jueves, 7 de marzo de 2019

FILÍPICAS FILIPINAS


FILÍPICAS FILIPINAS




   El presidente Duterte de Filipinas quiere cambiar el nombre del país, Filipinas, por Maharlika, que hace referencia al pasado prehispánico del archipiélago. Con ello quiere borrar la huella colonial hispánica: El nombre de Filipinas se debe al explorador español Ruy López de Villalobos, que bautizó así a las islas en honor a Felipe II, entonces Príncipe de Asturias

   La huella colonial francesa del vecindario ya fue eliminada hace años cuando Indochina se convirtió en Vietnam, Laos, Camboya y Birmania, digo… Myanmar. Las Islas Cook, en el Pacífico, están también en trámites de cambio de nombre intentando dar un contenido maorí a la denominación, lejos de referencias coloniales, aunque su vicepresidente, Mark Brown, no parece tenerlo claro.  

   Otra herencia desgraciada parece ser la de Colón, de quien, más o menos, todo el mundo reniega. Hace poco que en Los Ángeles se retiró una estatua del personaje que “descubrió” América, un lugar que, según muchos blanquitos (y hasta negros) ciudadanos del lugar, no tenía ningún interés en ser descubierta. No sería de extrañar que la alcaldesa Colau propusiera la sustitución de la estatua del navegante y la plaza homónima barcelonesa por algún personaje de su agrado —al fin y al cabo, ya lo hizo a unos metros de allí sustituyendo “por facha” al Almirall Cervera (el de la Armada de Cuba) por el actor Pepe Rubianes, cuyo sustrato ideológico pasaba la prueba del algodón—. Al parecer, el almirante se hizo “facha” años antes del advenimiento del fascismo. También lo tiene a huevo Colombia que podría renegar de su pasado colonial (al menos en lo del nombre) y que mira con envidia a Bolivia, cuyos habitantes viven acogidos bajo el manto del Libertador (criollo descendiente de guipuzcoanos, eso sí, pero nadie es perfecto).

   Los cambios de nombre son cosa divertida. Yo todavía llamo Caudillo de cuando en cuando a la plaza principal de mi ciudad —que tiene el honroso nombre de Plaça del Ajuntament—, en parte por descuido o pereza y en parte por desvincular el significante del significado.

   Hay calles que tienen suerte con el nombre y otras que no, como las personas. En mi ciudad a la que yo conocí como Avenida de José Antonio se la había denominado antes Avenida 14 de abril y hoy se tiene que conformarse con el deshonroso Avinguda del Antic Regne de València. ¿Antic? ¿Por qué Antic y no Regne de València? Supongo que porque la timorata derecha local no quería molestar a la monarquía con algo que se saliera del “rey no hay más que uno”.

   La aburrida, por lo recta, Avenida del Puerto ha tenido suertes diversas. Fue Avenida de Lenin durante la República y se convirtió en Avenida del Doncel García Sanchiz en la Dictadura, aunque dudo que nadie, excepto los carteros, la llamara nunca así. ¿Que no saben quién fue tal doncel? Pues se trataba de un grumete muerto en el hundimiento del barco Baleares, en la Guerra Civil, hijo único de un tal Federico García Sanchiz, académico valenciano y de profesión “charlista” (mezcla de conferenciante y monologuista), modalidad muy popular en la época en la que el tal Federico parecía ser meritoria figura.

   El Paseo Blasco Ibáñez nació con el bonito nombre de Paseo al Mar, convertido en Paseo de la Unión Soviética durante la República y la Plaza de Cánovas fue la de la Generalitat Catalana en el periodo republicano (imaginen el pasmo que ocasionaría hoy tal nombre en ese sector de la población en el que usted y yo estamos pensando). Y mi favorita: la Gran Vía Marqués del Turia se llamó en el periodo republicano Gran Vía Buenaventura Durruti. “¿Quieres Marqués? Pues toma dos platos”.


Román Rubio
Marzo 2019

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