jueves, 5 de julio de 2018

UNAMUNO Y EL ATIZADOR DE WITTGENSTEIN



UNAMUNO Y EL ATIZADOR DE WITTGENSTEIN



   Hay un programa de viajes en tren en televisión que es seguido y admirado por muchos de mis conocidos. El conductor del programa es un simpático inglés, maduro y atractivo, que viste unas americanas de color pistacho, rosa o morado combinadas audazmente con pantalones y camisas ad hoc. Se llama Michael Portillo y en los ochenta del siglo pasado fue Ministro de Su Majestad y delfín y favorito de Margaret Thatcher, destinado a sucederla en la cúpula del Partido Conservador y, ¿por qué no?, como Primer Ministro. La pérdida de su circunscripción en una elección al Parlamento que llevó a Tony Blair a Downing Street condujo al simpático inglés a lo que es hoy: un tipo que sale en la tele con americanas de colorines.

   Hay otra circunstancia de su vida que no es muy conocida por el público: que es hijo de un republicano español de nombre Luis Portillo, profesor de la Universidad de Salamanca, exiliado al Reino Unido durante la Guerra Civil y autor del “relato” que ha trascendido del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, en el que el general mutilado gritó aquello de ¡viva la muerte!, y el profesor le interpeló con el alegato de: “venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.

   Al acto asistió Carmen Polo e intervinieron, además del Rector, José María Pemán y otros. Y algarada también la hubo, puesto que esa misma tarde, Unamuno fue abucheado e increpado en el casino de la ciudad donde acostumbraba a tomar café, necesitando de salir protegido del lugar. Pero esas palabras, esas bonitas palabras, parece que no fueron pronunciadas, al menos de esa manera tan sonora y rotunda, o así lo señala Severiano Delgado, Bibliotecario de la Universidad salmantina, en base a testimonios del acontecimiento, recortes de prensa, actas, y otros documentos historiográficos. Colette y Jean-Claude Rabaté, autores de la “definitiva” biografía del vizcaíno señalan que el relato del Paraninfo (el de Portillo) se tomaba “muchas libertades” y obedecía “a una voluntad de dramatizar los hechos con todos los ingredientes indispensables para su teatralización”.
   Lo cierto es que Luis Portillo, exiliado en Londres, recibió, en 1941, el encargo por parte de George Orwell, junto a Arturo Barea —el de La forja de un rebelde, (ambos colaboradores en el servicio internacional de la BBC)—, de escribir sendos artículos sobre la guerra civil española para la revista Horizons y Portillo noveló y embelleció el rifirrafe salmantino en un artículo que tradujo al inglés Ilse Barea, la mujer de Arturo, con el nombre de Unamuno’s Last Lecture.

   Unos años después, en 1946, en una sala de seminarios del King’s College, de Cambridge, se produjo una extraordinaria reunión de filósofos. El instigador del evento era Bertrand Russell y el profesor invitado era Karl Popper, que debía dictar una conferencia bajo el arrebatador título de: “¿Existen realmente problemas filosóficos?”. El evento podría parecer irrelevante y soso, pero no es así. La expectación era grande porque había de ser expuesta la lección en la presencia del gran filósofo Wittgenstein, que adoptaba ideas contrarias a Popper, a pesar —o quizá por eso mismo— de ser ambos vieneses, judíos y de clase acomodada (bueno, aquí Wittgenstein le daba sopas con onda, puesto que provenía de una de las familias más ricas de Europa, aunque él renunciara a su herencia en favor de sus hermanas). Comenzó la exposición y el nerviosismo del ilustrado escuchante, a la sazón, Catedrático de Filosofía en Cambridge, iba en aumento. Interrumpió al orador en varias ocasiones y la cosa iba subiendo de tono. Wittgenstein agarró el atizador de la chimenea a modo de batuta y señalando de manera amenazadora a Popper le increpó: “¿Me puedes poner un solo ejemplo de principio moral?” A lo que Popper respondió: “No amenazar con un atizador a los profesores visitantes”. Acto seguido, Wittgenstein, encolerizado, lanzó el artefacto al suelo y dando un portazo, abandonó la sala.

   Al igual que en el caso de Unamuno, hay tantas versiones del evento como personas estuvieron presentes en el acto. Según unos casi le pega, mientras para otros, la anécdota ni siquiera tuvo lugar. La versión, relatada por Popper en su libro biográfico Unended Quest (La búsqueda sin fin), ha sido confirmada, refutada, modificada, edulcorada y agigantada por cada uno de los presentes, incluido el bisoño estudiante encargado de redactar el acta de la reunión, según el propio interés o la tendenciosa y acomodaticia memoria de cada cual.
   Y así, todo. Donde uno ve un elefante, otro ve una culebra. O dice haberla visto. Solo hace falta algo de tiempo. Piénsenlo y pongan sus propios ejemplos.

Román Rubio
Julio 1018



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