martes, 17 de julio de 2018

CONSTITUCIONES


CONSTITUCIONES




   Francia acaba de eliminar la palabra “raza” de su Constitución en un lance de funambulismo dialéctico consistente en prevenir un efecto suprimiendo la palabra. ¿Hay que acabar con el racismo? Pues eliminamos la palabra raza y ya está. El problema lógico subsiguiente es que, si no hay razas como muchos proclaman, ¿por qué habría de haber racismo? ¿No se trataba este de asumir que hay razas superiores a otras?  La iniciativa, en mi opinión, es más venta de humo que otra cosa. La próxima será eliminar la palabra cáncer de los libros y los medios de comunicación para, así, ver de eliminar las demoledoras consecuencias.
   Es cierto que el concepto de raza ha estado en entredicho en los últimos lustros, dada la dificultad de definir estas en base a diferencias fenotípicas y de ADN y a delimitar sus confines. ¿Quién que haya viajado a los EEUU no se ha enfrentado con el absurdo de seleccionar su propia “raza” en cualquier impreso teniendo que elegir entre Hispanic, Caucasian o cualquier otra sandez?, (blanco, mediterráneo o morenito y apañado no aparecen en el formulario) ¿Y cuál es la alternativa a la calificación de raza? Pues llamarle “grupo étnico” u origen. “Grupo étnico” viene a ser lo mismo, pero usando dos palabras y “origen” es tan vago que sirve de poco: ¿africano, europeo, celtibérico, lepero…?

   La Constitución Española, por su parte, es el pelele del pimpampún, denostada por (casi) todos y a la que todo el mundo quiere reformar. Cada cual, a su manera, claro. En su artículo 15, del que antaño (es decir, anteayer) estábamos tan orgullosos, se lee: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra circunstancia personal o social”. Bonito, ¿no? Pues no, señor. Además del anacronismo de “la raza” (palabra sin contenido, como se sabe) resulta que está redactado con un lenguaje no inclusivo. Nada de “los españoles”. El gobierno ha interpelado a la Academia de la Lengua para que adapte el lenguaje a los nuevos tiempos haciéndolo “inclusivo”, como si lo de “los españoles” no incluyera a los hombres y las mujeres de España. Habrá contextos de fácil solución: “Los ciudadanos” se podrá sustituir por “la ciudadanía” sin afear el resultado, pero me temo que se corre el riesgo de que el texto pueda devenir en un adefesio de circunloquios y piruetas del estilo: “los vascos y las vascas serán llamados y llamadas a urnas…”

   Vigilante como siempre he estado con la aparición de nuevas palabras (o nuevos usos) en el idioma, debo reconocer que hay dos vocablos próximos al movimiento feminista que habían escapado a mi atención y que, de pronto, en los últimos meses, han aparecido hasta en la sopa. Uno es “empoderamiento” y el otro es “cosificación”. El primero, calco de la palabra inglesa empowerment, aparece por primera vez en la vigesimotercera edición del DRAE (2014) en su sentido de “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. La segunda –“cosificación”- ya aparece en mi edición impresa del diccionario de 1997 (vigesimoprimera), pero parecía dormir en el jardín de las palabras olvidadas hasta que de repente, “puaf”, en primera línea. Por cierto, yo siempre pensé que derivaba de “cos” (cuerpo, en catalán) y va y resulta que no, que de manera vulgar y predecible varía de “cosa”. O, al menos, eso dice la Academia.
   Veremos a ver qué dice de lo otro.


Román Rubio
Julio 2018

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