CONSTITUCIONES
Francia acaba de eliminar la palabra “raza” de su Constitución en un lance
de funambulismo dialéctico consistente en prevenir un efecto suprimiendo la
palabra. ¿Hay que acabar con el racismo? Pues eliminamos la palabra raza y ya
está. El problema lógico subsiguiente es que, si no hay razas como muchos
proclaman, ¿por qué habría de haber racismo? ¿No se trataba este de asumir que
hay razas superiores a otras? La
iniciativa, en mi opinión, es más venta de humo que otra cosa. La próxima será
eliminar la palabra cáncer de los libros y los medios de comunicación para, así,
ver de eliminar las demoledoras consecuencias.
Es cierto que el concepto de raza ha estado en entredicho en los últimos
lustros, dada la dificultad de definir estas en base a diferencias fenotípicas y
de ADN y a delimitar sus confines. ¿Quién que haya viajado a los EEUU no se ha
enfrentado con el absurdo de seleccionar su propia “raza” en cualquier impreso
teniendo que elegir entre Hispanic, Caucasian o cualquier otra sandez?, (blanco,
mediterráneo o morenito y apañado no aparecen en el formulario) ¿Y cuál es la alternativa
a la calificación de raza? Pues llamarle “grupo étnico” u origen. “Grupo
étnico” viene a ser lo mismo, pero usando dos palabras y “origen” es tan vago
que sirve de poco: ¿africano, europeo, celtibérico, lepero…?
La Constitución Española, por su parte, es el pelele del pimpampún, denostada
por (casi) todos y a la que todo el mundo quiere reformar. Cada cual, a su
manera, claro. En su artículo 15, del que antaño (es decir, anteayer) estábamos
tan orgullosos, se lee: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda
prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión,
opinión o cualquier otra circunstancia personal o social”. Bonito, ¿no? Pues
no, señor. Además del anacronismo de “la raza” (palabra sin contenido, como se
sabe) resulta que está redactado con un lenguaje no inclusivo. Nada de “los
españoles”. El gobierno ha interpelado a la Academia de la Lengua para que
adapte el lenguaje a los nuevos tiempos haciéndolo “inclusivo”, como si lo de
“los españoles” no incluyera a los hombres y las mujeres de España. Habrá
contextos de fácil solución: “Los ciudadanos” se podrá sustituir por “la
ciudadanía” sin afear el resultado, pero me temo que se corre el riesgo de que
el texto pueda devenir en un adefesio de circunloquios y piruetas del estilo:
“los vascos y las vascas serán llamados y llamadas a urnas…”
Vigilante como siempre he estado con la aparición de nuevas palabras (o
nuevos usos) en el idioma, debo reconocer que hay dos vocablos próximos al
movimiento feminista que habían escapado a mi atención y que, de pronto, en los
últimos meses, han aparecido hasta en la sopa. Uno es “empoderamiento” y el otro
es “cosificación”. El primero, calco de la palabra inglesa empowerment, aparece por primera vez en la vigesimotercera edición
del DRAE (2014) en su sentido de “hacer poderoso o fuerte a un individuo o
grupo social desfavorecido”. La segunda –“cosificación”- ya aparece en mi
edición impresa del diccionario de 1997 (vigesimoprimera), pero parecía dormir
en el jardín de las palabras olvidadas hasta que de repente, “puaf”, en primera línea. Por cierto, yo
siempre pensé que derivaba de “cos” (cuerpo, en catalán) y va y resulta que no,
que de manera vulgar y predecible varía de “cosa”. O, al menos, eso dice la
Academia.
Veremos a ver qué dice de lo otro.
Román Rubio
Julio 2018
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