miércoles, 29 de junio de 2022

SEGÚN HARVARD

 

SEGÚN HARVARD



Más que los periódicos, más que los blogs y más que Twitter, lo que más me gusta es seguir las noticias que me sirve Google cuando pongo en marcha la tablet. Como el Ser Omnisciente me conoce como si me hubiera parido (más, de hecho, pues a la que me parió nunca le confesé mis más abyectos anhelos) me proporciona una especie de popurrí de noticias inanes e intrascendentes en consonancia con la personalidad de quien esto escribe (por cierto, la palabra popurrí viene del francés pot pourri, nuestra olla podrida). Así, me salen noticias como la de Cómo adivinar si mi gato está deprimido, La forma más fácil de tratar los hongos de los pies, Los puntos débiles de una persona con baja autoestima y Las ampollas de Carlos Herrera en su enésimo Camino de Santiago. De manera curiosa, muchos de estos utilísimos consejos y admoniciones  vienen apostillados por un “según Harvard” que les da hondura e importancia. No sé si a ustedes les ocurre lo mismo. Probablemente no, porque entiendo que leen cosas de más sustancia en medios más serios que uno.

En mi última incursión a las noticias del pregonero de Palo Alto me he encontrado con Los mejores ejercicios para el abdomen a partir de los 60 años, según Harvard, por cortesía de El Confidencial, y Aleja el pincho de tortilla: cuatro alternativas más sanas que recomiendan los expertos de Harvard, por El Español. En este último, el experto nos ilustra con lecciones de alta tecnología de los alimentos, como que el gazpacho y los pistachos engordan menos y son más sanos que la tortilla.

Intrigado por los conocimientos del tal Harvard, que parece ostentar el patrimonio de la sabiduría, he tecleado en Google “según Harvard” y estos son los primeros resultados que aparecen:

-Las cinco mejores técnicas de estudio, según Harvard.

-Cómo mejorar la memoria, según Harvard.

-Seis claves para lograr la felicidad, según un estudio de la Universidad de Harvard.

-Según Harvard, este es el currículum perfecto en Linkedin.

-Según Harvard, el 60% de las reuniones no sirven.

--Estas son las únicas bebidas saludables, según Harvard.

En fin, abrumado por la ilustración de Harvard, que parece saberlo todo y ser americano,  he decidido hacer mi propio research.

El tal Harvard vive en Cambridge. No, no en Cambridge ese de Inglaterra, que hace la regata contra Oxford, ese lugar de tipos estirados y presumidos que hablan raro y no ven bien lo de llevar la gorra de beisbol en clase, no; sino el de Massachusetts, el que está a las afueras de Boston y tiene varios primos, que son tan sabiondos como él, pero algo menos famosos y no saben tanto sobre asuntos tan importantes para nosotros, como saber cuánto tiempo debo dejar solo al gato en casa sin ocasionarle daño psíquico ni cuáles son las seis rutinas para ser feliz.

Sus primos hermanos, todos viviendo en las cercanías, se llaman (por orden alfabético) Brown, Columbia, Cornell, Darmouth, Pensilvania, Yale y Princeton; todos ellos ricos, guapos y bien alimentados, con quienes el tal Harvard ha montado una liga deportiva que se la conoce como la Ivy League y da nombre al grupo, porque a todos les gusta tener hiedra en la fachada de sus casas (Ivy es hiedra, en inglés).

En fin, que si quieren saber de qué estoy hablando y desvelar más cosas del tal Harvard, interpelen al murciano aquel que ante las preguntas incómodas contestaba: “Y un gran pijo; el que quiera saber, que vaya a Salamanca como ha ido mi hijo”.

Pues eso, a Salamanca. O a Harvard; como quieran.

 

Román Rubio

Junio 2022



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miércoles, 22 de junio de 2022

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE LOPEZ

 

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE LOPEZ


Todos conocerán, aunque sea de oídas, la famosa obra de Oscar Wilde, La importancia de llamarse Ernesto, y muchos se preguntarán la razón de tan aparentemente absurdo título, en una obra a la que se considera un monumento a la trivialidad y que el mismo Wilde defiende diciendo: “deberíamos tratar las cosas triviales de la vida con seriedad y las cosas serias de la vida con sincera y estudiada trivialidad”. Puro Wilde. Vale que el protagonista (o uno de ellos, con el permiso de Algernon) se hace llamar Ernesto y que los nombres tienen cierto protagonismo en el andamiaje de la historia. Aún así…ningún editor o productor se atendría a mantener un título tan soso. A no ser, claro, que fuera inglés.

En esa lengua, el título, The Importance of Being Earnest, tiene múltiples lecturas, pues juega con los homófonos Ernest (Ernesto) y Earnest (serio, sincero, formal), de modo que, si nos atenemos a la pronunciación, lo podríamos entender tanto por La importancia de llamarse Ernesto como por La importancia de ser honesto, lo cual, considerando el tema de la obra adquiere un significado más que sofisticado.

En nuestra lengua, López es López (o Lopez, sin acento, para los del Bronx). No hay subterfugio ni doble sentido con el que se pueda jugar. No sabemos las connotaciones y sugerencias que el nombrecito pueda evocar en oídos ajenos a la lengua española. A nosotros, los apellidos acabados en “z” como López, Martínez o Gutierrez, nos suenan corrientes tirando a vulgar. Aún así, Jennifer, la que quizá sea la persona más popular del Bronx, mantiene su apellido con gallardía y dignidad.

El otro día, en una gala benéfica en los Ángeles, presentó a su hija Emme Muñiz, que la acompañó en el escenario, con lenguaje inclusivo. Según el diario digital en el que he leído la noticia, y cuyo nombre omito por pudor, la diva del Bronx comentó sobre su hija que:

“Elle esta muy ocupade, es reservade, me cuesta mucho cuando elle sale, pero vale cada centavo porque es mi socie directe favorite de todos los tiempos, así que si me permiten…”,

queriendo, de este modo, subrayar el género no binario de la hija de 14 años.

Claro, que la alocución se produjo en inglés, como es natural, dado el contexto y la naturaleza de sus protagonistas, y las expresiones “elle”, “ocupade”, etc., no se produjeron.

En inglés, los participios/adjetivos como “ocupado”, “cansado” o “aburrido” no admiten formas de femenino o plural, al modo de “cansada”, “cansados”, “aburrida”, “aburridas”, etc. Para ellos todo es tired o bored, de modo que solucionan lo del lenguaje inclusivo cambiando únicamente el pronombre, sustituyendo las referencias de “he” (él) o “she” (ella) por  “they” (ellos), lo que no hace sino aumentar la confusión. En realidad, la alocución de la Lopez se produjo así:

"So this is a very special occasion, because they’re very, very busy and booked and pricey. They cost me when they come out, but they’re worth every single penny because they’re my favorite duet partner of all time. So if you would indulge me."

Lo que, traducido de manera literal, quedaría algo así como: Es una ocasión muy especial porque “ellos” están muy, muy ocupados, con muchos compromisos y son costosos de conseguir, pero valen cada centavo porque son mis compañeros de dúo favoritos, de modo que si me permiten…

Ya ven, cuando habla de “ellos” solo habla de su propia encantadora hija de 14 años, aunque parezca que se refiera al Regimiento de Regulares de Melilla.

Hay que ver, lo que se pierde en la traducción. O lo que se gana, que no lo tengo claro.

 

Román Rubio

Junio 2020


viernes, 17 de junio de 2022

POZZUOLI

 

POZZUOLI


Normalmente, cuando voy de viaje a una ciudad (lo que se llama “escapada urbana”), suelo buscar un sitio fuera de la población, accesible con transporte público, para pasar unas horas y desintoxicar la mirada y el espíritu del ajetreo urbano, el exceso de paisaje reconocible, de museos y monumentos y, sobre todo, de turistas.

Cuando alguien va a Paris le recomiendo que vayan a visitar el Parque y el Castillo de Sceaux, que está en la banlieu rica del sur, cerca de Orly y Versalles, (nadie me hace caso, con el argumento de que van pocos días; ¡allá ellos!) En Londres trato de ir un día a vaguear por Greenwich o, aún mejor, por Kew Gardens, a la orilla de un Támesis reconocible por la regata Oxford-Cambridge, en donde puede uno pasear por un estupendo jardín botánico y visitar el pueblo de Chiswick y su famosa casa paladiana. En Copenhague, Dyrehaven (el parque de los ciervos) es una buena opción para hacerse un paseo en bici entre cérvidos que pacen tranquilamente en los claros del bosque; y en Oslo, el mismo metro te lleva a la espesura del bosque junto al lago. Todo por salirse de los pasos de las masas de turistas.

Hace poco he visitado Nápoles, y harto de Pompeyas y Capris y sus manadas de turistas decidí el último día tomar el metro e ir hasta la última parada en dirección contraria al Vesubio, a la localidad de Pozzuoli, en donde me encontré con la grata sorpresa de las ruinas de un mercado de la época romana y de un anfiteatro, bastante bien conservado, que resultó ser el tercero más grande de la época romana y en el que no había ni un solo turista. En la cercanía se encuentra también el lago Averno, que no visité por supersticioso, ya que allí situó Virgilio la entrada del infierno. También se encuentra el santuario de San Gennaro, patrón de la ciudad de Nápoles (con el permiso de Maradona), y donde se produce la supuesta licuefacción de la sangre del primero.

Aparte de las ruinas y unas fumarolas volcánicas activas, el lugar no tenía mucho de especial. Un pequeño puerto y un puñado de restaurantes donde se servía pescado, la mayoría de ellos cerrados por ser lunes. El pequeño puerto resultó ser el más importante de la península itálica en la época clásica, hasta que el Emperador Claudio decidió ampliar el de Ostia, por su cercanía a la capital del imperio, convirtiéndose en el rival.

Entre las historias del puerto de Pozzuoli (Puteoli en la época latina) destaca el de haber sido al que llegó san Pablo en su camino forzado (puesto que iba, si no preso, sí al menos “custodiado” por un centurión) a Roma en un largo y azaroso viaje en compañía de su cronista, Lucas, autor del Evangelio al que da nombre y del celebrado libro Hechos de los Apóstoles.

Pablo, que había nacido en Tarso y no había pisado nunca Roma, tenía la nacionalidad romana por descendencia probablemente de libertos, lo que le valió la protección del tribuno romano ante un intento de linchamiento por judíos practicantes que le acusaban de profanador del templo en Jerusalén por entrar a él en compañía de unos griegos infieles. La autoridad romana, como era costumbre en la época, lo envió al Sanedrin y allí, Pablo se defendió mucho mejor que lo hiciera Jesús; tanto que acabó enfrentando a los saduceos y filisteos que integraban el tribunal: los primeros no creían en la vida eterna y los segundos sí. A partir de ahí, estuvo retenido en Cesarea Marítima por el procurador del lugar, que finalmente lo envió a Roma para que defendiera su alegación ante un tribunal romano. Tras varios meses de viaje que incluye un naufragio en Malta y una escala en Siracusa, el apóstol y otros, custodiados por el centurión, llegaron al puerto de Puteoli, para ser acogido con agasajos por la comunidad cristiana del lugar durante una semana, antes de continuar el viaje a pie por la Vía Apia hacia Roma. Allí no estuvo preso, pero sí en custodia durante un par de años, lo que al parecer contribuyó y mucho a la expansión del cristianismo en la metrópoli.

Todas esas historias (o una parte de ellas, al menos; las otras las he consultado) me vinieron a la cabeza allí, mientras me comía una pizza Pescatore mirando al muelle.

Pregunté por Pablo y Lucas. Nadie parecía conocerlos. Allí son Gennaro y Diego los que llenan el cartel.


Román Rubio

Junio 2020