PURO
TEATRO
Teatro,
Lo
tuyo es puro teatro./ Falsedad bien ensayada.
Estudiado
simulacro.
Igual
que en un escenario finges tu dolor barato
Tu
drama no es necesario, yo conozco ese teatro.
Puro teatro. La
Lupe
En el pueblo de la España vacía en el que crecí, el
cortejo fúnebre de los entierros pasaba
forzosamente por la puerta del casino, en la calle principal. Al paso del mismo,
los hombres interrumpían la partida o la conversación, se quitaban la boina —el
sombrero, en el caso de los tres o cuatro ricos— y permanecían de pie, en
respetuoso silencio al paso del muerto. Y los niños
aprendimos a estar quietos y callados a la vista del féretro.
Tarde, mucho más tarde —creo que lo vi en televisión
por primera vez— se instaló la costumbre
de aplaudir en los entierros. Añade una teatralidad que —en mi opinión— no hace
sino devaluar la intensidad y calidad del duelo. Puro teatro, como dice la
copla. El que sufre por la pérdida, maldita las ganas que tiene de aplaudir; y
el que quiere mostrar un respeto, ¿cómo hacerlo mejor que guardando un
respetuoso silencio?
La teatralidad viene del teatro; se basa en la
relación que se da entre el actor y el espectador, y su objetivo es el de
conmover de manera emocional a la persona o —más bien— al público. ¿Quién no ha
tenido a ese amigo o familiar que cojea ostensiblemente en presencia de uno y anda derecho como una
vela en cuanto dobla la esquina y cree que nadie le ve? Les propongo una prueba:
Eliminemos la teatralidad; traten de quitar el público; ¿se imaginan a alguien aplaudiendo
ante el cuerpo presente de, digamos, un amigo, estando solo, sin nadie a quien
impresionar o con quién impresionarse?
A mí, la verdad, no me gusta que me aplaudan. Ni
muerto ni vivo. Muerto porque ni quiero estarlo ni me enteraría, y vivo porque no
creo haber hecho jamás hazaña alguna merecedora de aplauso; y además me resulta
embarazoso, me da vergüenza.
A muchos, en cambio, les gusta que les aplaudan, y a muchos más les
gusta aplaudir. Por cualquier cosa. Porque se mueren, porque no, porque van a
trabajar o porque vuelven.
Cada día de confinamiento veo a los “aplaudidores”
que salen decididos a los balcones a ovacionar a los sanitarios, a los
bomberos, a los policías, al ejército y a todos los demás “héroes”.
¿Héroes,
decís? ¿Quién necesita héroes cuando tiene gente honrada haciendo su trabajo? Son
algo más y mejor que héroes: son gente decente que está ahí y que hace, ni más
ni menos, lo que tiene que hacer, que es más de lo que hacen muchos de los
aplaudidores, insolidarios acaparadores de
víveres y de papel higiénico.
Yo no soy ningún héroe. Nunca he hecho nada “por los
demás” (quienes quiera que estos sean) que no sea haber tratado de hacer mi
trabajo lo mejor posible durante casi cuarenta años como profesor sin haber
cogido ni una sola baja laboral. Por
suerte, sí, pero también por decencia. Y lo hice por ganarme el pan sin engañar
a nadie, nada de heroicidades ni paparruchas.
Y hablando de héroes: En 1995, el entonces líder de
la oposición, José María Aznar, sufrió un atentado de ETA del que salió
indemne; asustado, pero indemne. Pues bien: la entonces diputada del PP, Isabel
Tocino, calificó al líder de su partido de “héroe” por haber resistido al
brutal ataque de 40 kilos de amonal. La realidad es que fue el blindaje del
Audi que llevaba al político lo que le salvó la vida. Víctima, sí, héroe, no.
En fin, queridos lectores. Sé que muchos de
vosotros sois aplaudidores y os llena de gozo el dramatismo de esas escenas en
las que los policías aplauden a los sanitarios, estos a los policías y los
bomberos a policías y sanitarios. También sé que muchos (los mejores) sois buena
gente, solidarios y nada acaparadores. Perdonadme, pues, por lo que algunos
puedan ver como crítica. A lo mejor no es más que una manera que tiene este
pobre tipo de aliviar su mala conciencia por el hecho de quedarse viendo la tele mientras sus vecinos
aplauden alegremente al maestro armero.
Feliz confinamiento.
Román Rubio
Abril 2020
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