CUALQUIER
LÍDER PASADO FUE MEJOR
Ya
no hay líderes como los de antes entre nuestros políticos, se escucha en las
tertulias radiofónicas, en los comentarios de los bares y los chascarrillos de
Internet; que éstos de ahora son unos
inútiles, que Albert, Pablo, Susana, Mariano, Pedro y los demás son unos enanos
políticos en tanto que los líderes de antaño sí que eran capaces de sacarnos con sus iniciativas audaces y mentes
preclaras de cualquier atolladero. Patrañas. Bienaventurado el país que no
necesita líderes, son estos los que mejor funcionan. No recuerdo el nombre de ningún
político sueco después de Oloff Palme. Ni finlandés. Sí recuerdo, en cambio,
grandes líderes llamados Franco, Hitler, Stalin, Chávez y Castro. También
líderes democráticos como Churchill o De Gaulle. Quizás Mitterrand tuvo el
aura, aunque nunca he sabido si en realidad no se trataba de un barniz de
hermetismo alimentado por puro cinismo.
¿Recuerdan
a Suárez? Sí, hombre, sí: ¡ese gigante de la política tan bueno y tan capaz devastado al final por el Alzheimer
que se paseó por el jardín de su casa
con el brazo amigable de Juan Carlos sobre sus hombros y que ha dado nombre al
aeropuerto de Madrid-Barajas! Pues bien, ese “enorme” estadista fue el político más vituperado de la
historia democrática de España. Guerra, rival político, le bautizó como Tahúr del Mississipi y uno de sus
comilitones, un tiburón de la derecha le ninguneaba con la afirmación de que
“había leído menos libros de los que él (el tiburón) había escrito”. Este era el crédito que le otorgaban en su tiempo al
hoy alabado estadista, los suyos y los contrarios. Su descrédito era tal que en
una ocasión que le vi en mi ciudad a propósito de la celebración del Desfile de
la Victoria el abucheo que le dedicó el pueblo fue atronador, por lo unánime. Unos, bajo el grito de “Viva
la Guardia Civil” nunca le perdonaron que accediera a la legalización del
Partido Comunista y otros no dejaron jamás de llamarle facha porque había sido
cuadro del Movimiento. (¡Ay, esa generosa España mostrándose en estado puro,
con toda la ira de que es capaz…!)
¿Y
los otros gigantes de la Transición? Carrillo era odiado por media España y un
cuarto que nunca le perdonó su papel en la Cruzada Nacional y a Fraga se le
odiaba por todo lo demás: por su soberbia, porque la calle fue suya, porque la
tele también y la prensa y toda la propaganda del franquismo que había controlado
en su etapa de Ministro de Franco. En cuanto a Isidoro, la otra pata de la
mesa, ya ven en que ha evolucionado. El líder, si tiene madera, mejora con el
tiempo y, para bien o para mal, se convierte en una institución nacional y no
en un pedazo de carne fofa desplazándose en primera clase rumbo a Sudamérica
entre Consejo y Consejo de Administración. Esos eran, para los españoles, los
grandes líderes de la Transición. Esos y un rey cazador, campechano y mujeriego
que había leído un número de libros similar al Presidente Suárez.
Algunos
miran hacia atrás y no conformes con restregarnos los ídolos de la Transición
recurren a la República y traen a colación a Azaña y otros. Bien, Azaña fue un
tipo honesto, de eso no hay duda. Era lúcido, culto y sabía hacer discursos sin
apunte alguno: en el Ateneo, en las Cortes y dónde fuera. Además escribía
libros. No tantos (en proporción) como Cassano, el exjugador italiano del Real
Madrid, que se jactaba de haber escrito más libros de los que había leído en su
vida (había escrito dos, uno de ellos de aforismos), pero Azaña los escribía. Y
bastante buenos. ¿Y era querido? Pues, no tanto. A pesar de invocar en esta
España de cara de perro a la Paz, Piedad y Perdón, o quizás por ello mismo, “su
cultura, su racionalidad y su sensibilidad estética le acreditan como
protagonista para selectas minorías (…) Le criticaron siempre las derechas,
tachándole de revolucionario, anticlerical e intransigente. Para las izquierdas
no dejó de ser un burgués liberal, legalista y utópico…” según Juan Salabert,
prologuista de su obra Memorias políticas
y de guerra. ¿A que les suena la historia?
Hay
quien mira afuera y traen a colación a Churchill
(el Bulldog Británico), que viene a ser una versión belicosa de nuestro Azaña,
por cuanto tuvo de inspirador del pueblo británico y conductor de la victoria
aliada sobre Hitler. Nada que objetar. Tuvo el temple, desde el primer momento
de la guerra de no aceptar, no ya la derrota, sino ni siquiera el armisticio.
Para él fue la victoria o nada. Y acertó. Enhorabuena. También obtuvo el Premio
Nobel de literatura aunque, a decir verdad, también lo ganó Echegaray y ¿quién se acuerda hoy? En cambio, nunca se le dio a Borges a pesar
del clamor. El gran Churchill (que tanto decía amar a su pueblo) no supo ver,
por contra, la necesidad de un servicio
médico y una educación para todos y tuvo que venir un mediocre, un hombre menor
en el Olimpo de los líderes, Clement Attlee, para conceder la gracia al pueblo
británico de médico y maestro. Para que vean.
De
modo que, cuando oigan aquello de la excelencia de los líderes de antaño
pónganlo en duda. Y si están muy seguros de que fueron más y mejores díganme
quiénes y por qué. No valen Gandhi y Mandela (sólo españoles). Pueden usar la
sección de comentarios de este mismo blog o la página de Facebook de este
humilde servidor. Yo trataré de rebatírselo.
Román
Rubio
Octubre
2016
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