lunes, 19 de marzo de 2018

LA CULTURA DE LA QUEJA



LA CULTURA DE LA QUEJA


No sé ustedes pero yo tengo amigos (sobre todo digitales) que se pasan el día, ¿qué digo el día?, la vida, quejándose. De la (malísima) atención médica, del copago de 1,2€ por caja de su medicación crónica que tiene para 50 días; de que las bicicletas vayan por las aceras -aunque nunca les hayan ni siquiera rozado-, de que las bicicletas vayan por los carriles bici ocupando sitio de otros vehículos, de que las bicicletas existan; de que solo les suban un 2.5% el sueldo, digo pensión, de dos mil y pico euros que llevan cobrando desde los cincuenta y dos años de edad en que su empresa acometió el ERE de los rajás; de que los políticos se perpetúen en los cargos, de que  se retiren de la política e inicien exitosas carreras en el sector privado; de que haya coches, de que haya muchos coches, de que a su coche le pongan multas, impuestos o restricciones por emisiones o lo que sea; de que los vecinos hagan ruido, de que el piso de arriba esté vacío y golpee la ventana con el aire; de que haya un restaurante en el bajo de su finca que produce olores, de que no haya un restaurante en el bajo de su finca donde tomar algo mientras ve el fútbol;  de que haya tantos chinos, de que haya tantos moros, de que no encuentran muchacha extranjera que cuide de su madre, del deterioro cognitivo de su progenitora, de la pensión de su progenitora (insuficiente para pagar a la mujer extranjera que la habría de cuidar), de lo mal que los demás (nunca ellos) gestionan todo aquello que les rodea -la finca, el municipio, la autonomía, la nación y el mundo en general-. Se quejan de todo eso y de muchas otras cosas. De todo a la vez y continuamente.

Y te lo transmiten de continuo buscando tu aquiescencia y aprobación. La queja es una liberación de la ira del quejica y una perversión: se trata de hacer que el  interlocutor comparta su propia ira sabiendo que no puede hacer nada para evitar el problema. El quejica quiere trasladarte el mal rollo involucrándote en su propio enfado para descargar así parte del suyo. ¿Quieren mi consejo? Huyan, huyan del quejica profesional y sistemático. Son, como dicen por ahí afuera, unos passion killers; peor que la lencería de esparto. Su único objetivo es hacer la vida más ácida, indignada e infeliz contagiando a todo quisqui su perpetuo estado de irascibilidad.

Para contrarrestar tan molestos tocapelotas, en el otro lado del espectro digital tenemos a los snowflakes o copitos de nieve. Estos te inundan con mensajes optimistas de blanda psicología positivista al estilo de: “Eres un copo de nieve único y diferente a los demás”, “todo está al alcance de tu increíble capacidad”, “tú te lo mereces todo y más” “eres maravilloso” y “no importa el número de fracasos. Es solo que tu idea de éxito es errónea”.  Aunque tengas que vivir en un barril. Si le fue bien a Diógenes…

Y hablando de quejas, quejicas y quejones: Robert Hughes, en la ya lejana fecha de 1994, publicó el libro La cultura de la queja (Anagrama) sobre la epidemia norteamericana de la reclamación. Aquí un par de curiosos ejemplos:

Una mujer de 79 años logró unos 700.000 dólares como indemnización de la cadena McDonald’s por haberse producido quemaduras en los muslos al caérsele encima un café comprado en una de sus tiendas… mientras iba conduciendo. Se ganó el pleito y la indemnización  alegando que en el vaso de polietileno no se informaba de que estaba caliente.
Un tal Grazinski, de Oklahoma, demandó al fabricante de su caravana Winnebago por salirse de la carretera tras programar una velocidad constante de 100 km/h e ir a la parte de atrás a prepararse un café mientras iba en marcha. La reclamación se basó en que en el manual no se especificaba que el programador de velocidad no era un piloto automático y, claro, se salió en la primera curva. Consiguió 1.750.000$ y una caravana nueva como indemnización.
Estos quejicas sí que son listos y no otros que yo me sé. O el mundo está loco, loco.


Román Rubio
Marzo 2018

jueves, 15 de marzo de 2018

ANA JULIA


ANA JULIA




Ha tenido que ser ella: mujer, inmigrante, negra y de izquierdas. Este es el mensaje que predomina en Twitter a propósito del lamentable asesinato del niño Gabriel en la bella y extraña tierra próxima a Las Negras. Tras la detención hecha con las manos en la mesa, las turbas enardecidas, como siempre, se lanzaron al linchamiento físico, que, cual Jesucristo en el caso de la prostituta, tuvo que ser evitado por la Guardia Civil; y tras el físico, el de las redes. Bastarda, malnacida, rastrera, miserable son algunos de los apelativos de las redes para la que se desean las muertes más despiadadas y atroces. ¡Cómo les gusta a algunos ajusticiar en masa! Hace unos días que trascendió en la prensa algún que otro linchamiento público en India contra sujetos que habían cometido un delito u otro, aunque, quizá, no tan grave como el presuntamente cometido por la odiada Ana Julia.

Escribo en Twitter el nombre de la desdichada y leo, al azar:

A. R. (omito el apelativo completo del autor por discreción).
Vamos que “Ana Julia Quezada” la asesina de Gabriel Cruz. Es Negra, inmigrante y de #Podemos
Será todo un espectáculo de circo ver como van a tratar el tema los progres españoles.


Sí, ya sé que la escritura en las redes es precipitada y descuidada pero, aún así, el mensaje reproduce en parte el cutrerío intelectual de quienes, en este caso, se ponen a lanzar piedras contra la presunta, aunque confesa, asesina: mujer, inmigrante, negra y de izquierdas, mientras se regocija de la incómoda posición en que según el autor del texto  se van a ver los progres españoles. Pues bien, como profesor que soy, vamos, en primer lugar, a atender ciertos asuntos formales:
Señor A. R.: En el primer párrafo de su corto texto faltan dos comas y sobra un punto. Nunca se escribe punto de separación entre un sujeto (“Ana Julia Quezada” la asesina de Gabriel Cruz) y el predicado (es negra, inmigrante y de Podemos).
En el segundo párrafo también comete usted, en su precipitado discurso, una falta de ortografía: la palabra “como” debería llevar acento (“cómo”) ya que tiene sentido interrogativo. En cuanto a lo de escribir “Negra” con mayúscula, bueno, aunque incorrecto se lo voy a pasar, en la medida en la que su propósito es resaltar la condición racial para resultar así más humillante y perdonavidas.

Correctamente escrita, su misiva vendría a ser algo así como:
         Vamos, que “Ana Julia Quezada”, la asesina de Gabriel Cruz, es negra, inmigrante
          y de #Podemos.
          Será todo un espectáculo de circo cómo van a tratar el tema los progres españoles.

El mensaje tendría la misma carga xenófoba, racista, sexista y facha pero, al menos, estaría bien escrito y la gente (o muchos de nosotros que, a pesar de no exhibir banderitas nacionales, tenemos el gusto por la lengua española bien hablada y escrita) lo tomaríamos a usted más en serio.


Pues sí, la asesina ha sido una mujer. No es lo normal. La inmensa mayoría de la violencia la ejercen los hombres. A veces contra las mujeres, pero muchas otras  contra otros hombres. En este caso ha sido contra un niño, con lo que creo que podemos despojar al suceso de connotaciones de género. Y sí, es inmigrante y además de raza negra. ¿Cambia eso algo? Ah, claro, olvidaba que era, es, dice ser o dicen que es (no sé de dónde han sacado la información) de izquierdas, incluso de Podemos -que es todavía un escalón más cerca de los infiernos-. ¿Y?

Quiero recordar a los lectores que el asesinato más despiadado, frío y el que más dolor ha ocasionado en el mundo occidental desde que uno tiene memoria fue ejecutado por un hombre, blanco y rubio, de frente despejada y ojos verdes,  ciudadano con pedigrí de uno de los países más evolucionados del mundo y de derechas, muy de derechas. Se llamaba (se llama, ya que en chirona también tiene nombre la gente) Anders Beringh Breivick y un día de julio de 2011, tras poner una bomba en el centro de Oslo y matar a unos cuantos, se vistió de policía, agarró el arsenal del que disponía y se fue a la isla de Utoya en donde había una concentración de jóvenes laboristas de entre 16 y 24 años y empezó a disparar indiscriminadamente. Después anduvo paseándose entre los heridos disparando uno a uno para rematarlos. Se cargó a más de noventa.

Habrán otros asesinatos: personalizados, masivos, indiscriminados… y los cometerán hombres, mujeres (más hombres que mujeres), blancos, negros, musulmanes y cristianos. Y las turbas, enfervorecidas, saldrán a linchar al asesino presunto o confeso. Esperemos que caiga por allí Jesucristo. O la Guardia Civil. Lo de las redes ya es otra cosa.


Román Rubio
Marzo 2018

lunes, 12 de marzo de 2018

EUFEMISMOS


EUFEMISMOS



En el estupendo libro Arden las redes, Juan Soto Ibars dedica un capítulo a la corrección política y señala jugosos ejemplos en los que las palabras, tras un cierto uso, adquieren una connotación denigratoria y son sustituidas por otras neutras que al cabo del tiempo necesitarán ser repuestas por el mismo motivo. Se trata del eufemismo o suavización del mensaje. Ocurre en todas las lenguas, pero es en el inglés norteamericano donde adquiere cotas drásticas. En la época de Mark Twain la palabra nigger (negro) era comúnmente aceptada; tanto que aparece 219 veces en el libro Huckleberry Finn. Hoy en día es tan enormemente ofensiva que se sustituye por otras más neutras en las ediciones escolares, mistificando así la obra literaria. Le sustituyó black  que dejó de usarse en los 70 en beneficio de  coloured  (persona de color) para devenir finalmente en afro-american. Me pregunto: ¿Cuál será la palaba que la sustituirá cuando esta quede manchada por el desprestigio?  George Carlin, el famoso monologuista fallecido en el 2008 solía hacer repaso de esta absurda competición americana por la corrección política que impregnaba asuntos de raza, religión, estados físicos y mentales y hasta temas económicos o militares. Lo que en la Primera Guerra Mundial se llamó “neurosis de guerra” (shell shock), pasó a llamarse “fatiga de batalla” (battle fatigue) en la Segunda para evolucionar en “agotamiento operacional” (operational exahustion) tras la guerra de Corea  y “desorden de estrés postraumático” (post-traumatic stress disorder) en la guerra del Golfo. Palabras distintas, cada vez más asépticas, para designar exactamente la misma cosa.

EL Decreto 2421/1868 del 20  de septiembre de las Cortes franquistas se redactó para regular y potenciar la protección del menor con taras físicas o psíquicas. Se puede leer en el preámbulo:
(…) Un programa de protección a los menores subnormales debe atender a su bienestar y rehabilitación, protegiendo, ayudando y reeducando al deficiente o disminuido para hacer efectivas (…)
¿Subnormal, deficiente…? ¿Está redactado acaso para humillar a estos niños? En absoluto. De hecho, la palabra subnormal era en sí un eufemismo que vino a suavizar  los altamente ofensivos, incluso para la época, idiota e imbécil. El hecho de que estas palabras se usaran para insultar,  hurtaron a las mismas de su inicial sentido denotativo. El hecho de que discapacitado sea considerado injurioso es cuestión de tiempo. De hecho ya son “persona discapacitada” o “diverso funcional” apelaciones más aceptadas. Es igual. Al final habrá que encontrar otra palabra o expresión para designar la misma cosa.

El sábado, en un editorial de El País referido  al asunto del espía ruso envenenado con gas nervioso en Inglaterra en compañía de su hija, leo:
“Lo sucedido el domingo además ha afectado a más personas que al objetivo del presunto ataque. Se trata pues de una acción terrorista indiscriminada (…)” 
¿Acción terrorista indiscriminada? Es cierto que el agente de policía que acudió en su auxilio resultó contaminado, con lo que podríamos considerarle una “víctima colateral”. Vale que llamen acto terrorista a lo que suena como una venganza a un espía que había traicionado a los suyos por dinero, pero  que digan que es un ataque indiscriminado, no. No trago. Indiscriminado es cuando se mata, hiere o hace daño a alguien sin atender a su identidad, como ocurrió en el atentado de Las Ramblas y en tantos otros, pero  cuando se trata de hacerlo a una persona concreta es muy, pero que muy, discriminado.  Ay, las palabras. Como les gusta a algunos etiquetar las cosas, aunque sea solo para confundir.

No hace mucho que la feria de arte Arco retiró de la exposición una obra titulada Presos Políticos, mural que constaba de fotos de personas entre las que se incluían a los Jordis y a Junqueras. El problema no era ético sino semántico. Creo que la obra no habría sido retirada de haberse llamado, por ejemplo, Personas. En un alarde de funambulismo lingüístico, algunos ocurrentes salieron diciendo que no son presos políticos sino políticos presos. Y tan contentos con su hallazgo de Perogrullo.

Y mi favorita: algunos lectores se dirigieron indignados a la defensora del lector del periódico que leo (para pasmo de muchos de mis conocidos que lo consideran anacrónico y demodé) porque un redactor había usado de manera jocosa en su columna el término viejenials refiriéndose a los mayores, lo que podría constituir no ya un eufemismo sino un disfemismo (palabra o expresión deliberadamente despectiva e insultante que se usa en vez de una más neutral). Uy, uy, uy; no les llamen viejos que los ánimos están exaltados.

Román Rubio
Marzo 2018

lunes, 5 de marzo de 2018

LA TRIBU


LA TRIBU



Por allá por los ochenta, un señor francés, burgués de provincias,  me hizo una confesión que me sorprendió. El hombre se declaró admirador de España, como país. No sé si son conscientes del contexto, pero los españoles acabábamos de nacer como democracia, veníamos de abortar un golpe de estado y conspiraciones varias, ETA ponía unos cuantos muertos cada mes y, sobre todo, estaba en Francia. Y allí siempre se nos había mirado (¿aún se nos mira?) por encima del hombro, como se mira a ese pariente pueblerino, pobre, atrasado, algo bronco y levantisco. La afirmación fue chocante: ¿Qué ciudadano de la libre y democrática República, cuna de la liberté, egalité, fraternité y el chauvinismo, habría de admirar o envidiar a esta España cainita de encarnizados enfrentamientos a cara de perro? Luego vino la argumentación, y ahí todo quedó claro: España había tenido la valentía y el sentido común de, en un momento de su historia, haber expulsado a los musulmanes y a los judíos de su territorio, con lo que, para el cabeza de familia normando –que resultó ser votante y miembro del partido de Le Pen (padre)-  había garantizado  la integridad tribal de una raza, una lengua ¿?, una cultura ¿? y una religión, al tiempo que, según él, nos ponía al abrigo de la violencia islamista.
 Algunos podrán pensar que los atentados islamistas en la ciudad de Paris es cosa moderna. No es así. En la década de los 80  hubo seis atentados en los medios de transporte y lugares comerciales de la ciudad, incluyendo una bomba en un tren Toulouse-París y otra en los almacenes Tati, de la calle Rennes. Todos ellos con víctimas.
Mi anfitrión francés no era alguien a quien tomarse mucho en serio. En aquel tiempo, la Comunidad Económica Europea estaba en tránsito para convertirse en una Unión, con su moneda y todo, España y Portugal estaban en negociaciones para unirse, Yugoslavia no había iniciado aún su proceso de descomposición y en Alemania empezaban a vislumbrarse movimientos centrípetos. Parecía que era posible, y hasta deseable, el hecho de que en un país pudieran convivir diversas etnias, lenguas, culturas y hasta religiones sin romper las costuras nacionales. Así lo creíamos muchos; y sobre todo lo creía la izquierda. Ingenuos.

En el periódico del domingo, unos cuarenta años después, me encontré con un Trump que quiere cerrar las fronteras americanas poniendo aranceles a diestro y siniestro bajo el lema de America First. En Alemania, Alice Weidel, la lideresa de Alternativa para Alemania opera bajo el lema Los alemanes primero y persigue una Alemania sin inmigrantes indeseados y guardiana de sus esencias. En Italia andaban de elecciones y me informo de que la Liga Norte ha dejado de ser tal para ser una Liga que abarca todo el país y que ha dejado, quizá temporalmente, el propósito de independencia de Padania por el eslogan Italia para los italianos y cuyo objetivo es liberarse de los inmigrantes con acuerdos de repatriación y otras artimañas. El líder, Matteo Salvini, divorciado y padre de dos hijos, congregó en la Plaza del Duomo de Milán a las familias de “italianos de bien”, sacó un rosario, un Evangelio y juró el cargo de Primer Ministro en una grotesca pantomima que me recuerda la proclamación de otras repúblicas exclusivistas que tenemos aún más cerca.

La tribu está de moda. El nacionalismo hoy no es expansivo, como lo fue en el siglo XX. Salvini no quiere Libia ni Etiopía para Italia. Lo que quiere es que Italia se mantenga pura, sin libios ni etíopes. Alice Weidel no quiere la expansión de Alemania ni la anexión de otros territorios. Por el contrario, lo que quiere es salir del Euro, deshacer la Unión Europea y dejar Alemania para los alemanes. Los catalanes no quieren conquistar el Mediterráneo. Hasta parecen haber renunciado momentáneamente a los Països Catalans. Solo quieren una patria étnica, cultural y lingüísticamente pura. Todos parecen querer lo mismo: guardar las esencias y contaminarse lo menos posible con sangre, cultura, lengua y religión ajenas. Cada cual a su tribu y a cada tribu su territorio.
Siempre nos quedará Suiza. Esperemos que no acabe como el Líbano y puedan disfrutar de su proverbial aburrimiento los prosistema (urdangarines), las antisistema (annas gabrieles) y los mediopensionistas.

Román Rubio
Marzo 2018