viernes, 19 de mayo de 2023

SANCHISMO

 

SANCHISMO


Quienes se dedican a la escritura de manera profesional y los que juntamos letras por hobby de manera ocasional huimos de lo que se conoce como “lugares comunes”, esas frases geniales cuando se inventaron y que acaban convirtiéndose en “perras chicas” desgastadas por el uso. Tratamos (o al menos, ese es mi caso) de evitar expresiones como “el gigante asiático” en vez de China, “imperio del sol naciente” por Japón, “luso” o “galo” para nombrar a nuestros vecinos o “serpiente multicolor” para el Tour, la Vuelta o el Giro, todas ellas recursos baratos para no repetir palabras en los textos. Cada uno, sin embargo, tiene sus debilidades: la mía es el uso de “ese valle de lágrimas” para referirse uno al paso por este mundo.

Los políticos son de otra pasta. Y los de derechas más aún. Vale que los de aquel incipiente Podemos se inventaron lo de la “casta” y le sacaron más brillo que a un canto rodado, o que el Ayatolá de la Injuria, Jiménez Losantos, sacara aquello de “derechita cobarde” para designar a una bandada de tibios como Rajoy, la Santamaría y otras sombras de nombres olvidados. La  ínclita Ayuso concibió aquello de “comunismo o libertad” para enardecer a las tropas requetés y cayetanas con una falacia que no había por donde cogerla, en el que “comunismo” era algo así como llevar mascarilla y “libertad” ir en coche a todas partes y tomar algo en una terraza invadiendo la acera.

Al contrario que los escritores y otros juntaletras, los políticos aman los eslóganes que repiten una y otra vez con papanatismo implacable y sin sentir vergüenza alguna. Hoy, la palabra dominante entre la derecha es “sanchismo”.

¿Qué será eso de “sanchismo”?, me pregunto. Y, sobre todo, ¿a qué viene?

Al parecer, el término se refiere al hecho de las alianzas políticas del Presidente para ejercer el gobierno, como si tuviera todo un arsenal de posibilidades, aparte, claro, de dejar que gobierne la oposición.

Todo el mundo sabe que, una vez consumado el harakiri de Ciudadanos y su renuncia a ser partido bisagra y habida cuenta de la deriva atolondrada a la que se ha lanzado aquella lejana Convergència (¡quién iba a decir que se acabaría echando de menos a Pujol!) las posibilidades de gobierno son dos: el PSOE con Podemos y sus spin offs  más nacionalistas (incluyendo a Bildu),  o el PP junto con Vox. Y no hay más, señoras y señores. De que unos y otros preferirían poder gobernar en solitario no me cabe la menor duda, pero dada la improbabilidad del escenario ya pueden ir acostumbrándose.

Otra de las cualidades del sanchismo, para la derecha, es el atribuir al Presidente el hecho obsceno de querer perpetuarse en el poder (obtenerlo de nuevo, se entiende), cosa que como todo el mundo sabe es algo descabellado que ningún líder político ni partido desea de manera alguna. Todos quieren perder.

Una vez analizado qué es eso del sanchismo, trataremos de explicar el porqué. A alguna lumbrera de las muchas que asesoran a los partidos se le ocurrió un día que al fin y al cabo el PSOE era un partido respetable o, al menos, mucha gente pensaba así, con lo que, con el objeto de pescar votos de simpatizantes que no admitirían una crítica directa, había que personalizar las lacras en la persona y no en el partido. La idea era buena, o a mí me lo parece. Es una lástima que la tabarra de los pregoneros, repitiéndolo una y otra vez, les convierta en ridículos loros que parece que no quieran sino convencer a papanatas que, al fin y al cabo, no tienen necesidad alguna puesto que ya están más que convencidos.

Lo dicho: un valle de lágrimas.

 Román Rubio

Mayo, 2023


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