martes, 23 de noviembre de 2021

EL CABALLO Y EL GORRIÓN

 

EL CABALLO Y EL GORRIÓN


Quienes hayan leído El País del domingo de pe a pa pueden saltarse este artículo: les puede resultar repetitivo; para los demás, les diré que me he familiarizado con lo que en EEUU se ha dado en llamar The Great Resignation, o, de manera más coloquial The Big Quit, y que en español lo traducen como La Gran Dimisión o (y esto es cosecha propia)  La Desbandada.

Lo trata Joaquín Estefanía en su artículo La dimisión del empleo y, de manera exhaustiva, la corresponsal en Nueva York, María A. Sánchez-Vallejo, en su reportaje La Gran Dimisión agita EEUU. Se trata del hecho de que un número muy significativo de personas en aquel país, cuatro millones más o menos, se despiden de sus puestos de trabajo cada mes desde el pasado abril (coincidiendo con el fin de las restricciones de la pandemia), a menudo sin el propósito de buscar otro empleo; o al menos, no inmediatamente.  

 

Las causas son complejas y variadas: la aprensión a volver a las sedes tras acostumbrarse a trabajar en pantuflas para algunos, la acumulación de ahorro originado por las restricciones para otros, los cheques del gobierno para paliar la inactividad y la propia introspección propiciada por meses de reflexión parecen haber hecho mella en muchas personas que han decidido no volver a ese trabajo de mierda mal pagado que les permite (solo) subsistir. Así lo ha expresado Robert Reich, antiguo secretario de trabajo de Bill Clinton y el mismo Biden cuando dijo aquello de “pagadles más”, ante la queja de los empresarios por la falta de trabajadores.

Lo cierto es que muchos andan huyendo de sus trabajos: no solo los que ganan un sueldo de mierda, como dice el ex político, sino otros que tienen buenos puestos en lo que allí llaman “mundo corporativo”. Los empresarios están teniendo problemas para encontrar trabajadores competentes en muchos sectores como el del cuidado de las personas, la sanidad o el transporte, en lo que el Nobel de Economía, Paul Krugman, ha definido como una crisis de oferta, al contrario de la Gran Depresión, que lo fue de demanda.

Y así están las cosas en EEUU, un país con un 5% de desempleo, lo que supone casi el pleno empleo, y con un 3% de desertores (quitters) del mercado laboral.

¿Y qué pasa en Europa? Pues tres cuartos de lo mismo: en Gran Bretaña y en otros países del continente, incluida España, se las ven y se las desean para cubrir puestos de camioneros, con la amenaza de desabastecimiento del mercado. No es de extrañar: cualquiera que haya hecho un par de trayectos de ocho o diez horas con su propio coche sabe lo cansado que es, incluso con la perspectiva de llegar a casa. Imaginen como será si hay que hacer lo mismo al día siguiente y al otro y al otro en la cabina de un camión de varios ejes, teniendo que descansar las horas preceptivas en inhóspitos aparcamientos de carretera. Le hace pensar a uno si vale la pena dar la vida por un sueldo. Algo parecido ocurre con los trabajadores de la construcción, los recolectores de la fruta en el campo y otros esforzados tarzanes de esta vida.

Lo que para unos es una carga insoportable, para otros es un trozo de paraíso. Vayan sino a las fronteras: acérquense por Melilla, el Río Grande o los bosques de Bielorrusia y verán a miles de personas vislumbrando las migajas del camino transustanciadas en maná. Lo que me ha traído a la memoria aquello que el economista John Keenneth Galbraith dio en llamar “the horse and sparrow theory” (la teoría del caballo y del gorrión), que viene a decir que si das de comer al caballo suficiente avena, algo caerá en los caminos para los gorriones; se supone que (de manera sarcástica y algo cruel) a través de los excrementos de la caballería.

Pobres gorriones. Y eso que en los días de verano, cuando acosan las moscas, bien que ayudan a mantenerlas a raya, como en la fábula de Rafael Pombo.

Román Rubio

Noviembre 2021

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miércoles, 3 de noviembre de 2021

PREDICAR Y DAR TRIGO

 

PREDICAR Y DAR TRIGO

Según la sabiduría popular “una cosa es predicar y otra dar trigo”. Lo primero, para las gentes de ética relajada, no compromete a nada, como era el caso de “el escudero de Guadalajara, que de lo que promete a la noche, a la mañana no hay nada”. Está claro que Boris Johnson no conoce los refranes de la lengua castellana. Si acaso, como buen inglés, sabrá aquel más soso de “Deeds speak louder than words”, algo así como que “un hecho vale más que mil palabras” o la más imaginativa de “Put your money where your mouth is”, “pon la pasta en lo que pregonas”, o como dicen los franceses, “Les conseillers ne sont pas les payeurs”; no son los consejeros quienes pagan.

El Primer Ministro acaba de volver a Londres desde Glasgow en un vuelo privado tras atender la Cumbre por el Clima Cop26. En vez de coger un tren que tarda cuatro horas y media ha alquilado un jet privado, un Airbus A321, ya que el Voyager asignado al cargo estaba en revisión. Eso sí, cuando le han echado en cara que unas horas antes acababa de sermonear a los asistentes con que “las palabras sin actos se quedan en nada” y de añadir que “los allí presentes (se supone que él se incluía) serían juzgados por sus hijos si se negaban a actuar”, el pintoresco etoniano —que, al parecer, no se siente intimidado por el eventual juicio de sus seis hijos (de tres mujeres)—, se ha justificado diciendo que el aparato elegido funciona con “fuel de aviación sostenible” y que emite el 50% de CO2 de lo que emite el Voyager. ¿De qué se quejan, pues?

El Príncipe de Gales, otro adalid del ambientalismo, productor de elaboración ecológica en su granja de Gloucesteshire, también ha vuelto de Glasgow en avión privado y no precisamente en el mismo que el Primer Ministro, que compartir avión es casi tan plebeyo como ir en línea regular. Ecológico, sí; pero sin renunciar a la comodidad y los privilegios.

Y, entretanto, Greta Thunberg andaba por allí con su megáfono echándoles en cara lo del blablabla. No consta, sin embargo, cómo se ha desplazado hasta Escocia. Esta vez, lamentablemente, se nos ha privado del relato de la peripecia.

En otro punto alejado del mundo, en Perú, el Ministro del Interior, Luis Barranzuela, obsequió a sus amigotes, algunos de ellos políticos, con una fiesta de Halloween la noche del 31 de Octubre, víspera de Todos los Santos y tradicionalmente el día de celebración de la canción criolla en el país andino. El ruido festivo resultó ser tan molesto que algunos vecinos hubieron de llamar a la Policía Municipal para ver de acallar el alboroto. Junto con la policía se presentó alguna que otra cámara de televisión y saltó el escándalo. La cosa no tendría mayor importancia a no ser porque el prócer había recordado públicamente a los peruanos la semana anterior que las reuniones y fiestas seguían estando prohibidas en atención a un posible repunte de los contagios Covid y que, por tanto, se abstuviesen de celebraciones. Las cosas pasaron a mayores y la Presidenta del país, Mirtha Vásquez, pidió explicaciones. El ministro pillín se excusó diciendo que de festejo nada, que se trataba de una reunión de trabajo y que lo de la música no era cierto, que provenía de las casas de los vecinos, lo que podría haber colado de no haber sido estos los que habían llamado a la policía  por las molestias.

De modo, que ya ven: lo que vale para ti, a mí no me afecta; como ocurría con aquel ya conocido escudero de Guadalajara·, O, como dice de manera rotunda y taimada la lengua castellana: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”.

 

Román Rubio

Noviembre 2021 

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