EL BANCO MALO
DE LAS PALABRAS
Lo dijo
Juncker el otro día: “Europa debe defender sus intereses industriales,
necesitamos instrumentos de defensa” -refiriéndose al hecho de que los EEUU
cargan unos aranceles del 256% al acero chino mientras los europeos “solo” el
25%- lo que pone de los nervios entre
otros a los valones, que están hasta los otros balones de que les cierren las
fábricas y se las lleven al Lejano Este. O algo así. No me hagan mucho caso
porque no estoy muy puesto en el asunto. Y continúa Juncker: ”Es importante
distinguir entre protección y proteccionismo, pero hay que buscar
formas de proteger nuestros intereses”. Se dan cuenta del mensaje, ¿no? Para
usted y para mí, las dos cosas significan lo mismo: que hay que imponer
aranceles a ciertos productos que vienen de otros lugares o limitar la
importación para poder mantener los empleos de aquí. Pero el asunto es que el
luxemburgués es un liberal y como tal tiene terminantemente prohibido usar la
palabra “proteccionismo” que es
anatema en la biblia de los liberales. Por lo tanto puedo aumentar los
aranceles de productos extranjeros para “proteger”
la industria europea pero no puedo aumentarlos en la misma cuantía como
medida “proteccionista”. Me
entienden, ¿verdad?
Al leer la
noticia me vino la idea: hay que crear un banco malo de las palabras de la
misma manera que se creó uno ad hoc
en el que reunir a todos los activos tóxicos de la banca. ¿Que tiene usted una
deuda incobrable o un solar que nadie quiere y que en su día se valoró por una
ridículamente enorme e impagable cantidad? Pues no se preocupe: al banco malo.
Lo mismo podemos hacer con las palabras. Lo inauguraremos con “proteccionismo” (hachazo a la economía
de mercado). No se preocupe. Si hay que poner aranceles, les llamamos protección y a otra cosa.
Tengo otra para
el banco malo: nacionalista. Todos
sabemos que significa lo mismo que
patriota. Agustina de Aragón, Daoiz y Velarde, Juana de Arco… no eran
nacionalistas, ¡qué va! Eran patriotas como El Palleter. De modo que si nos referimos
asuntos de exclusión de los demás, demarcación de diferencias con el forastero,
construcción de muros ideológicos, lingüísticos y de hormigón, recelos del
vecino, xenofobia y/o paternalismo le llamamos nacionalista y lo enviamos al banco malo. Si aludimos al hecho de
sacrificio desinteresado y valiente por el bien común, amor por los tuyos más
allá del entorno familiar y de clan le damos el apelativo de patriota y asunto concluido. El hecho de
que tipos como Mas, Junqueras o el mismo Pujol sean patriotas o nacionalistas
según de qué lado del Ebro se les mire no deja de ser una menudencia que no va
a estropear nuestro argumento. Además eso ya se vivió con aquello de los
Comuneros en Castilla y las Germanías en Valencia.
Hay estadistas
que ejercen con solvencia su papel de liderazgo pero cuando no nos conviene lo
que dicen, al liderazgo le llamamos populismo. ¿Churchill?, ¿De Gaule?
Líderes. ¿Castro, Maduro? Populistas. El hecho de que todos ellos digan al
pueblo lo que este quiere oír (De Gaulle convenció a los franceses de que todos
habían sido de la Resistencia, que ya es convencer) parece que no es suficiente
para hacerlos líderes. Si no nos conviene, al liderazgo le llamamos populismo,
tiramos la palabra al banco de los activos tóxicos y aquí paz y después gloria.
La alcaldesa
de mi ciudad (me resisto a despojarla del título tras tantos años) acostumbraba
a alojarse en hoteles de 500 pavos la noche -por supuesto, para representar dignamente
al pueblo valenciano-. ¿Por qué si no? ¡Con lo bien que dicen que se está en
los Hostels! Para ella era dignidad
lo que otros veíamos como despilfarro
y abogábamos por tener unos gobernantes que aplicaran modestia en la gestión. La alcaldesa nos previno en cambio contra
la cutrería que viene. De modo que
rescatamos dignidad y modestia para el diccionario bueno y
mandamos al infierno del librucho despilfarro
y cutrería y nos alojamos donde nos
da la gana con el dinero del contribuyente.
Si es usted progresista –y hasta si es conservador- aún guarda usted cierta
dignidad, que se encargarán sus rivales y enemigos de socavarla con los
términos facha y progre, o aún peor, perroflauta
o fascista. En un pueblo de pobres
como era en el que me crié gustábamos de llamarnos modestos y a los que tenían una posición desahogada, ricos o ricachones. A veces es conveniente saber
decir no, o eso dicen las páginas de psicología y autoayuda de los magazines: a
esto se le llama ser asertivo, que está
muy bien y que es lo mismo que ser borde pero en bueno, aunque Zapatero se
pasaba de bueno a buenista, palabra
que no está en el diccionario pero sí en el banco malo. El tardofranquismo en el que me
crié era una sociedad paternalista a
la que muchos gustaba de llamarle
paternal y protectora (que no proteccionista)
en la que la raya entre la libertad y
el libertinaje estaba siempre en boca
de curas, maestros, medios de comunicación y público en general. Era libertinaje no ir a misa los domingos,
esconderse para no besar la mano del cura, ver imágenes de chicas en bikini,
pedir mejora salarial, cuestionarse la autoridad del Gobernador Civil con
bigotito y, por supuesto, pedir elecciones. Como para Mariano, que está harto,
el pobre.
Román Rubio
Octubre 2016
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