miércoles, 19 de octubre de 2016

¡SOCORRO! Me aburro

¡SOCORRO! Me aburro













¡Yo nunca me aburro! Dicen algunos. Parece que hay personas que nunca se aburren. Yo, tengo que decir, sí me aburro. No mucho y no siempre pero me aburro y soy incapaz de determinar si los demás se aburren tanto como yo (o más) y lo disimulan (está mal visto decir que uno se aburre en esta sociedad de ganadores y personas felices) o es cierto que no se aburren jamás como les gusta proclamar. Y si esto es así, quisiera saber si su continuo alborozo viene motivado  por ignorancia o por sabiduría. Sabemos que el necio no se aburre. La simpleza del imbécil hace que ni se lo plantee. Bastante distracción hay con ver las moscas volar. Ya lo decía Sócrates refiriéndose al aburrimiento o algo por el estilo: “Es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho”, pensamiento que el utilitarista y hedonista inglés Stuart Mill matizó con aquello de “mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho y si el necio o el cerdo no lo ven así es porque sólo conocen un lado de la cuestión”. Está clara la posición del necio ante el aburrimiento ya que es capaz de ver tan poco que con ello se conforma, pero, ¿y el sabio? ¿Puede este prescindir del aburrimiento a pesar de tener sus neuronas perfectamente engrasadas con abundante colesterol?

¿Qué tiene el aburrimiento que unos lo padecen de forma persistente y hasta severa y otros lo desconocen? De quienes dicen no aburrirse nunca, algunos parecen decir la verdad, en cambio otros tenemos que estar permanentemente luchando contra el tedio y en ocasiones, con éxito limitado. Aburre el viaje por lo fatigoso y también el quedarse en casa, aburre en ocasiones la actividad laboral cotidiana por lo repetitiva, aburre el ocioso descanso del que no está cansado y aburre, sobre todo, el hecho de tener que buscar actividad como antídoto al aburrimiento.

Y ahí hay verdaderos maestros. La medicina clásica contra el aburrimiento recetada por tantos y tantos amigos a este incauto jubilado que escribe es la búsqueda de actividad, sin tener en cuenta que no es la actividad sino el interés -la pasión- que despierta lo que cuenta “¿Por qué no te apuntas a clases de baile? ¿O a un club de lectura? ¿Y a una ONG? ¿O a inglés quizás? ¿Y por qué no a un coro? ¿Y a clarinete? ¿Por qué no te inscribes en los viajes del Imserso? ¿Y a pintura?” Pues bien, no me apunto a clases de baile porque no me gusta bailar. O mejor: depende el momento y la compañía; lo que no estoy dispuesto es a ir dos días a las 7 a que una periquita en mallas o un cubanito semidesnudo me marque a mí y a otros infelices como yo: “un dos, vuelta”; “tres, cuatro, demi-plié”. El club de lectura lo desestimo por lo mismo que detestaba las reuniones con mis colegas: Me huele que la gente va a escucharse y a que los demás alaben su verborreica mediocridad. El inglés no es una opción para alguien que ha enseñado esa lengua durante su larga vida laboral. En cuanto al clarinete, ¡hombre, no estaría mal! Si no fuera por la molestia que puede ocasionar a quienes viven en la finca y en mi propia casa los repetitivos ejercicios de un inepto. En cuanto a los viajes del Imserso te los dejo para ti; no quiero viajar con viejos; no quiero saber nada de apartheids;  ni raciales ni de sexo ni de edad -sólo quiero pertenecer a clubes que admitan a jóvenes, mujeres, musulmanes, homosexuales y hasta perros (pocos)-. En cuanto a la ONG lo dejaremos para quien tenga vocación de entrega a los demás. Lo siento. Admiro a las personas que lo hacen pero no soy de quienes se sacrifica por desconocidos más allá de la aportación económica voluntaria.

Y con este panorama tengo que reconocer que el abanico de las distracciones se va estrechando quedando casi exclusivamente reducido a la práctica del dominó y la confesión, cosas que tampoco practico con asiduidad, la primera por sosa –y falta de personas que quieran compartir tiempo con un cenizo como yo- y la segunda porque no me da la gana contar a nadie mis pecadillos. De modo que, producto del aburrimiento, sale este artículo. Menos mal que queda la escritura.  
        
Y por buscar compañeros de juerga me referiré a dos grandes hombres que confesaron su aburrimiento en el momento más crítico de su existencia, en el que no se miente, el momento antes de morir. Las últimas palabras de Winston Churchill, el hombre que lo había sido todo en la Historia del siglo XX  antes de morir fueron (según testigos) “I’m so bored with it all” (estoy tan aburrido de todo). Momentos después entró en coma del que no se despertó. Otro inglés, St John Philby, el arabista y aventurero padre del mayor espía de la Guerra Fría, Kim Philby pronunció también como últimas palabras la frase “God, I’m bored” (Dios, que aburrido estoy) sintiéndos indispuesto tras haber comido y bebido con la legación diplomática británica en Beirut y haber seducido a todos con sus chascarrillos y anécdotas.  Y sin más se murió.  
           
Así es la vida. Lo dijo Shopenhauer: “La vida humana oscila como un péndulo del sufrimiento al aburrimiento” Y yo, como ya he tenido un rato de lo uno me pongo a leer algo de La Nausea de Sartre a ver si tengo un rato de lo otro.

Román Rubio
Octubre 2016                                                            

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