SANCHISMO
Quienes se dedican a la escritura de manera
profesional y los que juntamos letras por hobby
de manera ocasional huimos de lo que se conoce como “lugares comunes”, esas
frases geniales cuando se inventaron y que acaban convirtiéndose en “perras
chicas” desgastadas por el uso. Tratamos (o al menos, ese es mi caso) de evitar
expresiones como “el gigante asiático” en vez de China, “imperio del sol
naciente” por Japón, “luso” o “galo” para nombrar a nuestros vecinos o
“serpiente multicolor” para el Tour, la Vuelta o el Giro, todas ellas recursos
baratos para no repetir palabras en los textos. Cada uno, sin embargo, tiene
sus debilidades: la mía es el uso de “ese valle de lágrimas” para referirse uno
al paso por este mundo.
Los políticos son de otra pasta. Y los de derechas
más aún. Vale que los de aquel incipiente Podemos se inventaron lo de la
“casta” y le sacaron más brillo que a un canto rodado, o que el Ayatolá de la
Injuria, Jiménez Losantos, sacara aquello de “derechita cobarde” para designar
a una bandada de tibios como Rajoy, la Santamaría y otras sombras de nombres
olvidados. La ínclita Ayuso concibió
aquello de “comunismo o libertad” para enardecer a las tropas requetés y
cayetanas con una falacia que no había por donde cogerla, en el que “comunismo”
era algo así como llevar mascarilla y “libertad” ir en coche a todas partes y
tomar algo en una terraza invadiendo la acera.
Al contrario que los escritores y otros juntaletras,
los políticos aman los eslóganes que repiten una y otra vez con papanatismo
implacable y sin sentir vergüenza alguna. Hoy, la palabra dominante entre la
derecha es “sanchismo”.
¿Qué será eso de “sanchismo”?, me pregunto. Y, sobre
todo, ¿a qué viene?
Al parecer, el término se refiere al hecho de las
alianzas políticas del Presidente para ejercer el gobierno, como si tuviera
todo un arsenal de posibilidades, aparte, claro, de dejar que gobierne la
oposición.
Todo el mundo sabe que, una vez consumado el
harakiri de Ciudadanos y su renuncia a ser partido bisagra y habida cuenta de
la deriva atolondrada a la que se ha lanzado aquella lejana Convergència
(¡quién iba a decir que se acabaría echando de menos a Pujol!) las posibilidades
de gobierno son dos: el PSOE con Podemos y sus spin offs más nacionalistas
(incluyendo a Bildu), o el PP junto con
Vox. Y no hay más, señoras y señores. De que unos y otros preferirían poder
gobernar en solitario no me cabe la menor duda, pero dada la improbabilidad del
escenario ya pueden ir acostumbrándose.
Otra de las cualidades del sanchismo, para la
derecha, es el atribuir al Presidente el hecho obsceno de querer perpetuarse en
el poder (obtenerlo de nuevo, se entiende), cosa que como todo el mundo sabe es
algo descabellado que ningún líder político ni partido desea de manera alguna. Todos
quieren perder.
Una vez analizado qué es eso del sanchismo, trataremos
de explicar el porqué. A alguna lumbrera de las muchas que asesoran a los
partidos se le ocurrió un día que al fin y al cabo el PSOE era un partido
respetable o, al menos, mucha gente pensaba así, con lo que, con el objeto de
pescar votos de simpatizantes que no admitirían una crítica directa, había que
personalizar las lacras en la persona y no en el partido. La idea era buena, o
a mí me lo parece. Es una lástima que la tabarra de los pregoneros,
repitiéndolo una y otra vez, les convierta en ridículos loros que parece que no
quieran sino convencer a papanatas que, al fin y al cabo, no tienen necesidad
alguna puesto que ya están más que convencidos.
Lo dicho: un valle de lágrimas.
Mayo, 2023
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