NORWEGIAN
WOOD
Norwegian
Wood (This Bird Has Flown) —en español, Madera noruega (este pájaro ha volado)— es
una canción de The Beatles que
apareció en su álbum Rubber Soul de
1965. Nunca ha sido mi favorita. Tiene una cadencia blandita y está adornada
por el acompañamiento de sitar por parte de George Harrison que nunca me
terminó de entusiasmar. Lo que me llamó en su momento la atención fue la letra
(el mensaje) y el título.
Va de un tipo (presumiblemente John Lennon, que fue
quien la compuso) que se encuentra una noche en la habitación de una chica innombrada
y están charlando y bebiendo vino hasta que a las dos de la madrugada ella le
dice que hay que descansar para poder ir a trabajar al día siguiente. El autor,
que esperaba otra cosa, se retira a gatas a la bañera para pasar lo que quedaba
de noche.
A la mañana siguiente, y eso es lo intrigante,
ocurre lo que sigue:
And
when I awoke, I was alone, this bird had flown,
So,
I lit a fire, isn’t it good, norwegian wood.
(Y
cuando desperté, estaba solo, este pájaro había volado,
De
modo que encendí un fuego, ¿no mola eso?, madera noruega).
Si lo interpretamos de manera literal (que es el lo más
plausible), el autor, ofendido por la falta de recompensa, pega fuego al
mobiliario o algo así, lo que no parece muy civilizado.
Pero, ¿por qué “madera noruega”? Al parecer, era
común entre gente joven y/o de recursos limitados amueblar las habitaciones con
paneles y muebles baratos de madera de
pino, a los que en Reino Unido se conocía como “madera noruega”.
Años después, Haruki Murakami utilizó el título para
dar nombre a la que quizá es su novela más exitosa: Tokio Blues (Norwegian Wood), en referencia a la canción de The Beatles.
El contrapachapado sueco de Ikea parece haber
sustituido a la Norwegian wood entre
las clases medias occidentales. Solo un puñado de elegidos (Vargas Llosa,
Marías…) muestran tras de sí sus magníficas librerías de roble a medida para
recordar a los demás aquello de que “cuando seas padre comerás huevo”.
Pero exponerse con la biblioteca personal de fondo
tiene sus riesgos. Los lomos de los libros son indiscretos y muestran en
grandes letras títulos y autores, y esto puede matizar de manera indeseada la
imagen de uno. Tan arriesgado es mostrar una librería compuesta de best sellers de dudosa calidad literaria
como exhibir solo sesudos ensayos filosóficos y de historia del pensamiento. Y
tanto dice de uno una librería en perfecto orden como una con los libros
amontonados rellenando huecos.
¿Y Évole? Ha resultado ser el más minimalista. Para
sus intervenciones usa, sorprendentemente, el casi vacío como marco: una
habitación despejada, una puerta, una ventana que da a una cocina… Ni un libro,
ni un disco, ni un mueble, ni nada que pueda desvelar algo del personaje; solo
su busto.
Quien esto escribe pasó de sus librerías de madera
noruega a las flamantes Billy de contrachapado sueco en un intento de
modernización, que no de mejora. Las de nogal —hoy más que nunca— son más
quimera que otra cosa.
Román Rubio
Abril 2020
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