martes, 28 de abril de 2020

¡QUE VENGA LA MERKEL!


¡QUE VENGA LA MERKEL!




Quiero a esa mujer. Es un monumento a la sensatez, la coherencia, la honradez y el sentido común. Hace poco la escuchamos explicar las medidas tomadas en Alemania para gestionar la crisis del coronavirus y muchos quedamos prendados de la sencillez, la claridad, la convicción y la racionalidad de su discurso. La querría para mi país, para el de al lado y para el suyo propio. ¿Por qué no la elegimos para presidenta de aquí? ¿Y qué hacen los británicos y los estadounidenses que no la eligen para ellos y se desprenden de esos payasos rubios? ¿Solo porque no es nativa? Eso se podría arreglar: se le da la nacionalidad y ya está, pero que gestione mi Estado y mi patrimonio, por favor.

Mientras Italia, España, Francia y Reino Unido superan los 20.000 muertos por la pandemia que nos asuela, Alemania, con 82 millones de habitantes —casi el doble que España—, se conforma con seis mil y pico (la cuarta parte). Y todo con unas medidas mucho más relajadas de confinamiento. ¿Qué conejo tiene, pues, esta mujer en la chistera, aparte del sentido común?

Hace poco oí una intervención de Ignacio Varela, en Onda Cero en la que de manera muy elocuente da cuenta del enorme éxito de las líderes políticas en el control del coronavirus. Es cierto: Nueva Zelanda, Taiwan, Islandia, Noruega, Dinamarca y Finlandia son países con una mujer al frente y todos tremendamente exitosos en la prevención y lucha contra la pandemia. Mi reconocimiento a todas ellas, aunque creo que el éxito de lugares como Islandia o nueva Zelanda, que son islas y remotas, no son comparables con el de una Alemania superpoblada y cosmopolita. Creo que atribuir el éxito de la gestión de estas triunfadoras al hecho de ser mujer es más condescendiente que exacto. Imaginen sino a la señora Thatcher, a la condesa consorte de Bornos (también conocida como Esperanza Aguirre) o a la embajadora de la “relaxing cup of café con leche” al frente de la nave pandémica, por no citar a la inconmensurable, hoy desaparecida, musa del “caloret”, Rita Barberá. No es por ser mujer que las cosas funcionan, sino por, además, ser capaz. O ser Angela Merkel.
Pobres de nosotros que no la tenemos al timón. España, como Italia y Francia están a la espera de una lluvia de millones que han de venir de Europa. Y vendrán. Pero, atención que habrá que devolverlos, y ¿cómo se supone que podrá hacerlo un país como el nuestro que tendrá en breve, si Dios no lo remedia, en nómina a unas 19 millones de personas entre pensionistas, parados, funcionarios y beneficiarios del ingreso mínimo vital? Sospecho que, como hizo Grecia: haciendo ver a los demás que es imposible el pago y exigir una quita.

Habrá que llamar a Merkel para que financie el despilfarro. No el que tiene que venir, que es necesario, sino el que se ha venido haciendo en los últimos tiempos.

En el 2008, España tenía una deuda pública del 39.7% del PIB y cada español debía 9.531€. En el 2014, para paliar la tremenda crisis del momento, España se endeudó hasta el 100.7% y tras unos años de bonanza en la que crecíamos muy por encima de Italia, Francia o Alemania, conseguimos dejar la deuda en un 95.5%, unos 25.241€ por español, gracias a los timoneles Zapatero, Rajoy y Sánchez.

¿Y la Alemania de Merkel? En 2012, en plena crisis, llegaron a alcanzar una deuda del 81.1% y el año pasado, tras unos años buenos, la habían rebajado al 59.8%.
Ahora han llegado las vacas flacas y ellos se podrán endeudar para atender a sus  necesidades y a nosotros no nos quedará más remedio que —humillados— pedirles que nos rescaten. Con una parte de lo que ahorraron.

Que venga la Merkel. A ayudarnos y, ¿por qué no?, a quedarse.

Román Rubio
Abril 2020


martes, 21 de abril de 2020

EL ARZOBISPO DE LIMA



EL ARZOBISPO DE LIMA





George Brown (1914-1985) fue un político laborista inglés que ostentó diversos cargos ministeriales y parlamentarios en la época de Harold Wilson, en los años sesenta, aquella época gloriosa del Londres en que convivían los tipos con bombín y paraguas con  la explosión de la música pop, los pelos a lo beattle, las minifaldas y los clubs nocturnos del Soho. Provenía de una familia muy modesta y como su padre, camionero y repartidor del Evening Standard, del mundo sindical. Un tipo honesto.

El único defecto conocido del hombre, que llegó a ser Ministro de Asuntos Exteriores (Foreign Secretary), era su afición a terminar beodo en cada una de las recepciones en las que circulara el alcohol. En una ocasión, en una aparición pública tras la muerte de Kennedy, su actuación fue tan lamentable y su estado  tan evidente, que la prensa de la época (que nunca usaba —por aquel entonces— el apelativo “borracho” para describir a los políticos) usó la expresión “tired and emotional” (cansado y emotivo) para designar su estado, expresión que ha quedado acuñada en el inglés británico como eufemismo de intoxicación alcohólica o borrachera.
Son muchas las anécdotas que se le atribuyen relacionadas su afición por andar chispado, incluida la de su salida del gobierno, invitado a dimitir tras una noche en la que el Primer Ministro, teniendo que tomar una decisión transcendente referida a la estabilidad de la libra, no pudo hacerse con el ministro que se encontraba, según miembros de su staff,  "only 'so-so' when last seen" (solo regular cuando se le vio por última vez).

Pero de todas las anécdotas, la más celebrada, y probablemente apócrifa, es la que supuestamente protagonizó en una recepción en Perú en su época de Ministro de Exteriores.

A mitad de recepción y viéndose el inglés atraído por una dama vestida rica y extravagantemente con una especie de túnica roja, nuestro hombre —cargadito como solía ir en esos trances— se acercó algo más de lo estrictamente necesario a la persona y le dijo: “Señora, ¿me concede usted este baile?”, a lo que la dama le contestó: “No voy a bailar con usted por tres motivos: primero porque está usted borracho, segundo porque lo que suena no es un vals sino el himno nacional del Perú y en tercer lugar porque soy el Arzobispo de Lima”.


Román Rubio
Abril 2020 (segundo mes de confinamiento)

viernes, 10 de abril de 2020

NORWEGIAN WOOD


NORWEGIAN WOOD




Norwegian Wood (This Bird Has Flown) —en español, Madera noruega (este pájaro ha volado)— es una canción de The Beatles que apareció en su álbum Rubber Soul de 1965. Nunca ha sido mi favorita. Tiene una cadencia blandita y está adornada por el acompañamiento de sitar por parte de George Harrison que nunca me terminó de entusiasmar. Lo que me llamó en su momento la atención fue la letra (el mensaje) y el título.

Va de un tipo (presumiblemente John Lennon, que fue quien la compuso) que se encuentra una noche en la habitación de una chica innombrada y están charlando y bebiendo vino hasta que a las dos de la madrugada ella le dice que hay que descansar para poder ir a trabajar al día siguiente. El autor, que esperaba otra cosa, se retira a gatas a la bañera para pasar lo que quedaba de noche.
A la mañana siguiente, y eso es lo intrigante, ocurre lo que sigue:

And when I awoke, I was alone, this bird had flown,
So, I lit a fire, isn’t it good, norwegian wood.
(Y cuando desperté, estaba solo, este pájaro había volado,
De modo que encendí un fuego, ¿no mola eso?, madera noruega).

Si lo interpretamos de manera literal (que es el lo más plausible), el autor, ofendido por la falta de recompensa, pega fuego al mobiliario o algo así, lo que no parece muy civilizado.
Pero, ¿por qué “madera noruega”? Al parecer, era común entre gente joven y/o de recursos limitados amueblar las habitaciones con paneles y  muebles baratos de madera de pino, a los que en Reino Unido se conocía como “madera noruega”.

Años después, Haruki Murakami utilizó el título para dar nombre a la que quizá es su novela más exitosa: Tokio Blues (Norwegian Wood), en referencia a la canción de The Beatles.

Hoy, gracias al confinamiento, tenemos la oportunidad de ver en las pantallas a la gente interviniendo desde el interior de sus casas. En gran parte se suele hacer desde el despacho o el rincón de trabajo, y una mayoría elige un fondo de libros para mostrarse en público. Y créanme: estoy en disposición de decir que el mundo se divide entre quienes tienen junto a su escritorio una librería Billy, de Ikea,  y quienes no, ganando los del primer grupo por goleada.

El contrapachapado sueco de Ikea parece haber sustituido a la Norwegian wood entre las clases medias occidentales. Solo un puñado de elegidos (Vargas Llosa, Marías…) muestran tras de sí sus magníficas librerías de roble a medida para recordar a los demás aquello de que “cuando seas padre comerás huevo”.

Pero exponerse con la biblioteca personal de fondo tiene sus riesgos. Los lomos de los libros son indiscretos y muestran en grandes letras títulos y autores, y esto puede matizar de manera indeseada la imagen de uno. Tan arriesgado es mostrar una librería compuesta de best sellers de dudosa calidad literaria como exhibir solo sesudos ensayos filosóficos y de historia del pensamiento. Y tanto dice de uno una librería en perfecto orden como una con los libros amontonados rellenando huecos.

Para ponerse a salvo de estos peligros, algunos han decidido huir de los traicioneros libros. Gabilondo, consciente de su proyección y prestigio, pronto abandonó la biblioteca en sus alocuciones caseras para utilizar como fondo su colección de CDs, escenario mucho más neutro y discreto, ya que, por el lomo de la carpeta, es imposible distinguir la colección de la Deutsche Grammophon de la de los éxitos de Manolo  Escobar o de la recopilación de marchas militares.

¿Y Évole? Ha resultado ser el más minimalista. Para sus intervenciones usa, sorprendentemente, el casi vacío como marco: una habitación despejada, una puerta, una ventana que da a una cocina… Ni un libro, ni un disco, ni un mueble, ni nada que pueda desvelar algo del personaje; solo su busto.

Quien esto escribe pasó de sus librerías de madera noruega a las flamantes Billy de contrachapado sueco en un intento de modernización, que no de mejora. Las de nogal —hoy más que nunca— son más quimera que otra cosa.
Román Rubio
Abril 2020

miércoles, 1 de abril de 2020

PURO TEATRO


PURO TEATRO




Teatro,
Lo tuyo es puro teatro./ Falsedad bien ensayada.
Estudiado simulacro.
Igual que en un escenario finges tu dolor barato
Tu drama no es necesario, yo conozco ese teatro.

Puro teatro. La Lupe

En el pueblo de la España vacía en el que crecí, el cortejo fúnebre de los entierros  pasaba forzosamente por la puerta del casino, en la calle principal. Al paso del mismo, los hombres interrumpían la partida o la conversación, se quitaban la boina —el sombrero, en el caso de los tres o cuatro ricos— y permanecían de pie, en respetuoso silencio al paso del muerto. Y los niños aprendimos a estar quietos y callados a la vista del féretro.
Tarde, mucho más tarde —creo que lo vi en televisión por primera vez—  se instaló la costumbre de aplaudir en los entierros. Añade una teatralidad que —en mi opinión— no hace sino devaluar la intensidad y calidad del duelo. Puro teatro, como dice la copla. El que sufre por la pérdida, maldita las ganas que tiene de aplaudir; y el que quiere mostrar un respeto, ¿cómo hacerlo mejor que guardando un respetuoso silencio?

La teatralidad viene del teatro; se basa en la relación que se da entre el actor y el espectador, y su objetivo es el de conmover de manera emocional a la persona o —más bien— al público. ¿Quién no ha tenido a ese amigo o familiar que cojea ostensiblemente  en presencia de uno y anda derecho como una vela en cuanto dobla la esquina y cree que nadie le ve? Les propongo una prueba: Eliminemos la teatralidad; traten de quitar el público; ¿se imaginan a alguien aplaudiendo ante el cuerpo presente de, digamos, un amigo, estando solo, sin nadie a quien impresionar o con quién impresionarse?

A mí, la verdad, no me gusta que me aplaudan. Ni muerto ni vivo. Muerto porque ni quiero estarlo ni me enteraría, y vivo porque no creo haber hecho jamás hazaña alguna merecedora de aplauso; y además me resulta embarazoso, me da vergüenza.

A muchos, en cambio,  les gusta que les aplaudan, y a muchos más les gusta aplaudir. Por cualquier cosa. Porque se mueren, porque no, porque van a trabajar o porque vuelven.

Cada día de confinamiento veo a los “aplaudidores” que salen decididos a los balcones a ovacionar a los sanitarios, a los bomberos, a los policías, al ejército y a todos los demás “héroes”.

 ¿Héroes, decís? ¿Quién necesita héroes cuando tiene gente honrada haciendo su trabajo? Son algo más y mejor que héroes: son gente decente que está ahí y que hace, ni más ni menos, lo que tiene que hacer, que es más de lo que hacen muchos de los aplaudidores,  insolidarios acaparadores de víveres y de papel higiénico.

Yo no soy ningún héroe. Nunca he hecho nada “por los demás” (quienes quiera que estos sean) que no sea haber tratado de hacer mi trabajo lo mejor posible durante casi cuarenta años como profesor sin haber cogido ni una sola baja laboral.  Por suerte, sí, pero también por decencia. Y lo hice por ganarme el pan sin engañar a nadie, nada de heroicidades ni paparruchas.

Y hablando de héroes: En 1995, el entonces líder de la oposición, José María Aznar, sufrió un atentado de ETA del que salió indemne; asustado, pero indemne. Pues bien: la entonces diputada del PP, Isabel Tocino, calificó al líder de su partido de “héroe” por haber resistido al brutal ataque de 40 kilos de amonal. La realidad es que fue el blindaje del Audi que llevaba al político lo que le salvó la vida. Víctima, sí, héroe, no.

En fin, queridos lectores. Sé que muchos de vosotros sois aplaudidores y os llena de gozo el dramatismo de esas escenas en las que los policías aplauden a los sanitarios, estos a los policías y los bomberos a policías y sanitarios. También sé que muchos (los mejores) sois buena gente, solidarios y nada acaparadores. Perdonadme, pues, por lo que algunos puedan ver como crítica. A lo mejor no es más que una manera que tiene este pobre tipo de aliviar su mala conciencia por el hecho de  quedarse viendo la tele mientras sus vecinos aplauden alegremente al maestro armero.
Feliz confinamiento.


Román Rubio
Abril 2020