PREDICAR
Y DAR TRIGO
Según la sabiduría popular “una cosa es predicar y
otra dar trigo”. Lo primero, para las gentes de ética relajada, no compromete
a nada, como era el caso de “el escudero de Guadalajara, que de lo que promete
a la noche, a la mañana no hay nada”. Está claro que Boris Johnson no conoce
los refranes de la lengua castellana. Si acaso, como buen inglés, sabrá aquel más
soso de “Deeds speak louder than words”,
algo así como que “un hecho vale más que mil palabras” o la más imaginativa de
“Put your money where your mouth is”,
“pon la pasta en lo que pregonas”, o como dicen los franceses, “Les conseillers ne sont pas les payeurs”; no
son los consejeros quienes pagan.
El Primer Ministro acaba de volver a Londres desde
Glasgow en un vuelo privado tras atender la Cumbre por el Clima Cop26. En vez
de coger un tren que tarda cuatro horas y media ha alquilado un jet privado, un
Airbus A321, ya que el Voyager asignado al cargo estaba en revisión. Eso sí,
cuando le han echado en cara que unas horas antes acababa de sermonear a los
asistentes con que “las palabras sin actos se quedan en nada” y de añadir que “los
allí presentes (se supone que él se incluía) serían juzgados por sus hijos si
se negaban a actuar”, el pintoresco etoniano —que, al parecer, no se siente
intimidado por el eventual juicio de sus seis hijos (de tres mujeres)—, se ha
justificado diciendo que el aparato elegido funciona con “fuel de aviación
sostenible” y que emite el 50% de CO2 de lo que emite el Voyager. ¿De qué se
quejan, pues?
El Príncipe de Gales, otro adalid del ambientalismo,
productor de elaboración ecológica en su granja de Gloucesteshire, también ha
vuelto de Glasgow en avión privado y no precisamente en el mismo que el Primer
Ministro, que compartir avión es casi tan plebeyo como ir en línea regular.
Ecológico, sí; pero sin renunciar a la comodidad y los privilegios.
Y, entretanto, Greta Thunberg andaba por allí con su
megáfono echándoles en cara lo del blablabla. No consta, sin embargo, cómo se
ha desplazado hasta Escocia. Esta vez, lamentablemente, se nos ha
privado del relato de la peripecia.
En otro punto alejado del mundo, en Perú, el Ministro
del Interior, Luis Barranzuela, obsequió a sus amigotes, algunos de ellos
políticos, con una fiesta de Halloween la noche del 31 de Octubre, víspera de
Todos los Santos y tradicionalmente el día de celebración de la canción criolla
en el país andino. El ruido festivo resultó ser tan molesto que algunos vecinos
hubieron de llamar a la Policía Municipal para ver de acallar el alboroto.
Junto con la policía se presentó alguna que otra cámara de televisión y saltó
el escándalo. La cosa no tendría mayor importancia a no ser porque el prócer
había recordado públicamente a los peruanos la semana anterior que las
reuniones y fiestas seguían estando prohibidas en atención a un posible repunte
de los contagios Covid y que, por tanto, se abstuviesen de celebraciones. Las
cosas pasaron a mayores y la Presidenta del país, Mirtha Vásquez, pidió explicaciones.
El ministro pillín se excusó diciendo que de festejo nada, que se trataba de
una reunión de trabajo y que lo de la música no era cierto, que provenía de las
casas de los vecinos, lo que podría haber colado de no haber sido estos los que
habían llamado a la policía por las
molestias.
De modo, que ya ven: lo que vale para ti, a mí no me
afecta; como ocurría con aquel ya conocido escudero de Guadalajara·, O, como
dice de manera rotunda y taimada la lengua castellana: “Una cosa es predicar y
otra dar trigo”.
Román Rubio
Noviembre 2021
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