martes, 4 de octubre de 2016

COLESTEROL DEL MALO

COLESTEROL DEL MALO













Acabo de recoger un análisis de sangre y estaba todo en orden. Bueno, menos el colesterol que estaba por las nubes. No voy a decir la cifra, pero era alta, muy alta; lo suficientemente alta como para que si  la lleváramos todos escrita en la frente los niños correrían asustados a refugiarse en el regazo de sus madres al verme y la chica de la panadería se pondría los guantes para coger las monedas del pan por miedo al contagio. Mi médico reaccionó de la manera previsible: recetándome las consabidas estatinas y yo, Don Erre que Erre, reaccioné también de manera previsible: negándome a tomarlas.

De inmediato le recité los efectos secundarios de la dichosa pastillita del colesterol, que como ustedes saben o deberían saber son:
Potenciación del deterioro cognitivo -pérdida de memoria-, debilitamiento y atonía muscular,  inhibición del deseo sexual, potenciación de pensamientos depresivos, pérdida de interés por las cosas y tristeza mórbida, desregulación del azúcar en la sangre y de la tensión arterial… Es decir, la decrepitud. ¿Quiere usted ser un prototipo de viejo: depresivo, olvidadizo, con dolores musculares, inapetencia sexual y con el azúcar alto? Pues tómese la pastillita del colesterol. Eso sí, le garantizamos que tendrá unas arterias tan limpias como cañerías con CocaCola.

Ocurre que los estudios del colesterol y sus maldades es (como casi todo lo demás) cosa de anglosajones, mayormente americanos. Por allá por mitad del siglo pasado empezaron a proliferar estudios que relacionaban el colesterol con los accidentes cardiovasculares. Y la cosa funcionaba. Los países que comían grasas y carnes rojas (EEUU, Reino Unido…) tenían mayor incidencia de problemas arteriales que otros como Japón, en que se comía más verdura, pescado y menos fritos. Todo cuadraba. Hasta que les dio por comparar los resultados con un país que estaba por allí llamado Francia. Resulta que los irreductibles galos se desayunaban con mantequilla y croissants, eran grandes consumidores de carnes rojas, embutidos y patés, gustaban de acabar las comidas con una rica tabla de quesos, gozaban de una esperanza de vida de las más altas del mundo y tenían una incidencia de incidentes cardiovasculares mucho menor que yanquis y británicos. ¡Tenían que ser los franceses! Otra vez los malditos gabachos, que se empeñan en llevar la contraria en todo. Como no tenían modo de explicarlo, a esto le llamaron “La paradoja francesa”. ¡Qué bien suena!: “La paradoja francesa”. Se llena la boca al pronunciarlo como a Xavi Castillo cuando dice “Alcoy”. Pronto, un avispado investigador, no sabiendo a qué atribuirlo cazó al vuelo una  razón que pasaba por allí: se debe al vino. Es porque los franceses beben vino tinto y bla bla bla. Podía haber dicho que se debía a  que comían  caracoles. O ancas de rana. ¡Estos froggies!

Lo cierto es que la “mayoría” de mis familiares, amigos y conocidos, más o menos de mi edad están fuera de los parámetros normales (por encima de 200) y toman las dichosas estatinas. Y esto es una contradicción. La mayoría –estadísticamente- no puede estar  fuera de la normalidad sino dentro de ella porque en caso contrario  deja de ser “normalidad” al contrario que la “excepcionalidad” que la cumplen unos pocos, una minoría.
                       
Así lo formuló Gauss en 1835 y así lo acepta la estadística y el sentido común. Veamos: si usted es hombre y mide 1.72 estará en la normalidad, es decir, en la parte central de la llamada campana de Gauss, junto con el 68.2% de la población. Si usted tiene la estatura de Danny DeVito o Alfonso Rus se encontrará en el 15.8% que se explica en la parte izquierda de la curva, el territorio de los bajitos, fuera del grueso de la campana. Y si es tan alto como Gasol también estará fuera de la panza de la campana y por tanto de la normalidad, ahora por la parte derecha, la de los altos. Está claro, ¿no?


Pues bien: ¿Qué clase de normalidad quieren imponer los proxenetas del colesterol en el que el 70% o más de los adultos de cierta edad quedan fuera de la curva de Gauss? ¿Qué clase de curva es esa?

Ese interesante duelo libramos mi médico y yo el otro día. Al final, me miró como el cirujano que mira al cadáver sobre la mesa de operaciones y quitándose los guantes dice: “Hicimos lo que pudimos” Yo, por mi parte…“calé el chapeo, miré al soslayo, fuime y no hubo nada”. De modo que ya saben: si un día ven súbitamente interrumpido el flujo de artículos en este blog es que los investigadores americanos, la industria farmacéutica y mi médico tenían razón. Si por el contrario ven vida continuada en el blog, la razón está (como en Casablanca) del lado de La Marsellesa, de Gauss, de los callos con chorizo, de Don Erre que Erre y del sentido común. Aquí nos la jugamos.


Román Rubio
Octubre 2017







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