viernes, 17 de junio de 2022

POZZUOLI

 

POZZUOLI


Normalmente, cuando voy de viaje a una ciudad (lo que se llama “escapada urbana”), suelo buscar un sitio fuera de la población, accesible con transporte público, para pasar unas horas y desintoxicar la mirada y el espíritu del ajetreo urbano, el exceso de paisaje reconocible, de museos y monumentos y, sobre todo, de turistas.

Cuando alguien va a Paris le recomiendo que vayan a visitar el Parque y el Castillo de Sceaux, que está en la banlieu rica del sur, cerca de Orly y Versalles, (nadie me hace caso, con el argumento de que van pocos días; ¡allá ellos!) En Londres trato de ir un día a vaguear por Greenwich o, aún mejor, por Kew Gardens, a la orilla de un Támesis reconocible por la regata Oxford-Cambridge, en donde puede uno pasear por un estupendo jardín botánico y visitar el pueblo de Chiswick y su famosa casa paladiana. En Copenhague, Dyrehaven (el parque de los ciervos) es una buena opción para hacerse un paseo en bici entre cérvidos que pacen tranquilamente en los claros del bosque; y en Oslo, el mismo metro te lleva a la espesura del bosque junto al lago. Todo por salirse de los pasos de las masas de turistas.

Hace poco he visitado Nápoles, y harto de Pompeyas y Capris y sus manadas de turistas decidí el último día tomar el metro e ir hasta la última parada en dirección contraria al Vesubio, a la localidad de Pozzuoli, en donde me encontré con la grata sorpresa de las ruinas de un mercado de la época romana y de un anfiteatro, bastante bien conservado, que resultó ser el tercero más grande de la época romana y en el que no había ni un solo turista. En la cercanía se encuentra también el lago Averno, que no visité por supersticioso, ya que allí situó Virgilio la entrada del infierno. También se encuentra el santuario de San Gennaro, patrón de la ciudad de Nápoles (con el permiso de Maradona), y donde se produce la supuesta licuefacción de la sangre del primero.

Aparte de las ruinas y unas fumarolas volcánicas activas, el lugar no tenía mucho de especial. Un pequeño puerto y un puñado de restaurantes donde se servía pescado, la mayoría de ellos cerrados por ser lunes. El pequeño puerto resultó ser el más importante de la península itálica en la época clásica, hasta que el Emperador Claudio decidió ampliar el de Ostia, por su cercanía a la capital del imperio, convirtiéndose en el rival.

Entre las historias del puerto de Pozzuoli (Puteoli en la época latina) destaca el de haber sido al que llegó san Pablo en su camino forzado (puesto que iba, si no preso, sí al menos “custodiado” por un centurión) a Roma en un largo y azaroso viaje en compañía de su cronista, Lucas, autor del Evangelio al que da nombre y del celebrado libro Hechos de los Apóstoles.

Pablo, que había nacido en Tarso y no había pisado nunca Roma, tenía la nacionalidad romana por descendencia probablemente de libertos, lo que le valió la protección del tribuno romano ante un intento de linchamiento por judíos practicantes que le acusaban de profanador del templo en Jerusalén por entrar a él en compañía de unos griegos infieles. La autoridad romana, como era costumbre en la época, lo envió al Sanedrin y allí, Pablo se defendió mucho mejor que lo hiciera Jesús; tanto que acabó enfrentando a los saduceos y filisteos que integraban el tribunal: los primeros no creían en la vida eterna y los segundos sí. A partir de ahí, estuvo retenido en Cesarea Marítima por el procurador del lugar, que finalmente lo envió a Roma para que defendiera su alegación ante un tribunal romano. Tras varios meses de viaje que incluye un naufragio en Malta y una escala en Siracusa, el apóstol y otros, custodiados por el centurión, llegaron al puerto de Puteoli, para ser acogido con agasajos por la comunidad cristiana del lugar durante una semana, antes de continuar el viaje a pie por la Vía Apia hacia Roma. Allí no estuvo preso, pero sí en custodia durante un par de años, lo que al parecer contribuyó y mucho a la expansión del cristianismo en la metrópoli.

Todas esas historias (o una parte de ellas, al menos; las otras las he consultado) me vinieron a la cabeza allí, mientras me comía una pizza Pescatore mirando al muelle.

Pregunté por Pablo y Lucas. Nadie parecía conocerlos. Allí son Gennaro y Diego los que llenan el cartel.


Román Rubio

Junio 2020


No hay comentarios:

Publicar un comentario