UNAMUNO Y EL ATIZADOR DE
WITTGENSTEIN
Hay un programa de viajes en tren
en televisión que es seguido y admirado por muchos de mis conocidos. El
conductor del programa es un simpático inglés, maduro y atractivo, que viste
unas americanas de color pistacho, rosa o morado combinadas audazmente con
pantalones y camisas ad hoc. Se llama
Michael Portillo y en los ochenta del siglo pasado fue Ministro de Su Majestad
y delfín y favorito de Margaret Thatcher, destinado a sucederla en la cúpula
del Partido Conservador y, ¿por qué no?, como Primer Ministro. La pérdida de su
circunscripción en una elección al Parlamento que llevó a Tony Blair a Downing
Street condujo al simpático inglés a lo que es hoy: un tipo que sale en la tele
con americanas de colorines.
Hay otra circunstancia de su vida que no es muy conocida por el público:
que es hijo de un republicano español de nombre Luis Portillo, profesor de la
Universidad de Salamanca, exiliado al Reino Unido durante la Guerra Civil y
autor del “relato” que ha trascendido del enfrentamiento entre Unamuno y Millán
Astray, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de
1936, en el que el general mutilado gritó aquello de ¡viva la muerte!, y el
profesor le interpeló con el alegato de: “venceréis porque tenéis sobrada
fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para
persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
Al acto asistió Carmen Polo e intervinieron, además del Rector, José
María Pemán y otros. Y algarada también la hubo, puesto que esa misma tarde,
Unamuno fue abucheado e increpado en el casino de la ciudad donde acostumbraba
a tomar café, necesitando de salir protegido del lugar. Pero esas palabras,
esas bonitas palabras, parece que no fueron pronunciadas, al menos de esa
manera tan sonora y rotunda, o así lo señala Severiano Delgado, Bibliotecario
de la Universidad salmantina, en base a testimonios del acontecimiento,
recortes de prensa, actas, y otros documentos historiográficos. Colette y
Jean-Claude Rabaté, autores de la “definitiva” biografía del vizcaíno señalan
que el relato del Paraninfo (el de Portillo) se tomaba “muchas libertades” y
obedecía “a una voluntad de dramatizar los hechos con todos los ingredientes
indispensables para su teatralización”.
Lo cierto es que Luis Portillo, exiliado en Londres, recibió, en 1941, el
encargo por parte de George Orwell, junto a Arturo Barea —el de La forja de un rebelde, (ambos
colaboradores en el servicio internacional de la BBC)—, de escribir sendos
artículos sobre la guerra civil española para la revista Horizons y Portillo
noveló y embelleció el rifirrafe salmantino en un artículo que tradujo al
inglés Ilse Barea, la mujer de Arturo, con el nombre de Unamuno’s Last Lecture.
Unos años después, en 1946, en una sala de seminarios del King’s College,
de Cambridge, se produjo una extraordinaria reunión de filósofos. El instigador
del evento era Bertrand Russell y el profesor invitado era Karl Popper, que
debía dictar una conferencia bajo el arrebatador título de: “¿Existen realmente
problemas filosóficos?”. El evento podría parecer irrelevante y soso, pero no
es así. La expectación era grande porque había de ser expuesta la lección en la
presencia del gran filósofo Wittgenstein, que adoptaba ideas contrarias a
Popper, a pesar —o quizá por eso mismo— de ser ambos vieneses, judíos y de
clase acomodada (bueno, aquí Wittgenstein le daba sopas con onda, puesto que
provenía de una de las familias más ricas de Europa, aunque él renunciara a su
herencia en favor de sus hermanas). Comenzó la exposición y el nerviosismo del ilustrado
escuchante, a la sazón, Catedrático de Filosofía en Cambridge, iba en aumento. Interrumpió
al orador en varias ocasiones y la cosa iba subiendo de tono. Wittgenstein
agarró el atizador de la chimenea a modo de batuta y señalando de manera
amenazadora a Popper le increpó: “¿Me puedes poner un solo ejemplo de principio
moral?” A lo que Popper respondió: “No amenazar con un atizador a los
profesores visitantes”. Acto seguido, Wittgenstein, encolerizado, lanzó el
artefacto al suelo y dando un portazo, abandonó la sala.
Al igual que en el caso de Unamuno, hay tantas versiones del evento como
personas estuvieron presentes en el acto. Según unos casi le pega, mientras
para otros, la anécdota ni siquiera tuvo lugar. La versión, relatada por Popper
en su libro biográfico Unended Quest
(La búsqueda sin fin), ha sido confirmada, refutada, modificada, edulcorada y
agigantada por cada uno de los presentes, incluido el bisoño estudiante
encargado de redactar el acta de la reunión, según el propio interés o la tendenciosa
y acomodaticia memoria de cada cual.
Y así, todo. Donde uno ve un elefante, otro ve una culebra. O dice
haberla visto. Solo hace falta algo de tiempo. Piénsenlo y pongan sus propios
ejemplos.
Román Rubio
Julio 1018
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