saben o deberían saber son:
Potenciación del deterioro cognitivo -pérdida de memoria-, debilitamiento y atonía muscular,  inhibición del deseo sexual, potenciación de pensamientos depresivos, pérdida de interés por las cosas y tristeza mórbida, desregulación del azúcar en la sangre y de la tensión arterial… Es decir, la decrepitud. ¿Quiere usted ser un prototipo de viejo: depresivo, olvidadizo, con dolores musculares, inapetencia sexual y con el azúcar alto? Pues tómese la pastillita del colesterol. Eso sí, le garantizamos que tendrá unas arterias tan limpias como cañerías con CocaCola.

Ocurre que los estudios del colesterol y sus maldades es (como casi todo lo demás) cosa de anglosajones, mayormente americanos. Por allá por mitad del siglo pasado empezaron a proliferar estudios que relacionaban el colesterol con los accidentes cardiovasculares. Y la cosa funcionaba. Los países que comían grasas y carnes rojas (EEUU, Reino Unido…) tenían mayor incidencia de problemas arteriales que otros como Japón, en que se comía más verdura, pescado y menos fritos. Todo cuadraba. Hasta que les dio por comparar los resultados con un país que estaba por allí llamado Francia. Resulta que los irreductibles galos se desayunaban con mantequilla y croissants, eran grandes consumidores de carnes rojas, embutidos y patés, gustaban de acabar las comidas con una rica tabla de quesos, gozaban de una esperanza de vida de las más altas del mundo y tenían una incidencia de incidentes cardiovasculares mucho menor que yanquis y británicos. ¡Tenían que ser los franceses! Otra vez los malditos gabachos, que se empeñan en llevar la contraria en todo. Como no tenían modo de explicarlo, a esto le llamaron “La paradoja francesa”. ¡Qué bien suena!: “La paradoja francesa”. Se llena la boca al pronunciarlo como a Xavi Castillo cuando dice “Alcoy”. Pronto, un avispado investigador, no sabiendo a qué atribuirlo cazó al vuelo una  razón que pasaba por allí: se debe al vino. Es porque los franceses beben vino tinto y bla bla bla. Podía haber dicho que se debía a  que comían  caracoles. O ancas de rana. ¡Estos froggies!

Lo cierto es que la “mayoría” de mis familiares, amigos y conocidos, más o menos de mi edad están fuera de los parámetros normales (por encima de 200) y toman las dichosas estatinas. Y esto es una contradicción. La mayoría –estadísticamente- no puede estar  fuera de la normalidad sino dentro de ella porque en caso contrario  deja de ser “normalidad” al contrario que la “excepcionalidad” que la cumplen unos pocos, una minoría.
                       
Así lo formuló Gauss en 1835 y así lo acepta la estadística y el sentido común. Veamos: si usted es hombre y mide 1.72 estará en la normalidad, es decir, en la parte central de la llamada campana de Gauss, junto con el 68.2% de la población. Si usted tiene la estatura de Danny DeVito o Alfonso Rus se encontrará en el 15.8% que se explica en la parte izquierda de la curva, el territorio de los bajitos, fuera del grueso de la campana. Y si es tan alto como Gasol también estará fuera de la panza de la campana y por tanto de la normalidad, ahora por la parte derecha, la de los altos. Está claro, ¿no?


Pues bien: ¿Qué clase de normalidad quieren imponer los proxenetas del colesterol en el que el 70% o más de los adultos de cierta edad quedan fuera de la curva de Gauss? ¿Qué clase de curva es esa?

Ese interesante duelo libramos mi médico y yo el otro día. Al final, me miró como el cirujano que mira al cadáver sobre la mesa de operaciones y quitándose los guantes dice: “Hicimos lo que pudimos” Yo, por mi parte…“calé el chapeo, miré al soslayo, fuime y no hubo nada”. De modo que ya saben: si un día ven súbitamente interrumpido el flujo de artículos en este blog es que los investigadores americanos, la industria farmacéutica y mi médico tenían razón. Si por el contrario ven vida continuada en el blog, la razón está (como en Casablanca) del lado de La Marsellesa, de Gauss, de los callos con chorizo, de Don Erre que Erre y del sentido común. Aquí nos la jugamos.


Román Rubio
Octubre 2017



domingo, 2 de octubre de 2016

AL ALBA, AL ALBA

AL ALBA, AL ALBA












La penúltima del execrable Trump ha sido un intercambio de golpes vía Twitter sobre Alicia Machado, venezolana, ex Miss Universo, que obtuvo hace poco la nacionalidad estadounidense y ha mostrado su apoyo a la candidata demócrata. El magnate tuiteó: “¿Ayudó la corrupta Clinton a la asquerosa Alicia M. (comprueben una cinta sexual de su pasado) a convertirse en una ciudadana estadounidense para poder usarla en el debate?” ¿Y qué hay de particular -dirán ustedes- en otro acto difamatorio de un mentecato que hace de Jesús Gil (q.e.p.d.)  un sesudo intelectual? Lo que me resultó llamativo fue que el tuit fue  emitido a las 5.30 de la mañana, hora local, la hora del buen dormir para los que somos limpios de corazón y sanos de testa. Sorprendida también por lo intempestivo del momento, Hillary le contestó (supongo que ya amanecido): “¿Qué tipo de hombre se queda levantado toda la noche para difamar a una mujer con mentiras y teorías conspirativas?”.
Pero no sólo el hombre del escultórico flequillo vela las armas a horas tan tempranas. Según he leído por aquí y por allá hay una tendencia entre muchos líderes de la vida pública y corporativa estadounidense a  iniciar la jornada mucho antes de salir el sol, influenciados o no por el exitoso libro “The Miracle Morning” (El milagro de la mañana, en español) de Hal Elrod. Veamos algunos ejemplos:

Ivanka Trump, la hija de Donald dice levantarse a las 5.30 (curiosamente a la misma hora que su padre dedica a tuitear; Uy, uy, uy…) para así hacer una hora y media de meditación, lectura y algo de deporte. ¿Qué hace el resto del día? Ni idea. Ana Wintour, de 63 años, editora jefe de Vogue se levanta aún algo más temprano: a las 5.00 y, tras hacer algo de deporte –tenis, confiesa- (cómo encuentra partenair a esas horas no deja de ser un misterio) pasa una larga sesión con su estilista personal para estar sentada en su oficina a las 8:00. Bob Iger, Director Ejecutivo de Disney, dice levantarse a las 4.30 e Indra Nooy, de Pepsi, a las 4.00 (aún así no logra adelantar a CocaCola). Sergio Marchionne, presidente de Fiat-Chrysler asegura saltar de la cama a las 3.30 y eso que es italiano. Lo han oído bien. A las 3,30, que es la hora en la que tipos como usted y yo estamos cogiendo el buen sueño. Dan Lee –Director General de NextDesk, un gigante americano del mueble de oficina- se levanta también a las 3,30, se bebe dos litros de agua y se toma dos tazas de café. ¿Han probado ustedes a beberse un vaso de agua nada más levantarse? Una vez lo hice y fue como si cayera una piedra en mi estómago, rebotara y se bajara al dedo gordo del pie.  Pues el tipo se bebe dos litros más dos cafés que, tratándose de América, serán algo así como cubo y medio (allí todo es mucho más grande). A continuación pasea al perro durante media hora (muy a su pesar -del perro, digo-) y a las 5.15 va al gimnasio (suponemos que al de su propia casa, pues ¿qué gimnasio está abierto a esa hora?) y de ese modo puede estar sentado en su oficina a las 7.15 para desesperación de sus empleados. Tim Cook, de Apple es otro madrugador: se levanta a las 3.45, revisa el correo, va al gimnasio, desayuna… Pero el que se lleva la palma de los madrugadores parece ser Jean Claude Biver de TAG Heuer que empieza el día a las 2.30, es decir, antes de que en mi país termine la película de Antena 3 con sus innumerables cortes publicitarios. Un despropósito.
¿Y en la Casa Blanca? ¿Qué hacen allí? Desconozco la rutina del Presidente, pero su mujer, Michele pertenece al club de los madrugadores. Dice levantarse a las 4.30. ¿Y se puede saber qué hace Michele levantada a las 4.30 aparte de perturbar el sueño de su marido con sus idas y venidas? Casi todos los madrugadores dicen aprovechar la tranquilidad de antes del alba para hacer ejercicio y “para meditar”, es decir, que lo más común es verles sentados en la postura del loto mirando a un punto fijo en la pared tratando de no pensar en nada y diciendo “Uuuuummmmm”; y me pregunto: ¿para eso tanto sacrificio? ¿Es que no pueden mirar a la pared y decir “Uuuummmm” a las, digamos, once de la mañana, que es una hora tan buena como cualquier otra y mucho más conveniente? Digo yo.

 Si las personas, sin estar obligadas a ello, claro está, se levantan en medio de la negra noche y meditan, hacen deporte, ordenan su agenda y contestan el correo antes de salir el sol: ¿Qué hacen el resto del día? ¡A ver, Michele! Intuyo que los quehaceres de una primera dama de los EEUU conlleva responsabilidades y una agenda muy completa. Me hago cargo de que te ocupas de elegir el menú (que diseñan y elaboran  otros) de la Casa Blanca, y que te ocupas del huerto de la residencia oficial (que cavan y abonan otros). Entiendo que entre las obligaciones tendrás que dar muchos discursos (que escriben otros) y agasajar a muchos invitados y visitantes (a quienes sirven otros). De modo que, querida Michele, ¿por qué eres tan avariciosa con el tiempo? Y sobre todo: ¿qué haces con el resto de las horas del día además de respirar?
La gente, por lo general, hace la compra, cocina su propia comida, trabaja su huerto y lleva su propia agenda e incluso  la de otros. Tienen tiempo para respirar y algunos hasta para decir “Uuuummmm” de cuando en cuando. Y se levantan cuando ya ha amanecido. Para que veas.

Román Rubio
Octubre 2016