sábado, 16 de septiembre de 2023

Y TRAS LA TEMPESTAD, LA CALMA

 

Y TRAS LA TEMPESTAD, LA CALMA


Eso dice el refrán, aunque no para Libia, ese país ingobernado o quizá ingobernable. En octubre de 2011 cayó preso por los rebeldes y ejecutado sin juicio Muamar el Gadafi, aquel dictador excéntrico que acostumbraba a llevar su jaima e instalarla en el jardín de las residencias oficiales que los estados ponían a su disposición en sus raras visitas al extranjero y que regaló un caballo de raza árabe de nombre Rayo del Líder al ínclito Aznar.

La urgencia por desprenderse de aquel individuo de opereta francesa era tan grande y los adeptos tan numerosos y vehementes —apoyados, eso sí, por los aviones de la OTAN— que nadie pareció pensar en lo que podría venir tras la tempestad. Hoy, muerto y enterrado el tirano de la jaima, que, aunque no lo parezca, nada tenía que ver con el periodista Jesús Quintero, la situación del país es la siguiente:

La parte oeste (en la que se encuentra Trípoli, la capital) está en manos del primer ministro Abdelhamid Dabeida, reconocido por la ONU y que cuenta con el apoyo de Turquía y Qatar, y la parte este del país (en donde ha ocurrido el desastre) está controlada por el mariscal Halifa Hafter, que no está reconocido por la comunidad internacional pero cuenta con el apoyo de Egipto, Rusia y Emiratos Árabes Unidos y que se presentó en 2019 con una columna de 300 vehículos apoyados por la fuerza aérea en las puertas de Trípoli, con el objeto de tomar la ciudad, cosa que no consiguió. A esta situación hay que añadir las decenas de milicias armadas y tribus fuera de control que se benefician del negocio de la migración a Europa.

Y es que una cosa es destruir y otra construir y la primera es mucho más romántica y mucho más sencilla que la segunda, algo que muchas personas no son capaces de asumir, deslumbrados por la nostalgia de aquellos momentos de solidaridad revolucionaria en la que “el pueblo”, ¿dios mío, ¿qué será eso? logra con su acción la caída del dictador y la restitución de la justicia.

En 1979 las masas progresistas de Europa recibían con alborozo la caída del Sha de Persia, Reza Pahleví, forzado a huir de Irán e iniciar un vía crucis tras serle negada por Giscard d’Estaing su acogida en Francia, país al que era bienvenido cuando acudía de salseo. Aquel  tirano, casado con la princesa Soraya primero y con Farah Diba después, al que estábamos acostumbrados a ver en el HOLA, ora esquiando en Saint Moritz, ora bañándose en las aguas de Saint-Tropez o Capri, representaba una ofensa al hospitalario y sufrido pueblo iraní.

Tras desprenderse de tan nefasto tirano habló el pueblo. ¿Y qué dijo? Mandó venir al ayatollah Jomeini (que este sí, vivía libremente en Francia, aunque sin bañarse en Saint Tropez) y se instauró en Irán la República Islámica. Las mujeres que iban a la universidad de Teherán con sus vestiditos occidentales y hasta con minifalda se vieron forzadas por los del turbante a taparse cuerpo y alma y se les conminó a aprender el Corán. Y por si fuera poco se comenzó una guerra contra sus vecinos los iraquíes que tenían la desfachatez de profesar las creencias suníes en su mayoría y no las chiíes, que como todo el mundo sabe, son las verdaderas. Esto es lo que ha venido diciendo el pueblo desde el 79, convirtiendo el país en un puntal del eje del mal, hasta que sus vecinos los afganos consiguieron con el enorme mérito talibán destronarles en el Olimpo y sus otros vecinos (los iraquíes) vieron el avispero revuelto tras la vergonzosa ejecución en la horca del sátrapa Sadam Hussein, culpable de muchas fechorías, pero no por las que se le ajustició: la posesión de armas de destrucción masiva y complicidad en la autoría del atentado a las Torres Gemelas.

¿Y qué me dicen de Egipto? La urgencia por derrocar al dictador Hosni Mubarak, en 2011, trajeron al primer —y único— jefe del estado  elegido democráticamente, Mohammed Morsi, fundador del Partido Libertad y Justicia, nacido en el seno de los Hermanos Musulmanes y hoy en prisión tras el golpe de estado del general Abdel Fatah al Sissi.

Al parecer, el pueblo habló y habló mal, no como querían los defensores del wishful thinking o apóstoles del mundo a su medida y credo; como también habló de mala manera el pueblo argelino, que vivió una guerra cruenta en los 90 por atreverse a votar islamista la única vez que se le dio la oportunidad de hacerlo.

A ver si va a tener razón Vargas Llosa con aquello de que “el pueblo” puede votar bien o mal. El pueblo español votó en el 78 y votó bien. El país aguantó acometidas serias por parte de terroristas por un lado y golpistas por otro. Algunos estamos siendo denostados por los Apóstoles del Nuevo Orden por creer (todavía) inocentemente que esto es así.  Veremos a ver qué traen los tiempos y que Alá, el Misericordioso, nos asista.

Román Rubio

Septiembre 2023 

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